̷p̷ɔ̷d̷n̷ ̷nike
sencillaco Premium Deluxe - Desde 2009 dando por ojo ciego
Os voy a dar un poco de envidia y al mismo tiempo la razón.
Supongo que sabéis que por el tema del carnaval muchos profesores la semana que viene tenemos libre el Lunes y el Martes. Pues como os podéis imaginar, como suele pasar, no solo entre el profesorado, la gente cuando tiene un día libre HUYE, a donde sea, y, en el caso de los profesores suelen contratar en general viajes largos y caros. En mi centro el 95% de mis compañeros se van estos 4 días (Noruega, EEUU, la nieve,...). Me pregunto qué haría esta gente si no tuviera pasta para hacer esas cosas.
Buscando sobre el tema, y aunque no tiene nada que ver, me he encontrado con este artículo, bastante bien escrito, en el que una progenitora relata las tonterías con el tema de cumpleaños, regalos y demás, pero en el fondo el tema es el mismo aunque aplicado a los adultos. ¿En serio necesitamos viajar y/o gastarnos pastizales para ser "felices" o simplemente huímos de nuestra frustrante existencia? ¿Hay que ser "felices" las 24 horas del día? ¿Somos incapaces de quedarnos en casa, leer, disfrutar de la tranquilidad y de nuestro entorno?
El artículo:
"Se nos ha ido de las manos mamis, se nos va. Se nos van de las manos, los cumpleaños, ¡ay!, los cumpleaños...
Llevo cuatro años celebrando cumpleaños de mi hija y todavía no he puesto una tarta fondant, ni una mesa con cup-cakes, porque sé que a mi hija eso, le da igual. Porque con unos sándwiches de Nocilla, cuatro globos y una tarta de galletas es feliz. (El año pasado, caí en el castillo hinchable, porque me lo pidió), con eso, el juego del pañuelo, los globos de agua y cuatro tizas para que pintaran al libre albedrío en el suelo, fueron felices, ¿Y por qué? Porque lo que realmente recordará son las carreras, las risas y juegos con sus amigos, no los pink cup-cake con forma de estrella que le ha hecho o comprado su mami.
¿Qué clase de obligación nos hemos impuesto las madres, de hacer que la vida de nuestros hijos sea una aventura continua?, a veces, estoy haciendo la comida del día siguiente por la tarde en mi cocina y veo a mi hija sola en el salón, hablando sola y sacando juguetes de su parque y me siento mal por no estar con ella, o no tenerla en el parque en la calle... y luego pienso, ¡qué narices! si ese aburrimiento o el estar sola hace que su imaginación se active.
Si nuestras abuelas y sus ancestros levantaran la cabeza, se llevarían las manos a la susodicha, al ver la presión que las madres de hoy en día nos auto-imponemos. Pensarían que estamos enfermas... o locas.
PUBLICIDAD
inRead invented by Teads
¿Desde cuándo ser buena progenitora significa pasarse el día haciendo manualidades para los niños, convirtiendo sus habitaciones en portadas de revista y vistiéndoles a la última moda, siempre combinados y perfectos para cualquier evento, ya sea parque, cumpleaños o revolcarse en el huerto?
No creo que las madres como nosotras, las madres autoexigentes, queramos más a nuestros hijos de lo que nuestras bisabuelas querían a los suyos. Simplemente, nos sentimos obligadas a demostrarlo con ridículas y carísimas fiestas de cumpleaños repletas de cup-cakes caseros con dieciocho sabores de toppings diferentes, cortando medio barrio a los coches, con espectáculo de magos, animadores varios, pinta-caras y un infinito de regalos.
En estos cuatro años que llevo siendo progenitora, he observado ese modelo maternal de "cualquier cosa que hagas, yo puedo hacerla mejor", que se basa en buscar ideas por Internet y reproducirlas a la perfección y compartir la foto en las redes sociales.
Y me di cuenta, en un momento de lucidez, en un momento que pude salir de la espiral, que no tenemos por qué hacer que la infancia de nuestros hijos sea una aventura continua, porque ellos ya son aventureros de por sí, ellos usan su infinita imaginación para todo lo que necesitan.
La infancia ya es mágica de por sí, incluso cuando no es perfecta. (Dependiendo siempre de lo que cada uno entienda por perfecto).
Mi infancia fue perfecta y no éramos ricos, pero me lo pasaba pipa en mis cumpleaños porque mis amigos, mis tíos, mis abuelos y primos venían. Lo importante no eran los regalos, ni la decoración al detalle, ni nada de eso. Nos bastaba con explotar globos con caramelos dentro, jugar a los globos de agua, correr por el césped de mi casa, jugar al escondite, a la búsqueda del tesoro o al pollito inglés o a saltar con las gomas, las carreras de sacos, y por supuesto, zamparnos los bocatas de nocilla o soplar la tarta hecha por mi progenitora o mi abuela. Bastante simple, pero mágico. Es lo que recuerdo de esos momentos, las risas, las carreras, los juegos... no los cambio ni por un millón de cup-cakes por mucho chocolate cream que lleven.
En Navidad, mis padres nos compraban dos regalos que pedíamos en la carta a cada uno y luego ellos nos compraban, ropa, chocolatinas, juanolas...
No había campañas de publicidad que estuvieran machacando desde noviembre con las actividades que había que marcar en el calendario.
No había chuches especiales navideñas que no fueran los dulces y almendrados de mi abuela, y pocos adornos, el mismo árbol artificial de los años 50 de mi abuela todos los años que al final el pobre no tenía ni el brezo verde.
Ni siquiera preparábamos galletas, ni polvorones, ni almendrados...
Las Nochebuenas hacíamos teatros y nos partíamos de risa todos los primos correteando por la casa de mi abuela, por no hablar del momento Papá Noel, todavía vemos los videos y nos morimos de la risa, de la histeria general que se formaba.
La noche de Reyes, lo que nos hacía realmente felices a mi hermano y a mí, era meternos en una cama los dos pensando que podríamos oír a los Reyes Magos colarse en casa por el balcón. Dejar las zapatillas en el balcón, la leche, el agua y la trabajo manual para los camellos. Era muy divertido intentar aguantar toda la noche despiertos, cuchichear, reírnos juntos, y desear con ansia que se hiciera de día. Era único. Y nunca, nunca sentí que me faltara algo.
No recuerdo una sola vez en que mis padres hicieran manualidades conmigo (aunque sí mi progenitora me tomaba la lección cada día y mi padre gracias a su carrera me ayudaba con las matemáticas, la física y la química hasta 2º de BUP, donde al final me decanté por las Letras).
Y es que las manualidades eran algo que se hacía en el colegio.
En casa jugábamos. Todo el rato. Después de la escuela, volvíamos andando desde el colegio que lo teníamos a cinco minutos de casa, dejábamos la mochila y nos poníamos Barrio Sésamo, Heidi, Oliver y Bengi o Dragon Ball mientras merendábamos, mi progenitora nos empujaba a hacer los deberes y después a jugar, jugábamos por nuestra cuenta. Teníamos nuestros juegos, hacíamos fortalezas con mantas, guerras con los play-móvil, veíamos la televisión, bajábamos por las escaleras en el campo con almohadas, hacíamos crecer la imaginación, algo que hoy en día la gran mayoría de niños no utilizan.
Cuando éramos pequeños, nuestros padres no eran los responsables de nuestra diversión. Si se nos ocurría murmurar las palabras mágicas "estoy aburrido", en un momento nos daban una lista de cosas que hacer en casa. Y a última hora del día un vaso de leche y dormir.
Cuando empezaba el buen tiempo, nos quedábamos con los niños del parque y una niñera hasta la hora de cenar. Era otra época... Y aunque ahora, por ejemplo, en la calle donde vivo desde que me casé, hay varias calles sin salida donde juegan mi hija y los vecinitos a la pelota o al pilla pilla, siempre bajo supervisión de alguno de nosotros (los papis) sé que es un lujo, porque ahora, muy pocos de nosotros dejamos que nuestros hijos anden solos por ahí.
Echo la vista atrás a mi infancia y sonrío. Todavía me acuerdo de cómo era eso de divertirse sin preocupaciones.
Mis padres se ocuparon de mantenernos calientes o frescos, alimentados y educados, y ocasionalmente planeaban alguna actividad especial para nosotros, el viaje a Elche al parque de tráfico o de los patos los sábados y a ver a los primos y la familia, los viajes a campings o casas rurales por toda España con sus amigos y los hijos de sus amigos..., pero en el día a día, nos las apañábamos por nuestra cuenta. Rara vez jugaban con nosotros, siempre estaban trabajando.
Nunca nos regalaban juguetes a no ser que fuera nuestro cumpleaños o una fiesta especial.
Ellos estaban ahí siempre que necesitábamos algo, o en caso de accidente, pero no eran nuestra principal fuente de diversión.
Hoy en día, se hace creer a los padres que lo que beneficia a los hijos es estar constantemente con ellos, mano a mano, cara a cara: "¿Qué necesitas, cariño mío? ¿Qué puedo hacer para que tu infancia sea increíble?". Y claro, una se ve en la obligación de estar todo el día buscando en Internet "200 maneras de hacer una pajarita de papel con arcilla para verano", "500 actividades caseras para invierno", "600 cosas que puedes hacer con tus hijos en vacaciones", "12.000 millones de estrategias para entretener a tus hijos", "400 billones de ideas para fiestas de cumpleaños temáticas, fantásticas", "780 billones de maneras de hacer el pino-puente con dos niños encaramados cual monos en tu cuerpo" etc.
Los padres no son los que hacen que la infancia sea maravillosa. Está claro que los casos de violencia y abandono sí pueden arruinarla, pero, en general, la maravilla de la infancia es algo que va con la edad. Ver el mundo desde los ojos inocentes de un niño es maravilloso. Jugar con la nieve en invierno cuando tienes cinco años es maravilloso. Perderse entre los juguetes tirados por el suelo es maravilloso. Desayunar chocolate a la taza con las manos y un bizcocho o dos churros es maravilloso. Recoger piedras, papeles y guardárselas en el bolsillo es algo increíble. Andar por ahí con un palo ¡UN PALOOO! es maravilloso.
No es nuestra responsabilidad crear y proporcionar recuerdos maravillosos cada día, como si se tratara de una obligación.
Nada de esto niega la importancia del tiempo que se pasa en familia. Una cosa es, sin embargo, concentrarse en pasar tiempo juntos y otra cosa muy diferente es concentrarse en la construcción de una actividad.
Una puede concebirse como algo forzado, con un objetivo, mientras que la otra es más relajada y natural. Los padres nos sentimos tan obligados a crear experiencias maravillosas que se nota la enorme presión que aguantamos.
Cuando tenía siete años fuimos al zoo y parque de atracciones de Madrid. Yo no me acuerdo de haber ido, sí de ir años después. Pero lo que sí recuerdo con esa edad es una casita de la muñeca Chabel con la que podía jugar horas y horas, sola, coger nísperos del árbol de la casa de mis padres, ir a la huerta de mi abuelito y coger agrillo y regaliz al lado del río con mi hermano y mi padre, la montaña que me gustaba escalar con mis vecinos del campo y las cabañas con cojines viejos y toallas en medio de la montaña, mi perro Roco, con el que jugaba a todas horas, mi hermano y yo lo bañábamos, lo disfrazábamos, pobre animal, se dejaba hacer de todo.
No me acuerdo de las vacaciones en un chalet con piscina en una urbanización a las afueras de Benidorm con mis tíos, para las que mis padres probablemente estuvieron ahorrando durante meses. Es más, el lugar más maravilloso de mi infancia, no era el parque de atracciones, ni la tienda de juguetes. Era mi casa, mi cama, mi paseo, mi hermano, mis primos, mis amigos, mi familia, mi ballet, mis libros y mi propia mente.
Cuando hacemos de la vida una gran película, nuestros hijos se convierten en el público, y crece, y crece, y crece su apetito por el entretenimiento. Estamos criando a una generación de personas que temen al aburrimiento, cuando eso es lo mejor de ser niño, porque desarrollan más su imaginación.
¿Queremos enseñar a nuestros hijos que lo maravilloso en la vida es algo que viene en un envoltorio precioso, o que es algo que cada uno tiene que descubrir por sí mismo y sin padres adornando cada movimiento que hacen?
Planear todo tipo de acontecimientos, trabajos manuales y vacaciones, hornear galletas y hacer el pino-puente no es malo para nuestros hijos. Sin embargo, sí es malo, el ansia viva por querer hacer de todo, porque todo esto proceden de la presión o de la idea de que todo eso es una parte imprescindible en la infancia, deberíamos replantearnos mejor las cosas.
Una infancia sin las manualidades de Internet puede ser igualmente maravillosa. Una infancia sin viajar en vacaciones también puede ser maravillosa, una infancia sin llevar la rebeca a juego con los zapatos puede ser perfecta. Una infancia sin cumpleaños decorados a la perfección con los globos y la ropa a juego...
La maravilla de la que hablo y la que queremos que nuestros hijos vivan, no sale de nuestra creatividad, no. La podemos descubrir en la tranquilidad de un arroyo, en el tobogán del parque, en el aire de lo alto del seminario de mi ciudad o en la risa inocente de un recién nacido en la familia.
Estamos constantemente escuchando que los niños de hoy en día no hacen suficiente ejercicio, que tienen sobrepeso, pero el músculo que menos ejercitan es la imaginación, ya que intentamos encontrar desesperadamente la receta para algo que ya existe.
Dejad que se aburran, no os sintáis culpables por ello. Ellos se buscarán las mañas para que su imaginación vuele.
Espero hacerlo bien con mis hijos, porque tenemos que aprender que hay muchas cosas prescindibles en la vida y lo más importante es que hay que saber diferenciarlas.
¡¡FELIZ SEMANA!!"
SE NOS HA IDO DE LAS MANOS. - El blog de Ana Pascual
Supongo que sabéis que por el tema del carnaval muchos profesores la semana que viene tenemos libre el Lunes y el Martes. Pues como os podéis imaginar, como suele pasar, no solo entre el profesorado, la gente cuando tiene un día libre HUYE, a donde sea, y, en el caso de los profesores suelen contratar en general viajes largos y caros. En mi centro el 95% de mis compañeros se van estos 4 días (Noruega, EEUU, la nieve,...). Me pregunto qué haría esta gente si no tuviera pasta para hacer esas cosas.
Buscando sobre el tema, y aunque no tiene nada que ver, me he encontrado con este artículo, bastante bien escrito, en el que una progenitora relata las tonterías con el tema de cumpleaños, regalos y demás, pero en el fondo el tema es el mismo aunque aplicado a los adultos. ¿En serio necesitamos viajar y/o gastarnos pastizales para ser "felices" o simplemente huímos de nuestra frustrante existencia? ¿Hay que ser "felices" las 24 horas del día? ¿Somos incapaces de quedarnos en casa, leer, disfrutar de la tranquilidad y de nuestro entorno?
El artículo:
"Se nos ha ido de las manos mamis, se nos va. Se nos van de las manos, los cumpleaños, ¡ay!, los cumpleaños...
Llevo cuatro años celebrando cumpleaños de mi hija y todavía no he puesto una tarta fondant, ni una mesa con cup-cakes, porque sé que a mi hija eso, le da igual. Porque con unos sándwiches de Nocilla, cuatro globos y una tarta de galletas es feliz. (El año pasado, caí en el castillo hinchable, porque me lo pidió), con eso, el juego del pañuelo, los globos de agua y cuatro tizas para que pintaran al libre albedrío en el suelo, fueron felices, ¿Y por qué? Porque lo que realmente recordará son las carreras, las risas y juegos con sus amigos, no los pink cup-cake con forma de estrella que le ha hecho o comprado su mami.
¿Qué clase de obligación nos hemos impuesto las madres, de hacer que la vida de nuestros hijos sea una aventura continua?, a veces, estoy haciendo la comida del día siguiente por la tarde en mi cocina y veo a mi hija sola en el salón, hablando sola y sacando juguetes de su parque y me siento mal por no estar con ella, o no tenerla en el parque en la calle... y luego pienso, ¡qué narices! si ese aburrimiento o el estar sola hace que su imaginación se active.
Si nuestras abuelas y sus ancestros levantaran la cabeza, se llevarían las manos a la susodicha, al ver la presión que las madres de hoy en día nos auto-imponemos. Pensarían que estamos enfermas... o locas.
PUBLICIDAD
inRead invented by Teads
¿Desde cuándo ser buena progenitora significa pasarse el día haciendo manualidades para los niños, convirtiendo sus habitaciones en portadas de revista y vistiéndoles a la última moda, siempre combinados y perfectos para cualquier evento, ya sea parque, cumpleaños o revolcarse en el huerto?
No creo que las madres como nosotras, las madres autoexigentes, queramos más a nuestros hijos de lo que nuestras bisabuelas querían a los suyos. Simplemente, nos sentimos obligadas a demostrarlo con ridículas y carísimas fiestas de cumpleaños repletas de cup-cakes caseros con dieciocho sabores de toppings diferentes, cortando medio barrio a los coches, con espectáculo de magos, animadores varios, pinta-caras y un infinito de regalos.
En estos cuatro años que llevo siendo progenitora, he observado ese modelo maternal de "cualquier cosa que hagas, yo puedo hacerla mejor", que se basa en buscar ideas por Internet y reproducirlas a la perfección y compartir la foto en las redes sociales.
Y me di cuenta, en un momento de lucidez, en un momento que pude salir de la espiral, que no tenemos por qué hacer que la infancia de nuestros hijos sea una aventura continua, porque ellos ya son aventureros de por sí, ellos usan su infinita imaginación para todo lo que necesitan.
La infancia ya es mágica de por sí, incluso cuando no es perfecta. (Dependiendo siempre de lo que cada uno entienda por perfecto).
Mi infancia fue perfecta y no éramos ricos, pero me lo pasaba pipa en mis cumpleaños porque mis amigos, mis tíos, mis abuelos y primos venían. Lo importante no eran los regalos, ni la decoración al detalle, ni nada de eso. Nos bastaba con explotar globos con caramelos dentro, jugar a los globos de agua, correr por el césped de mi casa, jugar al escondite, a la búsqueda del tesoro o al pollito inglés o a saltar con las gomas, las carreras de sacos, y por supuesto, zamparnos los bocatas de nocilla o soplar la tarta hecha por mi progenitora o mi abuela. Bastante simple, pero mágico. Es lo que recuerdo de esos momentos, las risas, las carreras, los juegos... no los cambio ni por un millón de cup-cakes por mucho chocolate cream que lleven.
En Navidad, mis padres nos compraban dos regalos que pedíamos en la carta a cada uno y luego ellos nos compraban, ropa, chocolatinas, juanolas...
No había campañas de publicidad que estuvieran machacando desde noviembre con las actividades que había que marcar en el calendario.
No había chuches especiales navideñas que no fueran los dulces y almendrados de mi abuela, y pocos adornos, el mismo árbol artificial de los años 50 de mi abuela todos los años que al final el pobre no tenía ni el brezo verde.
Ni siquiera preparábamos galletas, ni polvorones, ni almendrados...
Las Nochebuenas hacíamos teatros y nos partíamos de risa todos los primos correteando por la casa de mi abuela, por no hablar del momento Papá Noel, todavía vemos los videos y nos morimos de la risa, de la histeria general que se formaba.
La noche de Reyes, lo que nos hacía realmente felices a mi hermano y a mí, era meternos en una cama los dos pensando que podríamos oír a los Reyes Magos colarse en casa por el balcón. Dejar las zapatillas en el balcón, la leche, el agua y la trabajo manual para los camellos. Era muy divertido intentar aguantar toda la noche despiertos, cuchichear, reírnos juntos, y desear con ansia que se hiciera de día. Era único. Y nunca, nunca sentí que me faltara algo.
No recuerdo una sola vez en que mis padres hicieran manualidades conmigo (aunque sí mi progenitora me tomaba la lección cada día y mi padre gracias a su carrera me ayudaba con las matemáticas, la física y la química hasta 2º de BUP, donde al final me decanté por las Letras).
Y es que las manualidades eran algo que se hacía en el colegio.
En casa jugábamos. Todo el rato. Después de la escuela, volvíamos andando desde el colegio que lo teníamos a cinco minutos de casa, dejábamos la mochila y nos poníamos Barrio Sésamo, Heidi, Oliver y Bengi o Dragon Ball mientras merendábamos, mi progenitora nos empujaba a hacer los deberes y después a jugar, jugábamos por nuestra cuenta. Teníamos nuestros juegos, hacíamos fortalezas con mantas, guerras con los play-móvil, veíamos la televisión, bajábamos por las escaleras en el campo con almohadas, hacíamos crecer la imaginación, algo que hoy en día la gran mayoría de niños no utilizan.
Cuando éramos pequeños, nuestros padres no eran los responsables de nuestra diversión. Si se nos ocurría murmurar las palabras mágicas "estoy aburrido", en un momento nos daban una lista de cosas que hacer en casa. Y a última hora del día un vaso de leche y dormir.
Cuando empezaba el buen tiempo, nos quedábamos con los niños del parque y una niñera hasta la hora de cenar. Era otra época... Y aunque ahora, por ejemplo, en la calle donde vivo desde que me casé, hay varias calles sin salida donde juegan mi hija y los vecinitos a la pelota o al pilla pilla, siempre bajo supervisión de alguno de nosotros (los papis) sé que es un lujo, porque ahora, muy pocos de nosotros dejamos que nuestros hijos anden solos por ahí.
Echo la vista atrás a mi infancia y sonrío. Todavía me acuerdo de cómo era eso de divertirse sin preocupaciones.
Mis padres se ocuparon de mantenernos calientes o frescos, alimentados y educados, y ocasionalmente planeaban alguna actividad especial para nosotros, el viaje a Elche al parque de tráfico o de los patos los sábados y a ver a los primos y la familia, los viajes a campings o casas rurales por toda España con sus amigos y los hijos de sus amigos..., pero en el día a día, nos las apañábamos por nuestra cuenta. Rara vez jugaban con nosotros, siempre estaban trabajando.
Nunca nos regalaban juguetes a no ser que fuera nuestro cumpleaños o una fiesta especial.
Ellos estaban ahí siempre que necesitábamos algo, o en caso de accidente, pero no eran nuestra principal fuente de diversión.
Hoy en día, se hace creer a los padres que lo que beneficia a los hijos es estar constantemente con ellos, mano a mano, cara a cara: "¿Qué necesitas, cariño mío? ¿Qué puedo hacer para que tu infancia sea increíble?". Y claro, una se ve en la obligación de estar todo el día buscando en Internet "200 maneras de hacer una pajarita de papel con arcilla para verano", "500 actividades caseras para invierno", "600 cosas que puedes hacer con tus hijos en vacaciones", "12.000 millones de estrategias para entretener a tus hijos", "400 billones de ideas para fiestas de cumpleaños temáticas, fantásticas", "780 billones de maneras de hacer el pino-puente con dos niños encaramados cual monos en tu cuerpo" etc.
Los padres no son los que hacen que la infancia sea maravillosa. Está claro que los casos de violencia y abandono sí pueden arruinarla, pero, en general, la maravilla de la infancia es algo que va con la edad. Ver el mundo desde los ojos inocentes de un niño es maravilloso. Jugar con la nieve en invierno cuando tienes cinco años es maravilloso. Perderse entre los juguetes tirados por el suelo es maravilloso. Desayunar chocolate a la taza con las manos y un bizcocho o dos churros es maravilloso. Recoger piedras, papeles y guardárselas en el bolsillo es algo increíble. Andar por ahí con un palo ¡UN PALOOO! es maravilloso.
No es nuestra responsabilidad crear y proporcionar recuerdos maravillosos cada día, como si se tratara de una obligación.
Nada de esto niega la importancia del tiempo que se pasa en familia. Una cosa es, sin embargo, concentrarse en pasar tiempo juntos y otra cosa muy diferente es concentrarse en la construcción de una actividad.
Una puede concebirse como algo forzado, con un objetivo, mientras que la otra es más relajada y natural. Los padres nos sentimos tan obligados a crear experiencias maravillosas que se nota la enorme presión que aguantamos.
Cuando tenía siete años fuimos al zoo y parque de atracciones de Madrid. Yo no me acuerdo de haber ido, sí de ir años después. Pero lo que sí recuerdo con esa edad es una casita de la muñeca Chabel con la que podía jugar horas y horas, sola, coger nísperos del árbol de la casa de mis padres, ir a la huerta de mi abuelito y coger agrillo y regaliz al lado del río con mi hermano y mi padre, la montaña que me gustaba escalar con mis vecinos del campo y las cabañas con cojines viejos y toallas en medio de la montaña, mi perro Roco, con el que jugaba a todas horas, mi hermano y yo lo bañábamos, lo disfrazábamos, pobre animal, se dejaba hacer de todo.
No me acuerdo de las vacaciones en un chalet con piscina en una urbanización a las afueras de Benidorm con mis tíos, para las que mis padres probablemente estuvieron ahorrando durante meses. Es más, el lugar más maravilloso de mi infancia, no era el parque de atracciones, ni la tienda de juguetes. Era mi casa, mi cama, mi paseo, mi hermano, mis primos, mis amigos, mi familia, mi ballet, mis libros y mi propia mente.
Cuando hacemos de la vida una gran película, nuestros hijos se convierten en el público, y crece, y crece, y crece su apetito por el entretenimiento. Estamos criando a una generación de personas que temen al aburrimiento, cuando eso es lo mejor de ser niño, porque desarrollan más su imaginación.
¿Queremos enseñar a nuestros hijos que lo maravilloso en la vida es algo que viene en un envoltorio precioso, o que es algo que cada uno tiene que descubrir por sí mismo y sin padres adornando cada movimiento que hacen?
Planear todo tipo de acontecimientos, trabajos manuales y vacaciones, hornear galletas y hacer el pino-puente no es malo para nuestros hijos. Sin embargo, sí es malo, el ansia viva por querer hacer de todo, porque todo esto proceden de la presión o de la idea de que todo eso es una parte imprescindible en la infancia, deberíamos replantearnos mejor las cosas.
Una infancia sin las manualidades de Internet puede ser igualmente maravillosa. Una infancia sin viajar en vacaciones también puede ser maravillosa, una infancia sin llevar la rebeca a juego con los zapatos puede ser perfecta. Una infancia sin cumpleaños decorados a la perfección con los globos y la ropa a juego...
La maravilla de la que hablo y la que queremos que nuestros hijos vivan, no sale de nuestra creatividad, no. La podemos descubrir en la tranquilidad de un arroyo, en el tobogán del parque, en el aire de lo alto del seminario de mi ciudad o en la risa inocente de un recién nacido en la familia.
Estamos constantemente escuchando que los niños de hoy en día no hacen suficiente ejercicio, que tienen sobrepeso, pero el músculo que menos ejercitan es la imaginación, ya que intentamos encontrar desesperadamente la receta para algo que ya existe.
Dejad que se aburran, no os sintáis culpables por ello. Ellos se buscarán las mañas para que su imaginación vuele.
Espero hacerlo bien con mis hijos, porque tenemos que aprender que hay muchas cosas prescindibles en la vida y lo más importante es que hay que saber diferenciarlas.
¡¡FELIZ SEMANA!!"
SE NOS HA IDO DE LAS MANOS. - El blog de Ana Pascual