Ginko
Himbersor
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Yo creo que en España se impuso la visión católica del libre albedrío y la del hidalgo, todos somos capaces de lo peor o de lo mejor, nadie es más que nadie en esencia, puesto que todos tenemos espíritu o alma, los wasp están imbuidos de ideas retrógradas de pueblo elegido, e incluso entre ellos unos son más elegidos que otros, los ricos, de ahi la obsesión por serlo a toda costa.Comenté antes lo difícil que es ser un héroe en España, cosa de la que me alegro, en contraposición a otras culturas en las que cualquier ocasión la pintan calva para crear un mito. El concepto de líder como de héroe, despierta entre nosotros la más pura expresión del escepticismo, curiosamente en un pueblo cuya tradición la definen otros como la de ser adoradores de teteras orbitantes y amigos invisibles... Aquí los héroes son demasiado humanos y como los líderes con vocación de serlo, deben superar la más dura oposición que un juzgado de tales oficios impondrá al candidato con la más cruda sequedad. Según este modo de actuar, el héroe y el líder es entre nosotros un titulado como Dios manda, con todos los sellos y firmas que la envidia o el desasosiego no sean capaces de retener.
Bajo ese áspero desdén por lo sobresaliente virtuoso que tanto parece perturbar a quienes luego quieren ser estrellas rutilantes reflejando su luz en el mar de la mediocridad, es como acabo entendiendo ese presunto "realismo" de la literatura española del siglo XX cuando se adentra en los pliegues psicológicos de nuestros paisanos. Si con que hable uno de sí mismo en el papel que asigna a sus personajes, ya está todo el pescao vendido, solo que el autor, en confesión plenaria de su propia humanidad, pone un silencio mortal en los vicios de quienes como personajes novelescos no podrán nunca congraciarse con la humanidad, quedando definidos ad eternum como ignorantes absolutos o perversos sin redención.
Para mí hay una frase memorable que me acompañará el resto de mis días y es la que Alonso Quijano le dice a Sancho cuando quiere instruirlo sobre el buen gobierno de la ínsula: “Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”.
Sin embargo, la dádiva, la envidia cuando se excita ante una virtud inesperada y desbordante, mas el peso mortalmente inmisericorde cuando las ideologías se dejan caer como peso muerto sobre los hombres sin reparar en su interna contradicción existencial, se han asumido como "realistas", como si la realidad a ojos de tantos humanistas como presumen de serlo, fuera en blanco y neցro como los grabados de Goya.
Bien sabía Alonso que la misericordia es un acto solemne por el cual cada uno puede asumir sin mayores dificultades parte o todo de las miserias que juzga en los demás y hacerlo de corazón. Compartir de corazón las miserias ajenas que por la razón que sea nos mueve a juzgarlas, es un acto de verdadero realismo porque implica todas las fuerzas presentes en la vida o en el relato; en la ficción y en la realidad.
La misericordia es amiga de la vida y las segundas oportunidades. Es la compasión solidaria que no te clausura en la soledad. Es la Esperanza frente a la desolación de los juicios del hombre que se siente superior acallando su conciencia.
Con esa obra de Cervantes tuve que negociar años enteros mis ideas sobre la realidad y los ideales pero acabé entendiendo que es la más implicita expresión de esos extremos de nuestra naturaleza que luego entretuvieron a todos a mayor gloria del partidismo que se impone como una realidad sin solución. Si desde el fuego del infierno se abriera una brecha por la que la luz del cielo se dejara ver, no perdería la esperanza de alcanzarla. Sin embargo, en Esta España tan bonita y variada, tan luminosa, pareciera que vivimos los españoles en un infierno que nos quema por todos los lados y donde hubiera un rayo de luz, acabamos viendo una sindiós de radiaciones achicharrantes...
No sé si ya estamos perdiendo esa visión que es la de Fuenteovejuna y la que exige ahora que hagamos una limpia entre esos advenedizos traidores que se creen elegidos que nos desgobiernan.