Mi primera esposa falleció hace 12 años. Tras 4 años luchando contra el cáncer. Nos gastamos los ahorros, yo dejé mi trabajo, me quedé solo con dos niños pequeños. En fin, un cuadro.
Cuando llegamos al tanatorio para la incineración, el gerente es muy amigo de mi hermano. Me ofreció la posibilidad de que fuera yo quien introdujera en ataúd en el horno crematorio. Se retiraron él y mi hermano, yo pulsé un botón, se abrió la compuerta. Dentro era el puñetero infierno. Empujé el ataúd por las roldanas y entró adentro. Pulsé el botón que tenía la flecha hacia abajo y se cerró la puerta.
Me quedé como un iluso unos segundos pensando en lo que estaba pasando, allí estaba yo incinerando a la que había sido mi compañera durante 18 años. Allí empezaba una nueva vida, o me moría yo también, aún no lo sabía.
Salí a la calle. Entonces aún fumaba y me encendí un cigarro. Cuando justo me lo encendí, oí un silbido, como de una olla expres. Sabía lo que era, el soplido de un quemador industrial cuando arranca la turbina. Unos segundos más tarde se abre completamente la válvula de paso de gas a la rampa de quemadores. Así era. unos 10 segundos más tarde, una espesa columna de humo neցro se elevaba de la chimenea del crematorio. Humo neցro. A presión. Hacia arriba.
Eso somos la gente. Todos. Humo.
Nada fué lo mismo desde entonces y recuerdo el puñetero silbido de la turbina como el pitido del árbitro al final de la primera parte de mi vida. Lo que había sido hasta entonces tiene poco, por no decir nada, que ver, con lo que ha sido luego.
Carpe diem. No hay más.
