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De Charles Bukowski, "Hacia arriba sin alas"
Estaba sentado en un taburete del 8-Count, sin pensar en nada en particular, como por ejemplo qué hacia yo allí bebiendo whisky con agua. Quizá fuese porque Marie se pasaba todo el tiempo protestando porque yo quería ir a clase de vuelo. Aunque ella siempre estaba protestando por algo. No me malinterpreten, ella era un alma más o menos buena, pero el mundo está lleno de almas más o menos buenas y mira donde estamos: siempre sentados en el último segundo de cada minuto. Bueno, ya se sabe. De todas formas, era tarde y yo estaba sentado junto a aquel tipo mayor que llevaba un jersey de cuello vuelto naranja y pantalones cortos. De vez en cuando me miraba y sonreía, pero yo no le hacía caso. Realmente no tenía ganas de escuchar ninguna conversación típica de barra. Quiero decir que, cuando se está sentado sobre el último segundo de cada minuto, lo mejor es evitar las chorradas. El tiempo es oro ¿no? Pero aquel tipo no pudo aguantar mas. Por fin habló; y me habló a mí.
- Pareces preocupado por algo –dijo.
- Así es -contesté.
- ¿Qué te pasa? -preguntó.
Lo miré. Era uno de esos tipos de ojos realmente juntos. Uno sentía ganas de estirar el brazo y separarlos un poco.
- Quiero volar y no sé.
-Y ¿por qué no?
-¿Que por qué no? ¡Porque primero tengo que ir a clase!
-Yo sé volar -dijo el viejo-, y nunca he ido a clase.
Hice señas al camarero para que trajera otro whisky con agua para mí y una cerveza para el viejo. Estaba bebiendo cerveza de barril. Quizá fuese eso lo que le había puesto los ojos tan juntos: la cerveza joven y barata.
- Es difícil creer eso de que sabes volar y sin haber ido nunca a clase -dije.
- Puedo contártelo, si quieres escucharme -sugirió.
- Supongo que no me queda otra salida, ¿no? -pregunté.
Sonrió.
-Bueno -dije medio dudando-, oigamos eso.
De todas formas no había ninguna mujer en el bar y no había nada en la tele excepto el nuevo presidente, sonriendo levemente, con un tic de cabeza algo demencial, que intentaba ser una buena persona, como el presidente anterior, y hablaba de algo que había salido mal pero decía que, de todas formas, ahora todo iba bien.
-Empezó -arrancó diciendo el viejo- cuando yo tenía alrededor de cinco años. Un sábado por la tarde estaba sentado en mi habitación y los otros niños se habían ido a jugar por ahí y mis padres se habían ido...
- ¿Y descubriste que tenías pilila?
-Oh, no, eso pasó mucho tiempo después. Déjame continuar, por favor...
- Claro, claro.
- Yo estaba sentado en mi cama, mirando por la ventana hacia el patio. Mis pensamientos eran inconscientes, apenas elaborados.
- Empezaste pronto ...
- Sí, eso es lo que estoy intentando contarte. Yo estaba allí sentado y se me posó una mosca en la mano. En la mano derecha...
- ¿Ah, si?
- Si era una mosca particularmente antiestética: subida de peso, ignorante, hostil. Agité la mano para que se fuese. Se alzó dos o tres centímetros, se puso a zumbar y entonces, con un sonido realmente horrible, volvió a aterrizar en mi mano y me picó...
- ¡No me jorobes!
- Sí…, así fue, espanté la mosca y se puso a volar por la habitación, girando y haciendo un ruido furioso y posesivo. La mano me escocía muchísimo. Yo no tenía ni idea de que la picadura de una mosca pudiera ser tan dolorosa.
- Oye -le dije al viejo-, tengo que irme a casa. Tengo una mujer como una rana que se hincha y me salta encima.
El tipo actuó como si no me hubiese oído.
- ...de todos modos, yo odiaba aquella mosca, su sorprendente falta de miedo, su arrogancia de insecto, su zumbante ignorancia...
- Lo que necesitabas era un mata moscas.
- ...nada en absoluto para doblegarla. Para quitarla de en medio. ¡Cómo odiaba aquella mosca! Sentía que no tenía derecho a actuar así. Yo quería matarla porque sentía que, en esencia, ella quería matarme a mí.
- Todo está permitido en el amor y en las moscas.
- Observé la mosca. La vi posarse en el techo, luego andar cabeza abajo. Se sentía tan segura y tan superior. Mirando a aquella mosca que andaba de un lado a otro me fui poniendo cada vez más furioso. Tenía que apiolar aquella cosa. En la grieta más profunda de mi alma sentí esa terrible necesidad de destrozar aquella mosca. Empezó a temblarme todo el cuerpo, a vibrar. Entonces sentí como si mi cuerpo se cargase de electricidad y luego ¡un fogonazo de luz blanca!
- ¡Sí que te afectó esa mosca!
- ...y entonces sentí que mi cuerpo se elevaba, se ¡ELEVABA! Floté hasta el techo, mi mano salió disparada y aplasté aquella mosca con la palma de la mano. Estaba sorprendido por la velocidad de la acción. Y entonces sentí que, lentamente, era devuelto al suelo y depositado allí.
- ¿Y qué paso entonces, abuelo?
- Fui al cuarto de baño y me lavé las manos. Después salí y me senté sobre la cama.
- Supongo que las moscas no habrán vuelto a meterse contigo después de eso ...
- No, no lo han hecho. Pero mientras estaba allí sentado en la cama, intenté volar otra vez y no pude. Lo intenté una y otra vez, pero no pude.
- ¿No será que necesitas una picadura de mosca para que se te encienda el cohete?
- Intenté volar una y otra vez, me esforcé todo lo que pude, pero no hubo caso. Yo sentí que había pasado realmente, pero después de un rato empecé a pensar que quizá lo había imaginado, que quizá había enloquecido durante unos momentos.
- ¿Y cómo te sientes ahora mismo?
- Oh, estoy muy bien e insisto en invitarte a otra copa.
¿Otra copa? Pensé en aquello. La primera no la había pagado él. Pero tal vez era sólo cuestión semántica.
- Muy bien -dije.
Así que llegaron las bebidas y nos quedamos allí sentados, sin hablar. Una vez conocí a un tipo en un bar que afirmaba que se comía su propia carne, así que de las charlas en general yo aceptaba bastante y descartaba bastante. Entonces el viejo empezó otra vez.
- Bueno, después de cierto tiempo me olvidé de todo el asunto, pero entonces me volvió a pasar.
- ¿Te picó otra mosca?.
- No, era el último curso en el colegio, en Ohio. Yo era defensa izquierdo de reserva. Era el último partido de la temporada y yo estaba allí porque el chico que jugaba de titular estaba lesionado. Pero había algo importante, jugábamos contra nuestros más odiados rivales, unos lactantes ricos de la parte bien de la ciudad. O sea, que eran unos verdaderos chulos. En serio. Vencerlos era más importante para nosotros que ligar, y eso que nunca o muy rara vez ligábamos porque aquellos ricachones siempre andaban ***ándose a nuestras chicas. Vencerlos en el campo de juego era la única forma en que podíamos tomarnos la revancha. Soñábamos con eso noche y día. Significaba todo.
Bueno, pensé, ahora pasaremos de reprobar a las moscas a reprobar a los seres humanos. Ambos son difíciles de soportar.
- El partido estaba en su momento clave. Perdíamos por 21 a 16 y quedaban y quedaban sólo 30 segundos y ellos estaban a 12 metros de nuestra línea de meta. Podían ganarnos sin arriesgarse, con sólo hacer tiempo, pero lo que querían era irritarnos. No les bastaba con tirarse a nuestras chicas, querían además marcarnos otro tanto.
- Demasiado.
- Si. Así que el quarterback retrocede para tirar, es un verdadero pimpollo, tiene un Cadillac amarillo, entonces lanza el balón haciendo una espiral, uno de nuestros defensas lo toca con las puntas de los dedos en la línea de meta y el balón sale volando en el momento en que pitan el final del partido. Yo estaba en el área de meta porque me habían empujado y me había caído de ojo ciego, y cuando me estoy levantando veo el balón viniendo hacia mí. Lo cojo y empiezo a correr. Estoy totalmente rodeado por los chulos. Comienzan a encerrarme. No puedo hacer nada. Vienen hacia mí. Todos esos tipos que han estado metiéndosela a nuestras chicas. Me invade una furia cegadora. En el momento en que saltan para aplastarme con un placaje masivo, empiezo a sentir que ¡me estoy elevando¡ ¡Estoy suspendido en el aire! Tengo el balón y vuelo hacia su línea de meta. Aterrizó en su meta y ¡ganamos el partido!
- Tengo que decirte algo -le dije al viejo-. Eres el mayor embustero que he conocido en toda mi vida.- No te estoy mintiendo.
- Venga ya -dije-. No he oído nunca hablar de eso. Ni yo ni nadie. Hubiese salido en todos los periódicos. ¡Se hubiese sabido en todo el mundo!.
- Ocurrió en una ciudad muy pequeñita. Lo silenciaron. Lo ocultaron, lo enterraron para siempre. Sobornaron a la gente.
- Nadie podría tapar una cosa así.
El viejo señaló con la cabeza hacia un reservado. Nos acercamos y nos sentamos. Era mi turno de pagar las bebidas. Le hice una seña al camarero.
- Dos más -le dije cuando se acercó-, para cada uno.
El viejo no habló hasta que llegaron los cuatro vasos y el camarero regresó a la barra.
- El gobierno -dijo, alzando una de aquellas horribles cervezas jóvenes y bebiéndose casi todo el vaso-. Fue el gobierno.
- ¿Ah, si?
- Querían el secreto, pero yo no lo tenía. Nos hubiera proporcionado el arma secreta más poderosa de todos los tiempos. Una casi invencible. Me sometieron a un terrible interrogatorio, interminable, pero yo, sencillamente, no lo sabía. Mientras tanto, se ocultó todo sobre el partido de fútbol. No sé cómo influiría en la vida de las trescientas o cuatrocientas personas que lo presenciaron, pero supongo que es algo que recordarán hasta el día de su fin.
Vacié mi primer vaso.
- ¿Sabes, abuelo, que lo que cuentas suena convincente? Estoy a punto de creerte.
- No tienes que hacerlo -respondió-. Es sólo porque has mencionado eso de que querías volar. Ya llevo algunas copas encima y eso me ha hecho recordar.
- Está bien -dije-. Pero sigo queriendo volar.
- Yo puedo enseñarte -dijo el viejo, inclinándose hacia adelante-. Al final lo descubrí.
- Sabes una cosa -dije-, no pienso pagar por eso.
- Es gratis.
- Muy bien -dije-, enséñame.
Me miró por encima de sus cervezas con aquellos ojos.
- Antes de nada, tienes que creer.
- Eso es difícil.
- A veces. Y después, cuando ya estés listo para volar, tienes que hacer esto. Mírame las manos. Haz esto.
- ¿Esto?
- Muy bien. Ahora, coge aire. Y pon los ojos en blanco. Entonces, piensa en lo peor que te ha pasado en toda tu vida.
- Hay tantas cosas...
- Ya lo sé, pero elige la peor.
- Vale, ya lo tengo.
- Ahora di SOLZIMER y te ¡elevarás!
- SOLZIMER -dije.
Seguí allí sentado.
- Eh, abuelo, no pasa nada.
- Pasará. Pero lleva un poco de tiempo y práctica.
- Oye, abuelo, ¿cómo te llamas?
- Benny.
- Bueno, Benny, yo soy Hank. Y tengo que decirte que hacía muchísimo tiempo que no oía una mentira tan bien contada. O estás loco de verdad o eres el gracioso número uno de todos los tiempos.
- Encantado de conocerte, Hank. Pero ahora tengo que marcharme. Soy conductor de autobuses, es mi último año de trabajo y tengo que hacer el recorrido de las 6.30 de la mañana, así que para mí es tarde.
- Yo no tengo trabajo, Benny, pero me voy a beber la última copa a casa, así que saldré contigo.
Fuera hacía una noche bastante bonita, de luna llena con una niebla que iba cayendo. Las cortesanas se la mamaban a tipos en coches aparcados y en callejones. Mi habitación estaba justo a la vuelta de la esquina. No tenía ni idea de dónde vivía Benny. Pero cuando nos estábamos acercando a la esquina, un policía enorme surgió de la niebla. ¡Lo que nos faltaba! Y parecía como si le viniéramos bien.
- Eh, vosotros, chicos, parece que no tenéis mucha estabilidad -dijo-. Creo que lo mejor será que vengáis los dos conmigo a la comisaría hasta que os sequéis. ¿Qué os parece?
-SOLZIMER -dijo Benny-, y comenzó a elevarse.
Flotó hacia arriba justo frente al policía, siguió elevándose y pasó por encima del edificio del Bank of America. Después se alejó velozmente.
- me acuerdo de... -susurro el policía-, ¿has visto eso?
-SOLZIMER-dije.
No pasó nada.
- Oye -me preguntó el enorme policía-. ¿Tu no estabas con un tipo?
-SOLZIMER- dije.
- Muy bien -dijo-, acabo de ver ese tal Solzimer despegando rumbo al espacio. ¿No lo has visto?
- Yo no he visto nada.
- Muy bien –dijo-. ¿Cómo te llamas?
- SOLZIMER -dije.
Y entonces empezó a pasar. Sentí que me estaba elevando, ¡ELEVANDO!
- ¡Eh! ¡Vuelve aquí! -gritó el policía.
Yo seguía subiendo. Era maravilloso. Yo también pasé por encima del edificio del Bank of America. El viejo no me había mentido. Aunque sus ojos estuvieran demasiado juntos. Allí arriba hacía un poco de frío. Pero seguí flotando. Cuando le contara a los chicos lo de esta noche, lo que le había pasado a este borracho, no me creerían. Qué cosa. Viré en picado hacia la izquierda y sobrevolé la autopista del puerto sólo para comprobar el funcionamiento. Parecía lento, pero de todos modos yo estaba muy satisfecho de la vida en general.