Me parece grandioso no haber sentido la necesidad ni la obligación de pisar un centro comercial estas navidades. No he soportado colas de tráfico, aglomeraciones en caja, falta de aparcamiento o rios de gente por pasillos inundados de insoportable villancicos a toda pastilla y gritos de monos salvajes de marujas, crios y adultos gañanes. Disfrutar de wi-fi gratis, tener un teléfono que sólo sirve para efectuar o recibir llamadas, tener un coche guardado en un garage para emergencias, aunque estoy pensando en deshacerme de él, tener un ordenador-mamotreto de casi 8 años y por supuesto, tener una televisión de decoración a modo de cuadro: desenchufada está.
No compro ropa, porque el armario está lleno y se encuentra en perfecto estado de revista. ¿Para qué necesito comprar pantalones, camisetas, zapatos o chaquetas, si ya tengo, y ni siquiera uso? Hace años que no compro música, libros o chuminadas varias. Para la casa tampoco, no me hacen flata ni cuadros, lámparas o batidoras: ya lo tengo, ¿por qué lo he cambiar si todo funciona o no está roto?
Los alimentos son mi caballo de batalla: es en lo único que gasto, por necesario, pero me repatea tener que entrar en un mercadona o similar, pero gasto lo mínimo. El resto un par de tienditas de barrio para verdura, frutas, pan fresco y poco más, y el dinero para una el padre, la progenitora y el hijo adolescente que les hecha una mano.
Pasan dias y dias en que de mi cartera no sale un céntimo, es más, salgo a la calle sin ella. Me voy a currar en la bici y vuelvo. Eso de bares, cañas, restaurantes, discotecas, cine, espectáculos, terrazitas y demás tontería nunca fue lo mío, así que no he tenido que quitármelo, porque nunca lo usé. Y soy muy feliz.
Si, me temo que conmigo va a consumir su querida progenitora. Lo siento, es lo que hay.
PD: No tengo deudas, hipotecas, préstamos, financiación de nada, tarjetas de crédito, ni cuentas en banco atracadores. Creo que he hecho un buen trabajo, pero todavía hay de donde recortar. Y lo haré.