crecepelos Amador
LAS HURDES. AMADOR RUBIO: BRUJO, CURANDERO Y ALQUIMISTA.
BARROSO GUTIERREZ, Félix
Desprendiéndose de las ramificaciones meridionales de las cordilleras hurdanas, se alza un majestuoso serrejón, al que la gente conoce como “Sierra de Dios Padre”. Es un punto mágico, en cuya cima se levantó, en épocas prerromanas, un santuario, que, sin lugar a dudas, estuvo ligado a cultos mistéricos y en estrecha relación con asentamientos prehistóricos y con la llamada “Cueva del Drago”, que se ubican en las inmediaciones, concretamente en las serretas de “El Castillejo”. Romanizados estos parajes, como bien lo manifiestan algunas villas de los alrededores, el santuario se convertiría en un templete romano. Posteriormente, devendría en una ermita cristiana, que, al decir de las “Relaciones Geográficas de Felipe II”, gozaba de gran fama y afluencia de romeros, sobre todo el “día de su santo”, cuando se celebraba una curiosa procesión con corderos profusamente engalanados.
A la sombra del serrejón de “Dios Padre”, se deja resbalar el poblachón de Villanueva de la Sierra, cuyo esplendor de antaño ha caído en picado. En tiempos, fue cámara episcopal; de aquí que se llamara Villanueva de la Obispalía. Todavía se pueden ver algunos viejos caserones dotados de escudos nobiliarios. A orgullo tiene esta villa el haber sido el primer lugar del mundo en donde se celebró un día dedicado al árbol. Ocurrió en 1805. Fue un martes de Carnaval de ese año cuando el cura, don Ramón Vacas Roxo, acompañado de varios ediles, maestros y escolares, plantaron álamos neցros en el ejido de la “Fuente de la jovenlandesa”. En recuerdo de tal evento, se erigió, en 1991, un curioso –por no decir estrambótico – monumento al árbol, en una plazoleta de la villa, que parece representar un tronco amorfo aprisionado dentro de una cabina de teléfonos.
Pues en Villanueva de la Sierra, pueblo que queda a 40 kilómetros de Plasencia y a 100 de Cáceres, vino al mundo Amador Rubio Mateos, más conocido por “Crecepelos”. Algunas de sus rarezas y ensoñaciones fabulosas comenzaron a brotar en sus años de muchacho, cuando se pateaba los montes de Villanueva, realizando mil y una elucubraciones. Luego, al marchar a estudiar a Cáceres, se percató que era demasiado monótono empollar las malditas asignaturas del bachillerato. Prefería largarse a la biblioteca pública y allí rebuscar viejos legajos, leer a Paracelso y extasiarse ante el recetario de hechiceras y nigromantes. Posiblemente, llegó a pensar que no era nada de extraño que él fuera el escogido por el destino para redescubrir la piedra filosofal.
Luego, cuando se hartó de los estudios, se vino al pueblo, a ver cómo el sudor de los olivos se lo chupaba el intermediario de turno. Y sería entonces cuando comenzó sus experimentos naturistas. Sus estudios sobre la botánica hurdana y sus visitas a determinados puntos mágicos y esotéricos, a fin de recibir los pertinentes flujos de energía, comenzaron a dar el fruto apetecido. De vez en vez, subía (y aún sigue subiendo) a la cima de la Sierra de Dios Padre y, al igual que hacía don Miguel de Unamuno en la cresta de la Peña de Francia, se despojaba de sus hábitos e impregnaba su cuerpo con los vahos serranos de las alturas. Y aún más: en los días tormentosos, sus miembros se electrizan y se cargan de energía; resplandecen bajo el trallazo del relámpago y tamborilean al son del trueno.
Recorriendo los ondulados campos de Villanueva, Amador se hizo mitad botánico, mitad boticario. Recogió plantas y escudriñó viejos pergaminos donde se garabateaban esotéricas recetas. Su mente se columpió de las cabelleras de los druidas célticos, se introdujo en el mundo de las agoreras y nigromantes, brujeó por los laberintos inquisitoriales y anotó el curioso recetario de la tradición oral. Toda esta amalgama dio a luz algo que revolucionaría al mundo de la cosmética.
UN FRASCO DE CRECEPELOS DA LA VUELTA AL MUNDO
Amador iba camino del club de los calvos. Pero no se resignó a ello. Sus conocimientos generaron diversas fórmulas, que comenzó a aplicar en una “calva” o matadura de un mulo de propiedad familiar. Los resultados fueron sorprendentes. La piel rugosa del animal comenzaba a llenarse de pelos. Amador, entonces, se aplicó el potingue a su rala cabellera. Y…, ¡milagro!, el pelo se recuperaba. Volvía a salir espeso y duro, cual las crines de un magnífico alazán.
Se percató muy bien Amador de que sus hierbas y otros aditamentos poseían ciertos poderes paranormales… Desde aquel momento, Amador comenzó a amasar en una rústica pila de granito –que hoy sigue utilizando– aquel mejunje que acabaría dando la vuelta al mundo. Antes de comenzar el preparado, Amador cae en trance y deja que sus manos resbalen mágicamente entre el cocimiento de hierbas. Todo es artesanal, original, primitivo.
El chamán de Villanueva dio vida a un furibundo crecepelos. Ya han pasado algunos años desde que comenzó envasando su mágico elixir en botellines de “fruco”, que iba recogiendo por todos los bares de la zona. Luego, vendrían otros envases más adecuados. Y antes, ahora y mañana seguirán llegando miles de cartas a Villanueva, desbordando al cartero local. Son cartas demandando frascos y más frascos. Cartas que, como la de aquella italiana de Torino, cansada de recorrer dermatólogos, alcanzó la solución con el crecepelos de Amador. Por ello, al recobrar su flamante cabellera, se la cortó y mandó hacer una peluca para la virgen de su pueblo. O la de aquel hacendado mejicano que, observando cómo le desaparecían todos sus problemas capilares, prometió a nuestro curandero que le levantaría una estatua en la plaza de su ciudad. O aquel acaudalado jovenlandes, Hafse Mohamed, que invitaba a Amador a refocilarse en su harén, por haber conseguido lo que no habían alcanzado afamados médicos norteamericanos.
Amador es consciente de que el hombre del futuro está abocado a una calvicie que cada vez será más prematura. El desenfrenado ritmo de vida, la contaminación, el estrés y otras causas emanadas de la complejidad social del momento influyen fulminantemente en la caída del cabello. Amador parece haber encontrado la fórmula exacta para impedir la enfermedad. Y no tiene miedo al plagio, porque nunca será lo mismo una loción fabricada en serie por los laboratorios de una multinacional, que el concentrado artesanal vigorizado por la energía que emana del curandero villanovense. Y es que Amador sabe a ciencia cierta que la virtud de su crecepelos reside en un cincuenta por ciento en sus componentes, y en otro cincuenta por ciento en el extraño poder paranormal que proyectan sus manos y su mente.
Cuando la multinacional “Gillette” se acercó por los olivares de Villanueva, Amador se sinceró con ella y le dijo que no, que los calvos seguirían siendo calvos si su mejunje era preparado por manos extrañas. Y rechazó tambien la oferta de gentes que intentaban venderle ciertas máquinas para fabricar con mayor rapidez y comodidad su loción. Amador es consecuente consigo y con su producto. Sin la vieja pila de granito, el desportillado embudo y el enigma de sus manos, el preciado potingue devendría en algo insustancial e ineficaz, en mera agua de borrajas.
CURIOSA FARMACOPEA
De antaño tienen fama Las Hurdes por sus curanderos, brujas y componedores. También fueron renombrados sus “zajoriles” (de los que queda alguno que otro), personajes misteriosos, que tienen la virtud de adivinar el futuro; nacen con una cruz o con extraños signos bajo la lengua o el paladar y son capaces de andar descalzos por encima de avivados rescoldos o de objetos puntiagudos y cortantes. Han sido personajes muy respetados, de modo fundamental en las llamadas Hurdes Altas, pues su poder para conjurar males y exorcizar la “embrujá” nadie los ha puesto en duda.
No es extraño pues que, dentro de este mundo mistérico tan familiar y común en numerosas aldeas hurdanas, surjan curiosos personajes, dotados de poderes especiales que, en otros tiempos, se circunscribían a sus concejos, y hoy en día, saltan las fronteras nacionales. Éste es el caso de Amador Rubio, que con su loción antialopécica ha dado la vuelta al mundo.
Amador ha estudiado a fondo la botánica hurdana. Desde hace varios años, fue consciente de las prácticas que los habitantes de estas serranías llevaban a cabo para fortalecer y mantener su cabellera. Vio que la gente extraía las raíces de la “hortiga bullonera”, que posteriormente eran machacadas a la luz de la luna en unos recios morteros de madera de encina. Y observó, así mismo, que los paisanos recogían el agüilla del “llorio de las parras”, que acontecía cuando se podaban. O que cocían las semillas del lino. O maceraban las raíces del romero. Y se fijó en auténticos casos de magia simpática y homeopática, que aún se siguen practicando en determinadas fechas, como en la mañana de San Juan (solsticio de verano), antes de que amanezca. Tal es el caso de untar la cabeza con aceite virgen y refregarla a conciencia entre las matas de lino, en la creencia de que el cabello crecerá fuerte y espeso como las hebras de las linaceras.
Muy especialmente prestó atención a una planta de la familia de las “turbiscáceas”, llamada en algunas zonas hurdanas con el nombre de “toña”. Esta planta, cuyas hojas siguen utilizando los árabes para teñir de amarillo, tuvo gran relevancia en antiguas civilizaciones, como algunas del próximo Oriente, que la consideraron sagrada, adornando sus altares y sus recorridos procesionales con cientos de manojos, pese a que desprende un olor poco agradable. Es conocido el poder bactericida y vasodilatador de esta planta desde tiempos inmemoriales, al menos por la comunidad pastoril hurdana, que la ha empleado para remediar males y enfermedades y como elemento profiláctico y purificador. Se ha utilizado (y todavía es cosa común entre los pastores) para cortar las diarreas de los animales lactantes, sobre todo de chivos y cabritos.
Causa sorpresa en el profano que con sólo atar una toña al regazo del animal enfermo, se corte de inmediato la diarrea. También se hacen con tal planta una serie de objetos cruciformes, que se colocan sobre las majadas, a fin de alejar las exhalaciones de las tormentas. Las brujas no entran en las habitaciones donde hay colgadas guirnaldas fabricadas con dichas plantas. Las propiedades epispásticas de su corteza han dado lugar a que se empleara para plasmar sobre la piel tatuajes rituales. Los segadores hurdanos acudían rápidamente a ellas cuando se producían algún corte con la hoz, ya que la funda de sus tallos es un eficaz antihemorrágico. Y no hablaremos de otros usos y aplicaciones más oscuros y esotéricos, ya que entran dentro de la “antuya” (tabú) de estos pueblos montañeses, y escribir sobre ello, podría acarrearnos serias desgracias.
Y ha sido así como Amador, metido en su “prehistórico” laboratorio, dio vida a su remedio contra la calvicie. El exhaustivo análisis de las prácticas y rituales curanderiles de sus paisanos consiguió la fórmula mágica. Pero debe quedar rotundamente claro que si a ello no se añadiera la energía que desprende nuestro curandero, la fórmula no estaría completa ni alcanzaría un éxito que, prácticamente, ronda el cien por cien. Por ello, Amador renueva, en los días de tormenta, su energía, contactando, en el picacho de la sierra de Dios Padre, con la desnuda Naturaleza, sin intermediario alguno, entregándose a través del éxtasis a la divinidad y recibiendo, a cambio, los correspondientes poderes energéticos.
Nada tiene de extrañar que la fama de Amador haya surcado los mares, llegando hasta los oídos del embajador de los Emiratos Árabes en España, Abulda Al-Mansoori, quien se acercó hasta Las Hurdes, interesándose vivamente por los productos del alquimista y curandero. Actualmente, cuando este embajador ya se encuentra en Arabia Saudí, sigue en asiduos contactos con Amador, a fin de culminar unos proyectos que tienen entre manos. También tiene tratos con Joseph Califa, un norteamericano de origen libanés que posee en Madrid una oficina de comercio internacional.
Siguen bullendo las neuronas de alquimista de Amador Rubio. Día tras día, continúa buceando en las raíces más profundas de la sabiduría ancestral de Las Hurdes. Por ello, aparte de los champús y colonias que, en breve, lanzará al mercado, nos sorprenderá a todos con otro genial descubrimiento.Pero por ahora no podemos levantar el secreto; lo guardamos bajo siete llaves, que ya llegará el tiempo y la hora en que se abra la caja mágica de las sorpresas.
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