Andanzas y desventuras del Caballero Pikoil

FERROVIARIO

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Andanzas y desventuras del Caballero Pikoil

Tras las múltiples y acongojantes lecturas picoleras sobre el fin del petróleo, creo que estoy perdiendo de algún modo la chaveta o, tal vez por el contrario, estoy tras*ido de un espíritu crítico sin igual que me eleva por encima de los mortales y debo, no obstante, encomendarme a desfacer entuertos, desasnar herejes y convertir neoliberales.
El tiempo lo dirá.

Valga pues esta crónica como uno de los primeros combates cuerpo a cuerpo entre picoleros y tierraplanistas ( no confundir picoleros con picoletos, pues a estos últimos si se les mete entre las cejas y esa máquina de escribir que llevan en la cabeza como ignominioso sombrero dejar la Tierra plana a base de palos a fe mía que la dejan como la masa de una pizza)

Dejaré que los acontecimientos fluyan en un torrente de palabras, tributo y mosaico de la epifanía que me sobrevino durante el cálido agosto que me tras*muto en el Alonso Quijano energético que tanta falta hacía para decrecer sistemas y despertar conciencias. Todos aquellos de ustedes que no han sido carne de billares y promesas del futbolín durante los años de colegio no ignoran que existen genes dominantes y genes recesivos (¿recuerdan al tipo ese de los guisantes de colores que era cura o algo así?) y aquellos que siguieron estudiando y se hicieron biólogos y ahora están en paro saben además que no es fácil delimitar donde empieza y acaba un gen. De modo que una persona podría ser considerado un solo gen dominante (verbigratia mi señora) y otro ser humano completo conformaría un único gen o gene recesivo o calzonazos (ustedes y yo sin ir más lejos). Pero sin embargo (Oh, sin embargo) ese determinismo genético puede ser alterado con esfuerzo, dedicación y templanza. La naturaleza no ayuda pero es un camino de perfección, una ascesis personal que empieza con pequeñas escaramuzas contra las comunidades de genes alelos que viven en casa y nos mandan a comprar el pan.

La primera batalla con mi contrincante biológico, alias “la Alférez O´Neil” se fraguó tras una discusión casera de 7 domomagnitudes en la Escala Roper (escala logarítmica, ojo que crece como la deuda) al afirmar mi media costilla que el coche tenía más cosa que el columpio de un loro y yo debía limpiarlo. Yo repuse que una vez pasado el cenit del petróleo es una pérdida de tiempo (“como quien se la menea a un muerto”- fue mi agresiva respuesta textual, tengan en cuenta que estaba en plena escalada verbal y arredrarse se considera pusilanimidad) dedicarse a esos menesteres. Y, además, constreñir a un hombre con mis capacidades intelectuales y físicas a tan serviles e impropias tareas sería como pretender meter a Tarzán en un geranio.

Las luchas diplomáticas a menudo ocultan razones soterradas y es bien sabido que el mayor rival de una especie es otro miembro de su misma especie, pues compiten por exactamente los mismos recursos; y nosotros queríamos el mando a distancia de la televisión. Yo para ver la Supercopa y ella el Sálvame de luxe.

El piso, el hogar, el nidito…es una prolongación del útero que domina todo el super-yo femenino. Es su terreno. Por eso allí perdemos todas las batallas. En cambio el coche es el trofeo masculino por antonomasia que blandimos triunfadores con un brazo asomando por la ventanilla ante la legión de féminas ojipláticas de caramelizada lencería sotombligo ante el empuje de nuestros corceles mecánicos, infalsificable prueba de nuestra valía como proveedores victoriosos.

Puede que algunos piensen que esto es una justificación pseudo psicológica de la razón para bajar a limpiar el coche, pero se equivocan. Había en el cristal delantero escrito con el dedo sobre el primer estrato de humus una frase afortunada: “Ojalá mi novia fuese tan juca”…Ah. Me hizo pensar y añorar los tiempos en los que el sesso era rápido y sucio. Ahora sin pasar antes por el bidet y meterme en la bañera con diez pastillas del método Milton era imposible siquiera imaginar iniciar aproximamientos para intercambiar fluidos con mi esclava sensual. Le hice un lavado a conciencia al carro que me llevó casi un cuarto de hora mientras preparaba mi segundo ataque contra mi santa madurando los envites. Si a mi me hacía ponerme las pantuflas de conejo antes de entrar en casa para no rallar el parqué yo le haría a ella y a su progenitora ponerse las nórdicas antes de entrar al coche.
Con un par.
Ojo por ojo.
Mis antepasados no se jugaron la vida cazando mamuts para que yo entregase sus conquistas.
A pesar de estar sudado por el ímprobo esfuerzo realizado decidí subir en ascensor esperando ir solo. Paró en el segundo y se subieron la vecina opusina esposa del vocal de la escalera con su niña de nueve años. La bocachancla de la niña dijo en voz alta que el ascensor olía a pony. Yo me miré la punta de los pies hasta llegar a casa.

Mi resiliencia flaqueaba.

Al entrar por la puerta estaban mi alelo y su ascendiente XX (que me miró con una mezcla de conmiseración y ardor de estomago diciéndome que tenía más roña que la tirita de un mecánico) sentadas en la chaislong o como demonios se escriba cloqueando ante un testigo mudo y hermético (el ascendiente XY, mi suegro, que prefería cogerme una cerveza alemana caliente del trastero antes que una de ofertón fría que le dejaba en la nevera cuando sabía que venía)

Fui a la despensa a sacar una bolsa de patatas fritas con sabor a jamón presunto (nombre ad hoc donde los haya) y esconder el queso en la caja del árbol de navidad cuando comprendí que el enemigo era demasiado poderoso y que debía, en pos de mayor gloria, ir catequizando menores objetivos dejando a Luzbel para el final. Necesitaba un escriba, un testigo, un escudero fiel que relatase mis hazañas a terceros (pues hablar bien de uno mismo es inmodestia y hacerlo mal es poquedad) de modo que baje a la calle y encontré dormido en un banco entre botellas de vidrio y charcos de orín a Jandrito. Alejandrito. Alejandro.
Alejandro Magno, su tocayo, y él sólo tenían en común (eso creía yo) ser analfabetos, pero más adelante descubrí que sus opciones sensuales eran gemelas por lo que a día de hoy sólo me falta montar en globo. Jandrito era lo que hoy la prensa llama un ni-ni (ni estudia ni trabaja) pero sería más correcto clasificarle como un ni elevado a alguna potencia porque ni estudiaba, ni trabajaba, ni pensaba, ni hacia cosa alguna que no fuese experimentar en su propio cuerpo con todo tipo de opiáceos y sustancias psicotrópicas el resultado de sus pócimas y brebajes más propios de un druida que de un perillán como él era. Un poeta sin bolígrafo de la generación beat.

Tuvo un trabajo de jardinero en Salchicharro que le duró una semana. El primer día se lo pasó buscando el cable y el enchufe para la azada y los seis restantes arrancando todo el estramonio que veía.
Concluido de aqueste breve modo su incursión en la permacultura (aportando al mulching un nuevo vector consistente en sestear encima de los cartones) así se cerró el único capítulo de cotizaciones a la Seguridad Social de sus veintisiete primaveras.

Rozando suavemente su mejilla con el envés de mi mano le desperté con dulzura diciéndole: Jandrito, el petróleo se acaba”. Nosotros éramos tocadiscos de 45 rpm y el de apenas 33 por lo que andaba espeso para procesar frases que incluyeran subordinadas, era como si permanentemente estuviese saliendo de la anestesia sin llegar a espabilarse. Se encendió la chuta de un porro que tenia reservado entre la oreja y el parietal, ese lugar común de los lápices de cualquier tendero, y dijo :”Y a mi que me importa..ein?”

Yo le leí una lista con los más de tres mil productos de uso corriente en los que se usa el petróleo y el me observaba pastueño, diriase ausente, como una vaca viendo pasar un tren, pero alerta. Cuando nombré los medicamentos me espetó que a su progenitora sin Tranquimazin no había dios que la aguantase y él asimismo también tenía considerables conocimientos autodidactas en farmacopea. Le estaba ganando para la causa. El golpe definitivo fue cuando le hablé de algunos pegamentos con los que le gusta jugar vaciándolos en bolsas para meter después la nariz dentro. Ya tenía mi escudero y siguiendo el plan de Antonio Turiel debía convencer a un tipo normal, a un político y a un economista.

El primer objetivo fue alguien normal. Y ¿quién más normal que un cuñao?. Cobaya de lujo para mi experimento pues ya había hecho mis pinitos con él. Por ejemplo le utilizaba en materia cinematográfica como indicador contrarian. Si me decía de una película: “Es ques mu´lenta” me sacaba la entrada sin dudarlo. Era el típico español (atendiendo a los shares de audiencia) con querencia a las persecuciones de coches, las infografías de menisco y ligamentos, las faldas cortas y las bofetadas a sobaquillo a los malvados vietnamitas (los charlies, ya saben)
Empecé a hablarle despacio para darle tiempo a Jandrito de tomar apuntes pues vi que se llevó la mano a la oreja para coger el lápiz y a pedir papel a los tras*eúntes.

-Escucha cuñao…el petroleo se acaba, es una teoría sólida, refutada, científica y , por lo tanto falsable. Sabrás lo que es la falsabilidad de una teoría porque lo habrás discutido en el bar en una de esas francachelas intelectuales que mantenéis los socios del Atleti. Pero yo te lo recuerdo. Una teoría es falsable cuando existe un supuesto imaginario que derribe sus principios. Por ejemplo, si apareciese un fósil de gallina en el precámbrico mandaría a freir espárragos la teoría de la evolución.

- Pos como va a haber gallinas en el Cantábrico si no saben nadar…
(respondió)


Con esta respuesta acababa de hundir a Darwin, a Morris, a Dawkins y a todos los evolucionistas que defendían la supervivencia del más apto. ¿Cómo sostener que esta máquina de supervivencia genética hubiese perdurado a través de milenios si era poco más que un lémur con gafas?
Comprendí que la razón no sería la herramienta adecuada de modo que pase a la acción directa, le quité las llaves del coche y le dije que se sacase el abono tras*porte y que comiese menos carne. Salí corriendo y me escondí en un cine de la calle Carretas. Estaba casi vacío y los pocos que había no paraban de cambiarse de sitio, como si todas las butacas fuesen incómodas. ¿Dónde estaba Jandrito?¿Por qué no corrió tras de mí?

El lémur debió chotarse a todo el mundo porque al poco rato me estaba llamando al móvil mi señora y no me sentía con fuerzas de responder. Silencié la llamada mientras un hombre maduro se sentaba a mi lado elogiando el tamaño de mis pestañas y la carnosidad de mis labios. A mi siniestra (llegó por fin) se sentó Jandrito y me dio la mano.
No recuerdo nada más.

Días después abdiqué de mi responsabilidad de evangelizar a los corrientes y decidí convertir al picolismo a los economistas, pues estos dirigen el mundo y los cuñaos harán lo que ellos digan. Mi vecino del cuarto siempre se lee las páginas salmón de los periódicos de modo que a falta de un titulado en económicas decidí cebarme con él. Llamé a su puerta con la excusa de pedirle un poco de perejil en rama y cuando me abrió para decirme que el no comía nada que no viniese en caja de cartón me metí en su hall acompañado de Jandrito.

Le dije que era urgente que hablásemos, que tenía algo importante que decirle y que cualquier aplazamiento sería catastrófico. Pasó por el salón su hija adolescente en pijama y a Jandrito se le dibujó una sonrisa estulta en la cara que dejaba ver una hilera de dientes con sarro de la última Nochevieja que parecían cupones del “Rasca y Gana” .
Era evidente que mi vecino estaba incómodo.

- Escucha vecino…vosotros los economistas creéis que manejáis una ciencia exacta pero andáis más perdidos que un pulpo en un garaje…no dirimís las causas de los efectos…si tu mujer se quejase porque tiene las berzas pequeñas le dirías que se frotase papel higiénico por el canalillo todos los días durante varios años…porque crees que lo que le ha funcionado con el ojo ciego valdrá igual para las berzas…y no es así. El método científico, la probabilidad bayesiana es otra cosa. Y el petróleo se acaba. Y las prótesis mamarias son de silicona. Y si el petróleo se acaba tu mujer se quedarápara siempre con esas berzas que parecen las lengüetas de unas Converse. ¿Comprendes el alcance del cenit…insensato..?

Cogió el teléfono para llamar a la policía y su señora descolgó un sable samurai que adornaba la boisserie. Salí de najas. Turiel se hubiese avergonzado de mí. Pero ante todo soy una máquina de supervivencia.
De Jandrito no he vuelto a tener noticias.

Un político de alto nivel me hacía falta como semilla que cambiase el mundo, o un alcalde, o un concejal. Al final fui a evangelizar a Ruperto, el kiosquero, que llevaba votando al PSOE desde que Isidoro vestía de pana.

Al verme azorado, Ruperto me alcanzó la prensa sicalíptica que alivia mis cuarentenas trimestrales envuelta en el Muy Interesante creyendo que era ese el motivo de mi visita.

- No Ruperto, no. Te he elegido a ti como depositario de una nueva. A ti que has pegado carteles de campaña y vives en la calle Niceto Alcalá y sabes que diario lee cada ciudadano de este barrio te he elegido porque debes propalar a todos tus clientes, conocidos y allegados que Hubbert estaba en lo cierto y que para mantener la población actual debemos adaptarnos a una maceta por persona y a una bicicleta por comunidad…
- Y eso me lo dices subido en tu moto…anda coge las revistas que por allí viene tu mujer.
- Voto a Brios.


Ya no tenía escudero y la disociación esquizoide que se operaba en mi cabeza me llevaba a decir Voto a Brios cuando yo siempre he sido de cagarme en la fruta de oros.
No sería fácil completar la metamorfosis de una sociedad impermeable a los nuevos vientos del cambio. Al volver a casa cogí un ***eto de viajes low cost pensando en abreviar mi cuarentena marital y replicar otro pequeño Ferroviario que volviese del futuro para organizar la resistencia en la Tierra.
 
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DE COMO CONTINUAN LAS HAZAÑAS DEL CABALLERO PICOIL



Habiendo perdido contacto y noticia de mi fiel escudero Jandrito decidí, sin hacer aprecio de mi propia vida, minorar el impacto energético en mis congéneres empujándoles, a su pesar si fuese menester, hacia una tras*ición no traumática de modo que, a instancias de un video de Antonio Turiel que esbozaba la posibilidad de convertir la grasa humana en combustible acudí a ese remedo humano de reunión de morsas en la Patagonia que son las hamburgueserías multinacionales.

Me preparé para mi nuevo deporte de riesgo con una cánula y una jeringa tocha para extraer la grasacas de los fanegas que allí se ceban y con un frasco de cloroformo y un pañuelo por reducir su dolor mediante desmayo a la par que proteger mi maltrecha figura de sus probables estertores y coletazos de angustia. Bauticé Lorzing al nuevo método de Fischer Troops para obtener energía. Entré en uno de ellos con una M muy grande y me sorprendió gratamente la sinceridad de su logo pues, en efecto era una M muy grande lo que allí se comía. Este sosías de capitán Acab que a ustedes relata sus cuitas avistó un cetáceo terrestre , blanco a su vez como Moby Dick pero rosado de mofletes (como un albino Louis Armstrong soplando la trompeta o esos angelotes que hinchaban los carrillos en los cuadros de Murillo en aquella canción de inmarcesible letra que alegraba tunas y envilecía estudiantes)

¡Ave María purísima¡ mascullé para mis adentros calculando la tasa de retorno del Gozilla ese de triple papada que comía aros de cebolla como un pacman enloquecido. Si pudiese extraerle la grasa del abdomen podríamos continuar la carrera espacial varios años. Yo, el caballero Picoil, al igual que el protagonista de El Perfume iba a obtener un combustible esencial que volviese obsoleto el repostaje de los submarinos nucleares. Salté a la chepa de Moby mientras pulsaba el fluxor del mingitorio intentándole cubrir la boca y la nariz con el trapo empapado de cloroformo pero el tipo se lo comió igual que los aros cebolleros, a pesar de ser treintagenario no había perdido el reflejo de succión ni el de jovenlandés, pues intentaba abrazarme con muy malas intenciones. Aguantar allí arriba era como domar un mustang con una guindilla en el tercer ojo por lo que caí de bruces en un rincón del excusado mientras el triceratops empezaba a ponerse verde y a trastabillar. El cloroformo hacía su efecto, pero ingerido. Yo no me preocupaba por su salud (si él no lo hacía comiendo esa porquería no lo iba a hacer yo) sólo por el octanaje que tendrían su grasas tras esa mezcla diabólica.
Al caer al suelo me di cuenta de que no podía arrastrar semejante mole con los medios actuales sin ayuda extraterrestre por lo que opté por dejarle allí y planear el siguiente experimento con más proyección. Al fin y al cabo mis lecturas económicas habían performado mi inteligencia de modo que sólo planeaba a horas vista y a menudo ni eso.


Cabizbajo y meditabundo volví sobre mis pasos con el peso del fracaso sobre mis enjutos hombros…¡Oh Atlas picolero que sobre tu solitaria espalda cargas la responsabilidad del futuro¡ ¡Oh Sísifo de Salchicharro¡ ¿acaso no quedan ya treinta y seis justos que sujeten el mundo? Así me lamentaba yo postrado de hinojos en la calle Antonio Saura mientras mi vaso de café se iba llenando de monedas que arrojaban los tras*eúntes. ¡Voto a Pentapolín el del Arremangado Brazo¡ ¿creen que soy un pedigüeño como los editores de crisisenergética? Cuando iba a arremeterles con la escobilla del váter que me había llevado del Burguer divisé la silueta a contraluz del atardecer salchicharrense de Jandrito cimbreándose al compás del suave céfiro que acariciaba su cuerpo como los dedos de un dios tañen un arpa mientras él, indolente y caprichoso, se hurgaba la nariz con una mano y se rascaba el sobaco con la otra.

-Jandro, Jandrito, mi fiel escudero…has sobrevivido a la katana de la ojo ciego rellenito…he de hacerte caballero también. Como eres pequeño serás Caballero Pikolin, como los colchones….¿te gusta Jandrito?...esta noche velarás tus armas en la plaza de Salchicharro …toma la escobilla y ponte en la cabeza este escurridor de espaguetis que he comprado en los chinos…espera que te voy a hacer una foto con el móvil.


Jandrito no quería velar sus armas solo a la intemperie por lo que, a pesar de su falta de ortodoxia, le deje hacerlo dentro de mi SEAT supermirafiori acompañado de la hija del economista. Algo inquieto por el movimiento del vehículo y por el vaho interior me asomé sin hacer ruido por la ventanilla temiendo por la falta de oxígeno en el interior del habitáculo cuando les vi enroscados como serpientes en el asiento trastero. Me expliqué el paradójico romance entre la bella y el yonqui cuando observé sobrecogido que Jandrito tenía un miembro como un calcetín lleno de tierra y una lengua para pegar carteles de toros, ella resoplaba como una ballena jorobada en esos episodios de siete minutos sin repetir fonemas que dan la vuelta al mundo por las aguas oceánicas y él, al terminar, se limpió con el tapete de ganchillo que tenía el salpicadero debajo del muñeco de El Fary.

Ya es hombre mi Jandrito, pensé mientras decidía que hacer con el tapete.
Al día siguiente me propuse como su mentor y empecé a descubrirle el mundo.

- Escucha Pikolin, no debes desviar tus energías en las mujeres pues ellas sólo buscan tu celosamente guardada virtud. El hecho de que tengas un prepucio como la cabeza de un gato hace que te persigan toriondas como vacas en celo pues saben que podrías hacer bufar a una colipoterra multípara de Las Vegas, pero tu tienes una misión…¡El Pico¡
- Ottia¡…yo picos me he metido un puñao maese Ferroviario
- Lo sé pequeña bestezuela…escucha, yo he añadido a mi nombre el nombre de mi patria, Picoil de Salchicharro, como los siete sabios de Grecia…Quilón de Esparta, Bías de Priene, Cleóbulo de Lindos, Periandro de Cor. …¿te suenan Jandrito?
- ¿siete?mmm…¿sabio?...si de Blancanieves, uno se llamaba mudito.
- Da gusto el placer que se experimenta al comprobar que los recursos estatales destinados a educación son acrisolados en eminencias como tu. Serás Jandrito de San Blas…¿Qué nombre tiene tu amada?...tu chorba.
- La Vane…de Bronxtoles.
- Estupendo, coge el dinero del vaso de café y vamos a celebrar tu nombramiento.


Fuimos a su casa a bebernos el Jack Daniel del padre porque las monedas sólo dieron para un paquete de Camel. Tras media botella le expuse mi plan de ser autosuficientes energéticamente, como hacía Ghandi con la ropa (Jandrito no había visto la película de Ghandi y por no saturarle las neuronas le dije que era como ET con gafas) para no depender de los ingleses, de modo que cultivaríamos nuestra propia palma en alfeizares, terrazas y armarios para conseguir biocombustible. De un salto felino abrí su armario y le empecé a arrancar toda la marihuana que criaba a sus pechos en tan exiguo espacio, él chillaba como un poseso con ojos enrojecidos de conejo con mixomatosis, le aticé con la obscena figurita de Lladró de una ninfómana frotándose en un tronco que había sobre la tele por ganar tiempo y, cuando Jandrito recuperó la conciencia yo había separado las raíces de los cepellones y estaba echando las nuevas semillas.

Desde aquel día Jandrito no volvió a ser el mismo, estaba triste, melancólico, taciturno. Me miraba rencoroso. Como un gato capado.

-La energía ni se crea ni se destruye Pikolin, sólo se tras*forma…por ejemplo con el metano de un pedo puedes encender una bombilla…
- Yo llevo un pedo sostenido desde que la mili se hacía con lanza (dijo Jandrito)
- Lo se, lo se…no me refiero a ese…lo tuyo es una ligadura de trompas en versión masculina porque enlazas una con otra sin tiempo para la resaca, me refiero a los gases que provocan las digestiones, en especial de alubias…cada frijolito es un tonito, dicen en Méjico. Ese vector energético también hay que aprovecharlo incluso, llámame quimérico si quieres , creo que con la capacidad de aspiración nasal tuya y de tus colegas curtida por años de adicción, podríais extraer bitumen de las arenas asfálticas con las pajitas del MacDonald ahorrando agua y reduciendo emisiones mientras pasáis unas alegres vacaciones en Alberta.


Me miró ausente, sin saber quien era Alberta, yo pase la mano por su lomo como acostumbra a hacer el resabiado pastor acomodado en el nudo de un rebollo con el costado de su fiel perro jadeante tras encerrar en el redil a sus ovejas diciéndole : “No llores mi porrero Boabdil por tu marihuana perdida que si te hubiese endiñado con el cenicero de alabastro a estas horas no sabrías ni liarte un canuto”

Y de aqueste modo pasaban los días en Salchicharro mientras los ciudadanos dilapidaban los pírricos ahorros de Picoil y Pikolin cogiendo el todoterreno para ir a comprar el pan, ignaros en su bendita inocencia, de que pronto iban a pasar más hambre que el gallo Morón que picaba los raíles del tren creyendo que eran fideos.
 
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