CAPÍTULO XVIII AGUAS AZULES, BLOQUEO Y EL GRAN NEUTRAL
("Los cañones de agosto" - Barbara Tuchman)
El riesgo era el concepto más temido por el Almirantazgo británico en el año 1914. Su Flota era la posesión más valiosa de la Gran Bretaña. No era, tal como había dicho Churchill de la Flota alemana en el año 1912, una «Flota de lujo», sino que era una necesidad vital en todo el sentido de la palabra «vital». El Imperio británico no podría sobrevivir a una derrota naval, ni siquiera perder su supremacía naval a causa de la pérdida de parte de sus navíos. Su tarea era enorme. Había de impedir la oleada turística de las islas británicas, había de escoltar el CEB [Cuerpo Expedicionario Británico] al continente europeo y había de conducir a las islas las tropas procedentes de la India que iban a ser añadidas al ejército regular y, sobre todo, había de proteger el comercio con ultramar a través de todos los océanos del mundo.
La oleada turística había sido declarada «impracticable» por el comité de la defensa imperial, pero se temía una «interrupción de nuestro comercio y la destrucción de la Marina mercante», según reconocimiento hecho por el Almirantazgo, presentándolo como el peor de todos los peligros. Dos terceras partes de los víveres ingleses eran importados. Su vida dependía del comercio exterior que era tras*portado en barcos ingleses que representaban el cuarenta y tres por ciento del tonelaje mercante mundial. El temor de que los barcos rápidos alemanes pudieran ser tras*formados en navíos de guerra había preocupado mucho a los ingleses antes de la guerra. Se suponía que, por lo menos, cuarenta de estos barcos serían destinados a colaborar con los cruceros alemanes que se dedicarían a combatir a la Marina mercante inglesa por todos los mares. Las unidades de la flota inglesa habían de ser desperdigadas para proteger la ruta de Suez hacia Persia, las Indias y el Lejano Oriente, al cabo de la Buena Esperanza en su vuelta alrededor de África, al Atlántico Norte en su ruta hacia los Estados Unidos y el Canadá, la ruta del Caribe hacia las Indias Occidentales, las rutas del Atlántico y del Pacífico del Sur hacia Sudamérica y Australia.
«El principio de la lucha naval», declaró Fisher en el equivalente naval de una bula papal, «es gozar de libertad para ir donde sea con todo lo que posea la Marina de guerra». Traducido a términos prácticos, esto quería decir que la flota debía ser superior a todas las demás en cualquiera de los puntos donde pudiera enfrentarse con un enemigo. Debido a la vigilancia que debía ejercer por las rutas del mundo, la flota inglesa, a pesar de su superioridad, había de evitar una batalla con fuezas iguales en aguas territoriales. La confianza popular estribaba en una gran batalla de los grandes navíos de guerra y sus escoltas, con lo cual la supremacía marítima sería decidida en una sola acción como en el caso de la batalla ruso-japonesa en Tsushima. Pero la Gran Bretaña no podía correr el riesgo de exponer y perder su supremacía naval en el curso de una sola batalla, pero el caso era muy diferente para la Marina de guerra alemana, que buscaba afanosamente esta ocasión. En la Alemania del año 1914, después que el Kaiser había proclamado que «el futuro de Alemania está en los mares», habían proliferado Ligas navales por todo el país recaudando dineros para la construcción de navíos de guerra a los gritos de: «¡El enemigo es Inglaterra! ¡La pérfida Albion! ¡El peligro británico! ¡El plan de ataque inglés para 1911!»
El miedo a lo desconocido, ayudado sin duda alguna por unas intenciones belicosas por parte del enemigo y, sobre todo, un miedo invencible a los invisibles submarinos, cuyo fatal potencial emergía con mayor fuerza a cada año que pasaba, hacía que los nervios de los ingleses estuvieran en constante tensión. El lugar más lejano adonde podía trasladarse el grueso de la Gran Flota inglesa, casi el último extremo del territorio británico, una remota avanzadilla de las islas británicas, más septentrional incluso que el punto más septentrional de la tierra firme, Scapa Flow, un refugio natural en las islas Orcadas, era la base de la flota inglesa en tiempos de paz. A 59 grados de latitud frente a Noruega, Scapa Flow está situado en el mar del Norte, a 350 millas al norte de Helgoland, de donde partiría la Marina de guerra alemana y a 550 millas al norte del cruce Portsmouth-El Havre por donde pasaría el CEB. Estaba más lejos de la posible salida de la flota alemana de lo que lo estaban los alemanes de los tras*portes británicos, suponiendo que tuvieran la intención de atacarlos. Era una posición desde la cual la Gran Flota podía vigilar y proteger sus propias rutas mercantes y, al mismo tiempo, bloquear las alemanas en el Mar del Norte y con su sola presencia embotellar a la flota alemana en sus puertos o forzarla a la acción si los abandonaba. Pero la construcción de esta base no había sido aún completada.
Todo aumento en el tonelaje de un navíos de guerra requería unos muelles mayores y el programa «Dreadnought» había sufrido las interferencias del Gobierno liberal. Después de haberse dejado persuadir por el interés puesto por parte de Fisher y el entusiasmo de Churchill a adoptar este programa de construcciones, los liberales se vengaron de esta imposición no entregando los fondos para su realización. Como resultado de todo ello, en julio de 1914, Scapa Flow no estaba todavía provisto de diques secos o defensas.
La flota que tan rápidamente había sido avisada por Churchill llegó a su base el 1 de agosto cuando el Gobierno debatía aún sobre la necesidad de acudir a la guerra. Los días que siguieron a la declaración de la guerra fueron, según palabras del primer lord, un período de «extremada tensión psicológica». Mientras se acercaba el momento en que los barcos de tras*porte habían de hacerse a la mar, se esperaba de un momento a otro una acción por parte de los navíos de guerra contra las costas inglesas u otras tácticas de provocación. Churchill opinaba «que la gran batalla naval puede empezar de un momento al otro».
Su punto de vista era plenamente compartido por el almirante sir John Jellicoe que, en su viaje en tren hacia Scapa Flow el 4 de agosto, abrió un telegrama «secreto» y descubrió que se le nombraba comandante en jefe de la Gran Flota. El nombramiento no le sorprendió, pues había confiado en él desde hacía tiempo, ni tampoco albergaba la menor duda sobre su capacidad para este cargo. Desde que ingresó en la flota en el año 1872, cuando apenas había cumplido los doce años de edad, había estado acostumbrado a que le fuera reconocido su talento. En el servicio activo, y también en el Almirantazgo, se había ganado la admiración de lord Fisher que eligió a Jellicoe «como Nelson..., para el momento e
n que se presentara Armageddon».
Había llegado el momento y el candidato de Fisher estaba altamente preocupado por la falta de defensas en Scapa Flow. Puesto que no contaba con baterías de tierra ni tampoco con campos de minas, estaba «abierta a los ataques de los submarinos y destructores enemigos».
Jellicoe quedó altamente desconcertado cuando, en los mercantes alemanes capturados el 5 de agosto, se descubrieron palomas mensajeras que se suponía servían para informar a los submarinos alemanes. El miedo a las minas, que los alemanes confesaron haber sembrado sin tener en cuenta los límites que habían sido acordados para estas armas mortíferas, aumentaron estos temores de los ingleses. Cuando uno de sus cruceros ligeros abordó y hundió un submarino alemán, el «U-15», el 9 de agosto, se asustó más que se alegró y en el acto ordenó que todos los barcos importantes abandonaran aquella «zona infestada». En cierta ocasión, cuando los servidores de una batería en Scapa Flow abrieron fuego contra un objeto móvil que ellos creían un periscopio, ordenó que toda la Flota de combate se hiciera a la mar en la que permaneció durante toda la noche. Por dos veces la flota fue destinada a bases más seguras en Loch Swilly, en la costa norte de Irlanda, dejando el Mar del Norte libre a los alemanes... y en el caso que los alemanes hubiesen lanzado una ofensiva naval en aquellos momentos, hubieran obtenido sorprendentes resultados.
Entre aquella tensión nerviosa y los saltos que recordaban a un caballo que oye el silbido de una serpiente, la flota inglesa inició su tarea de imponer el bloqueo y al mismo tiempo de patrullar por el Mar del Norte, en una ininterrumpida vigilancia y en busca del enemigo por si éste osaba abandonar sus puertos. Con una potencia de batalla de veinticuatro «Dread-noughts» y el conocimiento de que los alemanes tenían de diez y seis a diez y nueve, los ingleses no contaban con un gran margen de superioridad, mientras que en la siguiente clase de navíos de guerra, disfrutaban de una «marcada superioridad sobre los ocho alemanes».
Durante la semana en que se hicieron a la mar los tras*portes de tropa, Churchill previno a Jellicoe, el 8 de agosto, de que «los alemanes se sienten impulsados a la acción». La inactividad del enemigo aumentaba la tensión. El Goeben y el Breslau continuaban en el Mediterráneo, el Dresden y el Karlsruhe en el Atlántico, el Scharnhorst, el Gneisenau y el Emden, de la escuadra de Von Spee, en el Pacífico, en donde atacaban a los barcos mercantes aliados, pero la flota de alta mar, silenciosa tras Helpgoland, resultaba mucho más temible y siniestra.
«El extraordinario silencio y la inercia del enemigo puede ser el preludio de acciones importantes..., pues cabe en lo posible un desembarco en gran escala en el curso de esta misma semana», señaló Churchill a los comandantes de la flota el 12 de agosto. Sugirió que la Gran Flota se acercara al «escenario de la acción decisiva». Jellicoe, sin embargo, continuaba su lejana misión de patrulla en las aguas entre Escocia y Noruega y sólo una vez, el 16 de agosto, cuando el tras*porte del CEB estaba en su momento culminante, se atrevió más abajo de la latitud 59. 137 tras*portes cruzaron el Canal de la Mancha entre el 14 y el 18 de agosto, y durante todo este tiempo el grueso de la Gran Flota, con sus flotillas patrulla atentas a la menor señal de un torpedo, estuvieron escuchando atentamente las señales de radio que indicarían que la flota alemana se había hecho a la mar.
El gran almirante Von Tirpitz, el Fisher de Alemania, el padre, constructor y alma de la flota alemana, el «eterno Tirpitz» con su doble barba blanca como Neptuno, que a los sesenta y cinco años figuraba como ministro de Marina desde el año 1897, y llevaba mucho más tiempo en el cargo que cualquier otro ministro desde los tiempos de Bismarck, no había de conocer el plan de guerra para el cual había sido forjada su arma. El plan de guerra «me era mantenido oculto por el Estado Mayor naval». El 30 de julio, cuando le presentaron las órdenes de operaciones descubrió el secreto: no existía ningún plan. La flota, cuya existencia había sido una de las causas de la guerra, no tenía señalado ningún papel activo para cuando estallaran las hostilidades.
Si el Kaiser se hubiese limitado a leer The Golden Age, el libro de Kenneth Grahame sobre la infancia inglesa en un mundo de fríos adultos, que guardaba en la mesilla de noche en su yate, cabe en lo posible que no hubiera habido ninguna guerra mundial. Sin embargo, era un hombre ecléctico y leyó también unlibro americano que apareció en 1890 con el mismo impacto que el «Origen de las Especies» y «El Capital». En The Influence of Sea Power on History, el almirante Mahan demostraba históricamente que todo el que controla las comunicaciones por mar controla su propio destino, el dueño y señor de los mares es el dueño y señor de todas las situaciones. Y en el acto una inmensa visión apareció a los ojos del sensible Guillermo: Alemania había de ser una potencia mayor en los mares que en tierra. Empezó el programa de construcciones navales y aunque no pudiera superar a Inglaterra de la noche a la mañana, la amenaza por parte de Alemania de que algún día pudiera conseguirlo se hacía más aguda a cada día que pasaba. Discutía la supremacía naval de la que dependía la Gran Bretaña y despertó la animosidad británica durante la guerra y posteriormente la principal arma de los ingleses contra Alemania: el bloqueo.
Como potencia de tierra, Alemania hubiera podido luchar contra cualquier posible combinación de las potencias continentales y esto sin interrumpir sus suministros por mar siempre que la Gran Bretaña hubiese permanecido neutral. En este caso Alemania hubiera sido más fuerte sin flota de guerra que contando con una gran Marina de guerra.
Bismarck había sido enemigo de adulterar el equilibrio terrestre con una aventura naval que añadiría un enemigo por mar pero el Kaiser no le prestó la menor atención. Estaba hechizado por Mahan y se sentía dominado por sus amoríos y sus celos hacia Inglaterra que alcanzaban su punto culminante durante las regatas en Cowes. Veía su flota como un cuchillo que rompería el bloqueo. Insistía alternativamente que la hostilidad hacia Inglaterra era lo último que se le podía ocurrir y que «una gran flota hará entrar en razón a los ingleses». En este último caso se «someterían a lo inevitable y entonces seremos los mejores amigos de este inundo». Inútilmente sus embajadores en Londres le prevenían contra los peligros de esta política. En vano Haldane [ministro del ejército británico] fue a Berlín y comunicó que Churchill había avisado que la flota era la Alsacia Lorena de las relaciones anglo-germanas. Fueron rechazadas todas las proposiciones para establecer una justa proporción entre las dos flotas o suspender durante algún tiempo las construcciones navales.
Una vez lanzado el reto, Inglaterra no podía cruzarse de brazos. Eran unos gastos más. Debido a las nuevas construcciones, la flota [alemana] hubo de pedirle dinero y hombres — el suficiente para organizar dos Cuerpos — al ejército de tierra. A no ser que fuera construida sin objeto, había de cumplir con dos funciones estratégicas: o prevenir las misiones enemigas
contra su propio ejército o impedir el bloqueo. Tal como decía la Ley naval del año 1900: «Un bloqueo naval... aunque sólo durara un año destruiría el comercio alemán y la sumiría en el desastre».
Mientras tanto crecía en fuerza y eficacia, iba en aumento el número de hombres y oficiales y los ingenieros alemanes perfeccionaban sus armas, y la resistencia de sus planchas de acero se tras*formaba, al mismo tiempo, en un arma que resultaba demasiado valiosa para perderla. Aunque barco por barco podían compararse con los ingleses e incluso en sus armas eran superiores, el Kaiser, que no contaba con la tradición de un Nelson o Drake, no creía que los alemanes pudieran con los ingleses. No podía concebir que sus «favoritos», como Bülow, llamaba a sus navíos de guerra, fueran puestos bajo el fuego enemigo, cubiertos de sangre, o que fueran hundidos. Tirpitz, que había sido ennoblecido con el «von», pero que opinaba que una Marina de guerra debía lanzarse a la lucha, empezó a sobresalir como un evidente peligro, casi tan peligroso como un enemigo y gradualmente fue ignorado. Ya nadie prestaba la menor atención a su voz que se parecía a la de un niño o de un eunuco. A pesar de que continuaba siendo el jefe administrativo, la política naval era dirigida, a las órdenes directas del Kaiser, por un grupo compuesto por el jefe del Estado Mayor naval, almirante Von Johl, el jefe del Gabinete naval del Kaiser, almirante Von Müller y su comandante en jefe de la Marina de guerra, el almirante Von Ingenohl. Pohl, aunque era partidario de una estrategia de combate, era una nulidad, uno de los personajes más oscuros en la Alemania de los Hohenzollern... un hombre que ni tan sólo figura en la enciclopedia de los chismorreos de Bülow. Müller era un pedante y un sicofante que decoraba la corte de los consejeros imperiales. Ingenohl era un oficial partidario «de una defensiva en las operaciones». «No necesito ningún jefe», alardeó el Kaiser, «eso lo hago yo mismo».
Cuando llegó el momento del cerco, el instante que durante todo su reinado tanto le había atemorizado, el momento en que el difunto Eduardo se le antojó «más fuerte que yo vivo», las instrucciones del Kaiser decían: «Por el presente ordeno una actitud defensiva de la flota de alta mar». La estrategia señalada para aquella arma tan cortante que ahora tenía en sus manos, había de ser permanecer en una posición fortificada inexpugnable, actuar como un peligro potencial constante, obligando al enemigo a permanecer en guardia contra una posible salida y de esta forma mantener inactivas parte de las fuerzas navales enemigas. Un papel bien organizado para una flota inferior y que fue aprobado por Mahan.
Pero incluso el Kaiser no hubiera podido imponer esta política sin sus buenas razones y un firme apoyo. Contaba con ambos. Muchos alemanes, particularmente Bethmann y el grupo de civiles más cosmopolitas, no lograban convencerse a sí mismos al principio, de que Inglaterra fuera un beligerante realmente serio. Acariciaban el deseo de poder concertar una paz por separado, sobre todo, después de haber sido derrotada Francia. Erzberger prudentemente no hizo la menor alusión a las colonias inglesas en su plan. La familia materna del Kaiser, las esposas inglesas de los príncipes alemanes, los antiguos lazos teutónicos creaban una especie de parentesco. Luchar y verter sangre entre ellos haría imposible el llegar a un entendimiento entre Alemania e Inglaterra. El verter la sangre de los soldados del CEB no era considerado como una acción grave. Además, se confiaba en man-lener intacta la Flota de guerra alemana como factor de nego¬ciación con los ingleses y para hacerla entrar en razones, una teoría que era ardientemente defendida por Bethmann y que el Kaiser hizo suya.
En el mes de agosto el enemigo original no era Inglaterra, sino Rusia, y la principal misión de la Flota era controlar el Báltico... por lo menos para aquellos que deseaban aplazar, lo máximo posible, toda confrontación con Inglaterra. Decían que la Flota había de ser destinada a proteger la interferencia rusa contra el comercio marítimo alemán desde los países escandinavos y contra posibles ataques rusos a las costas alemanas. Una acción de la Flota contra Inglaterra, alegaban, debilitaría de tal modo la marina de guerra alemana que ésta perdería el control sobre el Báltico, con lo que se permitiría un desembarco ruso y una derrota por tierra.
Siempre se encuentran argumentos a la política que se desea imponer. Pero primordialmente lo que impedía la acción de la Flota en el mes de agosto era la confianza en una victoria decisiva del ejército de tierra y la creencia general de que la guerra no duraría tanto tiempo como para llegar a albergar serios temores sobre un posible bloqueo. Tirpitz «con un justo y exacto presentimiento» ya el 29 de julio, el mismo día en que Churchill movilizaba la Flota inglesa, había solicitado del Kaiser que colocara la marina de guerra alemana en manos de un solo hombre. Dado que era de la opinión que «tengo yo más en mi dedo meñique que Pohl en toda su anatomía», expresión que no le confió al Kaiser sino a su esposa, lo único que podía sugerir era que él era el hombre indicado. Su proposición fue rechazada. A pesar de sus intenciones de presentar la dimisión, se abstuvo de nacerlo, «puesto que el Kaiser no la hubiese aceptado». En Coblenza, junto con los restantes ministros, había de padecer bajo la triunfante aureola del OHL... «El ejército lograba todos los triunfos, la Flota ninguno». «Mi posición era terrible después de veinte años de continuados esfuerzos. Pero nadie lo comprendía».
Su flota de combate con sus diez y nueve «Dreadnoughts», doce acorazados de combate antiguos, once cruceros de batalla, otros diez y siete cruceros, ciento cuarenta destructores y veintisiete submarinos, estaban retenidos en los puertos o en el Báltico mientras que la acción ofensiva contra Inglaterra quedaba limitada a un ataque a cargo de submarinos durante la primera semana y a la colocación de minas. También se retiró de los mares la marina mercante. El 31 de julio el Gobierno alemán ordenó a las compañías navieras que cancelaran todos sus compromisos. A fines del mes de agosto, seiscientos setenta buques mercantes alemanes que sumaban un total de dos millones setecientas cincuenta mil toneladas, o sea, más de la mitad del tonelaje alemán, estaban anclados en puertos neutrales y el resto, con la excepción de aquellos que navegaban por el Báltico, en puertos alemanes. Sólo cinco, entre cuarenta grandes buques, habían sido armados y el Almirantazgo inglés, dominado por una intensa sorpresa, informó el 14 de agosto: «El paso por el Atlántico es seguro. El comercio inglés sigue normal». Con la excepción del Emden y del en el Océano Índico y de la escuadra de Von Spee en el Pacífico, la Flota de guerra alemana y los buques mercantes alemanes se habían retirado de la superficie de los mares antes de que acabara el mes de agosto.
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(siguen varias páginas sobre el bloqueo, el comercio de los neutrales y las relaciones entre USA y Gran Britania, de las que seleccionó un párrafo y el final)
Mientras tanto, las nuevas realidades del poder naval hacían que la política tradicional inglesa del bloqueo de los puertos enemigos resultara anticuada. Hasta entonces el Almirantazgo había previsto en el caso de una guerra contra una potencia continental, proceder a un estrecho bloqueo con flotillas de destructores apoyados por cruceros y en caso necesario por los acorazados. El desarrollo de los submarinos y de las minas, así como el mayor alcance de los cañones hacía ahora necesario un bloqueo a distancia. Adoptado por el Almirantazgo en 1912, sumió el problema en una nueva confusión. Cuando un barco intenta romper un bloqueo estrecho, el puerto hacia el que pone rumbo y su lugar de destino no ofrecen ninguna duda. Pero cuando los barcos son interceptados a muchas millas del Mar del Norte, la legalidad de la detención debe quedar demostrada por la naturaleza del cargamento.
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(sobre el cambio de actitud del presidente Wilson sobre la neutralidad)
En un momento de dolorosa premonición, Wilson le confió a su cuñado, el doctor Axon, que recordaba la fecha, pues había ocurrido poco después del fallecimiento de la señora Wilson, el 12 de agosto: «Temo que ocurrirá algo en alta mar que hará completamente imposible para nosotros no intervenir en el conflicto». No fue lo que ocurrió, sino precisamente lo que no ocurrió en alta mar, lo que se convirtió en el factor decisivo. Cuando Sherlock Holmes llamó la atención del inspector Gregory sobre «el curioso incidente del perro durante la noche», el sorprendido inspector replicó: «El perro no ha hecho nada durante la noche».
«Este es el curioso incidente», observó Holmes.
La flota alemana era el perro en la noche. No luchó. Amarrada por la teoría imperial y por la creencia alemana en una rápida victoria por tierra, no le fue permitido correr el riesgo para el cual había sido construida... mantener abiertas las rutas del comercio para Alemania. A pesar de que la industria alemana dependía de la importación de primeras materias y la agricultura alemana de la importación de abonos, la Marina de guerra alemana no hizo el menor intento para proteger las fuentes de sum¬nistro. La única batalla que libró en el mes de agosto sirvió, únicamente, para confirmar el temor del Kaiser a exponer a sus «favoritos».
Fue la batalla de Helgoland el 28 de agosto. En un súbito reto, destinado a distraer la atención de los alemanes del desembarco en Ostende, las flotillas de submarinos y de destructores de la flota inglesa del Canal de la Mancha, apoyados por cruceros de combate, pusieron rumbo a la cala de la base de la flota alemana. Cogidos por sorpresa, los cruceros ligeros alemanes recibieron la orden de hacerse a la mar sin contar con el apoyo de los grandes navios de guerra. «Con todo el entusiasmo del primer combate», dijo Von Tirpitz, avanzaron sin objetivo fijo entre la niebla y la confusión. En una serie de combates que duraron todo el día, los ingleses se confundieron unos con otros y se salvaron, única y exclusivamente, por lo que Churchill llamó, luego, de un modo muy delicado, «pura suerte». Los alemanes que habían ordenado a sus barcos que se hicieran a la mar estaban en evidente inferioridad y fueron atacados y vencidos. Tres cruceros ligeros alemanes, el Koln, Mainz y Ariadne, fueron hundidos, otros dos gravemente averiados y más de seis mil hombres, entre ellos un almirante y un comodoro, fueron muertos o ahogados y más de doscientos, entre los que figuraba Wolf Tirpitz, hijo del gran almirante, fueron hechos prisioneros. Los ingleses no perdieron un sólo barco y sólo sufrieron sesenta y cinco bajas.
Horrorizado por estas pérdidas, que además confirmaban sus temores de lucha con los ingleses, el Kaiser dio órdenes de que no volvieran a correr un sólo riesgo: «Ha de evitarse la pérdida de un solo barco». La iniciativa del comandante de la Flota del Mar del Norte fue limitada aún más y no había de ordenarse ningún movimiento de importancia, sin la expresa autorización Je Su Majestad.
Desde aquel momento, mientras la flota inglesa montaba el bloqueo, la Marina de guerra alemana permanecía inactiva. Luchando contra las cadenas que le ataban, el con poca gracia Tirpitz escribió a mediados de setiembre: «Nuestra mejor oportunidad para una batalla con éxito, la tuvimos las dos o tres primeras semanas después de la declaración de la guerra»... un triste reconocimiento. «En el futuro nuestras posibilidades serán menores». Y la flota de guerra inglesa, cada vez más potente y segura, ejercía una gran presión sobre los neutrales, una presión mayor a cada día que pasaba, anulando por completo el comercio marítimo alemán e imponiendo un bloqueo muy firme.
En un desesperado esfuerzo Alemania recurrió a la guerra submarina. A falta de una flota de superficie, los submarinos cumplieron aquellas funciones en alta mar que Wilson había previsto sombríamente durante los primeros días de guerra en el mes de agosto.