Y el hombre evolucionó desde el mono....

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La ciencia contra la fe... darwinista

Raúl Leguizamón

Reflexiones no académicas, heterodoxas, incrédulas y blasfemas sobre la relación entre la verdadera ciencia y la fe evolucionista.

Introducción.

Los dogmas de fe son muy difíciles -si no imposibles- de refutar con argumentos científicos. La historia de la humanidad lo atestigua sobradamente.

Nuestro tiempo no escapa, por cierto, a esta regla, ya que en la actualidad, como en todas las épocas, una buena cantidad de personas sigue obstinadamente creyendo cosas, no sólo desprovistas de todo fundamento científico, sino que, además, están en franca contradicción con el conocimiento científico que hoy poseemos.

Para dar un ejemplo, entre cientos, de lo expresado, me referiré a la insólita creencia actual de mucha gente -curiosamente, muchos de ellos científicos- de que el hombre desciende del mono.

Porque ha de saberse que el tan mentado y manoseado "antecesor común" del hombre y del mono, de quien hablan muchos científicos y divulgadores, no es ni puede ser otra cosa que un mono. El supuesto "antecesor común” sería llamado ciertamente mono por cualquiera que lo viese, afirmaba el ilustre paleontólogo de la Universidad de Harvard, George G. Simpson. Es pusilánime si no deshonesto, decir otra cosa, agregaba Simpson. Es deshonesto, agrego yo.

De manera que todos los esfuerzos de los antropólogos e investigadores en este tema, no se dirigen, en absoluto, a dilucidar, objetivamente y sin prejuicios, de qué modo se originó el hombre, sino de qué mono lo hizo.

En otras palabras: el postulado de nuestro origen simiesco es una convicción de la que se parte, y no una conclusión a la que se arriba.

Ahora bien, esta convicción, que muchos científicos y divulgadores sostienen encarnizadamente (¡hasta el punto de mostrarla al público como un hecho científico y demostrado!), es -por definición- algo que está fuera del campo de la ciencia experimental, que se basa, precisamente, en la observación y reproducción experimental del fenómeno bajo estudio. Cosas evidentemente imposibles en este caso.

De manera que, y a poco de respetar el significado de las palabras, esta creencia en el origen del hombre a partir del mono, es sólo una hipótesis de trabajo, una suposición, una conjetura, más o menos razonable, más o menos coherente, más o menos disparatada, pero siempre de carácter hipotético. No sólo no demostrada, sino, aún más -por definición-, indemostrable. Y la ciencia es demostración.

Lo que la ciencia puede legítimamente hacer a este respecto, es abordar el tema en forma indirecta, esto es, examinando la supuesta evidencia científica que demostraría la tras*formación del mono en hombre y, sobre todo, el mecanismo que se propone para explicar esta tras*formación, para ver si dicho mecanismo está en coherencia o en contradicción con las leyes científicas bien establecidas; o, al menos, con la sensatez.

En otras palabras, si bien la ciencia no puede decirnos cómo fue realmente el origen del hombre -por ser esto metodológicamente imposible-, sí puede decirnos, en cambio, como no pudo haber sido este origen.

Aclarado este punto, digamos que lo que hoy vemos (base primera del método científico) es que los hombres se originan de hombres, y que los monos engendran monos. Por consiguiente, y en razón del principio científico del uniformismo metodológico, según el cual el presente explica el pasado, lo legítimo es suponer que los hombres siempre se originaron de hombres y nunca de monos. Son los científicos que sostienen lo contrario (esto es, que alguna vez los monos engendraron hombres, o se tras*formaron en tales) los que llevan el peso de la prueba. Es decir, los que deberían llevarlo, si este tema fuese tratado con un mínimo de rigor y de honestidad científica.

Como no lo es, resulta que, paradójicamente, se acepta como dogma de fe (¡en nombre de la ciencia!) que el hombre desciende del mono; y a partir de este “dogma” se interpretan y manipulan los datos científicos.

Pero, ¿por qué -cabe preguntarse- esta convicción tan categórica sobre nuestro origen? ¿Cuáles son los fundamentos científicos para tamaña certeza? Bueno, como expresé más arriba, fundamentos propiamente científicos no los hay. La razón determinante y fundamental por la cual muchos autores creen que el hombre se originó a partir del mono, es porque ellos aceptan ciegamente la hipótesis evolucionista-darwinista, que así lo afirma. Y punto.

No obstante, como numerosos científicos, divulgadores, "charlatanes cósmicos” de la televisión, revistas "muy interesantes", libros de texto y trovadores diversos nos saturan diariamente con las "evidencias científicas" que "demuestran"' el origen simiesco del hombre, vale la pena que analicemos sucintamente estas supuestas evidencias, "abrumadoras"", según los más fervorosos creyentes en la hipótesis evolucionista-darwinista.

Semejanzas

Pues bien, lector, aunque usted, como buen profano en el tema -al igual que yo-, nunca se haya dado cuenta o, lo que es más probable, nunca le haya otorgado la menor importancia, el hecho es que entre los monos y el hombre... ¡hay semejanzas!

De acuerdo a este sensacional descubrimiento -que corta el aliento, realmente- existen, sin lugar a dudas, semejanzas entre los monos y el hombre. Efectivamente: tenemos ojos como los monos, cuatro extremidades, estómago, hígado, pulmones, corazón de cuatro cavidades, sangre caliente (depende ... ), etc.

Si usted sigue, obstinada y escépticamente, creyendo que todo esto no significa absolutamente nada, y que existe -a pesar de las semejanzas- un abismo entre el mono y el hombre, créame que está en muy buena compañía, ya que miles de científicos en el mundo (y cada día más) opinan exactamente lo mismo.

Y miles son, estimado lector. Lo que sucede es que su opinión no llega a la gente, pues en este tema existe una censura feroz. ¡Otra Inquisición y Santo Oficio! Los científicos que no aceptan el "dogma darwinista" son inexorablemente excluidos de los ámbitos académicos y de los medios de difusión.

Pero los creyentes en la hipótesis del origen simiesco del hombre, que son además -tengamos esto muy presente- los que 'tienen la manía” política, financiera y académica, insisten con místico fervor en las semejanzas.

El eslabón perdido.

Insisten pues, no sólo en las semejanzas actuales, que demostrarían, en todo caso, que los monos son, de acuerdo a la hipótesis darwinista, nuestros "primos"; sino también, y sobre todo, en las semejanzas fósiles, que certificarían la existencia del sedicente "antecesor común”, esto es, un mono en vías de hacerse hombre: el célebre "eslabón perdido”, que ya no existe, según dicen, pero que en un tiempo, allá, hace muchos años, parece que sí.

Este mítico "eslabón perdido”, luego de engendrar al hombre, habría desaparecido; nadie tiene la más remota idea de porqué. Pero mucho me temo que lo habría hecho para no cargar con la tremenda responsabilidad de haber engendrado algo tan peligroso e inadaptado como lo que le endilgan haber engendrado: la oveja de color de la familia, verdaderamente...

De todas maneras, la excelsa dignidad de esta sublime reliquia (el "eslabón perdido”) ha suscitado tanto fervor entre muchos científicos que desde hace más de un siglo se han emprendido innumerables peregrinaciones para hallarlo.

La búsqueda del "eslabón perdido” ha sido, y es, el alfa y la omega de la antropología. Algo así como los caballeros del Rey Arturo con el Santo Grial.

¿Y cuál es el criterio para decidir si un fósil es el famoso "eslabón perdido"? Pues, muy fácil: todo fósil de mono que tenga semejanzas con el hombre es -hasta que se demuestre lo contrario- el "antecesor común”.

Fósiles.

Y aunque usted no lo crea, lector, existen, definitivamente, fósiles de monos que muestran semejanzas con el hombre. Así es. Resulta que algunos restos fósiles de mono tienen incisivos y caninos más pequeños que otros monos, en forma semejante a los del hombre. Esto constituye, para muchos investigadores, una "demostración" de que estos monos habrían sido nuestros antepasados, sin tener en cuenta -al parecer- que existen monos vivientes (el babuino gelada, sin ir más lejos) que también tienen incisivos y caninos pequeños -como el hombre-, sin dejar por eso de ser un pelo menos monos que sus congéneres.

Incluso el antropólogo Clifford Jolly señaló, hace ya más de veinte años, que las ínfimas variaciones en el tamaño y forma de los dientes de un animal son simplemente el producto de una adaptación a un tipo especial de dieta y que carecen de toda significación genealógica.

Otros restos fósiles de mono parecen indicar que dichos seres caminaban en forma aproximadamente erecta (bípeda), con lo cual se concluye, triunfalmente, que estos monos estaban haciéndose hombres.

Lo que generalmente muchos autores olvidan de aclarar al público es que varios monos actuales (hilobates moloch, pan paniscus, entre otros) caminan en forma aproximadamente erecta. Pero, que yo sepa, ninguno de estos simpáticos primates ha manifestado el más mínimo sentimiento de asombro, ni de júbilo, ¡ni de horror! tan siquiera (que sería mucho más lógico), ante la apasionante aventura dé estar tras*formándose en seres humanos.

Pero, me dirá algún lector, ¿y qué pasa con el famoso Hombre de Neanderthal, el Pitecantropus Erectus, los Austrolopitecos jovenlandeses? ¿No son éstos verdaderos 'homínidos”, antepasados del hombre?

Vayamos por partes. Para comenzar, digamos que el Hombre de Neanderthal no es ciertamente un 'homínido". A pesar de la “difamación antropológica” darwinista (la expresión es del famoso antropólogo americano Ashley Montagu), que lo mostró durante cien años (¡y aún hoy día!) como un bruto semiencorvado, de aspecto feroz y menso, garrote al hombro y guarecido en su caverna, hoy es un hecho universalmente aceptado que el Hombre de Neanderthal era completamente Sapiens, aunque con algunos rasgos degenerativos producidos por enfermedades (artritis y raquitismo) y por circunstancias ambientales adversas.

A pesar de que esto del carácter plenamente humano del Hombre de Neanderthal se conoce desde el año 1957, todavía hoy es frecuente encontrar su representación semibestial; y no sólo en libros y revistas de divulgación. ¡No!, por ejemplo, el modelo semibestial del Hombre de Neanderthal recién fue retirado del Museo Field de Historia Natural de Chicago en 1975. ¿Fue arrojado a la sarama? (lugar que le correspondía). Pues no, fue retirado del primer piso (orígenes del hombre) y colocado en el segundo piso, junto a los dinosaurios, con una leyenda que dice: “modelo alternativo del Hombre de Neanderthal" (!). Cabe destacar que la sección de los dinosaurios es la más visitada por el común de la gente, en especial por los niños y jóvenes de los colegios... Este es un ejemplo acabado de la "honestidad científica", que le dicen.

Respecto de los así llamados "Homo Erectus' (Pitecántropo y Sinántropo), habría mucho que decir. De los hallazgos originarios que dieron lugar a este grupo taxonómico, uno de ellos, el Hombre de Java (Pitecantropus Erectus), habría sido -según su propio descubridor, E. Dubois- lisa y llanamente un mono (gibón) de gran tamaño. El otro, el Hombre de Pekín, tiene todas las apariencias de haber sido otro de los tantos fraudes que se han cometido en este tema. Los supuestos “Homo Erectus" descubiertos más recientemente en Africa (Leakey y Walker, 1984) pareciera que por las descripciones serían neanderthales, esto es Sapiens.

En relación a los tan mentados Austrolopitecos de Africa (incluida Lucy) desde ya le aclaro, lector, que estos seres son definitivamente monos; no hay discusión al respecto: un metro de estatura; capacidad craneal entre 500 y 600 cc. (como el chimpancé, por ejemplo; la del hombre es de alrededor de 1500 cc.); forma del cráneo “abrumadoramente simiesca” (Lord Zuckerman); capacidad para columpiarse de las ramas como o mejor que la del orangután (Charles Oxnard), etc.

Todos esos otros nombres que uno lee o escucha (Ramapiteco, Dryopiteco, Kenyapíteco, Sivapiteco, etc.) son todos, sin excepción, "totalmente monos".

El problema está en que el término "homínido" designa, precisamente, a cualquier mono que caminaba más o menos bípedamente, o que su descubridor sostiene que caminaba, y que tiene dientes más pequeños que los otros monos. Con eso ya es suficiente para graduarse de "homínido" y para que su descubridor (o inventor) se tras*forme, de la noche a la mañana en un Julio César de la antropología.

Incluso respecto de estos criterios, no es cuestión tampoco de ser demasiado exagerados, ya que con apenas un diente, un trocito de mandíbula o un pedazo de cráneo, un antropólogo puede reclamar status de "homínido” para su hallazgo.
 
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Iros familiarizando con estas teorias, por que lejos de verlas desaparecer, estan cogiendo una fuerza del copon, y la gente se esta empapando de ellas pero un monton....
Solo teneis que ver la de videos que hay, la mayoria chorradas, pero todos en torno a la linea fundamental...




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Y la gente ya hasta se tatua a ENKI y cosas asi


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