Un jesuita pide que se excomulgue a los 'antivacunas' y 'negacionistas' del cambio climático; la monja Caram nos manda "a la cosa"

M. Priede

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Qué argentinos nos han llovido en España, progenitora de Dios: Pisarello, Dante Fachin, Echenique, la monja Caram. Al menos la fe del "pringao", "iluso" y "sobotarate" de Antonio Turiel se basa en algo concreto, que luego extrapola fuera de su campo, pero sabe de Física y conoce el problema de las materias primas; estos porteños, sin embargo, ni se molestan en argumentar lo que dicen.

https://infovaticana.com/2021/08/06...nen-reparos-con-la-banderilla-idos-a-la-cosa/


La disolución de la Iglesia católica va a ser inevitable. Su doctrina busca la objetividad, la coherencia, que no puede ser más que racional aunque sus practicantes la vivan de otra manera. Cada día se le pone más cuesta arriba, no así a las religiones donde el subjetivismo, la libre interpretación de la Biblia, es la base y la cumbre de todo su edificio doctrinal, caso de los protestantes.


A principios del siglo XX, Pío X advirtió de estos peligros del subjetivismo modernista:


Y aquí tenéis la encíclica, una maravilla de racionalidad, de sutilísimo análisis del problema y de la crítica demoledora a la frivolidad modernista, la cual, cien años después, ha llegado a los cimientos mismos de la Iglesia.

Dado el carácter tan precario e inestable de las fórmulas dogmáticas se comprende bien que los modernistas las menosprecien y tengan por cosa de risa; mientras, por lo contrario, nada nombran y enlazan sino el sentimiento religioso, la vida religiosa. Por eso censuran audazmente a la Iglesia como si equivocara el camino, porque no distingue en modo alguno entre la significación material de las fórmulas y el impulso religioso y jovenlandesal, y porque adhiriéndose, tan tenaz como estérilmente, a fórmulas desprovistas de contenido, es ella la que permite que la misma religión se arruine.​
Ciegos, ciertamente, y conductores de ciegos, que, inflados con el soberbio nombre de ciencia, llevan su locura hasta pervertir el eterno concepto de la verdad, a la par que la genuina naturaleza del sentimiento religioso: para ello han fabricado un sistema «en el cual, bajo el impulso de un amor audaz y desenfrenado de novedades, no buscan dónde ciertamente se halla la verdad y, despreciando las santas y apostólicas tradiciones, abrazan otras doctrinas vanas, fútiles, inciertas y no aprobadas por la Iglesia, sobre las cuales —hombres vanísimos— pretenden fundar y afirmar la misma verdad(8). Tal es, venerables hermanos, el modernista como filósofo".​
Dios no puede quedar reducido a la experiencia personal, mística. No es que esta experiencia choque con Dios, al contrario, es un camino de aproximación, pero en ningún caso se puede reducir a la explicación última de la divinidad ni como el único camino de acercamiento; de ahí que los místicos católicos estuvieran siempre bajo la mirada atenta de la Inquisición.
"Con cuya afirmación, mientras se separan de los racionalistas, caen en la opinión de los protestantes y seudomísticos.​
Véase, pues, su explicación. En el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazón; merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, que supera con mucho a toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra racional; y si alguno, como acaece con los racionalistas, la niega, es simplemente, dicen, porque rehúsa colocarse en las condiciones jovenlandesales requeridas para que aquélla se produzca. Y tal experiencia es la que hace verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido.​
¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el concilio Vaticano.​

La experiencia personal es importante, y de hecho se emplea continuamente para atraer a nuevos adeptos, pero algunos se olvidan de que la religión católica se rige por dogmas y una unidad ceremonial (curiosamente prohíben la misa en latín y callan cuando se sacrifican gallos durante la ceremonia; qué decir de la Pachamama). Los dogmas -contrariamente a lo que muchos no católicos dicen- no tienen por qué ser irracionales por el hecho de que fuera de ellos no sea posible permanecer en el seno de la Iglesia. Visto desde otro plano: algo así como si en un partido comunista de los de hace un siglo alguien pretendiese permanecer en el partido despreciando la doctrina marxista. Cuando en los años 60 le ofrecieron a Gustavo Bueno entrar en el PCE le dijeron "aquí eres libre de pensar lo que quieras", lo cual le convenció para decirles que no: si puedo pensar y decir lo que me da la gana, ¿qué sentido tiene que pertenezca al partido?

Un ejemplo: la conversión de Azurmendi, que fue terrorista de ETA en los años 60, en su fundación. Su explicación es la misma que te darán la inmensa mayor parte de los católicos cuando hablan de su fe, no aportan razones objetivas para esa creencia (conversión en el caso de Azurmendi), puesto que esas mismas razones servirían para entrar en cualquier secta 'new age'. Es cierto que el catolicismo exige obrar bien, no basta con la fe, pero la fe también se puede afirmar mediante la razón, a diferencia de lo que decía Lutero, que se refería a ella como "esa meretriz del diablo".

En resumen: la debilidad del catolicismo -al contrario que la indiferencia protestante- se encuentra en la construcción racional de sus dogmas, hoy en profunda crisis y de imposible solución, precisamente porque no puede hacer frente a los hallazgos de las múltiples ciencias y para las cuales la fe racional se queda fuera, cosa que dentro del protestantismo da exactamente igual, porque es Dios quien te ilumina cuando lees la Biblia, por eso mismo eres pastor, obispo y hasta Papa de ti mismo, basta con la fe personal, subjetiva.



Libre Libre Quiero Ser, post: 36271447, member: 183583"]
Juan Manuel de Prada lo resume impecablemente bien:




ANIMALES DE COMPAÑÍA

Fondo y forma

JUAN MANUEL DE PRADA


Viernes, 30 julio 2021, 1:32

A los pocos días de que Bergoglio pretendiera cargarse –o siquiera relegar a la clandestinidad– la misa tradicional, asistí a una cena con un grupo misceláneo, en el que se mezclaban católicos y ateos. Me resultó sumamente aleccionador descubrir que a los ateos esta decisión porteña se les antojaba una horrenda calamidad, tan horrenda como decretar la demolición de las catedrales; pues, aunque no creían en la existencia de Dios (y mucho menos en el sentido sacrificial de la misa), reconocían el valor de un rito que ha inspirado logros estéticos de valor incalculable. En cambio, a los católicos presentes en la reunión –todos ellos de la rama pompier–, la decisión porteña se les antojaba una cuestión menor, pues –como dijo uno de ellos– «el rito no deja de ser una mera cuestión de forma». Lo importante, para este buen señor, era «lo que en la misa se celebra, no las galas verbales con las que se celebra».

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Aquel católico pompier no hizo sino ensartar tópicos –todos ellos muy manidos y mentecatos– que me recordaron los que otras veces he escuchado a gafapastas inanes en discusiones sobre cuestiones artísticas o literarias. El católico pompier, como el gafapasta inane, cultiva unos dualismos simplistas que distinguen entre ‘forma’ y ‘fondo’, como quien distingue entre cáscara y meollo. Consideran que la ‘forma’ es una hojarasca prescindible, una envoltura externa perfectamente accesoria que, cuando es apartada, permite distinguir más nítidamente el ‘fondo’, donde para el católico pompier o el gafapasta inane se halla lo verdaderamente jugoso. Esta distinción maniquea entre ‘fondo’ y ‘forma’ ha producido inevitablemente una alabanza del ‘fondo’ y un menosprecio de la ‘forma’ propios de gente ignara que –por constituir infinita mayoría– ha impuesto su criterio, estableciendo que la ‘forma’ –lo mismo en el arte que en la misa– es un aderezo superfluo, un alarde esteticista, un tirabuzón retórico que nada aporta al ‘fondo’.

El católico ‘pompier’, como el gafapasta inane, cultiva unos dualismos simplistas que distinguen entre ‘forma’ y ‘fondo’, como quien distingue entre cáscara y meollo




¿Estarán en lo cierto los gafapastas inanes y los católicos pompier cuando exaltan el ‘fondo’ sobre la ‘forma’? ¿Seremos los defensores de la forma unos frívolos y amanerados tiquismiquis? Nada más alejado de la realidad. Ocurre, sin embargo, que no somos analfabetos funcionales –como ellos lo son, además de esclavos sumisos de las tendencias en boga, aunque sean las tendencias más fules o fanés–; y, por no serlo, sabemos que el dualismo de ‘fondo’ y ‘forma’ es una logomaquia inconsistente que oculta el dualismo verdadero entre ‘materia’ y ‘forma’.

La forma no es una cáscara. Un escritor que, a la hora de plasmar sobre el papel una idea, no supiese si expresarlo en prosa o en verso nos parecería un zascandil; pues la obra inspirada nace conjuntamente y no puede percibirse la idea sin percibirse su realización. La forma no es algo adjetivo que se agrega a la obra de arte, sino algo que la informa desde dentro, que la configura y hace distintiva, que le brinda su entraña más honda. En Ideas sobre la novela,Ortega y Gasset señala: «La materia no salva nunca a una obra de arte, y el oro de que está hecha no consagra nunca a la estatua. […] Todo el que posee delicada sensibilidad estética presentirá un signo de filisteísmo en que, ante un cuadro o una producción poética, señale alguien como lo decisivo el asunto. Claro es que sin éste no existe obra de arte, como no hay vida sin procesos químicos. Pero lo mismo que la vida no se reduce a éstos, sino que empieza a ser vida cuando a la ley química agrega su original complicación de nuevo orden, así la obra de arte lo es merced a la forma que se impone a la materia o al asunto».

En efecto, el término con el que se contrasta ‘forma’ no es ‘fondo’, sino ‘materia’. Pensar que la ‘forma’ es indiferente, en la obra de arte o en la misa, es propio de fulastres; pues todas las cosas humanas y divinas son vivificadas a través de su ‘forma’. La ‘materia’ es informe, mientras que la ‘forma’ es el principio de determinación de la materia, el sello divino que le permite ser en plenitud. La forma –afirmaba Ramon Llull– es «lo que da el ser a las cosas, como el alma es lo que da el ser al cuerpo». El David de Miguel Ángel no nos parecería más sublime si, en lugar de esculpido en mármol, hubiese sido fundido en oro; en cambio, no habría podido ser si el genio Miguel Ángel no lo hubiese esculpido en la ‘forma’ en que lo hizo. La ‘forma’, la verdadera ‘forma’, no es adjetiva, sino sustantiva. Es el contacto creador de la ‘forma’ lo que brinda su sustancia a las cosas que, huérfanas de ella, se convierten en meros simulacros, en morrallas informes, en materia inerte.
 
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