La demagogia y las argumentaciones falaces del parlamentarismo ya no nos deberían sorprender y, en general, no vale la pena perder el tiempo, pero hay casos peligrosos que piden una mínima respuesta, aunque sea para oponer resistencia a la debilitamiento intelectual que persiguen. Es el caso del artículo del presidente de ERC que publicó El Periódico el 17 de abril pasado.
El populismo que utiliza Oriol Junqueras en este escrito ya queda reflejado en el mismo título, "La lengua de mis amigos, de mi gente", que nos permite adivinar sin problemas que el hilo argumental girará en torno a los sentimientos. Naturalmente, no quiero dar a entender que escribir sobre sentimientos responda a una actitud populista, pero sí responde cuando se utilizan para justificar un criterio sociopolítico, sobre todo si este criterio tiene una dudosa solidez científica. La idea de que, en un hipotético estado independiente, el bilingüismo oficial catalán y castellano no supondría ningún conflicto lingüístico es más cosa del candor de algunas personas bienpensantes que de el análisis crítico de la realidad social catalana, y quiero creer que Junqueras tiene clara esta cuestión. Ahora bien, la astucia electoralista no hila fino a la hora de jugar con las emociones para conseguir votos, y atizar la afección por la lengua es, sin duda, una de las argucias más fructíferas de esta estrategia. Parece, por tanto, que el presidente de ERC también ha renunciado al rigor en favor de la eficacia electoral.
El estilo paternalista y deliberadamente impreciso que utiliza Oriol Junqueras es determinante para construir su artificio, pero el factor más inverosímil de su discurso es la rotundidad con la que, a partir de un argumento tan poco objetivo como la experiencia personal, afirma que, "en Cataluña, no hay ningún problema lingüístico". Una inverosimilitud casi chocante si tenemos en cuenta que, cuando relata la idílica situación de su pueblo, probablemente sin darse cuenta, señala lo que quizás es la situación más preocupante de la lengua catalana: que es prescindible. Es cierto que hay personas con una lengua familiar diferente que usan el catalán en muchas ocasiones, como explica Junqueras, pero hay muchas más que, a pesar de entender el catalán, no necesitan utilizarlo. Este fenómeno responde a una realidad social lingüísticamente problemática que va más allá de los "esfuerzos de algunos medios de comunicación, del Gobierno del PP y de parte del aparato judicial empeñados en dividir los catalanes por razón de lengua". Es el problema que, a pesar de la acertada política educativa de inmersión lingüística, tienen muchos catalanohablantes a la hora de utilizar su lengua familiar con las personas que no la hablan. No quiero entrar, aquí, a analizar este fenómeno, pero creo que es clave para entender por qué el catalán, que hasta ahora, gracias a la actitud de sus hablantes, ha resistido todos los intentos de destruirlo, ha dejado de ser hegemónico en los Países Catalanes, aunque los porcentajes tan optimistas sobre el alcance de su utilización que esgrimen Oriol Junqueras y cualquier otro político temeroso de ir más allá de la simple enumeración de datos.
Todo indica que el presidente de ERC coincide con otros políticos de la socialconvergència que este statu quo lingüístico no pone en peligro el hecho identitario catalán. Su visión utilitarista de la lengua y la apuesta por otras formas de "catalanidad" -el folclore, el patriotismo, una utópica economía capitalista nacional, etcétera- les permite esquivar el problema y evitar un supuesto enfrentamiento entre las diferentes comunidades lingüísticas . Dejando de lado los recelos que, por motivos históricos, despiertan estas otras formas identitarias, es una equivocación no considerar la lengua como la única realidad que identifica los catalanes , sea cual sea su lengua familiar. En la Barcelona de 1714, se hablaban muchas lenguas, pero, como sabe muy bien Junqueras, la hegemónica era la catalana, y los intelectuales de la corte borbónica no dudaron en colocarla en el punto de mira cuando, años después de destruir los privilegios estatales de Cataluña, se dieron cuenta de su papel crucial en el mantenimiento de la cohesión social catalana. Cualquier independentista catalán, hable la lengua que hable entre su gente, debería tener clara la recuperación de esta hegemonía del catalán, una recuperación que, dada la realidad social de los Países Catalanes, sólo se puede conseguir con el monolingüismo oficial . Es en este nuevo marco en el que obtendría todo el sentido la inmersión lingüística y en la que, dentro de una o dos generaciones, el rasgo identitario por antonomasia de la comunidad catalana, el idioma, conseguiría la normalidad.
Nada de esto debe entenderse como un enfrentamiento lingüístico. Ya desde el inicio, todas las otras lenguas que se hablan en los Países Catalanes se deben proteger, sobre todo si son minoritarias, y, naturalmente, fomentar su conocimiento ayudará a reforzar la cohesión social. La comunidad catalana es, cada vez más, multilingüe. Que algunos la perciban bilingüe tiene una causa histórica de carácter colonial: la imposición del castellano como lengua de sustitución y, por tanto, de destrucción de nuestra identidad . No es el hecho de que se hablen muchas lenguas lo que pone en peligro el idioma, sino esta voluntad política de subyugación. Hay muchas personas de habla castellana que tienen claro este hecho histórico. ¿Por qué no deberían tener claro los independentistas que hablan en castellano? Repito: defender que el catalán sea la única lengua oficial en un hipotético estado catalán independiente no significa, necesariamente, ningún enfrentamiento ni ningún menosprecio para los hablantes de otras lenguas que viven en los Países Catalanes. Y los políticos independentistas deberían ahuyentar estos fantasmas en lugar de fomentarlos.