El Ictíneo II, un buque fantasma.
Monturiol siguió adelante con su sueño, que empezaba a ser más bien una obcecación. Se planteó la construcción de un segundo ictíneo. No se explica que conociendo la inviabilidad del proyecto, tal y como se lo había certificado la Real Academia de Ciencias, y tal y como sabía por propia experiencia -nadie mejor que él sabía hasta donde podían llegar sus ictíneos -, acometiera un nuevo intento, condenado de antemano al fracaso. Además, reprodujo una buena parte de los mismos errores cometidos en el primero: construcción en madera, propulsión manual, falta de sistema de inmersión y emersión y falta de un sistema adecuado para equilibrar la nave; agravado todo ello, por el hecho de haber aumentado considerablemente el tamaño y el peso, 72 toneladas, con lo que resultó imposible moverlo a base de puro “músculo”.
No es difícil estimar los previsibles resultados de “inmovilidad” que se debieron obtener en el segundo Ictíneo: se aumentó, con respecto al primero, dos veces y media el tamaño y siete el peso; pero la fuerza propulsora sólo había aumentado en poco más de un caballo (calculado según los datos aportados por el propio Monturiol en su segunda Memoria y en el Ensayo). Si a esto le añadimos que el primer Ictíneo tardaba seis minutos en recorrer cien metros; podemos inferir que el segundo a penas debió conseguir algo de movilidad, en caso de haberlo logrado, porque no existen pruebas de ello.
Sí hubiera continuado adelante solo y sin involucrar a terceros, nada se le podía objetar, pero emprender el segundo ensayo, recaudando una enrome suma de dinero, mucha de ella aportada desinteresadamente, para una empresa destinada al fracaso, constituye algo peor que un simple disparate.
Para su nueva empresa incorporó a personas de mayor formación. En octubre de 1861 contrató a Juan Monjo Pons, que había hecho estudios de náutica pero no obtuvo el título por no haber hecho los viajes de prácticas reglamentarios, sin embrago, sí terminó los estudios de ingeniero mecánico en la Junta de Comercio. En 1856 había publicado una obra titulada: “Curso metódico de Arquitectura Naval aplicada a la construcción de buques mercantes”. A él se debe el diseño del segundo buque y la dirección de las obras de construcción. Apostó fuerte por el proyecto, hasta tal punto, que invirtió y perdió todos sus ahorros. En los últimos años del proyecto cayó en desgracia, perdió su poder dentro de la empresa porque Monturiol empezó a apoyarse en un nuevo ingeniero incorporado al final del mismo: José Pascual Deop. Dejó de percibir sus honorarios y se sintió aislado y menospreciado por todo el equipo, incluido el personal que estaba a sus órdenes. Dejó constancia de sus amarguras en un manuscrito que tituló: “Los sufrimientos jovenlandesales que me ha causado el Ictíneo”. Si todo lo que cuenta en él fuera verdadero, se podría pensar que había sido víctima de acoso laboral, pero sus opiniones podrían ser demasiado subjetivas. De lo que no cabe la menor duda es de su postergación, después de haber sido el director técnico del segundo ictíneo, y que perdió hasta la camisa en el empeño. Entra dentro de lo probable que Monturiol lo considerase culpable del fracaso técnico del segundo ictíneo, y por esa misma razón, pudo haber contratado a Pascual. En el comunicado de 1866, se refirió, de forma vaga, a determinadas reparaciones en el motor original que habían sido precisas efectuar, pero que por lo que parece, tampoco dieron resultado. Se trata de una conjetura, pero no se explica de otra manera el cambio radical que se operó en su contra. En todo caso, de haber algún culpable, no era otro que el propio Monturiol, quién no ignoraba la inviabilidad del proyecto.
Como hemos referido, también se incorporó, con el proyecto en marcha, a José Pascual Deop, ingeniero industrial, que colaboró con Monjo en el diseño de las partes mecánicas del aparato. Después, se hizo cargo en solitario de la dirección técnica y fue el responsable del diseño, construcción y montaje de la máquina de vapor que se incorporó al barco, tras comprobar la inutilidad del motor “animal”. Trabó una gran amistad con Monturiol y acabó casándose con su hija Ana. Fue fiel defensor de la obra de su suegro y quién más trató de reivindicar su memoria después de su fin.
Los años de 1862 y 1863 son los de mayor apogeo y de mayor reconocimiento público para Monturiol. Como ya dijimos, en 1863 fue nombrado vicepresidente de la Sección de Ciencias del Ateneo de Barcelona, y aprovechó su cargo para hacer lo que más le gustaba: propaganda política. En compañía de sus amigos y colegas Altadill y Sunyer, editó un Almanaque democrático en nombre del Ateneo para difundir sus ideas republicanas y socialitas. Conviene recordar que los últimos gobiernos habían prohibido todos y cada uno de los periódicos que había puesto en marcha con idénticos fines. De nuevo, aprovechaba su notoriedad para la propaganda. El Almanaque fue retirado por orden gubernativa al poco tiempo.
No se sabe con exactitud cuando comenzaron las obras del segundo ictíneo, pero debió ser o a lo largo del último semestre de 1862 o del primero del año siguiente. El planteamiento del nuevo ictíneo volvía a los orígenes del primero: es decir, una embarcación destinada a la pesca del coral que haría ricos a todos los que invirtieran en el nuevo negocio. Sólo que ya no era tan nuevo. La opción bélico pacifista de hacer un arma de guerra tan terrible que traería la paz al mundo entero, quedó aparcada, después de haber traído de cabeza a casi todas las instituciones del Estado los dos últimos años.
En el plano técnico, el segundo ictíneo fue una replica del primero, pero de mayor tamaño. De las posibles diferencias con respecto del primero hablaremos en le capítulo dedicado el Ensayo, obra teórica de Monturiol, que escribió una vez fracasado el proyecto en su conjunto. Y lo haremos así, porque lo que sabemos de estos aspectos técnicos del segundo ictíneo sólo podemos conocerlos por el libro; ya que, el segundo de los ictíneos tiene algo de barco fantasma.
¿Existió el segundo ictíneo? Ciertamente, sí existió. Fue visto públicamente una sola vez: el día de su accidentada botadura, efectuada el 2 de octubre de 1864. Nada más caer al agua se escoró y zozobró, fue rescatado y remolcado por varias lanchas de la Marina que lo llevaron al muelle donde quedó amarrado. Después, no volvió a ser visto jamás. Lo único que volvió a ver el público, relacionado de alguna manera con el barco, fue la máquina de vapor que se pensaba montar dentro. En noviembre de 1866, se hizo una demostración de ésta en el propio taller. La prueba de la máquina se efectuó en tierra, antes de su montaje definitivo en el barco y duró tres horas.
Todo lo que se contó entonces y después sobre inmersiones, salidas al mar, disparos efectuados con un cañón por debajo del agua, etc: son suposiciones, ya que no existe ninguna prueba de su existencia real. No hay ningún documento que avale dichas pruebas. Ni un solo testigo que las presenciara. Por tanto, no tienen ningún valor histórico y no pueden darse por ciertas. Se trata de lo que contaron el propio Monturiol y su yerno Pascual: nada más. Tan es así, que el profesor Freixa en su trabajo ya mencionado al hablar de las pruebas del segundo ictíneo, dice literalmente: “Está fuera de duda que Pascual efectuó numerosas inmersiones en el segundo ictíneo…”. No estaría fuera de duda si tuviéramos alguna prueba de ellas, pero no las hay. Hay una evidencia mayor que despeja cualquier duda al respecto y es el texto del epitafio que se puso sobre la lápida de la tumba de Monturiol: “Aquí yace don Narciso Monturiol, inventor del Ictíneo, primer buque submarino, en el cual navegó por el fondo del mar en aguas de Barcelona y Alicante en 1859, 1860, 1861 y 1862” . Y estos años corresponden a las pruebas del primero de los ictíneos. Ni una sola mención al Ictíneo II; curiosa y explicita omisión que deja patente la inexistencia real y práctica del mismo.
Es obvio que el Ictíneo II no navegó; o mejor dicho no pudo hacerlo. Con el primer motor de propulsión “animal” era material y físicamente imposible. El segundo, accionado por caldera de vapor, no salió de la mera especulación teórica. Nada se sabe con certeza de sus resultados, y lo que sabemos es por “tras*misión oral”. Tenemos dos versiones, la del propio Monturiol y la de su yerno Pascual, y aunque no coinciden en los detalles, sí en lo fundamental: el motor no dio resultado. Y lo curioso es que el propio Moturiol había advertido, en su Memoria de 1860, la inconveniencia de aplicar esta energía en un barco de madera cerrado, al ser ésta mala conductora del calor. Lo que no dijo es que la caldera de vapor no es silenciosa, ni invisible, y, además, con independencia del material de construcción que se emplee, produce tal grado de incremento en la temperatura y en los niveles de humedad que hace imposible la vida en el interior de un casco herméticamente cerrado. Inaplicable, por tanto, a la navegación submarina.
El Ictíneo II no tuvo vida real, práctica, efectiva; nadie lo vio funcionar. De alguna manera, se puede decir que no existió; fue un buque fantasma. Ni los deudos de su autor se acordaron de mencionarlo en su epitafio.
Podríamos contar algunas cosas más de Monturio, que dejan en evidencia la buena fe de este buen señor, pero lo dejamos aquí por el momento