fractales
Himbersor
Revuelta y caos. Tal será el escenario cuando la derecha gane. Sánchez y sus socios necesitan una policía inerme. Vienen tiempos de anarquía.
Mariano Rajoy asevera, al hilo de la aparición de su último libro, que Pablo Casado será el próximo presidente del Gobierno. Poca broma. Ya predijo que no habría referéndum en Cataluña y se celebraron dos. Las encuestas, sin embargo, coinciden esta vez con los augurios del expresidente. Con una economía quebrada, la unidad nacional despiezada y el Estado de Derecho sojuzgado, raro sería que Pedro Sánchez repitiera su inaudita proeza. Ni siquiera con el concurso de Frankenstein o de la España vaciada de Campo Vidal será capaz de mantenerse en La Moncloa. De eso no hay duda. Más dudas emergen por el otro lado del tablero porque Casado no logra romper la barrera demoscópica de los 130 escaños. Ni lo logrará, pero ahí aparece Abascal con sus cincuenta diputados para rescatarlo del laberinto.
El inevitable pacto con Vox, a la manera que acaba de concluir Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, despejará todos los obstáculos que puedan impedir el retorno del PP al poder. Teodoro García Egea se encargará de dejar expedito el camino, que para eso están los secretarios generales. Una vez en el Gobierno, Casado deberá hacer frente a un sinfín de desafíos. Todos ellos graves. Alguno, incluso, dramático. La situación económica, indudablemente. Los rebuznos nacionalistas, a continuación. Pero lo más inmediato, la tarea más urgente, estará en la calle.
Nadie duda de que el empeño del PSOE, urgido por la banda del desguace (comunistas, sediciosos, compadres del terror...), en descoyuntar la Ley de Seguridad Nacional busca preparar el camino para la siguiente pantalla, la que emerja después de las generales. Resulta difícil de creer que la nueva normativa, que cuenta con la inspiración y asesoría de Enrique de Santiago, líder del PCE, sin duda uno de los elementos más tóxicos de la cuadra gubernamental, pretenda consolidar nuestro Estado de Derecho y los cimientos del edificio constitucional.
Se están preparando para cuando pierdan el poder", advierten algunas mentes sensatas que aún pululan por la derecha. Habrá agitación callejera, turbamultas incendiarias, performances salvajes al estilo de Urquinaona en octubre del 19, cuando el ministro del Interior envió a sus efectivos, atados de pies y manos, a la degollina. Cuando tal escenario ocurra, cuando los podemitas y sus satélites se lancen a las barricadas, la policía apenas podrá defenderse, maniatada por la nueva legislación que convierte a las fuerzas de seguridad en una especie de conserjes de negociado, vigilantes de guardería habilitados tan solo para no obstruir ni disturbar las acciones bestiales de las turbas del progreso. Serán una broma aquellos episodios de 'rodea el Congreso' o de la 'alerta democrática' de Sevilla. Estos bárbaros, recién desalojados de los despachos y la poltrona, vendrán con todo. Necesitan, para entonces, unos cuerpos policiales tan inermes como la defensa del Atleti.
La gran manifestación de los Cuerpos y Fuerzas de este fin de semana en Madrid fue el primer grito contra los planes de Sánchez. Un clamor unánime, 120.000 personas, apenas recogido por los medios oficialistas, que son casi todos. Tuvo más eco el sepelio de Almudena Grandes. Otra vez los de Colón. La ultraderecha monopoliza a la policía. Los de las porras, codo con codo con los fascistas. Y vuelta a Franco. Ese era el tenor de los comentarios, tan imaginativos como siempre, tan ocurrentes como de costumbre. Ramplones y pedestres, no dan para más. Pero evidencian que la 'operación amordaza a la poli' está en marcha.
Habrá una reacción rabiosa, una oleada de ira que el socialismo ni intentará combatir. Más bien, al contrario. El viejo PSOE constitucionalista y demócrata ya no existe, lo enviaron al asilo, al loquero o lo arrinconaron en las zahúrdas del desprestigio. Sólo algunas voces exóticas en avanzado estado de desconsuelo, como Leguina o Redondo, se permiten de vez en cuando piarla. Les hacen menos caso que a las cotorras de Almeida. Los socialistas ya miraron a otro lado cuando el intento de lapidación de Vox en Vallecas y hasta jalearon la estulta maniobra de la navajita plateá de la ministra Maroto, momento cumbre del ridículo preelectoral.
Ganará el PP, es casi inevitable. Y gobernará. Aunque Sánchez monte quince Consejos de ministros a la hora. Aunque Génova incurra diariamente en lo grotesco con lo de Ayuso. Ganará el PP porque perderá Sánchez. Christian Lindner, nuevo ministro de Finanzas alemán tiene la clave. Y el botón rojo de la subida de los tipos. Ahí se acabará todo. El sanchismo caerá. Siempre es más tarde de lo que piensas. Y empezará la revuelta. Antes intentarán, quizás, alguna maniobra hedionda, impensable, como un pucherazo, cual advertía Pérez-Orive en ABC. ¿Que no? Si ya lo intentó Sánchez en la propia sede de Ferraz montando trapaceramente una urna tras las cortinas.
La calle, quieren la calle. Ahora la tienen. Es suya. Las colas del hambre llegan a Beluchistán y no se mueve un músculo, no se escucha un grito. Los sindicatos sestean muditos entre los millones con que les obsequia Yolanda Díaz, su musa difusa. Sólo alguna queja aislada quiebra ocasionalmente el silencio de una sociedad adormecida.
La nueva ley de Seguridad, que llaman 'mordaza', está diseñada para los tiempos venideros, cuando la derecha gane y se desate un vendaval de desórdenes, revueltas, disturbios, violencia... Tal escenario ocurrirá. Casado, quizás, lo sabe. Incluso es posible que esté prevenido, que, a diferencia de Rajoy, tenga ya ultimado un plan de acción para evitar el colapso golpista que le preparan. ¿Quién será su ministro del Interior que haga frente al huracán de la anarquía? ¿Lo tendrá ya Casado en su cabeza? No respondan que Enrique López. A veces la derecha también acierta.
Mariano Rajoy asevera, al hilo de la aparición de su último libro, que Pablo Casado será el próximo presidente del Gobierno. Poca broma. Ya predijo que no habría referéndum en Cataluña y se celebraron dos. Las encuestas, sin embargo, coinciden esta vez con los augurios del expresidente. Con una economía quebrada, la unidad nacional despiezada y el Estado de Derecho sojuzgado, raro sería que Pedro Sánchez repitiera su inaudita proeza. Ni siquiera con el concurso de Frankenstein o de la España vaciada de Campo Vidal será capaz de mantenerse en La Moncloa. De eso no hay duda. Más dudas emergen por el otro lado del tablero porque Casado no logra romper la barrera demoscópica de los 130 escaños. Ni lo logrará, pero ahí aparece Abascal con sus cincuenta diputados para rescatarlo del laberinto.
El inevitable pacto con Vox, a la manera que acaba de concluir Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, despejará todos los obstáculos que puedan impedir el retorno del PP al poder. Teodoro García Egea se encargará de dejar expedito el camino, que para eso están los secretarios generales. Una vez en el Gobierno, Casado deberá hacer frente a un sinfín de desafíos. Todos ellos graves. Alguno, incluso, dramático. La situación económica, indudablemente. Los rebuznos nacionalistas, a continuación. Pero lo más inmediato, la tarea más urgente, estará en la calle.
Nadie duda de que el empeño del PSOE, urgido por la banda del desguace (comunistas, sediciosos, compadres del terror...), en descoyuntar la Ley de Seguridad Nacional busca preparar el camino para la siguiente pantalla, la que emerja después de las generales. Resulta difícil de creer que la nueva normativa, que cuenta con la inspiración y asesoría de Enrique de Santiago, líder del PCE, sin duda uno de los elementos más tóxicos de la cuadra gubernamental, pretenda consolidar nuestro Estado de Derecho y los cimientos del edificio constitucional.
Se están preparando para cuando pierdan el poder", advierten algunas mentes sensatas que aún pululan por la derecha. Habrá agitación callejera, turbamultas incendiarias, performances salvajes al estilo de Urquinaona en octubre del 19, cuando el ministro del Interior envió a sus efectivos, atados de pies y manos, a la degollina. Cuando tal escenario ocurra, cuando los podemitas y sus satélites se lancen a las barricadas, la policía apenas podrá defenderse, maniatada por la nueva legislación que convierte a las fuerzas de seguridad en una especie de conserjes de negociado, vigilantes de guardería habilitados tan solo para no obstruir ni disturbar las acciones bestiales de las turbas del progreso. Serán una broma aquellos episodios de 'rodea el Congreso' o de la 'alerta democrática' de Sevilla. Estos bárbaros, recién desalojados de los despachos y la poltrona, vendrán con todo. Necesitan, para entonces, unos cuerpos policiales tan inermes como la defensa del Atleti.
La gran manifestación de los Cuerpos y Fuerzas de este fin de semana en Madrid fue el primer grito contra los planes de Sánchez. Un clamor unánime, 120.000 personas, apenas recogido por los medios oficialistas, que son casi todos. Tuvo más eco el sepelio de Almudena Grandes. Otra vez los de Colón. La ultraderecha monopoliza a la policía. Los de las porras, codo con codo con los fascistas. Y vuelta a Franco. Ese era el tenor de los comentarios, tan imaginativos como siempre, tan ocurrentes como de costumbre. Ramplones y pedestres, no dan para más. Pero evidencian que la 'operación amordaza a la poli' está en marcha.
Habrá una reacción rabiosa, una oleada de ira que el socialismo ni intentará combatir. Más bien, al contrario. El viejo PSOE constitucionalista y demócrata ya no existe, lo enviaron al asilo, al loquero o lo arrinconaron en las zahúrdas del desprestigio. Sólo algunas voces exóticas en avanzado estado de desconsuelo, como Leguina o Redondo, se permiten de vez en cuando piarla. Les hacen menos caso que a las cotorras de Almeida. Los socialistas ya miraron a otro lado cuando el intento de lapidación de Vox en Vallecas y hasta jalearon la estulta maniobra de la navajita plateá de la ministra Maroto, momento cumbre del ridículo preelectoral.
Ganará el PP, es casi inevitable. Y gobernará. Aunque Sánchez monte quince Consejos de ministros a la hora. Aunque Génova incurra diariamente en lo grotesco con lo de Ayuso. Ganará el PP porque perderá Sánchez. Christian Lindner, nuevo ministro de Finanzas alemán tiene la clave. Y el botón rojo de la subida de los tipos. Ahí se acabará todo. El sanchismo caerá. Siempre es más tarde de lo que piensas. Y empezará la revuelta. Antes intentarán, quizás, alguna maniobra hedionda, impensable, como un pucherazo, cual advertía Pérez-Orive en ABC. ¿Que no? Si ya lo intentó Sánchez en la propia sede de Ferraz montando trapaceramente una urna tras las cortinas.
La calle, quieren la calle. Ahora la tienen. Es suya. Las colas del hambre llegan a Beluchistán y no se mueve un músculo, no se escucha un grito. Los sindicatos sestean muditos entre los millones con que les obsequia Yolanda Díaz, su musa difusa. Sólo alguna queja aislada quiebra ocasionalmente el silencio de una sociedad adormecida.
La nueva ley de Seguridad, que llaman 'mordaza', está diseñada para los tiempos venideros, cuando la derecha gane y se desate un vendaval de desórdenes, revueltas, disturbios, violencia... Tal escenario ocurrirá. Casado, quizás, lo sabe. Incluso es posible que esté prevenido, que, a diferencia de Rajoy, tenga ya ultimado un plan de acción para evitar el colapso golpista que le preparan. ¿Quién será su ministro del Interior que haga frente al huracán de la anarquía? ¿Lo tendrá ya Casado en su cabeza? No respondan que Enrique López. A veces la derecha también acierta.
La pesadilla que le espera a Casado
Mariano Rajoy asevera, al hilo de la aparición de su último libro, que Pablo Casado será el próximo presidente del Gobierno. Poca broma. Ya predijo que no habría referéndum en
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