Me parece muy buen artículo sobre la situación de Mieres y de Asturias en general:
"Cuando yo nací, en 1957, Mieres era una villa muy vital, con muchísimo... La palabra que me sale es ‘bullicio’ en el sentido no de ruido, sino de muchísima actividad. Todo el mundo iba o venía del trabajo. Recuerdo perfectamente que a las 7 de la mañana todas las amas de casa, que entonces...
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ANA ESTHER Y LOS NIÑOS QUE QUERÍAN SER PREJUBILADOS DE MAYORES
Eduardo Lagar
31·12·23 | 04:00
Ana Esther Velázquez, en una de las salas donde se expone la impresionante colección de arte contemporáneo del IES Bernaldo de Quirós.
Ana Esther Velázquez, directora del Instituto Bernaldo de Quirós de Mieres. Nació en 1957 en Mieres, se crio y vive en la calle Manuel Llaneza. Se doctoró en Filosofía, con una tesis sobre el problema del alma en Platón, en la Pontificia de Salamanca. Estuvo doce años en el IES de Moreda y hace 30 se incorporó al Bernaldo de Quirós, donde había hecho COU.
"Cuando yo nací, en 1957, Mieres era una villa muy vital, con muchísimo... La palabra que me sale es ‘bullicio’ en el sentido no de ruido, sino de muchísima actividad. Todo el mundo iba o venía del trabajo. Recuerdo perfectamente que a las 7 de la mañana todas las amas de casa, que entonces había muchísimas, estaban ya sacudiendo las gamuzas por la ventana. A las 8 de la mañana ya estaba el mercado instalado. Una de las cosas que más me llaman la atención cuando voy a Salamanca a estudiar Filosofía es que a las 9 de la mañana las persianas de las casas están bajadas y las tiendas cerradas. Solo íbamos los estudiantes por la calle. A mí aquello me chocaba muchísimo. Y ahora estamos así nosotros en Mieres".
"Cuando vuelvo de Salamanca, ya en el año 79, noto que está empezando a bajar la actividad en Mieres. A finales de los 60, mediados de los 70, había habido una diáspora, sobre todo hacia Gijón, de buena parte de la población. Recuerdo la desaparición de Fábrica de Mieres. A partir del año 81, ya empieza a haber muchos jubilados. Pero todavía había actividad minera. Hacia 1985-86, yo tengo un alumno en el Instituto de Moreda que me dice: ‘Yo estoy aquí haciendo puntos porque quiero entrar en la mina’. Desgraciadamente fue uno de los 14 que murieron en Nicolasa. Lo recuerdo perfectamente".
"Pero eran los últimos coletazos. Después ya vinieron las prejubilaciones y todo lo demás. Fíjate, hay un dato interesante. Nosotros, en el último año que estuve en el instituto de Moreda, hicimos un pequeño estudio correlacionando las actividades de los padres con el nivel de éxito académico de los chicos. Y el resultado fue un estudio muy pedestre porque, simplemente, cogíamos los datos que teníamos de la actividad familiar y los resultados académicos. Nos sorprendió muchísimo porque los alumnos que tenían mejores resultados eran los hijos de trabajadores de tipo medio: oficinistas, trabajadores de la banca, personas que, digamos, habían progresado, para quienes todavía la educación era un ascensor social. Sin embargo, los que peor resultados tenían eran los hijos de jubilados y prejubilados, que ya empezó a haber muchos de aquella. Estoy hablando de 1992-93. Es decir, cuando empiezan ya las prejubilaciones, empieza a haber alumnos que dicen: ‘yo de mayor quiero ser prejubilado’".
Efectos de un colchón
"El proceso de desindustrialización tuvo el colchón de las prejubilaciones. Eso tuvo un efecto después que sí pudimos percibir. Por una parte, seguía habiendo un nivel económico importante. Sobre todo al principio, la gente seguía ganando bastante dinero. Los salarios de la minería, dadas las características de ese trabajo, eran elevados en personas que a veces tenían cualificación, pero muy a menudo no la tenían. Era muy difícil que nuestros alumnos entendieran que ellos tenían que esforzarse mucho para llegar a tener una cualificación superior a la de sus padres y, probablemente, ganar bastante menos. Eso creó un clima que hacía todo muy difícil. Lo percibía en las clases. Se notaba al hablar con los chavales".
"Las personas aprendemos, por supuesto, en los centros educativos. Pero sobre todo y fundamentalmente, lo más importante de la vida lo aprendemos por ósmosis. Y si lo aprendemos cuando somos muy pequeños, lo aprendemos en casa. Entonces, cuando tenemos el ejemplo de unos padres que trabajan, que tienen que esforzarse, que llegan cansaos a casa y te dicen lo que a nosotros nos decían: ‘A ver, nena, que esto cuesta mucho ganalo’, uno toma conciencia de que el esfuerzo es algo importante. Cuando cuesta ganalo es una cosa, y cuando no cuesta ganalo, es otra".
"Hubo una especie de desintentivación del estudio. Esto es un proceso general, no solamente de las Cuencas. Aquí se ve con mucha más crudeza porque se cerraron las minas y no se sustituyó por ninguna otra cosa, por decirlo de forma un poco gruesa. Aquí se notó mucho más pero, en general, la educación dejó de ser un ascensor social en España. Lo fue para mi generación, incluso para los que vinieron una o dos décadas después, pero después ya no".
"Probablemente porque en España se apostó por la educación universitaria y se desmanteló en los años 80 la Formación Profesional. Formarse era ser universitario. Y eso creó muchas frustraciones. Resultó que estábamos sobrecualificados y, además, nos encontramos con que no había un tejido profesional que se estaba empezando a demandar. Porque uno no crea trabajadores cualificados de la noche a la mañana. Todavía ahora hay familias que tienen muchos prejuicios con la FP. Y es una formación de éxito, sobre todo en determinadas familias profesionales".
Una sensación terrible
"Ahora aquí estamos en una situación muy difícil, en buena medida de descomposición social, económica. Es la sensación que tengo y no solo es la mía, es compartida con gente con la que hablo. Mieres, esta cuenca, y quizá también la otra, pero probablemente en menor medida, es como si nos estuviéramos muriendo poco a poco. Esta es la sensación y es terrible. Yo aposté por volver aquí, porque Mieres, aparte de que estaba mi familia y tanto mi marido como éramos de Mieres, era un sitio estupendo para criar niños. Tiene un tamaño muy adecuado, es un sitio tranquilo, está bien comunicado. Pero Mieres no puede ser solo una ciudad dormitorio. Uno va por la calle y casi cada día ve un local nuevo cerrado. Y nuestros hijos se van".
"La impresión que tengo al menos desde aquí es que en la otra cuenca todavía hay proyecto o cierto proyecto, porque en las últimas décadas se cuidó la diversificación mucho más que aquí. Probablemente por decisiones tanto internas del propio ayuntamiento o la propia mancomunidad –hubo una organización del territorio muy importante allí– como por decisiones autonómicas. En Mieres tenemos la percepción de que todos los proyectos interesantes, por no decir todos los proyectos, se van a la otra cuenca. Incluso proyectos empresariales. Es decir, en la otra cuenca se dio un sentido a Valnalón, que aquí no hay, y hay una empresa, Capgemini, que es potentísima. Aquí no hay nada semejante y te encuentras con que el último gran proyecto que vino aquí, fíjate tú los años, fue la Thyssen. Y mira cómo está. Aquí no viene nada y esa es una queja que se oye en la calle. Hay una impresión de que, deliberadamente o no, voy a dejarlo así, no voy a hacer juicios de intenciones, se está potenciando activamente la otra cuenca".
"Algunas cosas sí hay, como por ejemplo, un centro asociado del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), aquí en el Campus. Pero parece como si no hubiera interés en dar a conocer esas cosas interesantísimas. Hace poco estuve con unos profesores de Física y Química en un laboratorio magnífico que tiene Hunosa en Ujo y no lo conoce nadie. Es un laboratorio de procesos, de análisis de combustión, un laboratorio homologado de los que hay muy pocos. Es pequeño, pero es muy potente y no lo conoce nadie. Te digo más, el Instituto Bernaldo de Quirós, donde yo estoy, tiene una colección impresionante de arte, que no tiene ningún instituto de España. La conoce muy poquita gente y a base de un esfuerzo tremendo nuestro por darlo a conocer casi persona a persona. Entonces, hay cosas, no muchas. Pero hay cosas en Mieres que hay que poner en valor. Y ni se traen cosas ni se ponen en valor las que tenemos".
El duelo y el punto de no retorno
"Hay una tendencia, hay una especie de inercia social, una sensación de derrotismo que es muy peligrosa. El miedo que a mí me da, y esto lo he hablado con muchas personas, es que está llegando un momento crítico, un punto de no retorno. En el sentido de que haya una masa crítica, tanto de pérdida de población como de pérdida de actividad como de desmoralización. Hay una especie de desmoralización en los dos sentidos de la palabra. Es decir, de pérdida de ánimo y al mismo tiempo de pérdida de valores compartidos. La minería se ha acabado y claro que tenemos que hacer un duelo por la minería, pero es como si quisiéramos no cerrar ese duelo nunca. Y mientras no cerremos el duelo por la minería, aquí no va a crecer nada nuevo. La minería forma parte de nuestra historia, y debemos conservar esa memoria. Pero una cosa es conservar la memoria de la minería y otra cosa es la nostalgia. No podemos quedarnos anclados en la nostalgia, porque nos paraliza".
"Pero hay una especie de inercia. No quiero hablar de intención, porque tampoco estoy segura, pero es como si hubiera interés en no cerrar ese capítulo para empezar otros, para empezar el futuro. Eso lo percibo desde hace mucho tiempo. Con la nostalgia no vamos a ninguna parte. La melancolía es como se llamó toda la vida a la depresión. Estamos en la melancolía, y eso no puede ser. No le podemos transmitir a nuestros hijos la melancolía".
"Entonces, hay que planificar. Sobre todo hay que tener una idea, y esto es un problema de Mieres, y es un problema de las Cuencas, y es un problema de Asturias. Tenemos que tener una idea de adónde queremos ir. Como sociedad, y también la clase política la tiene que tener. Y hay que llegar a consensos. Estamos en una época en la que parece que es muy difícil llegar a consensos, porque más bien nos tiramos los trastos a la cabeza unos a otros. Pero tenemos que tener algunas directrices generales claras sobre adónde queremos ir, y apostar por ello. Porque las medidas que tienen consecuencias realmente sólidas son las que se toman a largo plazo".
–Antes hablaba de aquellos niños que querían ser prejubilados. ¿Qué diferencia ve en el alumnado de hoy en día frente al que se crió durante la reconversión?
–Yo creo que la principal diferencia es que se está produciendo una distinción importante que viene del ámbito familiar. La familia es decisiva para el desarrollo de los chicos. Mucho más que los centros educativos. Muchísimo más. Eso es el principal factor de desigualdad ahora mismo. Estamos viendo que los hijos de familias que se preocupan mucho –o sea, que valoran la educación– esos funcionan muy bien y tienen interés, estudian, buscan, tienen intereses por continuar sus estudios. Y eso es relativamente independiente del nivel económico. Cuando las familias vienen y dicen: queremos que el chaval estudie, que se porte bien, están encima y al menor problema responden, esos chicos son magníficos. Pero luego hay un sector que no solamente no tiene mucho interés por la cuestión académica, sino que a veces considera que está mal todo lo que se hace desde los centros que sea distinto de lo que ellos consideran, o de cómo ellos ven la vida. Entonces, las familias cuya estrategia es el enfrentamiento con el centro, ahí las cosas van mal. O cuando la actitud es la indiferencia, que también lo hay".
"Ahí se produce una gran desigualdad. Lamentablemente, en un momento en el que estamos buscando sobre todo el incremento de la equidad lo que se está produciendo es una disociación entre los que tienen aspiraciones y los que no tienen ninguna. Pero eso viene del entorno familiar, evidentemente".
"Y luego hay un fenómeno que se empezó a dar hace un par de décadas poco a poco, pero que ahora es muy evidente. Es el fenómeno de la aparición de familias desestructuradas. El porcentaje que tenemos ahora de padres divorciados es muchísimo mayor que el que teníamos hace 20 años, o hace 10 años. Pero además familias –no sólo monoparentales porque las hay sin ningún problema– sino familias realmente con muchos problemas, de tipo mental, de desinterés, de padres y madres ausentes que no colaboran en absoluto. O familias que al menor problema del chico, que no estudia, lo mandan al psicólogo. No, no, oiga, que no hace falta. Tú vas al centro de salud mental y te lo pueden decir: la cantidad de menores que hay tratados en Salud Mental. ¿Hay problemas mentales que afectan a menores? Sí, son un reflejo de lo que está pasando en la sociedad. Pero muchas veces el origen de esos problemas es familiar. Hay otros niños cuya familia es muy demandante de que se les trate en de Salud Mental porque es una forma de decir: bueno, pues que resuelvan ellos el problema. Los alumnos y sus familias son un todo. Es normal: somos hijos de nuestros padres y de nuestro entorno.
"Las familias colaboradoras son una bendicion. Y las hay. Pero muchas veces no lo son. Cuando yo era niña era impensable. Es decir, las familias estaban siempre del lado del centro educativo. Eso ahora ha desaparecido y son una excepción, lamentablemente. Tú preguntas esto a cualquier profesional de la enseñanza cuál es el principal problema que tenemos hoy en día y ¿qué dice?
–Los padres.
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–No se puede decir así porque es políticamente incorrecto, pero si las familias fueran conscientes de que nosotros estamos en el mismo barco, que nuestro interés son los alumnos, no es machacar a los alumnos... Y que cuando los corregimos es porque creemos que necesitan corrección. Hace años se publicó un informe del Consejo Escolar del Estado en el que se decía que uno de los principales predictores de éxito académico de los chicos era que en las familias hubiera normas. Y otro era que, al menos, una comida al día lo hiciera toda la familia junta.