Hay una dimensión importante de la Eucaristía que tenemos olvidada: ella nos reconcilia con Dios y en ella se nos perdonan los pecados, incluso lo más graves. A este respecto hay
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Hay una dimensión importante de la Eucaristía que tenemos olvidada: ella nos reconcilia con Dios y en ella se nos perdonan los pecados, incluso lo más graves. A este respecto hay un texto poco conocido del Concilio de Trento que vale la pena recordar: el sacrificio de la Misa es verdaderamente propiciatorio, o sea perdonador. Y eso hasta el punto de que el sacrificio eucarístico concede el perdón de todos los pecados, “por graves que sean”. Ya Tomás de Aquino había escrito: “No hay ningún sacramento más saludable que la Eucaristía, pues por él se borran los pecados, se aumentan las virtudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales”. Resulta lógico que el primer efecto de la Eucaristía sea el perdón de los pecados, porque este perdón es condición necesaria para que se produzcan los otros dos efectos: aumento de las virtudes y abundancia de dones espirituales.