Sapere_Aude
Madmaxista
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Acepto el desafío de expresar mi opinión sobre este tema a sabiendas de la engorrosa polémica que siempre conlleva hacerlo. Es más, lanzo este email como germen de un debate abierto y libre al respecto. Como usted, también me pregunto qué interés tienen los globalistas para promover e incentivar la gaysidad hasta la histeria. Y reconozco no saber si la obvia gaysización de la sociedad contemporánea es un medio o un fin en sí mismo, o tan sólo una consecuencia, un “efecto colateral” de una sociedad diseñada en la enfermedad y el desvío.
En principio, hay gayses en todas las sociedades, incluidas las tradicionales. Siempre ha habido gayses, e incluso en organizaciones sociales normales, el gays disponía de un oficio, un espacio, un rol social y familiar que le eran propios. ¿Marginales? Pues sí, pero por una cuestión de estadística. Es un porcentaje siempre escaso el de los individuos gayses por naturaleza. Siempre ha habido individuos gayses en todas las razas, castas y clases sociales, formando siempre un minoría, perfectamente integrados como gayses en una sociedad sana que exigía discreción para unas preferencias sensuales que no deberían salir nunca del ámbito privado.
Lo que ocurre ahora es algo inédito: un colectivo que hace de esa misma práctica íntima, su elemento de cohesión. No es una raza, una etnia, una casta, un pueblo, una nación, una religión… lo único que une a los colectivos gayses en su reivindicación y activismo, es una práctica sensual, a saber, la gaysidad. Eso es “ser lgtb”: hacer del gusto por una práctica sensual, una ideología. Pongo un ejemplo para ver el absurdo reivindicativo alcanzado. A mí siempre me han gustado las mujeres rubias. Allá donde he vivido, siempre ha habido muy pocas rubias, por lo que mi gusto siempre ha resultado un poco excéntrico. Incluso me puedo sentir marginado sexualmente por ello. Entonces, formo una ONG y una plataforma en pro de los raros como yo. ¿Es ridículo? Es exactamente lo que los activistas gayses hacen.
Por supuesto que hay otros intereses en todo esto, y el error radica en ver esta cuestión desde una perspectiva jovenlandesal. Los globalistas escupen en la jovenlandesal y las buenas formas, y no valoran esta cuestión así. Es habitual escuchar “Bueno… ¿si se quieren?” en boca de un hombre o mujer de buena voluntad para justificar una unión gays. Acepto la existencia del amor gays. Asimismo, los que tengan perro sabrán que es verdadero amor lo que hay entre un perro y su dueño, y sólo alguien “amante de los perros” sabrá de la veracidad de estas palabras: el vínculo entre un hombre y su perro es puro amor. Y sin embargo, todos ustedes considerarán como pervertida y enferma a una mujer que mantiene relaciones sensuales con su caniche. ¿Imaginan que esa pobre mujer quisiera casarse con su perro y reivindicara su derecho?
Esto ya ocurre hoy: hay movimientos reivindicativos ******filos, activistas de los derechos del voyeur, terroristas femen, clubs de sadomasoquistas, tribus urbanas de emo asexuados, webs para onanistas, spas para swingers… No se trata sólo de la aceptación social de la gaysidad sino de la intrusión de toda esta cosa poco buena en la institución matrimonial y sentar precedente para cualquier tipo de reforma más o menos aberrante. ¿Pues, a estas alturas, qué Doctor en Derecho de cualquier Derecho va a negar el matrimonio a cualquiera que quiera casarse de cualquier modo? Es decir, si somos flexibles en cuanto al “género” de los cónyuges, ¿por qué no serlo en cuanto al “número”? ¿Por qué decir sí a “un novio con un novio” y decir no a “cuatro novios con tres novias y un hermafrodita”? Ya existen movimientos reivindicativos así, lo llaman “poliamor” y me pregunto por qué estos liberales poliamorosos que se quieren casar a tres o cuatro bandas, aparecen con un halo cool en los medios de información que los polígamos de ciertas comunidades mormonas o fiel a la religión del amoras, no tienen. Hacen esencialmente lo mismo. Para mí es igual de poco apreciable. Pero para un periódico como El País, tres travestis de Chueca que quieren casarse son “activistas que luchan por sus derechos”, mientras un granjero del Utah profundo que tiene dos mujeres es un “machista retrógrado”.
Observando estas paradojas y eufemismos periodísticos, se comprueba que la dimensión de la propaganda lgtb trasciende el ámbito jovenlandesal y que los objetivos de los apologistas son más ambiciosos. En última instancia, no se trata de la gaysidad en concreto, sino de fomentar todo lo que desintegre la unidad psicológica, sensual, familiar y social del ser humano, para que este dé su “libre consentimiento” a la imposición de un modelo huxleyiano de nacimiento, crianza y educación. Ese es el pack de medidas de la ONU para los próximos años. Lo han estudiado científicamente: lo saben, lo han estudiado y lo usan. Saben que si sexualizan artificialmente a los pre púber, estos, cuando crezcan, no van a poder formar una familia. Saben que la promiscuidad en la adolescencia va a dificultar el enamoramiento y las relaciones interpersonales profundas. Saben que una chica de quince años que es bisexual y ****mita compulsiva a su edad, jamás va a ser progenitora y ejercer como tal. Saben que un chico de la misma edad que ha tenido decenas de compañeros sensuales y que tiene pronografía hasta en el desayuno, nunca va a ejercer una oposición firme a la implementación de un modelo huxleyiano global de educación. No hablo de ciencia-ficción ni teorías de conspiración. Esto ya pasa y es riguroso presente. Lo hago ver:
He sido profesor de adolescentes en otros países y afirmo esto con fundamento: en los países occidentales, la presente generación de niños (0 a 20 años) mantiene los valores vitales a flote no gracias a sus padres (que trabajan más de 40 horas semanales fuera del hogar y han delegado su deber como padres al internet y a la carcelaria escuela), sino gracias a la generación de los abuelos (auténticas reservas de una funcionalidad familiar condenada a desaparecer). Cuando esos abuelos mueran, los pocos chicos que van a ser padres en el futuro, no tendrán recursos espirituales, ni humanos, ni meramente económicos para educar a sus hijos. En una generación, será raro encontrar a un niño cuyos padres no sean divorciados, o separados, o ineptos, o enfermos, o se hayan vuelto afeminados o lesbianas. En dos generaciones, no habrá ya ninguna referencia viva a un modelo nuclear social mínimamente saludable. En tres generaciones, esto que alguien llamó con desprecio “familia tradicional” habrá desaparecido. Supongo que ahí el Establishment político podrá hacer de los niños, perfectos ciudadanos globales. El Mundo Feliz.
Pero volvamos a la cuestión propuesta. Pregunta directamente sobre el acto gays y mi opinión al respecto. Incluso con más exactitud sobre el sesso traseril (o rectal, como dice) y sus implicaciones en la fisiología sutil del ser humano. Evitaré usar términos ya usurpados por la new-age (chakras y demás), sin remedio condenados a los oscurantismos y ocultismos de tres al cuarto. Hablaré sin rodeos. La sodomía está presente en ritualísticas de varias comunidades chamánicas degradadas de África y Asia. Los etnólogos lo han estudiado en profundidad. Aparece en rituales de paso, generalmente de pubertad. No siempre es la sodomía; a veces cascan un diente incisivo con una piedra, amputan falanges, se perforan el escroto (¿piercing?), se marcan la piel (¿tatoo?), practican omofagia, antropofagia o la famosa ablación. Como se puede concluir, el elemento clave en estas prácticas es el dolor. Y he ahí la clave: la sodomía no es una técnica sensual de los modernos que casualmente aparece en rituales primitivos. Al contrario: la sodomía es una técnica ritual de grupos contrainiciáticos que, no por casualidad, aparece en el repertorio sensual del modernito y la modernita que fardan de “liberales”. Y esto no se sabe: en la modernidad no se sabe ni se cuestionan las implicaciones psicológicas y espirituales de esta práctica u otra. Se legitima con el mero hecho de que los practicantes acepten hacerlo e, incluso, obtengan placer con ello. En una sociedad hedonista, algo que sea placentero se convierte automáticamente en “bueno” y “lícito”, y ese silogismo se cae por su peso cuando se comprueba que hay gente que asegura obtener placer de la humillación, el dolor ajeno o propio, la tortura, tal y como testimonian los sadomasoquistas (por cierto, otro colectivo muy respetado en la actualidad).
Todos nuestros actos, sensuales o no, placenteros o no, tienen consecuencias en nosotros mismos. Los actos sensuales influyen profundamente en la salud física, el equilibrio anímico y el desarrollo espiritual. No es una cuestión jovenlandesal. Es pura fisiología. Por ejemplo, si yo permito libremente que usted me saque el ojo con una cuchara sopera, después de perder el ojo, podemos filosofar y discutir si eso fue un acto jovenlandesal o inmoral, si obtuve placer o dolor, si supone un delito o fue un acto legal… ¡En fin! Pero independientemente de nuestras conclusiones, nadie va a poder negar el hecho de que jamás podré volver a ver con el ojo derecho. Ese acto tiene una consecuencia fisiológica. La sodomía tiene consecuencias fisiológicas mucho más profundas de lo que la banalidad sensual del “yo-hago-con-mi-cuerpo-lo-que-quiero” puede ni tan si quiera intuir. Y no por casualidad, aparece como técnica en rituales siniestros: porque es potente, porque no es innocua, porque influye en la fisiología sutil del ser humano y en la física sutil del entorno en donde se practica.
Como ve, no estamos hablando de un problema que afecte sólo a una minoría marginal o a los gayses. El “Cada uno hace con su vida lo que quiera” no sirve cuando comprobamos con espanto que el Marqués de Sade hizo con su vida lo que quiso, Aleister Crowley hizo con su vida lo que quiso, Rasputín hizo con su vida lo que quiso. Y hoy, casi en 2014, haciendo con nuestra vida lo que se quiere, no vivimos en un lugar más libre, más sano o más bello. Se habla de derechos humanos y a mí sólo me interesan los deberes humanos. Escucho hablar de “libertad sensual” sin que nadie ni tan si quiera cite una “responsabilidad sensual” que no interesa comercialmente, que no se adapta a la tiranía global y que, en definitiva, “no le no mola a la peña”. La gaysidad (nueva, en cuanto a una imposición comportamental) sólo es un ingrediente más en este cocktail de cicuta contra las buenas formas, la belleza y la salud social. Yo afirmo esto en mi día a día, y después recojo la previsible colección de insultos. Van desde “gays no aceptado” hasta “fascista sexista”, desde “reprimido” hasta “pervertido”, desde “homófobo” hasta “corruptor social” y otros despropósitos. Quizás algún que otro insultillo me lo tenga merecido cuando yo hice algún símil tan poco afortunado como aquel que usted me recuerda en el email, el de “la rata bigotuda”. Quizás no haga sino empeorar las cosas si digo que yo no tengo nada en contra de las ratas como especie animal, que considero que tienen su función biológica en su ecosistema, y que son unas criaturas que participan de la belleza de la Creación de Dios. También afirmo que no deseo su exterminio, ni apoyaré políticas de persecución contra ellas, ni creo que haya que encarcelarlas, ni torturarlas, ni gasearlas. Jamás he hecho daño a una rata. Asimismo, esto lo digo con la misma firmeza: jamás dejaría que las ratas anidaran en mi casa, que hicieran una plaga e invadieran el dormitorio de mi hijo. Jamás permitiría vivir entre ratas.
Ibn Asad
En principio, hay gayses en todas las sociedades, incluidas las tradicionales. Siempre ha habido gayses, e incluso en organizaciones sociales normales, el gays disponía de un oficio, un espacio, un rol social y familiar que le eran propios. ¿Marginales? Pues sí, pero por una cuestión de estadística. Es un porcentaje siempre escaso el de los individuos gayses por naturaleza. Siempre ha habido individuos gayses en todas las razas, castas y clases sociales, formando siempre un minoría, perfectamente integrados como gayses en una sociedad sana que exigía discreción para unas preferencias sensuales que no deberían salir nunca del ámbito privado.
Lo que ocurre ahora es algo inédito: un colectivo que hace de esa misma práctica íntima, su elemento de cohesión. No es una raza, una etnia, una casta, un pueblo, una nación, una religión… lo único que une a los colectivos gayses en su reivindicación y activismo, es una práctica sensual, a saber, la gaysidad. Eso es “ser lgtb”: hacer del gusto por una práctica sensual, una ideología. Pongo un ejemplo para ver el absurdo reivindicativo alcanzado. A mí siempre me han gustado las mujeres rubias. Allá donde he vivido, siempre ha habido muy pocas rubias, por lo que mi gusto siempre ha resultado un poco excéntrico. Incluso me puedo sentir marginado sexualmente por ello. Entonces, formo una ONG y una plataforma en pro de los raros como yo. ¿Es ridículo? Es exactamente lo que los activistas gayses hacen.
Por supuesto que hay otros intereses en todo esto, y el error radica en ver esta cuestión desde una perspectiva jovenlandesal. Los globalistas escupen en la jovenlandesal y las buenas formas, y no valoran esta cuestión así. Es habitual escuchar “Bueno… ¿si se quieren?” en boca de un hombre o mujer de buena voluntad para justificar una unión gays. Acepto la existencia del amor gays. Asimismo, los que tengan perro sabrán que es verdadero amor lo que hay entre un perro y su dueño, y sólo alguien “amante de los perros” sabrá de la veracidad de estas palabras: el vínculo entre un hombre y su perro es puro amor. Y sin embargo, todos ustedes considerarán como pervertida y enferma a una mujer que mantiene relaciones sensuales con su caniche. ¿Imaginan que esa pobre mujer quisiera casarse con su perro y reivindicara su derecho?
Esto ya ocurre hoy: hay movimientos reivindicativos ******filos, activistas de los derechos del voyeur, terroristas femen, clubs de sadomasoquistas, tribus urbanas de emo asexuados, webs para onanistas, spas para swingers… No se trata sólo de la aceptación social de la gaysidad sino de la intrusión de toda esta cosa poco buena en la institución matrimonial y sentar precedente para cualquier tipo de reforma más o menos aberrante. ¿Pues, a estas alturas, qué Doctor en Derecho de cualquier Derecho va a negar el matrimonio a cualquiera que quiera casarse de cualquier modo? Es decir, si somos flexibles en cuanto al “género” de los cónyuges, ¿por qué no serlo en cuanto al “número”? ¿Por qué decir sí a “un novio con un novio” y decir no a “cuatro novios con tres novias y un hermafrodita”? Ya existen movimientos reivindicativos así, lo llaman “poliamor” y me pregunto por qué estos liberales poliamorosos que se quieren casar a tres o cuatro bandas, aparecen con un halo cool en los medios de información que los polígamos de ciertas comunidades mormonas o fiel a la religión del amoras, no tienen. Hacen esencialmente lo mismo. Para mí es igual de poco apreciable. Pero para un periódico como El País, tres travestis de Chueca que quieren casarse son “activistas que luchan por sus derechos”, mientras un granjero del Utah profundo que tiene dos mujeres es un “machista retrógrado”.
Observando estas paradojas y eufemismos periodísticos, se comprueba que la dimensión de la propaganda lgtb trasciende el ámbito jovenlandesal y que los objetivos de los apologistas son más ambiciosos. En última instancia, no se trata de la gaysidad en concreto, sino de fomentar todo lo que desintegre la unidad psicológica, sensual, familiar y social del ser humano, para que este dé su “libre consentimiento” a la imposición de un modelo huxleyiano de nacimiento, crianza y educación. Ese es el pack de medidas de la ONU para los próximos años. Lo han estudiado científicamente: lo saben, lo han estudiado y lo usan. Saben que si sexualizan artificialmente a los pre púber, estos, cuando crezcan, no van a poder formar una familia. Saben que la promiscuidad en la adolescencia va a dificultar el enamoramiento y las relaciones interpersonales profundas. Saben que una chica de quince años que es bisexual y ****mita compulsiva a su edad, jamás va a ser progenitora y ejercer como tal. Saben que un chico de la misma edad que ha tenido decenas de compañeros sensuales y que tiene pronografía hasta en el desayuno, nunca va a ejercer una oposición firme a la implementación de un modelo huxleyiano global de educación. No hablo de ciencia-ficción ni teorías de conspiración. Esto ya pasa y es riguroso presente. Lo hago ver:
He sido profesor de adolescentes en otros países y afirmo esto con fundamento: en los países occidentales, la presente generación de niños (0 a 20 años) mantiene los valores vitales a flote no gracias a sus padres (que trabajan más de 40 horas semanales fuera del hogar y han delegado su deber como padres al internet y a la carcelaria escuela), sino gracias a la generación de los abuelos (auténticas reservas de una funcionalidad familiar condenada a desaparecer). Cuando esos abuelos mueran, los pocos chicos que van a ser padres en el futuro, no tendrán recursos espirituales, ni humanos, ni meramente económicos para educar a sus hijos. En una generación, será raro encontrar a un niño cuyos padres no sean divorciados, o separados, o ineptos, o enfermos, o se hayan vuelto afeminados o lesbianas. En dos generaciones, no habrá ya ninguna referencia viva a un modelo nuclear social mínimamente saludable. En tres generaciones, esto que alguien llamó con desprecio “familia tradicional” habrá desaparecido. Supongo que ahí el Establishment político podrá hacer de los niños, perfectos ciudadanos globales. El Mundo Feliz.
Pero volvamos a la cuestión propuesta. Pregunta directamente sobre el acto gays y mi opinión al respecto. Incluso con más exactitud sobre el sesso traseril (o rectal, como dice) y sus implicaciones en la fisiología sutil del ser humano. Evitaré usar términos ya usurpados por la new-age (chakras y demás), sin remedio condenados a los oscurantismos y ocultismos de tres al cuarto. Hablaré sin rodeos. La sodomía está presente en ritualísticas de varias comunidades chamánicas degradadas de África y Asia. Los etnólogos lo han estudiado en profundidad. Aparece en rituales de paso, generalmente de pubertad. No siempre es la sodomía; a veces cascan un diente incisivo con una piedra, amputan falanges, se perforan el escroto (¿piercing?), se marcan la piel (¿tatoo?), practican omofagia, antropofagia o la famosa ablación. Como se puede concluir, el elemento clave en estas prácticas es el dolor. Y he ahí la clave: la sodomía no es una técnica sensual de los modernos que casualmente aparece en rituales primitivos. Al contrario: la sodomía es una técnica ritual de grupos contrainiciáticos que, no por casualidad, aparece en el repertorio sensual del modernito y la modernita que fardan de “liberales”. Y esto no se sabe: en la modernidad no se sabe ni se cuestionan las implicaciones psicológicas y espirituales de esta práctica u otra. Se legitima con el mero hecho de que los practicantes acepten hacerlo e, incluso, obtengan placer con ello. En una sociedad hedonista, algo que sea placentero se convierte automáticamente en “bueno” y “lícito”, y ese silogismo se cae por su peso cuando se comprueba que hay gente que asegura obtener placer de la humillación, el dolor ajeno o propio, la tortura, tal y como testimonian los sadomasoquistas (por cierto, otro colectivo muy respetado en la actualidad).
Todos nuestros actos, sensuales o no, placenteros o no, tienen consecuencias en nosotros mismos. Los actos sensuales influyen profundamente en la salud física, el equilibrio anímico y el desarrollo espiritual. No es una cuestión jovenlandesal. Es pura fisiología. Por ejemplo, si yo permito libremente que usted me saque el ojo con una cuchara sopera, después de perder el ojo, podemos filosofar y discutir si eso fue un acto jovenlandesal o inmoral, si obtuve placer o dolor, si supone un delito o fue un acto legal… ¡En fin! Pero independientemente de nuestras conclusiones, nadie va a poder negar el hecho de que jamás podré volver a ver con el ojo derecho. Ese acto tiene una consecuencia fisiológica. La sodomía tiene consecuencias fisiológicas mucho más profundas de lo que la banalidad sensual del “yo-hago-con-mi-cuerpo-lo-que-quiero” puede ni tan si quiera intuir. Y no por casualidad, aparece como técnica en rituales siniestros: porque es potente, porque no es innocua, porque influye en la fisiología sutil del ser humano y en la física sutil del entorno en donde se practica.
Como ve, no estamos hablando de un problema que afecte sólo a una minoría marginal o a los gayses. El “Cada uno hace con su vida lo que quiera” no sirve cuando comprobamos con espanto que el Marqués de Sade hizo con su vida lo que quiso, Aleister Crowley hizo con su vida lo que quiso, Rasputín hizo con su vida lo que quiso. Y hoy, casi en 2014, haciendo con nuestra vida lo que se quiere, no vivimos en un lugar más libre, más sano o más bello. Se habla de derechos humanos y a mí sólo me interesan los deberes humanos. Escucho hablar de “libertad sensual” sin que nadie ni tan si quiera cite una “responsabilidad sensual” que no interesa comercialmente, que no se adapta a la tiranía global y que, en definitiva, “no le no mola a la peña”. La gaysidad (nueva, en cuanto a una imposición comportamental) sólo es un ingrediente más en este cocktail de cicuta contra las buenas formas, la belleza y la salud social. Yo afirmo esto en mi día a día, y después recojo la previsible colección de insultos. Van desde “gays no aceptado” hasta “fascista sexista”, desde “reprimido” hasta “pervertido”, desde “homófobo” hasta “corruptor social” y otros despropósitos. Quizás algún que otro insultillo me lo tenga merecido cuando yo hice algún símil tan poco afortunado como aquel que usted me recuerda en el email, el de “la rata bigotuda”. Quizás no haga sino empeorar las cosas si digo que yo no tengo nada en contra de las ratas como especie animal, que considero que tienen su función biológica en su ecosistema, y que son unas criaturas que participan de la belleza de la Creación de Dios. También afirmo que no deseo su exterminio, ni apoyaré políticas de persecución contra ellas, ni creo que haya que encarcelarlas, ni torturarlas, ni gasearlas. Jamás he hecho daño a una rata. Asimismo, esto lo digo con la misma firmeza: jamás dejaría que las ratas anidaran en mi casa, que hicieran una plaga e invadieran el dormitorio de mi hijo. Jamás permitiría vivir entre ratas.
Ibn Asad