No hay mejor época que está de Semana Santa para revisionar una obra maestra del cine español como Calle Mayor, salen hasta procesiones de Samaná Santa, para no desentonar el hilo.
Aburrimiento. Desmotivación. Indolencia... Sentimientos nefastos que acaban dinamitando ética y jovenlandesal de todo aquel que no sepa muy bien hacia donde orientar su tiempo libre. Suena a sermón dominguero, lo presiento, pero cuando el que mata moscas con el regazo engendra damnificados la cosa cambia. Y “Calle Mayor” no es una monserga. Es una denuncia. A la insensibilidad, a la inmadurez, a la misoginia, a la estupidez y a la prepotencia.
Una pandilla de talluditos pequeñoburgueses de provincias se ingenian chanzas de dudoso gusto con objeto de romper el rutinario círculo de actividades lúdicas que amenizan sus tristes espíritus. El paseíllo por la calle mayor, la partidita de billar, las copichuelas en el bar y la visita al burdel municipal no colman la totalidad de las apetencias tabernarias de estas aves rapaces, con lo que el escarnio y la chirigota resultan indispensables para culminar sus elevadas aspiraciones y poder echarse unas sonoras risotadas a costa del prójimo. Cuando el apuesto Juan acepta el reto de seducir a la devota solterona Isabel (espléndida Betsy Blair) no se imagina que aquella guasa, a priori insignificante, se irá tras*formando por obra y gracia del efecto “bola de nieve” en un melodrama de tintes cada vez más angustiosos y opresivos.
Bardem dejó para la posteridad una obra maestra incontestable. Una de las tres mejores películas españolas de todos los tiempos.