destroyo
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Capítulo 3
Año 2, día 198
He llegado a la orilla a eso de media tarde, el mar está en calma. El barco pirata está a unos setenta metros. Da ardor de estomago verlo, por supuesto: es el de Portaventura, con eso basta en principio como descripción, pero es que además se cae a cachos: el bauprés está partido y cuelga fláccido y sin remedio como la picha de un octogenario. Hay varias velas desgarradas, en la mayor del palo de mesana han bordado una calavera con retales de colorines, e incluso hay otra vela que me da la impresión de ser un tapiz. Las barandillas están rotas en varios puntos, Y cuando sopla la brisa del mar, me llega un olor nada agradable, y eso que apenas tengo olfato.
Hago bocina con las manos y grito para llamar su atención. Al cabo de un rato me contestan que ahora no puedo ir, que mandarán un bote mañana a recogerme, y que mientras tanto espere en la playa, donde puedan verme. Empezamos bien. Por suerte es verano y no hay nubes, así que busco algo de material para pasar la noche.
De la playa no queda mucho: la antaño turística localidad ha sufrido el embate del apocalipsis con fuerza, y enormes bloques de hormigón de veinte plantas se derrumbaron sobre la arena, desparramando los cascotes hasta el mar. Ahora las hierbas y los arbustos asoman entre los escombros. No queda ni un edificio en pie, pero de alguno se conserva todavía la planta baja. En uno de ellos encuentro lo que antaño fue una tienda de antigüedades, objetivo poco atractivo desde los días fatídicos. Entro por el escaparate, haciendo crujir los cristales con las botas. Una vez dentro encuentro algo en el suelo cubierto de polvo y trozos de yeso: una hermosa figura femenina de madera portando un cántaro. También hay un dragón chino de palorrosa, con un cartelito que lo data en el S.XIX, y 5.600 euros de precio. Por un momento me aflora una sonrisa nostálgica. Me llevo esas piezas, junto con algunos tableros de ajedrez, un hermoso crucifijo de plata repujada y unos libros en bastante mal estado.
De vuelta a la playa, arranco las páginas de los libros mientras me fijo en los lomos. "Los Nueve Libros de Herodoto", la traducción de "Fábulas de Terencio", edición prínceps de 1.788, el "Historiarum" de Tito Livio, con el ex-libris de Cánovas del Castillo... Definitivamente, este papel hace mejor fuego que las revistas de las peluquerías, que encima lo llenan todo de una peste acre a tinta quemada. Las piezas de madera las tengo que trocear primero con el hacha, para que ardan mejor, aunque la de palorrosa me cuesta bastante. Acto seguido prendo las hojas, y echo por encima las astillas. Al cabo de poco tiempo disfruto de una agradable fogata a la luz del crepúsculo. Tengo un bote de fabada, que abro y vierto en el plato de metal. Esta noche cenaré caliente: deposito el plato sobre el crucifijo, y pongo éste sobre el fuego, sosteniéndolo con un trapo por el extremo más largo. Tentado estoy de beberme el Marqués de Riscal en un entorno tan relajante, mientras miro ponerse el sol sobre el mar, pero decido dejarlo para otra ocasión, y me tomo una lata de Coca-Cola que encontré hace días. Lástima que no esté fresca.
Es ya noche cerrada, la luna se refleja sobre el mar tranquilo, el galeón es sólo una masa de color que interrumpe el horizonte, las llamas de la hoguera crepitan. Estoy lo más cerca que se puede estar de la paz tras el Mad Max. Desearía que momentos como éste duraran siempre. Sólo falta
¿Qué shishi es eso?
Una forma oscura se acerca lentamente por la orilla, metida en el agua hasta las rodillas, los brazos abiertos a los lados y la cabeza erguida, como mirando al cielo. Si es una mujer, tiene la silueta de Aramís Fuster. Instintivamente echo mano de mi ballesta y me apresuro a cargarla con un proyectil metálico, que suelo obtener de las varillas de hierro usadas en el encofrado del hormigón. La figura se dirige hacia mí. Conforme se acerca a la luz de la hoguera veo que no es una mujer, sino más bien un remedo de Carlos Jesús, en guarro, con una túnica originariamente blanca y una cinta rosa fosforito en el pelo.
- Paz, amigo. ¿Puedo sentarme contigo a la luz de la hoguera? -me suelta con acento mexicano.
Otro con parálisis en los párpados. No suelto la ballesta, pero le hago un gesto de asentimiento con algo de fastidio.
- ¿Quién eres? -le pregunto. El flipado me mira largamente antes de hablar, con voz tan serena como el mar. Ignora mi pregunta, claro.
- ¿Sabías que todo esto -describe con su brazo un arco que abarca todo su alrededor- estaba anunciado desde hace tiempo?
Vaya, pensaba que éstos se habían extinguido en los primeros días del Mad Max. O eso, o debe de haber un almacén de pegamento cerca. Por supuesto, mi silencio lo toma como una invitación a continuar.
- Todos los antiguos profetas lo predijeron: "será en Octubre". Jesús lo dijo, también.
- Ya. ¿Y? ¿Cuál es la segunda parte?
Nueva pausa enervante antes de contestar. Por lo visto las sinapsis de este tipo no tienen en cuenta la diferencia horaria entre España y México. Su mirada se vuelve más empalagosa que la merienda de Mimosín:
- Que el tiempo ha llegado, hermano. El reinado del Anticristo está viviendo sus últimos días. El comandante de la flota de la Confederación Galáctica destacada en nuestro sector, Ashtar Sheran, ha recibido la orden de aterrizar con sus naves para salvarnos a todos y llevarnos a una era de Luz Dorada -de alguna manera inexplicable se nota cuándo usa mayúsculas al hablar- . Ya acabó la tiranía de los illuminatis, los masones, los reptilianos. Llegarán de un momento a otro, ya se han puesto en marcha... -se queda al ralentí, esperando alguna reacción por mi parte. Tengo que mirar la bolsa de los monguis que me dio don Pako para asegurarme de no haberme tragado alguno por accidente. Lo cual me da una idea.
- Debes tener hambre. ¿Quieres algo de comer? -Y le ofrezco unos monguis. El cebón los acepta.
- Gracias, hermano. No tengo hambre desde hace mucho, pero acepto tu gesto de buena voluntad. Se ve que eres un hombre bueno. -Y se traga ocho de golpe. Dios.
- Oye, una pregunta antes de... -rectifico- Una pregunta: ¿cómo te las has apañado para sobrevivir más de dos años? No te imagino asaltando almacenes del ejército ni cazando ratas.
Un minuto más de mirada fija y sonrisa beatífica antes de contestar. Parece que espera que llegue a dar con la respuesta por mí mismo.
- Oh, ellos han cuidado de mí todo este tiempo, amigo -aclara por fin. Acto seguido se lanza a soltarme una perorata plagada de citas de Marcos, cartas a los apóstoles, el Popol Vuh y Nicola Tesla. El tiempo pasa, pero los monguis no parecen surtir efecto. Una de dos: o son inocuos, o estoy ante el hijo secreto de Carlos Castaneda. El caso es que el cabrón no calla, me ha chafado la noche, y mi paciencia se acaba. Decido acelerar las cosas:
- Bueno, todo eso está muy bien, su santidad, pero abrevia, ¿qué me quieres decir concretamente?
- Que queda muy poco tiempo para la redención de la Humanidad, hermano, y que no deberías malgastarlo en vicios ni en tratos usureros con ellos -y señala a los del barco-. Sé que la carne es débil, pero aguanta un poco. Esa gente es diabólica. Lo puedes notar en su hedor, proviene del infierno. Fíjate en las calaveras...
Se pone en pie a cámara lenta. Esto me está recordando a una novela de Philip K. Dick donde el protagonista toma una droja tan fuerte que las alucinaciones las tienen los demás. ¿Será éste el mismo caso?
- Seguiré mi camino, amigo. Hay más gente a la que anunciar la buena nueva. Hazme caso, tú que llevas la semilla de los justos en tu corazón, y aguarda unos pocos días sin tratos mundanos. Nos veremos en las naves de la Confederación, hermano. Hasta pronto.
Le despido con la mano y me acuesto, a ver si puedo dormitar un poco antes del alba. Quizá debería haberle advertido lo del Comando Katiuska, que se rumorea que andan por esta zona a la caza de judíos y latinitos. Bah, que se lo digan los de la flota estelar si quieren. jorobar, ¿es que no voy a encontrar a nadie normal? ¿Alguien como yo?
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Año 2, día 199
Estoy aguardando a que llegue el bote del galeón. En él van dos figuras, una rema, la otra no. Cuando al final encalla en la arena, la figura que iba de paquete salta a la orilla y pasa a mi lado en su camino hacia las ruinas. Tiene la cara más amargada que he visto en toda mi vida, y no es por el mareo. No sé nada de él, pero para quedarse con esa cara más le valdría haberla diñado en el apocalipsis. Me mira y me habla con desgana:
- Pff. Ni te molestes. No hay ninguna extranjera, sólo pilinguis españolas de cosa.
Y prosigue su camino sin despedirse. Éste debe ser uno de los tarados de la comuna de MundoMacho, no hay duda. En fin, cojo mi mochila y subo al bote. El remero lo empuja hasta que la quilla deja de tocar fondo, y sube también. Está medio alopécico, tiene jovenlandesatones y le sangran las encías. El diagnóstico es claro. Sobre la indumentaria hablaré en seguida.
- Cuando subas al barco tienes que dejar tus armas aparte, forastero. No queremos nadie armado dentro.
Intento protestar: mi ballesta, mi hacha, pistola de bengalas y silbatos de ultrasonidos son mi seguro de vida, de hecho si estoy vivo después de tanto tiempo es por estas sencillas herramientas. No sirve de nada. Al cabo de unos minutos llegamos al desvencijado casco del buque, desde donde nos tienden una escala por la que subimos.
Seré conciso: mugre por todas partes, la cubierta alfombrada de papeles de chocolatinas, envases de yogur, tomates a medio comer y bolsas de patatas fritas, entre las que las ratas parecen jugar al escondite. Los piratas... sus ropajes provienen de tiendas de disfraces, pero los otrora brillantes colores están desteñidos por el sol. Los tíos se diferencian de las tías en que tienen barba, porque todos van maquillados intentando imitar a Jack Sparrow, aunque con el sol del verano el maquillaje y el sudor les chorrean por las caras cetrinas. Los Kalashnikov se alternan con machetes de carnicero y cimitarras de plástico. El olor te da como una bofetada conforme subes a cubierta, incluso a mí. A lo largo de lo que queda de barandilla hay ancladas varias cañas de pescar, pero observo que al menos una de ellas tiene telarañas entre el carrete y el suelo. Bastantes de los piratas están famélicos, y los efectos del escorbuto son evidentes en más o menos la mitad de los presentes.
Se me acerca un pirata corpulento y rechoncho, con pata de palo y un parche en el ojo, como corresponde.
- Sea bienvenido, forastero. La le habrán dicho que en este remanso de paz no se admiten las armas extrañas, así que le ruego las deje a este humilde contramaestre, que las guardará como si fueran de su propia familia. ¿Será tan amable de indicarnos su nombre?
- Destroyo. - Hay un rumor entre varios de los tripulantes. El contramaestre se anima:
- ¡Hombre! ¡Bienhallado, Destroyo! Pensábamos que había muerto durante la fiesta, no sabíamos nada de usted.
- Ya, bueno, ¿y tú eres...?
- Talibán Hortográfico. Creí que me reconocería por el parche.
- Varios de los que veo llevan un parche, Talibán -alguno lleva incluso dos, pero no me parece delicado indicarlo-. Lo que no sabía es que eras cojo.
- ¿Esto? Esto es recuerdo del Mad Max. Un puma que algún malnacido dejó salir del zoológico. Llevo años planeando lo que le haré si está vivo y consigo pillarlo. Pero hablemos de cosas más alegres: ¿qué le trae por aquí, amigo?
- Bueno, quería hacer algunos negocios. Ando buscando alguna mujer...
El ambiente cambia de forma radical. El Taliván toma aire para hablar, pero en ese momento una figura enjuta y nerviosa le da un empujón que lo hace trastabillar.
- ¡Tú calla!- y se vuelve hacia mí. Es un estrambótico cruce entre Janis Joplin y Pipi Langstrumpf-. A ver, tú. Aquí ese tema lo llevamos nosotras, que para eso tenemos los mismos derechos que ellos. ¿Qué huevones quieres?
Vaya. Situación imprevista.
- Bueno, pues... mmmmh... Verás, yo quería... quería amar.
- Pues vaya novedad- Se me arrima para examinarme más de cerca, olisqueándome-. Al menos no tienes la pinta de enfermo del anterior. Y no hueles a salmuera. Bueno, esto tendremos que consultarlo entre nosotras, no te garantizo nada. Y a todo esto, qué tienes que ofrecer?
En ese momento se abre una puerta de los aposentos y emerge de ella un pirata mucho más emperifollado que el resto. Algo así como el primo feo de Beckham en una fiesta de disfraces. Un pirata metrosexual, vaya. Deduzco que tiene que ser el capitán.
- ¿Pero bueno, qué shishi es ese jaleo? Akashilla, ¿qué...?
- ¡¡Que te calles, leche!! Estoy negociando, lo que tenías que hacer tú, vago de los huevones -se vuelve hacia mí de nuevo-. Venga, a ver esa mercancía. Y no nos vengas con lo de los 25 centrímetros, que aquí todos tienen de eso hasta que se bajan los pantalones.
De mi mochila saco unos tubos de comprimidos de vitamina C, que he buscado en mi camino a la costa, desde que supe que los del barco estaban como estaban. Si desde que empezó a hablar Akashilla se hizo el silencio, ahora se ha vuelto algo sólido. Todos tienen los ojos como platos. La pelirroja me mira con una mezcla de diversión y suspicacia:
- Ah, muy bien. ¿Y qué te hace pensar que no nos vamos a quedar con la vitamina y a tí te vamos a echar por la borda?
- Primero que a la distancia que estamos de la orilla, llego nadando en menos de dos minutos, fantasma. Y segundo, he tomado mis precauciones, descuida. Yo puedo ser vuestra fuente más fiable de vitamina. Vuestra opción más barata es hacer tratos conmigo.
Hay un momento más de silencio sepulcral mientras Miss Zanahoria se toma su tiempo para evaluar posibilidades, entre las que a buen seguro hay algunas bastante malas para mí. Pero al final se impone el sentido de la lógica, y me dedica lo que debe considerar la más radiante de sus sonrisas, que deja al descubierto una carnicería de encías sangrantes:
- Vale, tron. Trato hecho -me da un firme apretón de manos y se aleja a los camarotes.- Voy a consultar con el resto a ver a quién le tocas, que vas a sorteo. Mientras, te puedes quedar con el capitán Fros, que es el que manda aquí.- Y remata su última frase con una estruendosa carcajada, no muy femenina. Las otras piratas la siguen. Una tiene barba. jorobar.
Me vuelvo hacia el capitán y el contramaestre. Ambos están mirando hacia otro lado, uno hacia el suelo y el otro a los cielos.
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Llevo varias horas en el barco, mi nariz se ha terminado acostumbrando. Estoy en el camarote del capitán, bajo la cubierta de popa. De vez en cuando se oyen en el techo unos pasos apresurados, una pedorreta horrible y si miras por la mugrienta ventana, ves caer un chorro oscuro.
- Sí, parece que a los hijomios les da morbo hacerlo sobre mi ventana.
Hablamos de los viejos tiempos mientras esperamos la cena. Yo le he rogado encarecidamente que me den cualquier cosa, pero que esté en condiciones, no quiero acabar como los aspersores de cosa esos de arriba.
- No te preocupes, Destroyo, con el trato que has hecho, si no te invitamos a una cena suculenta, sales perdiendo, jajajaja.
La impresión que me llevo de mis conversaciones con Fros es que esto es una especie de comuna hippie postapocalíptica, y su capitán, el Gurú del Buen Rollito. Pero me corrige:
- No, no te engañes con nosotros. Aquí hay mucho cachondeo, pero cuando nos tenemos que poner serios, nos ponemos. Sabemos cómo son las condiciones ahí fuera. Hace casi una semana perdimos al anterior contramaestre en una misión, a lo mejor lo recuerdas, era Pepito de Ternera.
- Si lo veo no lo reconozco.- es lo único que acierto a decir.
- Fueron esos animales del Búnker. Atacaron a una delegación que enviamos para renegociar los tratos que teníamos con ellos, porque la última partida de tomates que nos vendieron estaban todos podridos. O se están quedando sin alimentos, o se están volviendo locos. Ah, aquí viene la cena.
Se abre la puerta y entra un rellenito con cara de mala leche, portando una bandeja que deposita de malos modos y sin decir palabra. También nos pasa una botella de ron Negrita y dos vasos originariamente tras*parentes. Se trata de un pollo asado, lo sé porque lo pone en un trozo de plástico con la etiqueta del Lidl que aún tiene adherida a un muslo. Va acompañado por unas patatas fritas que sin duda estarían muy buenas el día que las hicieron. Todo ello medio sepultado en especias, como se hace para disimular el sabor de la carne pasada. Así y todo, el conjunto parece hasta presentable.
- Gracias, Seboso, ya te puedes ir.
Cuando el Sabroso se marcha dando un portazo, Fros prosigue.
- Éste estaba en el Búnker. Durante el incidente conseguimos capturarlo, y lo tenemos prisionero aquí. En principio pensábamos ejecutarlo, por lo de Pepito, pero ha resultado ser un buen cocinero que le saca partido a lo poco que tenemos, así que le dejamos vivir. Le hemos dado la oportunidad de integrarse en nuestro bando, pero es un puñetero inadaptado. Creo que está amargado porque no tiene muchas oportunidades de demostrar sus dotes culinarias. Pero shishi, tampoco en el Búnker creo que las tuviera, jorobar, ¿qué quiere?
- ¿Entonces estáis en guerra?
- Por supuesto. Ya que la convivencia pacífica no es posible, iremos a degüello. O ellos o nosotros. No hay sitio en este planeta para los dos. Por cierto, no se te ocurra hacer tratos con ellos, ¿eh?
- Te lo juro por mi honor de errante. De todas formas, ya me disculparás, pero no os veo muy disciplinados, por lo que he visto en la cubierta.
- ¿Eso? Ah... bueno... no, verás, es que ellas se han puesto sencillas con que nos tocaba fregar la cubierta día sí y día no. Ya ves, chorradas de mujeres, que si el reparto del trabajo, que si esto, que si lo otro... Al final, entre unos y otros, la casa sin barrer. Pero ya verás -me dice guiñándome un ojo-, al final acabarán cediendo y fregándola ellas, como siempre.
Algo me dice que no será así, pero tampoco me importa demasiado. Cenamos charlando de insustancieces, dejo que él beba más que yo, incluso le lleno de ron el vaso en varias ocasiones. Al final damos la cena por concluida, tras un postre consistente en dos barritas de Kit-Kat.
- Bueno, Destroyo, te llegó la hora del sacrificio, jajajaja. Tienes el camarote justo debajo de éste. No arméis mucho jaleo, que yo tengo que dormir. Hale, adiós.
Tras despedirme, bajo por unas escaleras hacia el camarote indicado por Fros. No hay nadie dentro. Cierro la puerta y espero. Espero sobre todo que no se les ocurra hacerme alguna jugarreta; no sé por qué, pero esta gente me inspira una especial desconfianza. Poco a poco empiezo a escuchar ruidillos que se imponen al crujido de la tablazón y los cordajes, o al roer de las ratas. Son murmullos femeninos, y alguna risita. Me siento observado, estoy seguro de que las muy lechonas me espían por agujeros y rendijas en las paredes. Me estoy poniendo nervioso. Mucho. Además, tengo ardor de estómago, sin duda por la sobredosis de pimienta que me he metido con el pollo. Apunto mentalmente en mi lista de color a Seboso como eliminable.
El tiempo sigue pasando, hasta que finalmente no aguanto más. Voy a mandar a tomar por ojo ciego a esta caterva de lobas de medio pelo, y me encamino hacia la puerta.
Justo en ese momento, la puerta se abre.
Año 2, día 198
He llegado a la orilla a eso de media tarde, el mar está en calma. El barco pirata está a unos setenta metros. Da ardor de estomago verlo, por supuesto: es el de Portaventura, con eso basta en principio como descripción, pero es que además se cae a cachos: el bauprés está partido y cuelga fláccido y sin remedio como la picha de un octogenario. Hay varias velas desgarradas, en la mayor del palo de mesana han bordado una calavera con retales de colorines, e incluso hay otra vela que me da la impresión de ser un tapiz. Las barandillas están rotas en varios puntos, Y cuando sopla la brisa del mar, me llega un olor nada agradable, y eso que apenas tengo olfato.
Hago bocina con las manos y grito para llamar su atención. Al cabo de un rato me contestan que ahora no puedo ir, que mandarán un bote mañana a recogerme, y que mientras tanto espere en la playa, donde puedan verme. Empezamos bien. Por suerte es verano y no hay nubes, así que busco algo de material para pasar la noche.
De la playa no queda mucho: la antaño turística localidad ha sufrido el embate del apocalipsis con fuerza, y enormes bloques de hormigón de veinte plantas se derrumbaron sobre la arena, desparramando los cascotes hasta el mar. Ahora las hierbas y los arbustos asoman entre los escombros. No queda ni un edificio en pie, pero de alguno se conserva todavía la planta baja. En uno de ellos encuentro lo que antaño fue una tienda de antigüedades, objetivo poco atractivo desde los días fatídicos. Entro por el escaparate, haciendo crujir los cristales con las botas. Una vez dentro encuentro algo en el suelo cubierto de polvo y trozos de yeso: una hermosa figura femenina de madera portando un cántaro. También hay un dragón chino de palorrosa, con un cartelito que lo data en el S.XIX, y 5.600 euros de precio. Por un momento me aflora una sonrisa nostálgica. Me llevo esas piezas, junto con algunos tableros de ajedrez, un hermoso crucifijo de plata repujada y unos libros en bastante mal estado.
De vuelta a la playa, arranco las páginas de los libros mientras me fijo en los lomos. "Los Nueve Libros de Herodoto", la traducción de "Fábulas de Terencio", edición prínceps de 1.788, el "Historiarum" de Tito Livio, con el ex-libris de Cánovas del Castillo... Definitivamente, este papel hace mejor fuego que las revistas de las peluquerías, que encima lo llenan todo de una peste acre a tinta quemada. Las piezas de madera las tengo que trocear primero con el hacha, para que ardan mejor, aunque la de palorrosa me cuesta bastante. Acto seguido prendo las hojas, y echo por encima las astillas. Al cabo de poco tiempo disfruto de una agradable fogata a la luz del crepúsculo. Tengo un bote de fabada, que abro y vierto en el plato de metal. Esta noche cenaré caliente: deposito el plato sobre el crucifijo, y pongo éste sobre el fuego, sosteniéndolo con un trapo por el extremo más largo. Tentado estoy de beberme el Marqués de Riscal en un entorno tan relajante, mientras miro ponerse el sol sobre el mar, pero decido dejarlo para otra ocasión, y me tomo una lata de Coca-Cola que encontré hace días. Lástima que no esté fresca.
Es ya noche cerrada, la luna se refleja sobre el mar tranquilo, el galeón es sólo una masa de color que interrumpe el horizonte, las llamas de la hoguera crepitan. Estoy lo más cerca que se puede estar de la paz tras el Mad Max. Desearía que momentos como éste duraran siempre. Sólo falta
¿Qué shishi es eso?
Una forma oscura se acerca lentamente por la orilla, metida en el agua hasta las rodillas, los brazos abiertos a los lados y la cabeza erguida, como mirando al cielo. Si es una mujer, tiene la silueta de Aramís Fuster. Instintivamente echo mano de mi ballesta y me apresuro a cargarla con un proyectil metálico, que suelo obtener de las varillas de hierro usadas en el encofrado del hormigón. La figura se dirige hacia mí. Conforme se acerca a la luz de la hoguera veo que no es una mujer, sino más bien un remedo de Carlos Jesús, en guarro, con una túnica originariamente blanca y una cinta rosa fosforito en el pelo.
- Paz, amigo. ¿Puedo sentarme contigo a la luz de la hoguera? -me suelta con acento mexicano.
Otro con parálisis en los párpados. No suelto la ballesta, pero le hago un gesto de asentimiento con algo de fastidio.
- ¿Quién eres? -le pregunto. El flipado me mira largamente antes de hablar, con voz tan serena como el mar. Ignora mi pregunta, claro.
- ¿Sabías que todo esto -describe con su brazo un arco que abarca todo su alrededor- estaba anunciado desde hace tiempo?
Vaya, pensaba que éstos se habían extinguido en los primeros días del Mad Max. O eso, o debe de haber un almacén de pegamento cerca. Por supuesto, mi silencio lo toma como una invitación a continuar.
- Todos los antiguos profetas lo predijeron: "será en Octubre". Jesús lo dijo, también.
- Ya. ¿Y? ¿Cuál es la segunda parte?
Nueva pausa enervante antes de contestar. Por lo visto las sinapsis de este tipo no tienen en cuenta la diferencia horaria entre España y México. Su mirada se vuelve más empalagosa que la merienda de Mimosín:
- Que el tiempo ha llegado, hermano. El reinado del Anticristo está viviendo sus últimos días. El comandante de la flota de la Confederación Galáctica destacada en nuestro sector, Ashtar Sheran, ha recibido la orden de aterrizar con sus naves para salvarnos a todos y llevarnos a una era de Luz Dorada -de alguna manera inexplicable se nota cuándo usa mayúsculas al hablar- . Ya acabó la tiranía de los illuminatis, los masones, los reptilianos. Llegarán de un momento a otro, ya se han puesto en marcha... -se queda al ralentí, esperando alguna reacción por mi parte. Tengo que mirar la bolsa de los monguis que me dio don Pako para asegurarme de no haberme tragado alguno por accidente. Lo cual me da una idea.
- Debes tener hambre. ¿Quieres algo de comer? -Y le ofrezco unos monguis. El cebón los acepta.
- Gracias, hermano. No tengo hambre desde hace mucho, pero acepto tu gesto de buena voluntad. Se ve que eres un hombre bueno. -Y se traga ocho de golpe. Dios.
- Oye, una pregunta antes de... -rectifico- Una pregunta: ¿cómo te las has apañado para sobrevivir más de dos años? No te imagino asaltando almacenes del ejército ni cazando ratas.
Un minuto más de mirada fija y sonrisa beatífica antes de contestar. Parece que espera que llegue a dar con la respuesta por mí mismo.
- Oh, ellos han cuidado de mí todo este tiempo, amigo -aclara por fin. Acto seguido se lanza a soltarme una perorata plagada de citas de Marcos, cartas a los apóstoles, el Popol Vuh y Nicola Tesla. El tiempo pasa, pero los monguis no parecen surtir efecto. Una de dos: o son inocuos, o estoy ante el hijo secreto de Carlos Castaneda. El caso es que el cabrón no calla, me ha chafado la noche, y mi paciencia se acaba. Decido acelerar las cosas:
- Bueno, todo eso está muy bien, su santidad, pero abrevia, ¿qué me quieres decir concretamente?
- Que queda muy poco tiempo para la redención de la Humanidad, hermano, y que no deberías malgastarlo en vicios ni en tratos usureros con ellos -y señala a los del barco-. Sé que la carne es débil, pero aguanta un poco. Esa gente es diabólica. Lo puedes notar en su hedor, proviene del infierno. Fíjate en las calaveras...
Se pone en pie a cámara lenta. Esto me está recordando a una novela de Philip K. Dick donde el protagonista toma una droja tan fuerte que las alucinaciones las tienen los demás. ¿Será éste el mismo caso?
- Seguiré mi camino, amigo. Hay más gente a la que anunciar la buena nueva. Hazme caso, tú que llevas la semilla de los justos en tu corazón, y aguarda unos pocos días sin tratos mundanos. Nos veremos en las naves de la Confederación, hermano. Hasta pronto.
Le despido con la mano y me acuesto, a ver si puedo dormitar un poco antes del alba. Quizá debería haberle advertido lo del Comando Katiuska, que se rumorea que andan por esta zona a la caza de judíos y latinitos. Bah, que se lo digan los de la flota estelar si quieren. jorobar, ¿es que no voy a encontrar a nadie normal? ¿Alguien como yo?
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Año 2, día 199
Estoy aguardando a que llegue el bote del galeón. En él van dos figuras, una rema, la otra no. Cuando al final encalla en la arena, la figura que iba de paquete salta a la orilla y pasa a mi lado en su camino hacia las ruinas. Tiene la cara más amargada que he visto en toda mi vida, y no es por el mareo. No sé nada de él, pero para quedarse con esa cara más le valdría haberla diñado en el apocalipsis. Me mira y me habla con desgana:
- Pff. Ni te molestes. No hay ninguna extranjera, sólo pilinguis españolas de cosa.
Y prosigue su camino sin despedirse. Éste debe ser uno de los tarados de la comuna de MundoMacho, no hay duda. En fin, cojo mi mochila y subo al bote. El remero lo empuja hasta que la quilla deja de tocar fondo, y sube también. Está medio alopécico, tiene jovenlandesatones y le sangran las encías. El diagnóstico es claro. Sobre la indumentaria hablaré en seguida.
- Cuando subas al barco tienes que dejar tus armas aparte, forastero. No queremos nadie armado dentro.
Intento protestar: mi ballesta, mi hacha, pistola de bengalas y silbatos de ultrasonidos son mi seguro de vida, de hecho si estoy vivo después de tanto tiempo es por estas sencillas herramientas. No sirve de nada. Al cabo de unos minutos llegamos al desvencijado casco del buque, desde donde nos tienden una escala por la que subimos.
Seré conciso: mugre por todas partes, la cubierta alfombrada de papeles de chocolatinas, envases de yogur, tomates a medio comer y bolsas de patatas fritas, entre las que las ratas parecen jugar al escondite. Los piratas... sus ropajes provienen de tiendas de disfraces, pero los otrora brillantes colores están desteñidos por el sol. Los tíos se diferencian de las tías en que tienen barba, porque todos van maquillados intentando imitar a Jack Sparrow, aunque con el sol del verano el maquillaje y el sudor les chorrean por las caras cetrinas. Los Kalashnikov se alternan con machetes de carnicero y cimitarras de plástico. El olor te da como una bofetada conforme subes a cubierta, incluso a mí. A lo largo de lo que queda de barandilla hay ancladas varias cañas de pescar, pero observo que al menos una de ellas tiene telarañas entre el carrete y el suelo. Bastantes de los piratas están famélicos, y los efectos del escorbuto son evidentes en más o menos la mitad de los presentes.
Se me acerca un pirata corpulento y rechoncho, con pata de palo y un parche en el ojo, como corresponde.
- Sea bienvenido, forastero. La le habrán dicho que en este remanso de paz no se admiten las armas extrañas, así que le ruego las deje a este humilde contramaestre, que las guardará como si fueran de su propia familia. ¿Será tan amable de indicarnos su nombre?
- Destroyo. - Hay un rumor entre varios de los tripulantes. El contramaestre se anima:
- ¡Hombre! ¡Bienhallado, Destroyo! Pensábamos que había muerto durante la fiesta, no sabíamos nada de usted.
- Ya, bueno, ¿y tú eres...?
- Talibán Hortográfico. Creí que me reconocería por el parche.
- Varios de los que veo llevan un parche, Talibán -alguno lleva incluso dos, pero no me parece delicado indicarlo-. Lo que no sabía es que eras cojo.
- ¿Esto? Esto es recuerdo del Mad Max. Un puma que algún malnacido dejó salir del zoológico. Llevo años planeando lo que le haré si está vivo y consigo pillarlo. Pero hablemos de cosas más alegres: ¿qué le trae por aquí, amigo?
- Bueno, quería hacer algunos negocios. Ando buscando alguna mujer...
El ambiente cambia de forma radical. El Taliván toma aire para hablar, pero en ese momento una figura enjuta y nerviosa le da un empujón que lo hace trastabillar.
- ¡Tú calla!- y se vuelve hacia mí. Es un estrambótico cruce entre Janis Joplin y Pipi Langstrumpf-. A ver, tú. Aquí ese tema lo llevamos nosotras, que para eso tenemos los mismos derechos que ellos. ¿Qué huevones quieres?
Vaya. Situación imprevista.
- Bueno, pues... mmmmh... Verás, yo quería... quería amar.
- Pues vaya novedad- Se me arrima para examinarme más de cerca, olisqueándome-. Al menos no tienes la pinta de enfermo del anterior. Y no hueles a salmuera. Bueno, esto tendremos que consultarlo entre nosotras, no te garantizo nada. Y a todo esto, qué tienes que ofrecer?
En ese momento se abre una puerta de los aposentos y emerge de ella un pirata mucho más emperifollado que el resto. Algo así como el primo feo de Beckham en una fiesta de disfraces. Un pirata metrosexual, vaya. Deduzco que tiene que ser el capitán.
- ¿Pero bueno, qué shishi es ese jaleo? Akashilla, ¿qué...?
- ¡¡Que te calles, leche!! Estoy negociando, lo que tenías que hacer tú, vago de los huevones -se vuelve hacia mí de nuevo-. Venga, a ver esa mercancía. Y no nos vengas con lo de los 25 centrímetros, que aquí todos tienen de eso hasta que se bajan los pantalones.
De mi mochila saco unos tubos de comprimidos de vitamina C, que he buscado en mi camino a la costa, desde que supe que los del barco estaban como estaban. Si desde que empezó a hablar Akashilla se hizo el silencio, ahora se ha vuelto algo sólido. Todos tienen los ojos como platos. La pelirroja me mira con una mezcla de diversión y suspicacia:
- Ah, muy bien. ¿Y qué te hace pensar que no nos vamos a quedar con la vitamina y a tí te vamos a echar por la borda?
- Primero que a la distancia que estamos de la orilla, llego nadando en menos de dos minutos, fantasma. Y segundo, he tomado mis precauciones, descuida. Yo puedo ser vuestra fuente más fiable de vitamina. Vuestra opción más barata es hacer tratos conmigo.
Hay un momento más de silencio sepulcral mientras Miss Zanahoria se toma su tiempo para evaluar posibilidades, entre las que a buen seguro hay algunas bastante malas para mí. Pero al final se impone el sentido de la lógica, y me dedica lo que debe considerar la más radiante de sus sonrisas, que deja al descubierto una carnicería de encías sangrantes:
- Vale, tron. Trato hecho -me da un firme apretón de manos y se aleja a los camarotes.- Voy a consultar con el resto a ver a quién le tocas, que vas a sorteo. Mientras, te puedes quedar con el capitán Fros, que es el que manda aquí.- Y remata su última frase con una estruendosa carcajada, no muy femenina. Las otras piratas la siguen. Una tiene barba. jorobar.
Me vuelvo hacia el capitán y el contramaestre. Ambos están mirando hacia otro lado, uno hacia el suelo y el otro a los cielos.
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Llevo varias horas en el barco, mi nariz se ha terminado acostumbrando. Estoy en el camarote del capitán, bajo la cubierta de popa. De vez en cuando se oyen en el techo unos pasos apresurados, una pedorreta horrible y si miras por la mugrienta ventana, ves caer un chorro oscuro.
- Sí, parece que a los hijomios les da morbo hacerlo sobre mi ventana.
Hablamos de los viejos tiempos mientras esperamos la cena. Yo le he rogado encarecidamente que me den cualquier cosa, pero que esté en condiciones, no quiero acabar como los aspersores de cosa esos de arriba.
- No te preocupes, Destroyo, con el trato que has hecho, si no te invitamos a una cena suculenta, sales perdiendo, jajajaja.
La impresión que me llevo de mis conversaciones con Fros es que esto es una especie de comuna hippie postapocalíptica, y su capitán, el Gurú del Buen Rollito. Pero me corrige:
- No, no te engañes con nosotros. Aquí hay mucho cachondeo, pero cuando nos tenemos que poner serios, nos ponemos. Sabemos cómo son las condiciones ahí fuera. Hace casi una semana perdimos al anterior contramaestre en una misión, a lo mejor lo recuerdas, era Pepito de Ternera.
- Si lo veo no lo reconozco.- es lo único que acierto a decir.
- Fueron esos animales del Búnker. Atacaron a una delegación que enviamos para renegociar los tratos que teníamos con ellos, porque la última partida de tomates que nos vendieron estaban todos podridos. O se están quedando sin alimentos, o se están volviendo locos. Ah, aquí viene la cena.
Se abre la puerta y entra un rellenito con cara de mala leche, portando una bandeja que deposita de malos modos y sin decir palabra. También nos pasa una botella de ron Negrita y dos vasos originariamente tras*parentes. Se trata de un pollo asado, lo sé porque lo pone en un trozo de plástico con la etiqueta del Lidl que aún tiene adherida a un muslo. Va acompañado por unas patatas fritas que sin duda estarían muy buenas el día que las hicieron. Todo ello medio sepultado en especias, como se hace para disimular el sabor de la carne pasada. Así y todo, el conjunto parece hasta presentable.
- Gracias, Seboso, ya te puedes ir.
Cuando el Sabroso se marcha dando un portazo, Fros prosigue.
- Éste estaba en el Búnker. Durante el incidente conseguimos capturarlo, y lo tenemos prisionero aquí. En principio pensábamos ejecutarlo, por lo de Pepito, pero ha resultado ser un buen cocinero que le saca partido a lo poco que tenemos, así que le dejamos vivir. Le hemos dado la oportunidad de integrarse en nuestro bando, pero es un puñetero inadaptado. Creo que está amargado porque no tiene muchas oportunidades de demostrar sus dotes culinarias. Pero shishi, tampoco en el Búnker creo que las tuviera, jorobar, ¿qué quiere?
- ¿Entonces estáis en guerra?
- Por supuesto. Ya que la convivencia pacífica no es posible, iremos a degüello. O ellos o nosotros. No hay sitio en este planeta para los dos. Por cierto, no se te ocurra hacer tratos con ellos, ¿eh?
- Te lo juro por mi honor de errante. De todas formas, ya me disculparás, pero no os veo muy disciplinados, por lo que he visto en la cubierta.
- ¿Eso? Ah... bueno... no, verás, es que ellas se han puesto sencillas con que nos tocaba fregar la cubierta día sí y día no. Ya ves, chorradas de mujeres, que si el reparto del trabajo, que si esto, que si lo otro... Al final, entre unos y otros, la casa sin barrer. Pero ya verás -me dice guiñándome un ojo-, al final acabarán cediendo y fregándola ellas, como siempre.
Algo me dice que no será así, pero tampoco me importa demasiado. Cenamos charlando de insustancieces, dejo que él beba más que yo, incluso le lleno de ron el vaso en varias ocasiones. Al final damos la cena por concluida, tras un postre consistente en dos barritas de Kit-Kat.
- Bueno, Destroyo, te llegó la hora del sacrificio, jajajaja. Tienes el camarote justo debajo de éste. No arméis mucho jaleo, que yo tengo que dormir. Hale, adiós.
Tras despedirme, bajo por unas escaleras hacia el camarote indicado por Fros. No hay nadie dentro. Cierro la puerta y espero. Espero sobre todo que no se les ocurra hacerme alguna jugarreta; no sé por qué, pero esta gente me inspira una especial desconfianza. Poco a poco empiezo a escuchar ruidillos que se imponen al crujido de la tablazón y los cordajes, o al roer de las ratas. Son murmullos femeninos, y alguna risita. Me siento observado, estoy seguro de que las muy lechonas me espían por agujeros y rendijas en las paredes. Me estoy poniendo nervioso. Mucho. Además, tengo ardor de estómago, sin duda por la sobredosis de pimienta que me he metido con el pollo. Apunto mentalmente en mi lista de color a Seboso como eliminable.
El tiempo sigue pasando, hasta que finalmente no aguanto más. Voy a mandar a tomar por ojo ciego a esta caterva de lobas de medio pelo, y me encamino hacia la puerta.
Justo en ese momento, la puerta se abre.
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