Futuroscuro
Madmaxista
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Uno estudia lo que le gusta o lo que tiene más salidas, y luego, parafraseando a Rajoy, ya tal. Miguel Gómez ******* cursó un doble grado de Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad Rey Juan Carlos —ejem—, que le abrió las puertas del sector con mayor proyección para alguien con su perfil: el de los teleoperadores.
Es posible que los tres meses que Gómez ******* pasó en el cubículo le hayan proporcionado más alimento espiritual que material. El resultado, más allá de unos cientos de euros en la cuenta corriente, es 'Memorias de un teleoperador', un fanzine a la vieja usanza editado por Solipsismo o Barbarie, con sus grapas y sus fotocopias en blanco y neցro. En sus 22 páginas a doble espacio, el aspirante a periodista de 24 años sintetiza mejor que la mayoría de voluminosos ensayos las miserias cotidianas del trabajo moderno. Al menos, con humor y gran capacidad de observación.
“Las empresas de hoy han conseguido vender que trabajar es un privilegio, una experiencia religiosa, un café 'frappé' en tu taza de Mr. Wonderful”, explica a El Confidencial. “Por el camino, encima, se han dejado todas las razones por las que realmente se trabajaba: la estabilidad, el horizonte, el progreso”.
La clase media es como los Reyes Magos: no existen, pero les escribes y te traen regalos
Él pone el costumbrismo, nosotros el análisis: de mano del autor nos sumergimos en los 12 pecados capitales de las empresas españolas versión 'startup', un descenso a los infiernos de la Renfe, el 'tupper' y las broncas sin venir a cuento que son el mayor baño de realismo que uno puede echarse a los ojos. Te ríes porque es verdad. Y, sobre todo, por no llorar.
No eres clase media, eres clase obrera: “Tras años de conciencia política y algunos apuros de clases medias venidas a menos, podré levantar el puño y exclamar orgulloso que pertenezco a la clase obrera”
¿Queda alguien de clase obrera en España? Uno de los milagros de la época de la burbuja fue que todos pensásemos que éramos clase media, quizá porque preferimos entenderla en términos culturales para no tener que pensar en que, en lo económico, tampoco estábamos tan bien. Como recordaba González Férriz, es un mito sociológico que ha terminado viniéndose abajo. Frente a ello, los jóvenes enarbolan una nueva conciencia de clase: si uno no tiene dinero, por lo menos, le queda la autenticidad. “La clase media es como los Reyes Magos: no existen, pero les escribes cartas y te traen regalos”, responde. “Como joven precario desclasado, lo reconozco, añoro algún que otro sentimiento de pertenencia”. ¿El obrerismo vuelve?
Cualquiera puede ser precario: “La fábrica es una oficina guay con microondas, sillas cómodas con ruedas y una pared de cristal donde escribir bromas con rotulador”
El obrero ya no siempre lleva mono o acude a la fábrica aguardando el sonido de la sirena, esos estereotipos que han hecho olvidar que el trabajador de cuello blanco también puede ser precario. Sobre todo, por el esfuerzo de las grandes empresas por ofrecer una cara más amable que el gesto gruñón de la vieja cadena de montaje. “Quieren tapar la precariedad con emoticonos y muebles de Ikea”, recuerda el joven periodista. “Pero es un disfraz barato. Hasta el más entusiasta lector de autoayuda se desanima cuando entra en la aplicación de su cuenta corriente”.
Si pudieses sentarte, te daría tiempo a sacarte otra carrera. (Reuters)Si pudieses sentarte, te daría tiempo a sacarte otra carrera. (Reuters)
Presentismo: “Hoy, en uno de los muchos momentos de descanso, me ha dado por recoger tres minutos antes de la hora. Al final he salido el último. Las miradas de condena de los compañeros me han atado a la silla”
¿Conciliación entre vida personal y profesional? El 62% de los españoles acuden a trabajar aunque estén enfermos, en casi la mitad de las empresas hay alguna práctica de este tipo y, sin embargo, miramos por la ventana pensando en lo bien que estaríamos en casa. Nos cuesta deshacernos de esos vicios; sobre todo, si los superiores nos observan. “Las oficinas son muy escolares”, recuerda Gómez *******. “Si te castigan, que castiguen a todos. Con alguien tienes que pagar lo frustrante que resulta pasar tus días en un curro insignificante y sin futuro”. Alguien paga, ¿alguien gana?
Media vida en el tras*porte público: “Pasa más tiempo en la Renfe que en su casa, aunque realmente vive apretado en la silla de la esquina de la mesa”
El teleoperador inesperado se refiere a su compañero Iván, un polaco que ha pasado los dos últimos años gastando dos horas diarias en desplazarse al trabajo en tras*porte público. Hemos hecho la cuenta: 1.004 horas, suficientes para leerse el 'Quijote' de cabo a regazo unas 27 veces. La relación entre el tiempo y el espacio haría asentir a Einstein: “Los nuevos precarios viven, generalmente, en la periferia. A su jornada le tienes que sumar dos horas de ida y vuelta. Si trabajas a jornada completa, tu casa no es más que una gasolinera donde repostar poco y mal”.
Los jefes inmediatos son tus colegas, pero a la mínima posibilidad de ascenso no van a dudar en usarte como cabeza de turco
El mal del mando intermedio: “Los subjefes, mis superiores directos, son como hermanos mayores, responsables o traviesos según el momento”
Como el personaje de Robert Mitchum en 'La noche del cazador', llevan tatuado 'amor' y 'repruebo' en cada uno de sus puños. Con una mano acarician, con otra golpean. En muchas empresas, llegar a cargo intermedio supone el techo para la mayoría de empleados: comprenden al subordinado, pero deben aplicar la mano dura de la dirección. “Están casi igual de dolidos que tú”, recuerda Gómez *******. “Cobran casi lo mismo y son más responsables. Son tus colegas, pero a la mínima posibilidad de ascenso no van a dudar en usarte como cabeza de turco”. Y, según dos consultores de la London Business School, probablemente sobren.
Pluriempleo obligado: “Andrea teleopera de lunes a viernes. Los findes dobla ropa en la Gran Vía. Ni descansa un solo día ni llega a los 1.000 euros"
Lo está avisando el Foro Económico Mundial, así que ojo: el futuro problema de la economía no serán solo los bajos sueldos o la automatización, sino el crecimiento de los trabajos a tiempo parcial, tan mal pagados que ni aunque tengas un par alcanzas un sueldo digno. Es lo que le ocurre a Andrea, una de sus compañeras. “Cuando se recorta, se dice aquello de 'dar más con menos”, añade el teleoperador. “Le echan más horas y trabajan en más sitios, y, a cambio, disponen de menos tiempo y renta”.
La visita del político de turno mientras intentas sonreír como puedes, un clásico atemporal. (Reuters)La visita del político de turno mientras intentas sonreír como puedes, un clásico atemporal. (Reuters)
Clasismo implícito: “Yo solo he podido escucharlo desde lejos, porque los no importantes tenemos que seguir trabajando mientras los importantes se ocupan de los PowerPoints, las risas falsas y los protocolos”.
Un refrán apócrifo asegura que si quieres saber quién manda en la empresa, busca a aquel que nadie sabe qué hace. Al mismo tiempo, es fácil reconocer al último mono porque es el que hace todo lo que nadie desea hacer. “Alguien tiene que traerte la pizza, alguien tiene que conducirte el taxi y alguien que responder el teléfono cuando media oficina asiste a un congreso en un hotel. Para eso están los becarios”. El primer censo realizado por CCOO mostraba este año que hay uno por cada 15 trabajadores. Listos para quemar y ser sustituidos rápidamente por otros que cojan pizzas, pidan taxis y respondan el teléfono, hasta que se quemen y...
Ansiedad continua: “Admiro a Arantxa. Aguantar este curro sin emborracharte y empapuzarte de Ruffles es una proeza heroica”
¿Quién no se ha parado un par de horas después de haber comido, delante de la máquina de 'vending', buscando algo con lo que aplacar su nerviosismo? La alimentación irracional, el tabaquismo o cañas a la salida del trabajo (perdón, el 'afterwork') son medicamentos autoprescritos para no explotar. “Lo normal en el trabajo es comer mal”, añade Gómez. “Mal y rápido, porque hay turnos y poco espacio. Quien, con ese panorama, juega a 'Masterchef' o a la dieta de la alcachofa, tiene un mérito indiscutible”. Recuerden: la obesidad ya no afecta a los más ricos, sino a los que disponen de menos recursos.
Hay que reconocer el trabajo invisible, porque es el ejemplo de que el espíritu meritocrático está lejos de concretarse
En busca del toque humano: “Quiero pensar que cuando nos vamos, los clientes nos echan de menos. Que lamentan que tras dos meses de atención impecable, por culpa de un contrato de prácticas, sustituyan a su amigo, a su asistente personal, por un desconocido”.
Una de las experiencias más inesperadas que suelen reportar los teleoperadores es la necesidad que tienen muchos clientes de hablar con ellos, de contarles sus confidencias, de intimar. En definitiva, de encontrar una pequeña conexión humana que les permita abandonar su fortaleza de la soledad invisible, aunque al otro lado no encuentren más que un guion previamente escrito. “En tiempos de robots y voces automáticas, la atención cercana y humana es un valor de mercado”, recuerda el joven vallecano. “Cualquiera sabe distinguir entre la amabilidad de obsolescencia programada y la confianza en la pescadera de abajo”.
***
El esclavismo extralaboral: “Yo soy un 'tupper' en la oficina que mi progenitora se levanta a preparar todas las mañanas. Yo soy el que pide la vez para el microondas. Yo soy un kebab de euro y medio los domingos”.
Trabajar no abarca solo ocho horas, 10 si contamos el tiempo de desplazamiento, o una infinidad si añadimos las horas extra. También supone otro tipo de exigencias, como preparar la comida casi a diario e introducirla en un deprimente recipiente, urna mortuoria de macarrones y filetes empanados. “Cuando te das cuenta de que la sociedad sofisticada huele a timo y a plástico, acabas valorando lo que tienes: tu barrio, tu familia, tus lujos de pobre”, reflexiona *******.
El esfuerzo pasa desapercibido: “Sin él, la empresa se habría ido al garete y ni en época de vacas obesas han sido capaces de ofrecerle un contrato por el salario mínimo”
El autor habla otra vez de Iván, “el que más trabaja y menos se queja”. Tras dos años, su contrato se termina y, lógicamente, no le renuevan. “Hay que reconocer el trabajo invisible. Ponerlo sobre la mesa. Porque es la gente modélica, el ejemplo de que el espíritu meritocrático está lejos de concretarse”. Iván sale por la puerta sin saber lo que ha hecho mal, pero la respuesta quizá sea que nunca hubo nada en su mano que pudiese hacer para quedarse. La temporalidad está asumida en un país cuya tasa de temporalidad durante el pasado año fue del 26,8%, y donde el enchufismo es el rey.
El empleo es efímero: “Se marcha con la cabeza alta, sin despedirse de unos jefes que no le han mandado ni un wasap”.
Otro tópico de las películas de la crisis: el trabajador que abandona el despacho del responsable de Recursos Humanos con el gesto roto y guarda las fotografías de su familia en una caja de cartón ante la mirada sorprendida de sus compañeros, de los que se despide entre sollozos y abrazos. La realidad: semanas más tarde, alguien se pregunta qué ha sido de ese chaval que parecía tan majo. “La realidad es que las despedidas de las nuevas empresas se parecen más a pagar un café que al drama de la experiencia compartida. Por la brevedad, ante todo”, recuerda Gómez. Él tampoco consiguió emocionarse en su último día, aunque quizá lo intentó.
Es posible que los tres meses que Gómez ******* pasó en el cubículo le hayan proporcionado más alimento espiritual que material. El resultado, más allá de unos cientos de euros en la cuenta corriente, es 'Memorias de un teleoperador', un fanzine a la vieja usanza editado por Solipsismo o Barbarie, con sus grapas y sus fotocopias en blanco y neցro. En sus 22 páginas a doble espacio, el aspirante a periodista de 24 años sintetiza mejor que la mayoría de voluminosos ensayos las miserias cotidianas del trabajo moderno. Al menos, con humor y gran capacidad de observación.
“Las empresas de hoy han conseguido vender que trabajar es un privilegio, una experiencia religiosa, un café 'frappé' en tu taza de Mr. Wonderful”, explica a El Confidencial. “Por el camino, encima, se han dejado todas las razones por las que realmente se trabajaba: la estabilidad, el horizonte, el progreso”.
La clase media es como los Reyes Magos: no existen, pero les escribes y te traen regalos
Él pone el costumbrismo, nosotros el análisis: de mano del autor nos sumergimos en los 12 pecados capitales de las empresas españolas versión 'startup', un descenso a los infiernos de la Renfe, el 'tupper' y las broncas sin venir a cuento que son el mayor baño de realismo que uno puede echarse a los ojos. Te ríes porque es verdad. Y, sobre todo, por no llorar.
No eres clase media, eres clase obrera: “Tras años de conciencia política y algunos apuros de clases medias venidas a menos, podré levantar el puño y exclamar orgulloso que pertenezco a la clase obrera”
¿Queda alguien de clase obrera en España? Uno de los milagros de la época de la burbuja fue que todos pensásemos que éramos clase media, quizá porque preferimos entenderla en términos culturales para no tener que pensar en que, en lo económico, tampoco estábamos tan bien. Como recordaba González Férriz, es un mito sociológico que ha terminado viniéndose abajo. Frente a ello, los jóvenes enarbolan una nueva conciencia de clase: si uno no tiene dinero, por lo menos, le queda la autenticidad. “La clase media es como los Reyes Magos: no existen, pero les escribes cartas y te traen regalos”, responde. “Como joven precario desclasado, lo reconozco, añoro algún que otro sentimiento de pertenencia”. ¿El obrerismo vuelve?
Cualquiera puede ser precario: “La fábrica es una oficina guay con microondas, sillas cómodas con ruedas y una pared de cristal donde escribir bromas con rotulador”
El obrero ya no siempre lleva mono o acude a la fábrica aguardando el sonido de la sirena, esos estereotipos que han hecho olvidar que el trabajador de cuello blanco también puede ser precario. Sobre todo, por el esfuerzo de las grandes empresas por ofrecer una cara más amable que el gesto gruñón de la vieja cadena de montaje. “Quieren tapar la precariedad con emoticonos y muebles de Ikea”, recuerda el joven periodista. “Pero es un disfraz barato. Hasta el más entusiasta lector de autoayuda se desanima cuando entra en la aplicación de su cuenta corriente”.
Si pudieses sentarte, te daría tiempo a sacarte otra carrera. (Reuters)Si pudieses sentarte, te daría tiempo a sacarte otra carrera. (Reuters)
Presentismo: “Hoy, en uno de los muchos momentos de descanso, me ha dado por recoger tres minutos antes de la hora. Al final he salido el último. Las miradas de condena de los compañeros me han atado a la silla”
¿Conciliación entre vida personal y profesional? El 62% de los españoles acuden a trabajar aunque estén enfermos, en casi la mitad de las empresas hay alguna práctica de este tipo y, sin embargo, miramos por la ventana pensando en lo bien que estaríamos en casa. Nos cuesta deshacernos de esos vicios; sobre todo, si los superiores nos observan. “Las oficinas son muy escolares”, recuerda Gómez *******. “Si te castigan, que castiguen a todos. Con alguien tienes que pagar lo frustrante que resulta pasar tus días en un curro insignificante y sin futuro”. Alguien paga, ¿alguien gana?
Media vida en el tras*porte público: “Pasa más tiempo en la Renfe que en su casa, aunque realmente vive apretado en la silla de la esquina de la mesa”
El teleoperador inesperado se refiere a su compañero Iván, un polaco que ha pasado los dos últimos años gastando dos horas diarias en desplazarse al trabajo en tras*porte público. Hemos hecho la cuenta: 1.004 horas, suficientes para leerse el 'Quijote' de cabo a regazo unas 27 veces. La relación entre el tiempo y el espacio haría asentir a Einstein: “Los nuevos precarios viven, generalmente, en la periferia. A su jornada le tienes que sumar dos horas de ida y vuelta. Si trabajas a jornada completa, tu casa no es más que una gasolinera donde repostar poco y mal”.
Los jefes inmediatos son tus colegas, pero a la mínima posibilidad de ascenso no van a dudar en usarte como cabeza de turco
El mal del mando intermedio: “Los subjefes, mis superiores directos, son como hermanos mayores, responsables o traviesos según el momento”
Como el personaje de Robert Mitchum en 'La noche del cazador', llevan tatuado 'amor' y 'repruebo' en cada uno de sus puños. Con una mano acarician, con otra golpean. En muchas empresas, llegar a cargo intermedio supone el techo para la mayoría de empleados: comprenden al subordinado, pero deben aplicar la mano dura de la dirección. “Están casi igual de dolidos que tú”, recuerda Gómez *******. “Cobran casi lo mismo y son más responsables. Son tus colegas, pero a la mínima posibilidad de ascenso no van a dudar en usarte como cabeza de turco”. Y, según dos consultores de la London Business School, probablemente sobren.
Pluriempleo obligado: “Andrea teleopera de lunes a viernes. Los findes dobla ropa en la Gran Vía. Ni descansa un solo día ni llega a los 1.000 euros"
Lo está avisando el Foro Económico Mundial, así que ojo: el futuro problema de la economía no serán solo los bajos sueldos o la automatización, sino el crecimiento de los trabajos a tiempo parcial, tan mal pagados que ni aunque tengas un par alcanzas un sueldo digno. Es lo que le ocurre a Andrea, una de sus compañeras. “Cuando se recorta, se dice aquello de 'dar más con menos”, añade el teleoperador. “Le echan más horas y trabajan en más sitios, y, a cambio, disponen de menos tiempo y renta”.
La visita del político de turno mientras intentas sonreír como puedes, un clásico atemporal. (Reuters)La visita del político de turno mientras intentas sonreír como puedes, un clásico atemporal. (Reuters)
Clasismo implícito: “Yo solo he podido escucharlo desde lejos, porque los no importantes tenemos que seguir trabajando mientras los importantes se ocupan de los PowerPoints, las risas falsas y los protocolos”.
Un refrán apócrifo asegura que si quieres saber quién manda en la empresa, busca a aquel que nadie sabe qué hace. Al mismo tiempo, es fácil reconocer al último mono porque es el que hace todo lo que nadie desea hacer. “Alguien tiene que traerte la pizza, alguien tiene que conducirte el taxi y alguien que responder el teléfono cuando media oficina asiste a un congreso en un hotel. Para eso están los becarios”. El primer censo realizado por CCOO mostraba este año que hay uno por cada 15 trabajadores. Listos para quemar y ser sustituidos rápidamente por otros que cojan pizzas, pidan taxis y respondan el teléfono, hasta que se quemen y...
Ansiedad continua: “Admiro a Arantxa. Aguantar este curro sin emborracharte y empapuzarte de Ruffles es una proeza heroica”
¿Quién no se ha parado un par de horas después de haber comido, delante de la máquina de 'vending', buscando algo con lo que aplacar su nerviosismo? La alimentación irracional, el tabaquismo o cañas a la salida del trabajo (perdón, el 'afterwork') son medicamentos autoprescritos para no explotar. “Lo normal en el trabajo es comer mal”, añade Gómez. “Mal y rápido, porque hay turnos y poco espacio. Quien, con ese panorama, juega a 'Masterchef' o a la dieta de la alcachofa, tiene un mérito indiscutible”. Recuerden: la obesidad ya no afecta a los más ricos, sino a los que disponen de menos recursos.
Hay que reconocer el trabajo invisible, porque es el ejemplo de que el espíritu meritocrático está lejos de concretarse
En busca del toque humano: “Quiero pensar que cuando nos vamos, los clientes nos echan de menos. Que lamentan que tras dos meses de atención impecable, por culpa de un contrato de prácticas, sustituyan a su amigo, a su asistente personal, por un desconocido”.
Una de las experiencias más inesperadas que suelen reportar los teleoperadores es la necesidad que tienen muchos clientes de hablar con ellos, de contarles sus confidencias, de intimar. En definitiva, de encontrar una pequeña conexión humana que les permita abandonar su fortaleza de la soledad invisible, aunque al otro lado no encuentren más que un guion previamente escrito. “En tiempos de robots y voces automáticas, la atención cercana y humana es un valor de mercado”, recuerda el joven vallecano. “Cualquiera sabe distinguir entre la amabilidad de obsolescencia programada y la confianza en la pescadera de abajo”.
***
El esclavismo extralaboral: “Yo soy un 'tupper' en la oficina que mi progenitora se levanta a preparar todas las mañanas. Yo soy el que pide la vez para el microondas. Yo soy un kebab de euro y medio los domingos”.
Trabajar no abarca solo ocho horas, 10 si contamos el tiempo de desplazamiento, o una infinidad si añadimos las horas extra. También supone otro tipo de exigencias, como preparar la comida casi a diario e introducirla en un deprimente recipiente, urna mortuoria de macarrones y filetes empanados. “Cuando te das cuenta de que la sociedad sofisticada huele a timo y a plástico, acabas valorando lo que tienes: tu barrio, tu familia, tus lujos de pobre”, reflexiona *******.
El esfuerzo pasa desapercibido: “Sin él, la empresa se habría ido al garete y ni en época de vacas obesas han sido capaces de ofrecerle un contrato por el salario mínimo”
El autor habla otra vez de Iván, “el que más trabaja y menos se queja”. Tras dos años, su contrato se termina y, lógicamente, no le renuevan. “Hay que reconocer el trabajo invisible. Ponerlo sobre la mesa. Porque es la gente modélica, el ejemplo de que el espíritu meritocrático está lejos de concretarse”. Iván sale por la puerta sin saber lo que ha hecho mal, pero la respuesta quizá sea que nunca hubo nada en su mano que pudiese hacer para quedarse. La temporalidad está asumida en un país cuya tasa de temporalidad durante el pasado año fue del 26,8%, y donde el enchufismo es el rey.
El empleo es efímero: “Se marcha con la cabeza alta, sin despedirse de unos jefes que no le han mandado ni un wasap”.
Otro tópico de las películas de la crisis: el trabajador que abandona el despacho del responsable de Recursos Humanos con el gesto roto y guarda las fotografías de su familia en una caja de cartón ante la mirada sorprendida de sus compañeros, de los que se despide entre sollozos y abrazos. La realidad: semanas más tarde, alguien se pregunta qué ha sido de ese chaval que parecía tan majo. “La realidad es que las despedidas de las nuevas empresas se parecen más a pagar un café que al drama de la experiencia compartida. Por la brevedad, ante todo”, recuerda Gómez. Él tampoco consiguió emocionarse en su último día, aunque quizá lo intentó.