FERROVIARIO
Madmaxista
Andanzas y desventuras del Caballero Pikoil
Tras las múltiples y acongojantes lecturas picoleras sobre el fin del petróleo, creo que estoy perdiendo de algún modo la chaveta o, tal vez por el contrario, estoy tras*ido de un espíritu crítico sin igual que me eleva por encima de los mortales y debo, no obstante, encomendarme a desfacer entuertos, desasnar herejes y convertir neoliberales.
El tiempo lo dirá.
Valga pues esta crónica como uno de los primeros combates cuerpo a cuerpo entre picoleros y tierraplanistas ( no confundir picoleros con picoletos, pues a estos últimos si se les mete entre las cejas y esa máquina de escribir que llevan en la cabeza como ignominioso sombrero dejar la Tierra plana a base de palos a fe mía que la dejan como la masa de una pizza)
Dejaré que los acontecimientos fluyan en un torrente de palabras, tributo y mosaico de la epifanía que me sobrevino durante el cálido agosto que me tras*muto en el Alonso Quijano energético que tanta falta hacía para decrecer sistemas y despertar conciencias. Todos aquellos de ustedes que no han sido carne de billares y promesas del futbolín durante los años de colegio no ignoran que existen genes dominantes y genes recesivos (¿recuerdan al tipo ese de los guisantes de colores que era cura o algo así?) y aquellos que siguieron estudiando y se hicieron biólogos y ahora están en paro saben además que no es fácil delimitar donde empieza y acaba un gen. De modo que una persona podría ser considerado un solo gen dominante (verbigratia mi señora) y otro ser humano completo conformaría un único gen o gene recesivo o calzonazos (ustedes y yo sin ir más lejos). Pero sin embargo (Oh, sin embargo) ese determinismo genético puede ser alterado con esfuerzo, dedicación y templanza. La naturaleza no ayuda pero es un camino de perfección, una ascesis personal que empieza con pequeñas escaramuzas contra las comunidades de genes alelos que viven en casa y nos mandan a comprar el pan.
La primera batalla con mi contrincante biológico, alias “la Alférez O´Neil” se fraguó tras una discusión casera de 7 domomagnitudes en la Escala Roper (escala logarítmica, ojo que crece como la deuda) al afirmar mi media costilla que el coche tenía más cosa que el columpio de un loro y yo debía limpiarlo. Yo repuse que una vez pasado el cenit del petróleo es una pérdida de tiempo (“como quien se la menea a un muerto”- fue mi agresiva respuesta textual, tengan en cuenta que estaba en plena escalada verbal y arredrarse se considera pusilanimidad) dedicarse a esos menesteres. Y, además, constreñir a un hombre con mis capacidades intelectuales y físicas a tan serviles e impropias tareas sería como pretender meter a Tarzán en un geranio.
Las luchas diplomáticas a menudo ocultan razones soterradas y es bien sabido que el mayor rival de una especie es otro miembro de su misma especie, pues compiten por exactamente los mismos recursos; y nosotros queríamos el mando a distancia de la televisión. Yo para ver la Supercopa y ella el Sálvame de luxe.
El piso, el hogar, el nidito…es una prolongación del útero que domina todo el super-yo femenino. Es su terreno. Por eso allí perdemos todas las batallas. En cambio el coche es el trofeo masculino por antonomasia que blandimos triunfadores con un brazo asomando por la ventanilla ante la legión de féminas ojipláticas de caramelizada lencería sotombligo ante el empuje de nuestros corceles mecánicos, infalsificable prueba de nuestra valía como proveedores victoriosos.
Puede que algunos piensen que esto es una justificación pseudo psicológica de la razón para bajar a limpiar el coche, pero se equivocan. Había en el cristal delantero escrito con el dedo sobre el primer estrato de humus una frase afortunada: “Ojalá mi novia fuese tan juca”…Ah. Me hizo pensar y añorar los tiempos en los que el sesso era rápido y sucio. Ahora sin pasar antes por el bidet y meterme en la bañera con diez pastillas del método Milton era imposible siquiera imaginar iniciar aproximamientos para intercambiar fluidos con mi esclava sensual. Le hice un lavado a conciencia al carro que me llevó casi un cuarto de hora mientras preparaba mi segundo ataque contra mi santa madurando los envites. Si a mi me hacía ponerme las pantuflas de conejo antes de entrar en casa para no rallar el parqué yo le haría a ella y a su progenitora ponerse las nórdicas antes de entrar al coche.
Con un par.
Ojo por ojo.
Mis antepasados no se jugaron la vida cazando mamuts para que yo entregase sus conquistas.
A pesar de estar sudado por el ímprobo esfuerzo realizado decidí subir en ascensor esperando ir solo. Paró en el segundo y se subieron la vecina opusina esposa del vocal de la escalera con su niña de nueve años. La bocachancla de la niña dijo en voz alta que el ascensor olía a pony. Yo me miré la punta de los pies hasta llegar a casa.
Mi resiliencia flaqueaba.
Al entrar por la puerta estaban mi alelo y su ascendiente XX (que me miró con una mezcla de conmiseración y ardor de estomago diciéndome que tenía más roña que la tirita de un mecánico) sentadas en la chaislong o como demonios se escriba cloqueando ante un testigo mudo y hermético (el ascendiente XY, mi suegro, que prefería cogerme una cerveza alemana caliente del trastero antes que una de ofertón fría que le dejaba en la nevera cuando sabía que venía)
Fui a la despensa a sacar una bolsa de patatas fritas con sabor a jamón presunto (nombre ad hoc donde los haya) y esconder el queso en la caja del árbol de navidad cuando comprendí que el enemigo era demasiado poderoso y que debía, en pos de mayor gloria, ir catequizando menores objetivos dejando a Luzbel para el final. Necesitaba un escriba, un testigo, un escudero fiel que relatase mis hazañas a terceros (pues hablar bien de uno mismo es inmodestia y hacerlo mal es poquedad) de modo que baje a la calle y encontré dormido en un banco entre botellas de vidrio y charcos de orín a Jandrito. Alejandrito. Alejandro.
Alejandro Magno, su tocayo, y él sólo tenían en común (eso creía yo) ser analfabetos, pero más adelante descubrí que sus opciones sensuales eran gemelas por lo que a día de hoy sólo me falta montar en globo. Jandrito era lo que hoy la prensa llama un ni-ni (ni estudia ni trabaja) pero sería más correcto clasificarle como un ni elevado a alguna potencia porque ni estudiaba, ni trabajaba, ni pensaba, ni hacia cosa alguna que no fuese experimentar en su propio cuerpo con todo tipo de opiáceos y sustancias psicotrópicas el resultado de sus pócimas y brebajes más propios de un druida que de un perillán como él era. Un poeta sin bolígrafo de la generación beat.
Tuvo un trabajo de jardinero en Salchicharro que le duró una semana. El primer día se lo pasó buscando el cable y el enchufe para la azada y los seis restantes arrancando todo el estramonio que veía.
Concluido de aqueste breve modo su incursión en la permacultura (aportando al mulching un nuevo vector consistente en sestear encima de los cartones) así se cerró el único capítulo de cotizaciones a la Seguridad Social de sus veintisiete primaveras.
Rozando suavemente su mejilla con el envés de mi mano le desperté con dulzura diciéndole: “Jandrito, el petróleo se acaba”. Nosotros éramos tocadiscos de 45 rpm y el de apenas 33 por lo que andaba espeso para procesar frases que incluyeran subordinadas, era como si permanentemente estuviese saliendo de la anestesia sin llegar a espabilarse. Se encendió la chuta de un porro que tenia reservado entre la oreja y el parietal, ese lugar común de los lápices de cualquier tendero, y dijo :”Y a mi que me importa..ein?”
Yo le leí una lista con los más de tres mil productos de uso corriente en los que se usa el petróleo y el me observaba pastueño, diriase ausente, como una vaca viendo pasar un tren, pero alerta. Cuando nombré los medicamentos me espetó que a su progenitora sin Tranquimazin no había dios que la aguantase y él asimismo también tenía considerables conocimientos autodidactas en farmacopea. Le estaba ganando para la causa. El golpe definitivo fue cuando le hablé de algunos pegamentos con los que le gusta jugar vaciándolos en bolsas para meter después la nariz dentro. Ya tenía mi escudero y siguiendo el plan de Antonio Turiel debía convencer a un tipo normal, a un político y a un economista.
El primer objetivo fue alguien normal. Y ¿quién más normal que un cuñao?. Cobaya de lujo para mi experimento pues ya había hecho mis pinitos con él. Por ejemplo le utilizaba en materia cinematográfica como indicador contrarian. Si me decía de una película: “Es ques mu´lenta” me sacaba la entrada sin dudarlo. Era el típico español (atendiendo a los shares de audiencia) con querencia a las persecuciones de coches, las infografías de menisco y ligamentos, las faldas cortas y las bofetadas a sobaquillo a los malvados vietnamitas (los charlies, ya saben)
Empecé a hablarle despacio para darle tiempo a Jandrito de tomar apuntes pues vi que se llevó la mano a la oreja para coger el lápiz y a pedir papel a los tras*eúntes.
-Escucha cuñao…el petroleo se acaba, es una teoría sólida, refutada, científica y , por lo tanto falsable. Sabrás lo que es la falsabilidad de una teoría porque lo habrás discutido en el bar en una de esas francachelas intelectuales que mantenéis los socios del Atleti. Pero yo te lo recuerdo. Una teoría es falsable cuando existe un supuesto imaginario que derribe sus principios. Por ejemplo, si apareciese un fósil de gallina en el precámbrico mandaría a freir espárragos la teoría de la evolución.
- Pos como va a haber gallinas en el Cantábrico si no saben nadar…(respondió)
Con esta respuesta acababa de hundir a Darwin, a Morris, a Dawkins y a todos los evolucionistas que defendían la supervivencia del más apto. ¿Cómo sostener que esta máquina de supervivencia genética hubiese perdurado a través de milenios si era poco más que un lémur con gafas?
Comprendí que la razón no sería la herramienta adecuada de modo que pase a la acción directa, le quité las llaves del coche y le dije que se sacase el abono tras*porte y que comiese menos carne. Salí corriendo y me escondí en un cine de la calle Carretas. Estaba casi vacío y los pocos que había no paraban de cambiarse de sitio, como si todas las butacas fuesen incómodas. ¿Dónde estaba Jandrito?¿Por qué no corrió tras de mí?
El lémur debió chotarse a todo el mundo porque al poco rato me estaba llamando al móvil mi señora y no me sentía con fuerzas de responder. Silencié la llamada mientras un hombre maduro se sentaba a mi lado elogiando el tamaño de mis pestañas y la carnosidad de mis labios. A mi siniestra (llegó por fin) se sentó Jandrito y me dio la mano.
No recuerdo nada más.
Días después abdiqué de mi responsabilidad de evangelizar a los corrientes y decidí convertir al picolismo a los economistas, pues estos dirigen el mundo y los cuñaos harán lo que ellos digan. Mi vecino del cuarto siempre se lee las páginas salmón de los periódicos de modo que a falta de un titulado en económicas decidí cebarme con él. Llamé a su puerta con la excusa de pedirle un poco de perejil en rama y cuando me abrió para decirme que el no comía nada que no viniese en caja de cartón me metí en su hall acompañado de Jandrito.
Le dije que era urgente que hablásemos, que tenía algo importante que decirle y que cualquier aplazamiento sería catastrófico. Pasó por el salón su hija adolescente en pijama y a Jandrito se le dibujó una sonrisa estulta en la cara que dejaba ver una hilera de dientes con sarro de la última Nochevieja que parecían cupones del “Rasca y Gana” .
Era evidente que mi vecino estaba incómodo.
- Escucha vecino…vosotros los economistas creéis que manejáis una ciencia exacta pero andáis más perdidos que un pulpo en un garaje…no dirimís las causas de los efectos…si tu mujer se quejase porque tiene las berzas pequeñas le dirías que se frotase papel higiénico por el canalillo todos los días durante varios años…porque crees que lo que le ha funcionado con el ojo ciego valdrá igual para las berzas…y no es así. El método científico, la probabilidad bayesiana es otra cosa. Y el petróleo se acaba. Y las prótesis mamarias son de silicona. Y si el petróleo se acaba tu mujer se quedarápara siempre con esas berzas que parecen las lengüetas de unas Converse. ¿Comprendes el alcance del cenit…insensato..?
Cogió el teléfono para llamar a la policía y su señora descolgó un sable samurai que adornaba la boisserie. Salí de najas. Turiel se hubiese avergonzado de mí. Pero ante todo soy una máquina de supervivencia.
De Jandrito no he vuelto a tener noticias.
Un político de alto nivel me hacía falta como semilla que cambiase el mundo, o un alcalde, o un concejal. Al final fui a evangelizar a Ruperto, el kiosquero, que llevaba votando al PSOE desde que Isidoro vestía de pana.
Al verme azorado, Ruperto me alcanzó la prensa sicalíptica que alivia mis cuarentenas trimestrales envuelta en el Muy Interesante creyendo que era ese el motivo de mi visita.
- No Ruperto, no. Te he elegido a ti como depositario de una nueva. A ti que has pegado carteles de campaña y vives en la calle Niceto Alcalá y sabes que diario lee cada ciudadano de este barrio te he elegido porque debes propalar a todos tus clientes, conocidos y allegados que Hubbert estaba en lo cierto y que para mantener la población actual debemos adaptarnos a una maceta por persona y a una bicicleta por comunidad…
- Y eso me lo dices subido en tu moto…anda coge las revistas que por allí viene tu mujer.
- Voto a Brios.
Ya no tenía escudero y la disociación esquizoide que se operaba en mi cabeza me llevaba a decir Voto a Brios cuando yo siempre he sido de cagarme en la fruta de oros.
No sería fácil completar la metamorfosis de una sociedad impermeable a los nuevos vientos del cambio. Al volver a casa cogí un ***eto de viajes low cost pensando en abreviar mi cuarentena marital y replicar otro pequeño Ferroviario que volviese del futuro para organizar la resistencia en la Tierra.
Tras las múltiples y acongojantes lecturas picoleras sobre el fin del petróleo, creo que estoy perdiendo de algún modo la chaveta o, tal vez por el contrario, estoy tras*ido de un espíritu crítico sin igual que me eleva por encima de los mortales y debo, no obstante, encomendarme a desfacer entuertos, desasnar herejes y convertir neoliberales.
El tiempo lo dirá.
Valga pues esta crónica como uno de los primeros combates cuerpo a cuerpo entre picoleros y tierraplanistas ( no confundir picoleros con picoletos, pues a estos últimos si se les mete entre las cejas y esa máquina de escribir que llevan en la cabeza como ignominioso sombrero dejar la Tierra plana a base de palos a fe mía que la dejan como la masa de una pizza)
Dejaré que los acontecimientos fluyan en un torrente de palabras, tributo y mosaico de la epifanía que me sobrevino durante el cálido agosto que me tras*muto en el Alonso Quijano energético que tanta falta hacía para decrecer sistemas y despertar conciencias. Todos aquellos de ustedes que no han sido carne de billares y promesas del futbolín durante los años de colegio no ignoran que existen genes dominantes y genes recesivos (¿recuerdan al tipo ese de los guisantes de colores que era cura o algo así?) y aquellos que siguieron estudiando y se hicieron biólogos y ahora están en paro saben además que no es fácil delimitar donde empieza y acaba un gen. De modo que una persona podría ser considerado un solo gen dominante (verbigratia mi señora) y otro ser humano completo conformaría un único gen o gene recesivo o calzonazos (ustedes y yo sin ir más lejos). Pero sin embargo (Oh, sin embargo) ese determinismo genético puede ser alterado con esfuerzo, dedicación y templanza. La naturaleza no ayuda pero es un camino de perfección, una ascesis personal que empieza con pequeñas escaramuzas contra las comunidades de genes alelos que viven en casa y nos mandan a comprar el pan.
La primera batalla con mi contrincante biológico, alias “la Alférez O´Neil” se fraguó tras una discusión casera de 7 domomagnitudes en la Escala Roper (escala logarítmica, ojo que crece como la deuda) al afirmar mi media costilla que el coche tenía más cosa que el columpio de un loro y yo debía limpiarlo. Yo repuse que una vez pasado el cenit del petróleo es una pérdida de tiempo (“como quien se la menea a un muerto”- fue mi agresiva respuesta textual, tengan en cuenta que estaba en plena escalada verbal y arredrarse se considera pusilanimidad) dedicarse a esos menesteres. Y, además, constreñir a un hombre con mis capacidades intelectuales y físicas a tan serviles e impropias tareas sería como pretender meter a Tarzán en un geranio.
Las luchas diplomáticas a menudo ocultan razones soterradas y es bien sabido que el mayor rival de una especie es otro miembro de su misma especie, pues compiten por exactamente los mismos recursos; y nosotros queríamos el mando a distancia de la televisión. Yo para ver la Supercopa y ella el Sálvame de luxe.
El piso, el hogar, el nidito…es una prolongación del útero que domina todo el super-yo femenino. Es su terreno. Por eso allí perdemos todas las batallas. En cambio el coche es el trofeo masculino por antonomasia que blandimos triunfadores con un brazo asomando por la ventanilla ante la legión de féminas ojipláticas de caramelizada lencería sotombligo ante el empuje de nuestros corceles mecánicos, infalsificable prueba de nuestra valía como proveedores victoriosos.
Puede que algunos piensen que esto es una justificación pseudo psicológica de la razón para bajar a limpiar el coche, pero se equivocan. Había en el cristal delantero escrito con el dedo sobre el primer estrato de humus una frase afortunada: “Ojalá mi novia fuese tan juca”…Ah. Me hizo pensar y añorar los tiempos en los que el sesso era rápido y sucio. Ahora sin pasar antes por el bidet y meterme en la bañera con diez pastillas del método Milton era imposible siquiera imaginar iniciar aproximamientos para intercambiar fluidos con mi esclava sensual. Le hice un lavado a conciencia al carro que me llevó casi un cuarto de hora mientras preparaba mi segundo ataque contra mi santa madurando los envites. Si a mi me hacía ponerme las pantuflas de conejo antes de entrar en casa para no rallar el parqué yo le haría a ella y a su progenitora ponerse las nórdicas antes de entrar al coche.
Con un par.
Ojo por ojo.
Mis antepasados no se jugaron la vida cazando mamuts para que yo entregase sus conquistas.
A pesar de estar sudado por el ímprobo esfuerzo realizado decidí subir en ascensor esperando ir solo. Paró en el segundo y se subieron la vecina opusina esposa del vocal de la escalera con su niña de nueve años. La bocachancla de la niña dijo en voz alta que el ascensor olía a pony. Yo me miré la punta de los pies hasta llegar a casa.
Mi resiliencia flaqueaba.
Al entrar por la puerta estaban mi alelo y su ascendiente XX (que me miró con una mezcla de conmiseración y ardor de estomago diciéndome que tenía más roña que la tirita de un mecánico) sentadas en la chaislong o como demonios se escriba cloqueando ante un testigo mudo y hermético (el ascendiente XY, mi suegro, que prefería cogerme una cerveza alemana caliente del trastero antes que una de ofertón fría que le dejaba en la nevera cuando sabía que venía)
Fui a la despensa a sacar una bolsa de patatas fritas con sabor a jamón presunto (nombre ad hoc donde los haya) y esconder el queso en la caja del árbol de navidad cuando comprendí que el enemigo era demasiado poderoso y que debía, en pos de mayor gloria, ir catequizando menores objetivos dejando a Luzbel para el final. Necesitaba un escriba, un testigo, un escudero fiel que relatase mis hazañas a terceros (pues hablar bien de uno mismo es inmodestia y hacerlo mal es poquedad) de modo que baje a la calle y encontré dormido en un banco entre botellas de vidrio y charcos de orín a Jandrito. Alejandrito. Alejandro.
Alejandro Magno, su tocayo, y él sólo tenían en común (eso creía yo) ser analfabetos, pero más adelante descubrí que sus opciones sensuales eran gemelas por lo que a día de hoy sólo me falta montar en globo. Jandrito era lo que hoy la prensa llama un ni-ni (ni estudia ni trabaja) pero sería más correcto clasificarle como un ni elevado a alguna potencia porque ni estudiaba, ni trabajaba, ni pensaba, ni hacia cosa alguna que no fuese experimentar en su propio cuerpo con todo tipo de opiáceos y sustancias psicotrópicas el resultado de sus pócimas y brebajes más propios de un druida que de un perillán como él era. Un poeta sin bolígrafo de la generación beat.
Tuvo un trabajo de jardinero en Salchicharro que le duró una semana. El primer día se lo pasó buscando el cable y el enchufe para la azada y los seis restantes arrancando todo el estramonio que veía.
Concluido de aqueste breve modo su incursión en la permacultura (aportando al mulching un nuevo vector consistente en sestear encima de los cartones) así se cerró el único capítulo de cotizaciones a la Seguridad Social de sus veintisiete primaveras.
Rozando suavemente su mejilla con el envés de mi mano le desperté con dulzura diciéndole: “Jandrito, el petróleo se acaba”. Nosotros éramos tocadiscos de 45 rpm y el de apenas 33 por lo que andaba espeso para procesar frases que incluyeran subordinadas, era como si permanentemente estuviese saliendo de la anestesia sin llegar a espabilarse. Se encendió la chuta de un porro que tenia reservado entre la oreja y el parietal, ese lugar común de los lápices de cualquier tendero, y dijo :”Y a mi que me importa..ein?”
Yo le leí una lista con los más de tres mil productos de uso corriente en los que se usa el petróleo y el me observaba pastueño, diriase ausente, como una vaca viendo pasar un tren, pero alerta. Cuando nombré los medicamentos me espetó que a su progenitora sin Tranquimazin no había dios que la aguantase y él asimismo también tenía considerables conocimientos autodidactas en farmacopea. Le estaba ganando para la causa. El golpe definitivo fue cuando le hablé de algunos pegamentos con los que le gusta jugar vaciándolos en bolsas para meter después la nariz dentro. Ya tenía mi escudero y siguiendo el plan de Antonio Turiel debía convencer a un tipo normal, a un político y a un economista.
El primer objetivo fue alguien normal. Y ¿quién más normal que un cuñao?. Cobaya de lujo para mi experimento pues ya había hecho mis pinitos con él. Por ejemplo le utilizaba en materia cinematográfica como indicador contrarian. Si me decía de una película: “Es ques mu´lenta” me sacaba la entrada sin dudarlo. Era el típico español (atendiendo a los shares de audiencia) con querencia a las persecuciones de coches, las infografías de menisco y ligamentos, las faldas cortas y las bofetadas a sobaquillo a los malvados vietnamitas (los charlies, ya saben)
Empecé a hablarle despacio para darle tiempo a Jandrito de tomar apuntes pues vi que se llevó la mano a la oreja para coger el lápiz y a pedir papel a los tras*eúntes.
-Escucha cuñao…el petroleo se acaba, es una teoría sólida, refutada, científica y , por lo tanto falsable. Sabrás lo que es la falsabilidad de una teoría porque lo habrás discutido en el bar en una de esas francachelas intelectuales que mantenéis los socios del Atleti. Pero yo te lo recuerdo. Una teoría es falsable cuando existe un supuesto imaginario que derribe sus principios. Por ejemplo, si apareciese un fósil de gallina en el precámbrico mandaría a freir espárragos la teoría de la evolución.
- Pos como va a haber gallinas en el Cantábrico si no saben nadar…(respondió)
Con esta respuesta acababa de hundir a Darwin, a Morris, a Dawkins y a todos los evolucionistas que defendían la supervivencia del más apto. ¿Cómo sostener que esta máquina de supervivencia genética hubiese perdurado a través de milenios si era poco más que un lémur con gafas?
Comprendí que la razón no sería la herramienta adecuada de modo que pase a la acción directa, le quité las llaves del coche y le dije que se sacase el abono tras*porte y que comiese menos carne. Salí corriendo y me escondí en un cine de la calle Carretas. Estaba casi vacío y los pocos que había no paraban de cambiarse de sitio, como si todas las butacas fuesen incómodas. ¿Dónde estaba Jandrito?¿Por qué no corrió tras de mí?
El lémur debió chotarse a todo el mundo porque al poco rato me estaba llamando al móvil mi señora y no me sentía con fuerzas de responder. Silencié la llamada mientras un hombre maduro se sentaba a mi lado elogiando el tamaño de mis pestañas y la carnosidad de mis labios. A mi siniestra (llegó por fin) se sentó Jandrito y me dio la mano.
No recuerdo nada más.
Días después abdiqué de mi responsabilidad de evangelizar a los corrientes y decidí convertir al picolismo a los economistas, pues estos dirigen el mundo y los cuñaos harán lo que ellos digan. Mi vecino del cuarto siempre se lee las páginas salmón de los periódicos de modo que a falta de un titulado en económicas decidí cebarme con él. Llamé a su puerta con la excusa de pedirle un poco de perejil en rama y cuando me abrió para decirme que el no comía nada que no viniese en caja de cartón me metí en su hall acompañado de Jandrito.
Le dije que era urgente que hablásemos, que tenía algo importante que decirle y que cualquier aplazamiento sería catastrófico. Pasó por el salón su hija adolescente en pijama y a Jandrito se le dibujó una sonrisa estulta en la cara que dejaba ver una hilera de dientes con sarro de la última Nochevieja que parecían cupones del “Rasca y Gana” .
Era evidente que mi vecino estaba incómodo.
- Escucha vecino…vosotros los economistas creéis que manejáis una ciencia exacta pero andáis más perdidos que un pulpo en un garaje…no dirimís las causas de los efectos…si tu mujer se quejase porque tiene las berzas pequeñas le dirías que se frotase papel higiénico por el canalillo todos los días durante varios años…porque crees que lo que le ha funcionado con el ojo ciego valdrá igual para las berzas…y no es así. El método científico, la probabilidad bayesiana es otra cosa. Y el petróleo se acaba. Y las prótesis mamarias son de silicona. Y si el petróleo se acaba tu mujer se quedarápara siempre con esas berzas que parecen las lengüetas de unas Converse. ¿Comprendes el alcance del cenit…insensato..?
Cogió el teléfono para llamar a la policía y su señora descolgó un sable samurai que adornaba la boisserie. Salí de najas. Turiel se hubiese avergonzado de mí. Pero ante todo soy una máquina de supervivencia.
De Jandrito no he vuelto a tener noticias.
Un político de alto nivel me hacía falta como semilla que cambiase el mundo, o un alcalde, o un concejal. Al final fui a evangelizar a Ruperto, el kiosquero, que llevaba votando al PSOE desde que Isidoro vestía de pana.
Al verme azorado, Ruperto me alcanzó la prensa sicalíptica que alivia mis cuarentenas trimestrales envuelta en el Muy Interesante creyendo que era ese el motivo de mi visita.
- No Ruperto, no. Te he elegido a ti como depositario de una nueva. A ti que has pegado carteles de campaña y vives en la calle Niceto Alcalá y sabes que diario lee cada ciudadano de este barrio te he elegido porque debes propalar a todos tus clientes, conocidos y allegados que Hubbert estaba en lo cierto y que para mantener la población actual debemos adaptarnos a una maceta por persona y a una bicicleta por comunidad…
- Y eso me lo dices subido en tu moto…anda coge las revistas que por allí viene tu mujer.
- Voto a Brios.
Ya no tenía escudero y la disociación esquizoide que se operaba en mi cabeza me llevaba a decir Voto a Brios cuando yo siempre he sido de cagarme en la fruta de oros.
No sería fácil completar la metamorfosis de una sociedad impermeable a los nuevos vientos del cambio. Al volver a casa cogí un ***eto de viajes low cost pensando en abreviar mi cuarentena marital y replicar otro pequeño Ferroviario que volviese del futuro para organizar la resistencia en la Tierra.