El marco estratégico que soluciona tanto el problema de la regionalidad del castellano como el del aislamiento de las naciones lusófonas es el que considera la Iberofonía como unidad, esto es, el espacio de territorios de habla española y portuguesa, señalado por el diplomático y geopolitólogo Durántez Prados.
Hay menos distancia lingüística entre el español y el portugués que entre el alto y el bajo alemán, las variedades del árabe o las del chino. En ninguno de estos casos, ni la Liga Árabe ni los Estados alemán y chino han renunciado al Magreb, a la Alemania del Norte o a la China del Sur, por lo que no es racional plantear el mundo hispano y el luso como plataformas independientes, al menos desde la definición de objetivos.
La Iberofonía como un todo permite cierta complementariedad, ya que anula las discontinuidades heredadas del viejo tratado de Tordesillas, que no es más que una frontera interior como las trazadas entre reinos cristianos de la Reconquista. En primer lugar, se asegura el cierre de Sudamérica y la Península. El liderazgo brasileño en una se balancea con el liderazgo español en la otra, junto a sus respectivos recelos. Después, los lusos aportan una importante presencia del sur muy sur con Angola y Mozambique, mientras que los hispanos cubren Europa, con España, Norteamérica, con México y los hispanos de EEUU, y Asia con Filipinas.
Sí, la revinculación con Filipinas sigue pendiente y en ese país nuestro legado está muy maltratado. Aún así, y pesar de su anglificación, su cultura sigue más próxima al mundo hispano que al anglo, al chino, al islámico o cualquier otro. Por un tiempo no desdeñable seguirán siendo "de los nuestros", así que la oportunidad para el reencuentro sigue abierta.
Sumando las cifras de los diferentes territorios obtenemos 650 millones de personas concentradas en una región, Iberoamérica, algo comparable a media China y que sirve de sostén para el resto, y unas importantes cabezas de playa desplegadas en las otras tres partes del mundo: una con 60 millones de personas en Europa, la segunda con otros 60 en África y la tercera con unos 100 en Asia. Todo lo cual da una escala más que suficiente para el espacio-concepto y ahoga las penas, pero el trabajo debe continuar, puesto que cada territorio está mirando a donde no debe y tratando infructuosamente de diluir su identidad entre la de sus vecinos.