Por los años de 1837 vivía en el pueblo de Torredembarra un honrado catalán
llamado Paulino Recasens, de oficio cubero. No puedo presentaros hombre de origen
más humilde. Trabajaba en su profesión y gozaba de su casa muy á su contento;
pero los azares de la guerra civil le forzaron á establecer un servicio marítimo
desde su pueblo á Tarragona, por medio de una navecilla de la cual se habia
hecho patrón.
Tranquilamente y apartado de la capital, gozaba con el cariño
de su mujer y con el amor que daba á sus hijos, y con las delicias que le regalaba
el pueblo, donde el sol le parecia más prolijo, más temprana la mañana, más perezosa
la tarde, la noche más quieta y los campos más alegres. Fuera de este reposo
entraba lleno de brios en su faena, y muchas veces él y su barquichuelo lucharon
con la tempestad. Salió aquella orden para alistar forzosamente en la Milicia
nacional á todos los hombres útiles desde la edad de diez y ocho á cincuenta
años, y fué Recasens miliciano nacional, y en una formación que hubo muy lucida
juró la bandera y defender el trono de Isabel II.
Llegó el caso de entrar en liza; le llamaron, acudió con su arma y peleó con denuedo contra las huestes del cabecilla Pichot. Apuntaban los primeros rayos del sol en la mañana del 22 de Mayo de 1837, y los carlistas sorprendieron á Recasens en el momento que entraba en su barco para seguir su ruta á Tarragona.
Era Paulino muy querido de su pueblo, y todos ansiaban saber lo que le habia pasado; y dos dias después de su apresamiento, recibió su mujer aviso de que podia recoger el cadáver de su marido,y acudió seguida del pueblo, que lleno de consternación halló colgado de un árbol á Paulino Recasens, con trazas de haber sido quemado vivo después de
haberle sacado los ojos con la punta de los puñales. ¿Qué motivó tan bárbaro castigo?
Vamos á referirlo.
Llevado Paulino á paraje de seguridad, díjole el jefe carlista
que le habia hecho prisionero: «Tú con el barco que tienes y con la práctica
de andar por encima del agua en noches oscuras y tempestuosas, puedes hacer grandes servicios; toma partido por D. Carlos y sé de los nuestros, por lo cual te prometo que tendrás grandes mercedes de mi Rey.
No puedo, repuso Recasens;
he jurado defender á la Reina Isabel II delante de mi bandera, y yo no puedo ser traidor á mis juramentos.»
El jefe carlista, para más obligarle, pasó del ruego á la amenaza de la fin, y Recasens respondia:
No puedo ser perjuro.
Le replicaba el jefe carlista que no habiéndose alistado por su voluntad, aquel juramento
era nulo; y contestaba Recasens:
Pero al fin he jurado, y á ningún hombre se le obliga á jurar lo que no quiere.
¿Sabes lo que te espera? le dijo el carlista; una fin cruel, la viudez de tu esposa y la miseria de tus hijos.
A estas palabras se quedó Recasens meditativo y suspenso. Era dia de Santa Rita, y su
mujer se llamaba Rita, y tenia por costumbre celebrarlo yendo con su familia á
merendar al campo. Miró al carlista y repuso:
Déjamelo pensar.
Media hora después le preguntó el carlista:
¿Qué has decidido?
Y Recasens
respondió:
Que ningún hombre honrado debe faltar á su juramento. Estoy dispuesto á morir.
Ocho tigres disfrazados de hombres se encargaron de su martirio.
El 31 de Agosto de 1840, el cabecilla Fornerat sufría en Tarragona la pena de
fin que le impuso un consejo de guerra por haber ordenado el asesinato de
Paulino Recasens. Recasens no era conde, ni marqués, ni grande de España... No
sabia leer ni escribir.
El teniente general D. Juan Prim, conde de Reus, marqués de los Castillejos, en
presencia de su Reina, y puesta la mano sobre la cruz de su espada, dijo el
año 1861:
Señora: Al recibir hoy la investidura de la grandeza de España de primera clase con que V. M. se dignó honrarme por los servicios que tuve la fortuna de prestar en la reciente y tan gloriosa campaña de África, es mi primer deber inclinárme agradecido ante mi Reina y Señora por haberme elevado a tal altura, que me permite marchar al igual de los más nobles señores de vuestra corte, y que me hace grande como los más grandes del reino. En todos tiempos los Reyes de España ennoblecieron á sus hombres de guerra, y este es el origen de los blasones que hoy ostentan los ilustres descendientes de los Osunas, los Abrantes, los
Medinacelis y otros tantos capitanes que con su esfuerzo valeroso ilustraron más
y más las armas castellanas, ilustrándose á sí mismos. Si el deber de un general,
y como el de todo militar, es el de servir siempre con lealtad y valentía d su Reyna y a su patria, cuando este militar, cuando este general sea grande de España , ¿qué no deberá intentar para hacerse más y más digno del aprecio de su augusta Reina, que tanto le ennobleció?Deberá hacer, señora, lo que, puesta la mano en el puño de su limpia espada, promete hacer el marqués de los Castillejos; defender vuestros derechos al trono de las Españas contra los que osaran atacarlos, y defender también vuestra persona siempre, en todas ocasiones y cualesquiera que fuesen las vicisitudes de los tiempos, hasta derramar la última gota de sangre, hasta exhalar mi último suspiro.»
En el pueblo de Torredembarra vive pobremente la anciana viuda de Paulino
Recasens, de oficio cubero; ningún diputado se ha acordado de esta desdichada mujer,
para pedir una modesta pensión para la pobre viuda. D. Manuel Becerra hace
algunos dias que propuso en la Asamblea una de doce mil duros para la viuda del
marqués de los Castillejos
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