En una ocasión hace ya unos ocho años o así, olí a quemado en mi casa. Entonces noté algo de humo en el salón. Fui hasta el dormitorio, y encontré que una lámpara de noche había caído sobre la almohada, y se había iniciado un fuego. El cuarto estaba forrado con libros. Alarmado, fui corriendo a buscar un cubo de agua -mala idea-. Cuando regresé, el cuarto estaba lleno de humo denso. Me asfixiaba y no veía casi nada. Arrojé el agua a la cama y como si nada. Entonces fui a abrir una ventana para poder respirar -malísima idea-. Cuando el aire limpio entró por la ventana, la cama entera estalló en llamas. El humo era tan denso que no podía ver nada, no sabía ni donde estaba la puerta. Tosía y me asfixiaba. Entonces, sin saber cómo, se me ocurrió coger un edredón que había a los pies y lo arrojé sobre la cama en llamas. Eso sí fue una gran idea. El fuego se apagó de inmediato. Pero aún tardé un par de minutos en ir tanteando las paredes para encontrar la salida al salón, y allí ya pude respirar. Medio minuto más y me hubiera desmayado.
Debido a esta experiencia comprendí el horrible peligro de un fuego en interiores. Yo me libré del incendio en el Alcalá 20 de milagro, por un cuarto de hora. Y siempre decía: "no entiendo cómo murió tanta gente. Yo hubiera subido las escaleras, hubiera hecho esto o lo otro. Pero ahora sé que el humo te asfixia, te desespera, hace que no puedas pensar con lógica y, sobre todo, te ciega, lo que es determinante. Pierdes totalmente la noción de dónde estas y dónde están las puertas o las ventanas.