Lenina
Charizard
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Mi familia materna proviene del rural gallego.
Seamos claros: la vida en una aldea gallega en tiempos de postguerra era dura de huevones. En un tiempo donde caían nevadas tremendas, no había calefacción más que el hogar, no había atención médica casi de ningún tipo, y para todas las diversas dolencias, enfermedades, accidentes, tenía que valer el remedio casero, porque no llegaban las carreteras y el médico tardaba días en llegar a la aldea subido a un mulo o un burro... Imaginadlo.
Sí, mis abuelos tenían tierras, gallinas, cerdos, vacas. Pero su comida diaria era caldo, patatas y verduras, con un trozo de tocino para darle gusto. El pan, de maíz o de centeno, que el pan blanco era un lujo asiático. Achicoria en vez de café, y el azúcar contado. La tortilla, en días de fiesta; la carne, un lechón para un año con 14 personas comiendo en casa; sí, pollos de vez en cuando, si la cosecha de maíz había sido provechosa y había suficiente para alimentarlos, y así con todo. Los bemoles, los cerdos, los pollos, los terneros, había que venderlos para comprar zapatos, abrigos, libros para el colegio, medicamentos, etc. Mi progenitora iba con las vacas a llevarlas a pastar con un trozo de pan, y si había hambre, a apretar la ubre de la vaca y sacar un chorreón de leche directo a la boca. No había más.
Ahora, con todas sus miserias y carencias, que con el fin de la posguerra se fueron apaciguando, vivían en un entorno sano, cohesionado, lleno de juventud y muy vivaz. Había bailes, romerías, fiestas. Pero no había sitio para todos. Mi abuela tuvo que ir empujando a sus hijos uno a uno fuera del nido, para que se buscaran la vida. No había otro remedio.
¿Era mejor esa vida a la ciudad de hoy? Lo que es seguro es que era más cercano a nuestra esencia humana. Mi progenitora lo recuerda como una época muy feliz. Si nos quedamos en facilidad, por supuesto que la vida moderna gana por goleada, pero antes con la tierra era suficiente para malvivir. Hoy en día, estudiando una carrera, apenas te da para pagarte el techo de una gran ciudad y un roñoso patinete eléctrico, si no sube más la luz. Y peor se va a poner. Así que el campo se perfila hoy en día como un pequeño reducto de libertad y espacio, teñido de un aura de romanticismo. Pero sin ningún ingreso, de cualquier tipo, hoy en día no se puede vivir en el campo.
Seamos claros: la vida en una aldea gallega en tiempos de postguerra era dura de huevones. En un tiempo donde caían nevadas tremendas, no había calefacción más que el hogar, no había atención médica casi de ningún tipo, y para todas las diversas dolencias, enfermedades, accidentes, tenía que valer el remedio casero, porque no llegaban las carreteras y el médico tardaba días en llegar a la aldea subido a un mulo o un burro... Imaginadlo.
Sí, mis abuelos tenían tierras, gallinas, cerdos, vacas. Pero su comida diaria era caldo, patatas y verduras, con un trozo de tocino para darle gusto. El pan, de maíz o de centeno, que el pan blanco era un lujo asiático. Achicoria en vez de café, y el azúcar contado. La tortilla, en días de fiesta; la carne, un lechón para un año con 14 personas comiendo en casa; sí, pollos de vez en cuando, si la cosecha de maíz había sido provechosa y había suficiente para alimentarlos, y así con todo. Los bemoles, los cerdos, los pollos, los terneros, había que venderlos para comprar zapatos, abrigos, libros para el colegio, medicamentos, etc. Mi progenitora iba con las vacas a llevarlas a pastar con un trozo de pan, y si había hambre, a apretar la ubre de la vaca y sacar un chorreón de leche directo a la boca. No había más.
Ahora, con todas sus miserias y carencias, que con el fin de la posguerra se fueron apaciguando, vivían en un entorno sano, cohesionado, lleno de juventud y muy vivaz. Había bailes, romerías, fiestas. Pero no había sitio para todos. Mi abuela tuvo que ir empujando a sus hijos uno a uno fuera del nido, para que se buscaran la vida. No había otro remedio.
¿Era mejor esa vida a la ciudad de hoy? Lo que es seguro es que era más cercano a nuestra esencia humana. Mi progenitora lo recuerda como una época muy feliz. Si nos quedamos en facilidad, por supuesto que la vida moderna gana por goleada, pero antes con la tierra era suficiente para malvivir. Hoy en día, estudiando una carrera, apenas te da para pagarte el techo de una gran ciudad y un roñoso patinete eléctrico, si no sube más la luz. Y peor se va a poner. Así que el campo se perfila hoy en día como un pequeño reducto de libertad y espacio, teñido de un aura de romanticismo. Pero sin ningún ingreso, de cualquier tipo, hoy en día no se puede vivir en el campo.