Hilo de grandes marinos de España

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Hilo de los Grandes Marinos de España

Cada día iré poniendo los nombres y las historias de cada uno de los Grandes Marinos de España, náufragos, exploradores, piratas, corsarios...

LOS GRANDES MARINOS DE ESPAÑA

1) Mourelle da la Rua, el gran olvidado

Francisco Mourelle da Rua fué uno de esos marinos ilustrados, que regalaron de nombres españoles las tierras del mundo. Participó en la exploración de Alaska en pleno siglo XVIII siendo esta, la última gran epopeya de la Armada Española. Sus hazañas alcanzan también al descubrimiento de islas en el Pacífico sur, Tonga es su gran exponente.

En la biografia de Amancio Landin Carrasco señala que a los cuarenta y cinco años de edad, su balance de navegación tenía en su haber: 19 grandes viajes, seis de ellos de más de un año de duración, tres viajes de descubrimiento por el Pacífico, y una suma aproximada de 4.950 días de mar, lo que hace un total de 13 años y medio embarcado. Pemón Bouzas (1) recuerda también que aún ahora, se puede sentir la presencia española en la costa oeste de Norteamérica en las más de 1.100 bahías, puertos o ciudades con nombres españoles.

Un poco de historia

El despertar de la edad moderna se movió en torno al mercado de las especias, el petróleo de la época, mercancías preciosas llegadas desde el lejano oriente y que marcaban el nivel de riqueza de una persona, familia o país. En busca de una nueva ruta Colón llega a América. Pero la búsqueda y el control de nuevas rutas que asegurasen ese flujo mercantil al Viejo Mundo siguió siendo durante siglos la obsesión de los grandes y no tan grandes navegantes. En esa colosal disputa por el dominio de los mares la ciudad de Coruña (2) escribió páginas gloriosas que lamentablemente pocos recuerdan.

Este es el caso del marino vasco Andrés de Urdaneta, que el 24 de julio de 1525 zarpó del puerto coruñés en una expedición de siete naves enviada por Carlos V con destino a las Molucas, islas ricas en clavo, canela y nuez moscada, que se disputaban los entonces poderosos imperios ultramarinos de España y Portugal. Urdaneta era apenas un aprendiz de 17 años, pero murieron tantos marineros tras el enfrentamiento con los lusos durante el viaje que acabó segundo de a bordo.

Pocos años después, el 21 de julio de 1588 abandonó el puerto coruñés la "Grande y Felicísima Armada", más conocida como la Armada Invencible, después de ser pertrechada tras haber zarpado el 20 de mayo de Lisboa. Apenas hubo zarpado la Armada las galernas dispersaron la flota, empujando a algunos barcos al sureste de Inglaterra y a otros hacia el golfo de Vizcaya, llevando más de un mes el volver a reunir la flota.

Otra de las imborrables expediciones que zarparon del puerto de La Coruña fue un 30 de noviembre de 1803, la "Real Expedición Filantrópica de la banderilla", conocida comunmente como Expedición Balmis. Una expedición de carácter filantrópico, apoyada y sufragada por el rey Carlos IV, que dio la vuelta al mundo de 1803 a 1814. Su objetivo era que la banderilla de la viruela alcanzase todos los rincones del Imperio Español, ya que la alta mortandad del bichito estaba ocasionando la fin de miles de niños. El médico de la corte Dr. Javier Balmis realiza una campaña de banderillación masiva de niños a lo largo del imperio. Esta es considerada la primera expedición sanitaria internacional en la historia, podríamos decir que fue los cimientos de las modernas ONGs.

Pero una de las más desconocidas es la de la exploración de Alaska. Francisco Antonio Mourelle da Rúa, un marino de Corme (Coruña), siguiendo la ruta de las especias se internó en busca del "Paso del norte" en los desconocidos y gélidos mares siendo el primer europeo en explorar la remota tierra de Alaska, hazaña que los ingleses atribuyen a James Cook, que ciertamente aunque fue de los primeros en llegar allí lo hizo gracias a los mapas elaborados por el marino coruñés.


El marino

Francisco Antonio Mourelle da Rua, nació en San Adrián de Corme, parroquia de Gondomíl, en la provincia de La Coruña el 17 de Julio de 1750. Desde joven, Mourelle sintió la llamada del mar pero la exigua fortuna paterna —era hijo de pescadores— no le permitió ingresar en la muy prestigiosa Real Compañía de Guardiamarinas de Cádiz, teniendo que conformarse con ingresar en la Academia de Pilotos del Ferrol en 1763. En 1766 obtiene su título de piloto.

Su expediente dice de él: "domina la construcción y uso del cuadrante de reducción, demostró un punto de diversos bordos de abatimiento, variación y corrientes, la trigonometría plana, con sus respectivas demostraciones, esfera terráquea y un problema curioso".

Tras ingresar en la Armada a partir de 1770 navegó llevando tropas a Puerto Rico, en 1772 embarcado en la corbeta "Dolores", como segundo piloto, reconoce los montes de la Guayana hasta la isla de Trinidad de barlovento. Durante 1773 estuvo en las Antillas. En enero de 1775 es nombrado primer piloto del puerto de San Blas en México, punto de partida para los reconocimientos hidrográficos españoles en Alta California. Allí conoce a Juan Francisco Bodega con quien hará un excelente binomio y con quien navegará a partir de ese año.

El conde Lacey embajador español en Rusia obtuvo un plano de la costa de Alaska que ya había sido visitada ya por Vitus Bering y por Tchirikov, los españoles querían evitar que los rusos acabaran dominando la costa noroccidental de América y organizaron diversas expediciones desde la base mejicana de San Blas, la primera de ellasfue la del mallorquín Juan Pérez.

Tres navíos parten de San Blas el día 16 de marzo de 1.775, tres barcos el "Santiago" al mando Bruno de Heceta y Juan Pérez de piloto, la "Sonora" al mando Juan de Ayala, con Francisco Bodega i Quadra de segundo y como piloto Francisco Mourelle. A los tres días de zarpar Ayala cae enfermo, teniendo que volver a San Blas. Nuevamente parten, pero esta vez bajo el mando de Francisco Bodega i Quadra, siendo su segundo Francisco Mourelle. El tercer barco, el "San Carlos", es un paquebote con provisiones para California. Su misión es llegar a la máxima altura posible de las costas de Alaska, debiendo encontrar los asentamientos rusos y tomar oficialmente la posesión del territorio para España.

El día 12 de Julio llegan a los 47º60' y deciden tomar posesión de aquellos territorios, bajan a tierra en Isla Dolores (Destruction Island) el padre Benito de la Sierra, el médico Cristóbal Revilla, Juan González y Juan Pérez. A la mañana siguiente en el punto Grenville, en la actualidad el estado de Washington, siete marineros que habían sido enviados a tierra para traer agua y madera fueron masacrados por 300 indígenas a la vista de la tripulación, que estaban demasiado lejos para ayudar. Los indígenas Quinault hasta entonces amistosos, los atacan al tomar tierra cerca de Quinault River matando a cinco marineros, los otros dos morirían ahogados en su intento por escapar. En memoria de aquella desgracia llamaron a este lugar "Punta de los Mártires" (Grenville Point).

En la noche del 29 de julio la "Santiago" con Juan Pérez y Bruno de Heceta iniciará el camino de regreso, pero la “Sonora" con Bodega i Quadra y Francisco Mourelle seguirá su camino hacia el norte. A 55º15'N/136º15'O entran en una rada a la que bautizan puerto Bucarelli (Bucarelli Sound), entrarían probablemente por el pasaje de Meares. El 14 de agosto están a 57 grados norte, donde ven una montaña nevada a la que llaman Monte Jacinto (Mt Edgecumbe).

El 15 de agosto llegan hasta los 60º13'N, a una isla que bautizan como "Puerto de Santiago" tras tomar posesión de ella y de toda la zona en el nombre de Carlos III, rey de España y de las Indias Occidentales, reciben la visita de los Umiaks, una raza esquimal. El regreso tiene que anticiparse por causa del escorbuto, el 7 de octubre recalan en Monterrey y el 20 de noviembre atracan en San Blas de Nayarit.

Durante la expedición 1775 Mourelle había guardado un diario. Por razones desconocidas, no se sabe a ciencia cierta que pasó con el famoso diario del viaje, pero este apareció en Inglaterra cayendo en manos de James Barrington (3) que lo publicó en 1781. Lo que si se sabe a ciencia cierta es que James Cook lo estudió confienzudamente antes de partir para su expedición de 1776.

Mourelle es ascendido en 1776 a Alférez de Fragata. En 11 de Febrero de 1779, un año después de que James Cook hubiera visitado Nootka, parten de nuevo de San Blas con destino norte con las fragatas "Princesa" (también conocida como "Nuestra Sra. del Remedio") mandada por Bodega i Quadra, con Francisco Mourelle de segundo y la "Favorita" (llamada también "Nuestra Sra. del Rosario"), una fragata mandada por Ignacio Arteaga, yendo como segundo Fernando Quirós. Aunque su intención era llegar hasta Siberia, violentas tempestades se lo impiden obligándoles a regresar, siendo destinado a Manila posteriormente.

El 3 de Mayo entran en la rada de Bucarelli y en junio están en Santa Cruz, isla Suemez. El 1 de Julio divisan el monte San Elías de 5.589 metros y el 22 de julio fondean frente a la isla Magdalena actual Hinchinbrooks. El 3 de agosto ven el volcán Iliamna, regresando a San Blas el 30 de Octubre de 1779.

En 1780 es ascendido a alférez de Navío, en septiembre el gobernador de Filipinas José Basco y Vargas le confió el mando de la fragata "Princesa" y le ordena llevar ciertos documentos importantes para el virrey de México. El 10 de noviembre parte de Sisiran costa oriental de Luzón en Filipinas, navegando entre las islas Palaos y Yap sin divisarlas, y cruzan la línea equinoccial. Durante este viaje atravesará el océano Pacífico descubriendo numerosas islas en la zona de las islas Salomón como la Isla Ermitaño, cuyo nombre perdura y otras islas que él llamó San Francisco, San José y San Antonio hoy en día denominadas Simberi, Mabua y Tabar.

A partir del 7 de enero navegan entre las Mil islas, Archipiélago Almirantazgo (grupo Niningo Arch. Admiralty), pasan por "Los ermitaños" (Emirau), Grupos de San Matías, Lihir, Feni y Verdes. Pasan al norte de la isla más grande, La tempestuosa (New Ireland) al nordeste de Nueva Guinea.

El 22 de enero navegan al sur del peligroso arrecife del Roncador denominado también Bajos de la Candelaria. Pretende ir hacía el este, pero se desvían doce grados hacia el sur siguiendo hasta las islas de Rotterdam (Namuka) y Amsterdam (Tonga Tapu)

Las islas Salomón fueron descubiertas por Mendaña en el siglo XVI, pero mal situadas en los mapas posteriores, hasta que el geógrafo Jean Nicolás Buache en 1791, estableció que eran las mismas islas que había descubierto Bouganville en 1766, al sur de Nueva Guinea, y donde había naufragado el barco "La Boussole" en 1788 del explorador La Perouse, los restos de este naufragio fueron descubiertos en el año 2005.

Desviado de la ruta tradicional, Mourelle y su tripulación llegan a Tonga en 26 de Febrero 1781, muy necesitados de avituallamientos y reparaciones. Divisan la primera isla pero no encuentran refugio ni donde fondear, por lo que la llamó Amargura (Fonualei), pasan por Lathe donde algunos indígenas les suben frutas al barco. El 4 de marzo descubrió un excelente puerto en Vava’u, que aún hoy en día se llama Port of Refuge. Allí tuvo ocasión de conocer a un numeroso grupo de isleños que veían por primera vez al hombre blanco. El Tubou, especie de monarca de las islas, mantuvo gran amistad con Mourelle, llegando a ofrecerle a su hija que nuestro marino rechazó cortésmente y les permitió aprovisionarse de agua y frutas frescas. Los españoles estuvieron un mes en este paradisíaco lugar, sin ningún incidente con los indígenas.

El Reino de Tonga es un pequeño país ubicado al este de Australia y al noreste de Nueva Zelanda, al sur del Océano Pacífico. Las islas Tonga fueron colonizadas por seres humanos hacia el año 1200 a.C., tras la gran expansión en la que los pueblos del sureste asiático emigraron a través del Océano Pacífico hacia el este y a través del Océano Índico hasta Madagascar y África oriental hacia el oeste.

Estos polinesios trajeron consigo perros, cerdos, pollos, cerámica, agricultura (en especial cultivo de raíces) y, obviamente, barcos. Se expandieron con rapidez por el conjunto de las islas Tonga. Según la creencia popular, el reino de Tonga sería, de entre las islas de la Polinesia, el primer grupo ocupado por el hombre en la Prehistoria. Más recientemente, aunque siempre antes de la llegada de los europeos, las islas tenían una densidad de población que oscilaba entre los sesenta y los setenta y cinco habitantes por kilómetro cuadrado.

En Tonga se pueden encontrar los restos arqueológicos más antiguos de la Polinesia, siglos antes de que llegaran los europeos, los tonganos edificaron enormes monumentos. Los más importantes son el Ha’amonga (o Trilithon) y los Langi (sepulcros en terrazas). El Ha’amonga tiene cinco metros de altura y consta de tres piedras calizas, cada una de las cuales pesa más de 40 toneladas. Los Langi son pirámides bajas y muy lisas, con dos o tres niveles, que marcan las sepulturas de los reyes primitivos.

A principios del siglo X se establece una monarquía en Tongatapu, de la que el actual rey se dice heredero. En el siglo XIII, su poder llegaba incluso hasta las islas Hawai. En el siglo XVIII, Tonga había unificado todas las tribus y había creado un imperio marítimo que incluía las regiones conquistadas de Fiji. Por aquella época, el Imperio de Tonga contaba con una población de unos 40.000 habitantes.

El dia 12 les invitan a una fiesta con bailes de los nativos, visitan las islas Kao y Culebras. Mourelle denominó al archipiélago Islas de Mayorga, en honor del virrey de Nueva España, Martín de Mayorga, natural de Barcelona. Al grupo Ha’apai lo llamó Islas Gálvez en honor a José de Gálvez, ministro de las Indias. Gracias a sus informes la expedición científica de Bustamante y Malaspina se detuvo en estas islas.

Según el historiador estadounidense Donald C. Cutter "las relaciones y mapas relativos a esta expedición colocan a Mourelle da Rúa a la misma altura que los capitanes Cook, Bougainville, Malaspina y La Pérouse en las exploraciones del Pacífico". Resulta increíble que hasta casi los 50 años, tras una memorable batalla naval contra los ingleses, no accediera al grado de capitán de fragata, a pesar de sus grandes servicios oceanográficos y de la confianza depositada en él por varios virreyes. Y todo por su origen humilde.

El día 24 de marzo están en Sola (Ata) y el 27 en la isla de José Vázquez, hasta que el 3 de abril llegan a los 30 grados sur. Denomina al archipiélago de Tonga, con el nombre de "Los Amigos". El 19 de abril intenta regresar a Tonga, el 21 esta en Consolación, el 5 y 6 de mayo en las Tuvalu, recorre Isla Jesús, Gran Cocal y San Agustín.

Está de regreso en Guam el 31 de mayo, marchan de nuevo hacía América el 20 de junio y llegan a San Blas en 27 de septiembre de 1781. Visito Cantón en 1786 y 1787 año en que le ascienden a Teniente de Fragata, y destinado a Méjico.

En abril de 1789 hubo un incidente entre buques españoles y británicos en la bahía de San Lorenzo o de Nootka (4), situada en la costa occidental de la isla de Vancouver. El apresamiento de barcos comerciantes ingleses por los españoles originó una serie de protestas y notas que fueron tomados por el Reino Unido como "casus belli" y encendió una crisis que pudo haber finalizado en guerra abierta entre las dos naciones.

Es nombrado secretario del Virrey, Conde de Revillagigedo, desde 1790 a 1793. Pero entre ellos a finales de 1791 fue declarado líder de un viaje de exploración programado para el año siguiente. Pero Mourelle cae enfermo y es sustituido por Alcalá-Galiano en otra tentativa real de descubrir el paso del noroeste. En 1792 es destinado a Acapulco, en la costa mejicana del pacifico, un puerto al sur de San Blas de Nayarit donde partían habitualmente las naves hacia Filipinas. 1793 es el año en que regresa a España. Es destinado a los navíos "Oriente", "San Ildefonso" y "San Agustín" defendiendo con este último el asedio de las tropas francesas a la ciudad de Rosas.

Embarca sucesivamente en el "Ildefonso" y en el "San Agustín" ambos pertenecientes a la escuadra de Lángara. Más adelante, en el navío "Conde Regla" participa en febrero de 1797 en el combate de Cabo San Vicente, tomando el mando de aquél como oficial mas antiguo al fallecer el Jefe de Escuadra y ser herido grave su comandante.

Pasa después al apostadero de Algeciras e interviene en varios ataques a Gibraltar. Asciende en 1799 a Capitán de Fragata, y de Navío en 1806, dándosele el mando del "Glorioso", sostiene varios combates con las fuerza inglesas.

A partir del año 1800 es nombrado comandante, defiende el estrecho de Gibraltar desde Algeciras y ataca desde allí a buques ingleses, En 1806 es trasladado a Málaga, y en 1808 manda el apostadero de Ceuta, participo en el apresamiento de la flota del almirante Rosilly, En 1809 es destinado a Cádiz siendo el vocal de la Junta de Defensa, es enviado a La Habana y Veracruz en el "Algeciras".

Asciende en mayo de 1811 a brigadier. Nombrado vocal del Consejo de Guerra de Oficiales Generales para juzgar a los que habían permanecido en territorio ocupado por los franceses.

Manda el "San Julián" en 1815 y en 1818, es nombrado jefe de escuadra con el propósito frustrado de llevar la expedición que tenía que sofocar la revuelta de Buenos Aires, pero al ocurrir la sublevación de Riego toma parte a favor del Rey Fernando VII. Pasa después a las órdenes del capitán general de la Armada, jurando la Constitución y haciéndosela jurar a sus subordinados.

El 24 de mayo de 1820 fallece en Cádiz a los 70 años de edad, descansando sus restos en el Panteón de Marinos Ilustres de la misma ciudad. Hasta su fin fué laureado por la Armada Española en numerosas ocasiones.


El siglo XVIII se acaba

Francisco Mourelle da Rua es uno de los grandes navegantes, equiparable a los mismísimos Colón, Magallanes o Cook. Pero su enorme figura y hechos, continuan en el limbo de los olvidados debido en gran parte, a su modesta procedencia, una simple familia de pescadores.

Durante el último cuarto del siglo XVIII, los españoles participaron activamente en la búsqueda del paso del noroeste. La primera expedición europea a vela a lo largo de la costa del actual Columbia británica fue una expedición española conducida por Juan Pérez en 1774; navegó desde San Blas en Panamá, hasta la extremidad norte de las islas de la reina Charlotte antes de volver a su punto de la salida.

Apenas un año después, en enero de 1775, Francisco Mourelle da Rua un piloto de 20 años de edad, participa en una segunda expedición exploratoria dirigida por Bruno de Heceta; sus órdenes eran ir hasta los 65 grados de latitud norte. La expedición española que partió hacia Alaska estaba formada por una tripulación de ilustrados con conocimientos sobre botánica, antropología, humanidades y dibujo, en definitiva, una tripulación formada que no iba enarbolando la cruz en una mano y la espada en la otra.

Las expediciones fueron suspendidas por la guerra entre España e Inglaterra, y los viajes de exploración no se reanudaron hasta 1788. Estas expediciones seguían casi siempre el mismo patrón, mientras que unas navegaban por la costa de Alaska, otras lo hacían por el laberinto de las islas, cabos y bahías.

Los españoles fueron a Alaska buscando el conocimiento y el intercambio, no el adoctrinamiento ni la explotación del estilo británico de la época. Por ello anotaron cuidadosamente todo lo relativo a la forma de vida de los nativos, a los que llamaban aborígenes, sus primeras naciones, su vocabulario y sus costumbres de caza y pesca, matrimonio y relaciones entre ellos o con los extranjeros.

Anotaciones en el diario de a bordo de Mourelle:
- "Echamos el ancla, [...] nuestro capitán me dió órdenes (estando él enfermo) de desembarcar con algunos de la tripulación, y con las mismas precauciones que en Los Remedios. También me ordenó tomar posesión para su majestad de esta parte de la costa, de nombre Bucarelly. Obedecí sus instrucciones en todos los detalles, sin ver a un sólo indio, aunque había pruebas de que el país era habitado: vi una choza, algunos senderos, y una dependencia de madera." (Mourelle 1781, 509)

Tanto es así que en la actualidad los movimientos nativos americanistas recurren a los diarios de Mourelle en los tribunales para intentar que las tribus de Alaska recuperen sus derechos de caza y pesca, así como su folclore, cultura y patrimonio artesanal.

Con el siglo XVIII a punto de terminar, España con su imperio en franca decadencia, no podía permitir que otros países fueran los primeros en encontrar el deseado paso, ya que en él descansaba la última oportunidad para resurgir como la gran potencia que había sido desde hacía doscientos años. Pero fue la mala gestión por parte de la corona fue lo que obligó a los españoles a abandonar Alaska.

Por culpa del incidente producido en Nootka, (en la costa occidental de la isla Vancouver en el sur de Columbia Británica, Canadá) que pudo provocar una nueva guerra entre España e Inglaterra, nuestro país tuvo que entregar su base militar a los ingleses así como renunciar a todos sus derechos de explotación de la zona por el Tratado de Nutka (5).

Según Pemón Bouzas (1), Cook emprendió su viaje a Alaska a raíz de la lectura del diario de Mourelle da Rúa, que se publicó de forma clandestina en Inglaterra. Fue a partir de la lectura de estos apuntes cuando Bouzas comenzó a investigar sobre la presencia española en Alaska en 1995 y descubrió que el propósito que guiaba a estos marinos era hallar el mítico "Paso del Noroeste", un supuesto canal que unía el Océano Pacífico y el Atlántico, punto clave de un tremendo interés estratégico para controlar el comercio de la época de "algo más valioso que el oro". Las especias, el clavo, la canela y los diferentes tés, que se consideraban altamente afrodisíacas.

Este "Paso del Noroeste" es fundamental sobre la influencia española en el descubrimiento de la costa noroeste de América. El autor sostiene que la leyenda de color de explotación y violación de los derechos de los aborígenes corresponde realmente a los ingleses que "exterminaron a la población". De hecho, asegura, en diez años desaparecieron más del 50 por ciento de los indígenas. Los españoles intercambiamos objetos de nácar o cuentas de vidrio, de alto valor para los nativos, por arpones, lanzas o máscaras.

Bouzas lamenta el desconocimiento que existe acerca de lo que él llama la "época dorada" de la marina española a partir de 1740, en la que se contaba con marinos de cuidada formación, que eran destinados como espías en diferentes puntos de Europa como Moscú, Londres, París o Amsterdam, donde se estaban desarrollando las nuevas grandes potencias náuticas.

Mourelle da la Rua, el gran olvidado

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Mourelle da la Rua.

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Mapas de sus viajes.

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Sigo con otro marino ilustre:

2) Casto Méndez Núñez: «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra»

Hay una célebre sentencia entre marinos de bien en España: «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra». Una reflexión que la Armada española debe a uno de sus más ilustres marinos, aunque no tan conocido como los Gravina, Churruca o Alcalá Galiano, y que restableció el honor marino de la dividida España del siglo XIX.

Ese fue el gallego Casto Méndez Núñez (Vigo, 1824-Pontevedra 1869), héroe de la Guerra Hispano-Sudamericana en el mal llamado Pacífico en la que la Marina de la Corona se batió contra buques y fortificaciones de Chile y Perú, principalmente, y también Ecuador y Bolivia. Corrían los años 1865-1866 y en la flaca España todo eran pulgas.

«Nació Don Casto Méndez Núñez en la perla de los mares, la poética y hospitalaria Vigo, cuyo aspecto hidrográfico y majestuoso es a propósito para imprimir en el alma sensaciones que despierten amor a las empresas marítimas que dan fama inmortalizando a los que las acometen», describe sobre su partida de nacimiento una biografía firmada por «Tres paisanos suyos» que data de 1866 con el objeto de relatar los hechos recién acaecidos en el Pacífico.

Méndez Núñez comenzó su carrera en la Armada con los 16 años aún sin cumplir, en la clase de Guardia Marina en el Departamento de Ferrol, siendo ordenado embarcar ese mismo año de 1840 en el bergantín «Nervión».

Su primera gran singladura llegó dos años más tarde, cuando partió hacia los dominios jovenlandeses de Fernando Poo (actual Guinea Ecuatorial) en una expedición que, bajo el mando del marino Juan José Lerena y Barry, tenía como objetivo afianzar los derechos españoles en aquellas tierras que los ingleses anhelaban. Por sus servicios prestados en aquella campaña en el «Nervión» consiguió ascender a alférez de navío un año antes de lo reglamentado.

Su primera experiencia americana, cuentan los relatos de la época, fue ya heroica. Embarcado en el bergantín «Volador» partió a Uruguay en diciembre de 1846, tras el reconocimiento español de la independencia uruguaya y el consecuente traslado del representante diplomático de la Corona ante Montevideo.

Rifirrafe en Buenos Aires

Estando en una escala en Buenos Aires, cuenta su biografía anónima, que unos españoles se refugiaron en la falúa del «Volador». Cuando las autoridades argentinas quisieron poner pie en el bergantín español, Méndez Núñez desenvainó su espada y dijo: «El primero que se atreva a poner la mano sobre un español, caerá atravesado por mi espada», ante tal reacción los militares argentinos disistieron de detener a los quince españoles que se encontraban en el «Volador».

Entre 1848 y 1850 a Méndez Núñez el rumbo le llevó a puertos de la hoy Italia, donde una expedición española -junto a Austria, Francia y las Dos Sicilias- acudió al auxilio del Papa Pío IX y los Estados Pontificios, cuya independencia estaba amenazada por las incipientes fuerzas unificadoras de la península italiana. Era una escuadra de nueve buques de guerra que tras*portaba un Ejército de 5.000 hombres bajo el mando de Fernando Fernández de Córdoba. Sin embargo, la escuadra española no entró en lid pues a su llegada Francia y sus 30.000 hombres restablecieron el «statu quo».

Teniente de navío en 1950 se le vino otorgando el mando de diversos buques como la goleta «Cruz», el vapor de ruedas «Narváez», la fragata de hélice «Berenguela» y la urca «Niña» donde demostró su pericia en diversas misiones marinas. Trasladado en 1855 a la Secretaría del Ministerio de Marina, donde destacó su carácter y, dado su aburrimiento (era un hombre de mar, ante todo), llegó a dedicar su tiempo a traducir del inglés el «Tratado de Artillería Naval», publicado por el general inglés sir Howard Douglas.

En Filipinas destacó su asalto a la Cotta de Pagalungán y su lucha contra los piratas jovenlandeses

De nuevo en la mar, ya en 1859, le fue encomendada su primera gran misión en ultramar: Filipinas. Allí tuvo que vigilar las costas y luchar contra los piratas de las islas Joló y sirviendo como jefe de las fuerzas navales en la toma de la Cotta de Pagalungán (1861). «En 1862 fue ascendido a capitán de navío en atención a su distinguido comportamiento en la brillante acción sostenida contra los piratas mahometanos [...] en la toma de la Cotta Pagalungán los jovenlandeses hicieron una resistencia tenaz, demostrando su arrojo y bizarría».
¿Cómo acabó con la rebelión del rajá de Buayán, en Mindanao? Tras un primer intento de desembarco infructuoso ante las murallas de aproximadamente 7 metros de altura, 6 de ancho y con un foso de 15 metros de ancho, con caños de corto alcande a doquier, el todavía capitán de fragata decidió abordar la fortaleza como si de un buque se tratará con su goleta de hélice «Constancia». Fue una maniobra complementaria de un desembarco más lejano que el de la víspera. La Cotta de Pagalungán se rendió finalmente. Su popularidad en la Armada española iba en aumento.

Pero si hay un buque que se asocie con la gran gesta de Don Casto Méndez Núñez fue la fragata blindada «Numancia», símbolo de la Guerra del Pacífico que España acometería en los años 1865 y 1866 con dos escenarios principales: la fortificación de El Callao (Perú) y Valparaíso (Chile). Una guerra, por cierto, totalmente desconocida para el imaginario español actual. Una guerra cuyas causas primigenias, y claroscuras, se atribuyen a la disputa entre colonos españoles que trabajaban la tierra del hacendado peruano Manuel Salcedo en Talambo y la posterior ocupación por parte de la Marina española de las islas Chincha (abril, 1964), una acción que no gustó en España pero que sin embargo se tomó la determinación de reforzar dicha posición del Pacífico.

El asedio al puerto chileno de Valparaíso

La escalada del conflicto diplomático entre Perú y España, que por momentos parecía apaciguarse, saltó por los aires cuando Chile se sumó a la contienda en apoyo de los intereses peruanos. El Gobierno del país andino negó todo apoyo logístico a la flota española, también comenzaron las hostilidades contra los ciudadanos españoles en tierras chilenas. España decidió una suerte de bloqueo de la costa chilena (imposible de acometer), Chile declaró la guerra el 25 de septiembre de 1865, tres meses después lo haría Perú. Ecuador y Bolivia se sumarían más tímidamente. La «Guerra del Pacífico» estaba servida.

¿Qué motivó el bombardeo del puerto chileno de Valparaíso? La causa fue el anterior apresamiento de una goleta española, la «Virgen de Covadonga», a manos de los chilenos en el combate de Papudo (26 de noviembre de 1865), una derrota dolorosa que llevó al suicidio al vicealmirante José Manuel Pareja, humillado por una Marina de Chile cuyo poder naval era irrisorio.

Hay que señalar que las crónicas de la época cuentan cómo la corbeta chilena «Esmeralda» se aproximó a la goleta española enarbolando pabellón inglés, solo momentos antes dispuso de la chilena, demasiado cerca ya para que la «Covadonga» pudiera librarse de la pericia de los artilleros chilenos. Una estratagema efectiva. Tras el fallecimiento de Pareja, Méndez Núñez recibe el mando de la flota española en el Pacífico y se marca como objetivo restituir el honor español.

El bombardeo de Valparaíso fue muy polémico pues la plaza apenas estaba fortificada

Para recuperar la «Covadonga», Méndez Núñez fijó el rumbo hacia Valparaíso: «El horizonte de la guerra presentó el nubarrón de Valparaíso, cuya mayoría de habitantes estaba muy lejos de desear un bombardeo. Pero el Gobierno de Chile, que no es nada popular como se sabe, y sólo cuenta con el apoyo de las masas turbulentas, desoyó los consejos de la prudencia, preparando así con sangrienta saña el bombardeo de la reina del Pacífico», relata la biografía sobre el gallego Casto Méndez Núñez, quien comandó la flota española a bordo de la fragata «Numancia», habiendo dado un aviso de cuatro días para su evacuación, lo que permitió retirarse a británicos y estadounidenses que se encontraban en el puerto.
Ingleses y, sobre todo, los intermediarios estadounidenses trataron de maniobrar para disuadir a Méndez Núñez de la acción que no sería bien percibida por la diplomacia internacional al ser Valparaíso un puerto indefenso. Pero Méndez Núñez tenía órdenes de España y ante la amenaza británica y estadounidense de intervenir contra la flota española el vigués espetó su famoso: «España, la Reina y yo, preferimos honra sin barcos, que barcos sin honra». Finalmente ni EE.UU. ni el Reino Unido intervinieron.

El 31 de marzo de 1866 se procede al bombardeo. Durante tres horas y media Valparaíso sufrió el azote de los cañones españoles, una acción que no gustó nada en las esferas internacionales y de la que tampoco se sintieron muy orgullosos los españoles, como posteriormente relataron cartas de la época.

Chile, Perú, Ecuador y Bolivia estrechaban aún más su alianza pues temían una reconquista colonial por parte de la Corona española. Así, en todo el Pacífico, la escuadra española no tenía ni una sola base de operaciones. Tras Valparaíso, Méndez Núñez fijó el rumbo hacia la plaza fuerte de Perú: la fortificación cuasi inexpugnable de El Callao. Una batalla, esta sí, digna de los relatos heroicos de la Armada. Un ataque catalogado de temerario.

El combate de El Callao

2 de mayo de 1866. Tras dar el preceptivo ultimátum la flota española, dividida en dos frentes se sitúa frente a El Callao. Por parte española: la fragata blindada «Numancia», cinco fragatas de hélice, una corbeta de hélice y siete buques auxiliares que no participaron en el asedio (en total, unos 270 cañones), divididas en tres divisiones. Por parte peruana: 56 cañones en tierra, dos monitores y tres vapores (69 cañones en total) divididos en la zona sur, norte y muelles. Los peruanos además estaban preparados con una línea defensiva de batallones de infantería y caballería en caso de que las fuerzas españolas desembarcaran, algo que no estaba en los planes de Méndez Núñez.

A las 11:30 de la mañana, la «Numancia» tocó a zafarrancho de combate. Durante más de seis horas los contendientes libraron batalla con el resultado final de 43 muertos españoles. Por contra, las bajas peruanas son dispares situándolas algunos historiadores en 80-90 y otros hasta dos mil.

A la hora del combate un cañonazo, «probablemente procedente del monitor peruano Loa» fue a parar al puente de la fragata «Numancia» donde se encontraban Méndez Núñez. Según los relatos biográficos, la bala produjo ocho heridas de gravedad al vigués Méndez Núñez, negándose a abandonar su puesto hasta que la pérdida de sangre le hizo desmayarse. Junto a él numerosos marinos resultaron heridos. Una cifra que se estima en torno a los 150. Eso sí, el Callao resultó casi destruido.

Proclama de Méndez Núñez a sus hombres

«Una provocación inicua os trajo a las aguas del Callao. La habéis castigado apagando los fuegos de la numerosa artillería de grueso calibre presentada por el enemigo hasta el punto que sólo tres cañones respondían a los nuestros cuando la caída de la tarde nos obligó volver al fondeadero.

[...] Habéis humillado a los que arrogantes se creían invulnerables al abrigo de sus muros de piedra detrás de sus monstruosos cañones. ¡Como si las piedras de las murallas y el calibre de la artillería engendrase lo que ha menester todo el que pelea corazón y disciplina!

[...] Impulsados por ambas condiciones que tan sobradas concurren en vosotros y movidos por el mayor patriotismo habéis vengado ayer largos meses de inmundos insultos, de procaces denuestos; y si después del castigo que vuestro valor ha impuesto al Gobierno del Perú, apagándole el fuego de sus cañones, y primero que todos aquellos, cuyos proyectiles creían sepultarían nuestros buques en estas aguas y de haberle destruido una parte de su importante población marítima osan presentar ante vosotros las naves blindadas que con tanta arrogancia anuncia ese mismo Gobierno como infalibles destructoras; dejadles acercarse y entonces responderéis a sus cañones monstruosos, saltando sobre sus bordas y haciéndoles bajar su pabellón.
[...] Tripulantes todos de la Escuadra del Pacífico, habéis añadido una gloria a las infinitas que registra nuestra patria: La del Callao. Doy gracias en nombre de la Reina y de esa patria: ambas os probarán en todos tiempos y todas circunstancias su común agradecimiento. Ambas y el mundo entero proclamarán siempre, y así lo dirá la historia, que los tripulantes todos de esta Escuadra no dejarán por un sólo momento de ser modelos de la más extremada abnegacion del más cumplido valor. ¡Viva la Reina Viva España!», proclamó a sus hombres el día 3 en la isla de San Lorenzo.

Regreso a España en dos divisiones


Tras el combate del 2 de mayo de 1866, la escuadra española enterró a sus marinos fallecidos en la isla de San Lorenzo. Cinco buques se dirigieron hacia las islas Filipinas y de allí a Cádiz. En 1871 España y los cuatro países sudamericanos firmarían un armisticio, posteriormente ratificado bilateralmente con Perú, Bolivia, Chile y Ecuador entre 1879 y 1885.

¿Qué supuso aquella Guerra del Pacífico para la Armada española del siglo XIX? Para José María Blanco Núñez, capitán de navío en situación de retiro, aquella contienda (olvidada y algo estrambótica en el contexto del siglo de las independencias sudamericanas) «elevó al rango de tercera potencia marítima a la España del siglo XIX cuya Marina había resucitado en 1835, cuando la primera guerra carlista, gracias a la buenísima gestión de un ministro como Mariano Roca de Togores, marqués de Molins».

Además, reconoce el experto, «la Armada fue capaz de mantener una guerra en una costa hostil de más de 5.000 millas, restituir el honor de la Corona Española, finalizar con la estulta crisis escalada por una serie de actuaciones diplomáticas y gubernativas nefastas, y regresar en dos divisiones a sus bases españolas, la una por el Cabo de Hornos y la otra dando la vuelta al mundo (por Filipinas y Buena Esperanza), méritos sobrados de mar y de guerra».

Por su parte, Casto Méndez Núñez volvió a España como un héroe y honrado en todas las ciudades de España, donde aún se conservan calles y plazas en su nombre o del combate de El Callao (como la madrileña plaza en plena Gran Vía).

Núñez murió siendo vicepresidente del Almirantazgo el 21 de agosto de 1869. Cinco años después de su fin se trasladaron al panteón de la familia en la capilla de El Real, en Moaña, provincia de Pontevedra, ría de Vigo, donde fueron visitados el 2 de agosto de 1877 por el rey Alfonso XII, decretándose que fueran trasladados al Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando (Cádiz), lo que se realizó el 9 de junio de 1883, conduciendo los restos la fragata Lealtad, uniéndose a los honores la Escuadra británica al mando del almirante William Dowell, que se hallaba fondeada en el puerto de Vigo.

Hoy día, la fragata F-104, que ahora presta servicio en aguas del Índico contra la piratería somalí, lleva su nombre.


Méndez Núñez o cómo la Armada se batió ante los cañones inexpugnables del Callao - ABC.es

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Retrato de Casto Méndez Núñez

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Méndez Núñez cae herido en el puente de la «Numancia», durante el combate de El Callao (A. Muñoz Degrain)

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Fragata "Numancia"

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3) Álvaro de Bazán, el Invicto

Álvaro de Bazán, uno de los más preclaros marinos de España en toda su historia, que participó en múltiples acciones de guerra al mando de fuerzas navales y nunca fue derrotado.

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Desde muy joven embarcó con su padre en su flota de galeras, haciendo el aprendizaje de marinero.

La empresa más sonada de su etapa juvenil se produjo en 1544 cuando, estando embarcado en la escuadra de galeras de su padre, participó por primera vez en un combate naval, en aguas de Galicia, contra una formación francesa de corsarios que fue batida. (Rumeu de Armas)

Su primera acción de madurez se produce cuando en junio de 1566 recibe información de que dos naves inglesas, que tras*portaban armas para los jovenlandeses de Fez, estaban fondeadas al abrigo de cabo Agüer o Alguer y de su castillo. Don Alvaro se dirigió allí con sus naves y rindió a los barcos ingleses , tomó 60 cañones e incendió 7 carabelas armadas, destinadas a actuar contra los pesqueros españoles. La política del sur muy sur iniciada por los Reyes Católicos, no tiene continuidad, durante el reinado de Carlos V, si exceptuamos la conquista de Túnez, en 1532. Durante el asedio el pirata Barbarroja consiguió huir y continuar la guerra marítima contra España, aliándose con la Sublime Puerta. El intento de tomar Argel terminó en fracaso.

Cuando Felipe II accede al trono en 1556 la situación es muy grave para la monarquía hispánica, ya que los ataques de la armada otomana y las incursiones de los corsarios de Argel y Trípoli, hacen que en las costas del sureste español se viva en continua zozobra. La paz de Chateau-Cambresis permite a Felipe II dedicar más atención a este grave problema.(Ricardo Cerezo)

El primer acto de la nueva etapa , en la que participa Bazán, al mando de García de Toledo, es la reconquista del peñón de Vélez de la Gomera, que se resuelve satisfactoriamente. La desembocadura del río Martín, en las proximidades de Tetuán, es el siguiente refugio pirático a inutilizar, misión que se encomienda a D. Alvaro Bazán, quien al mando de una pequeña flota, que remolca unas barcazas cargadas de piedra y mortero, a las que se hunde en el río, quedando cegado el acceso a la zona de abrigo, en donde quedan embotelladas varias naves enemigas. En 1568 se nombra a Bazán "Capitán General de las Galeras de Nápoles". En poco tiempo limpia aquellas aguas de piratas y construye una poderosa escuadra de 38 galeras, participando en varios hechos navales. Como recompensa a los servicios prestados el rey le concede el título de Marqués de Santa Cruz.

La Batalla de Lepanto.

El 25 de mayo de 1571 se firman en Roma las capitulaciones de la Santa Liga que unió al Imperio Español, el Papado, la Serenísima República de Venecia, el Gran Ducado de Toscana, la República de Génova y el Ducado de Saboya. La Santa Liga tenía como fin la destrucción de las fuerzas de los turcos, que eran declarados enemigos comunes y quedaban dentro del ámbito de la acción Túnez, Argel y Trípoli.

Se nombran tres comandantes. Por el Papado Marco Antonio Colonna, Venecia a Sebastián Veniero y por el Imperio español a Don Juan de Austria, quien ostentaría el mando militar supremo de la Santa Liga. La flota reunida por la Santa Liga estaba compuesta por 207 galeras, seis galeazas y 76 buques ligeros.

Álvaro de Bazán se unió con las 30 galeras de la Escuadra de Nápoles el 5 de septiembre de 1571 . Desde el principio dio muestras de prudencia en sus consejos y se convirtió en uno de los más eficaces colaboradores de Don Juan de Austria, quien buscaba sin demora un enfrentamiento contra el enemigo porque comenzaban a surgir roces entre los aliados.

Durante la navegación desde Mesina hasta Lepanto, Álvaro de Bazán tiene como misión dirigir el cuerpo de retaguardia de la Armada, recogiendo a las galeras que se quedasen atrás para que no se perdiese ninguna.

En el orden de combate Don Juan de Austria le da a Álvaro de Bazán la misión de hacerse cargo de la retaguardia para socorrer aquellas zonas donde existiese más peligro para la armada cristiana. Para esta tarea se le asignan 30 galeras, más una agrupación de embarcaciones menores.

El 7 de octubre de 1571 tuvo lugar la batalla de Lepanto. Su escuadra queda a media milla, por la popa, de la línea de frente.

En el centro de la batalla, la galera La Real, nave capitana de Don Juan de Austria, se abalanza contra la nave capitana turca de Alí Bajá, La Sultana y ambas naves se enzarzaron en un combate cerrado. Marco Antonio Colonna apoya a la nave de Don Juan de Austria, situándose a la retaguardia de La Sultana y aislándola de socorro y refuerzo.

Álvaro de Bazán envía diez galeras y un grupo de fragatas y bergantines para apoyar el éxito que puede suponer la captura de la nave capitana otomana. Como resultado de este refuerzo, el centro otomano queda totalmente deshecho.

Aunque el mando «oficial» fuera de Don Juan de Austria, Álvaro de Bazán fue el hombre clave en la victoria de Lepanto, sus órdenes salvaron la situación de la flota cristiana en tres momentos críticos y actuó en cada situación de la forma correcta maximizando los pocos recursos que tenía.

"Bazán se superó a sí mismo y logró ser y con todo acierto el verdadero capitán general de la Armada de la Santa Liga". (Felipe Olesa)

Historia:La batalla de Lepanto


Al morir el cardenal don Henrique de Portugal, Felipe II aspira al trono portugués, ya que era nieto legítimo de Don Manuel el Venturoso, padre de la emperatriz Isabel de Portugal, progenitora de Felipe II. Otro aspirante era el prior Antonio de Ocrato. Coronado Felipe II rey de Portugal, el prior se refugió en Francia, en donde buscó apoyos para su causa en la reina progenitora Catalina de Médicis, además del de Isabel de Inglaterra. Cuando el gobernador de la isla Terceira en el archipiélago de las Azores se declara a favor de Ocrato, una escuadra al mando de Philippe Strozzi sale de Nantes en su apoyo. Felipe II ordena a Bazán que salga a su encuentro y en combate que tiene lugar en la isla de San Miguel (Azores) la escuadra francesa es destruida. Al año siguiente la escuadra de Bazán ocupa la isla Terceira. (VIDEO)

Batalla de la Isla Tercera (Terceira)

Esta fue su última campaña naval. El 9 de febrero de 1588 moría en Lisboa mientras estaba entregado plenamente al encargo de Felipe II de la organización de la Gran Armada, conocida como la Armada Invencible.

El título nobiliario:
Otorgado por Felipe II a Alvaro de Bazán, el segundo marqués fue su hijo Alvaro de Bazán y Benavides. Le sucedieron, sucesivamente, su hijo Alvaro de Bazán, y la hermana de éste, María Eugenia de Bazán y Benavides, casada con el marqués de Bayona, Jerónimo Pimentel. De esta manera quedaron unidos ambos títulos. Al casarse el séptimo marqués de Santa Cruz con María de Villela, heredera del condado de Lences y Triviana, se incorporó un nuevo título al marquesado. Francisco de Borja de Silva Bazán, al estallar la guerra de la Independencia, defendió los derechos al trono de José Bonaparte; a pesar de ello Napoleón lo declaró traidor, confiscándole todos sus bienes. Más tarde los marqueses de Santa Cruz fueron nombrados grandes de España y unieron a su casa el título de marqueses de Villasor.

Poemas dedicados a Álvaro de Bazán

Al Marqués de Santa Cruz:
Esta pirámide encierra,
entre jarcias y fanales,
o con mil victorias navales
de Francia y de Inglaterra,
aquel Bazán rey del mar,
que sobre sus olas
su cruz y las españolas
hizo adorar y temblar
(Lope de Vega)

Epitafios: Góngora:
No en bronces, que caducan, mortal mano,
Oh católico Sol de los Bazanes
Que ya entre gloriosos capitanes
Eres deidad armada, Marte humano,
Esculpirá tus hechos, sino en vano,
Cuando descubrir quiera tus afanes
Y los bien reportados tafetanes
Del turco, del inglés, del lusitano.
El un mar de tus velas coronado,
De tus remos el otro encanecido,
Tablas serán de cosas tan extrañas.
De la inmortalidad el no cansado
Pincel las logre, y sean tus hazañas
Alma del tiempo, espada del olvido.
(Luis de Góngora y Argote, 1588)

Lope de Vega:
El fiero Turco en Lepanto,
En la Tercera el Francés,
Y en todo mar el Inglés
Tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
Dirán mejor quién he sido,
Por la cruz de mi apellido
Y con la cruz de mi espada.
(Lope de Vega, 1588)
Lope de Vega sirvió como soldado a las órdenes del Marqués de Santa Cruz.

Navíos y táctica tradicional (1582):
[...] La rotunda victoria de Don Álvaro [Batalla de Terceira] fue conseguida sin duda gracias al mayor tamaño de sus buques de alto bordo, en especial los portugueses, lo que les proporcionaba mayor altura sobre el mar, permitiéndole dominar a los buques franceses más rasos, aunque mejores veleros y mucho más maniobrables. La mentalidad militar de la época en España continuaba las más rancias tradiciones cuyo origen se remontaba a la Reconquista, y que tenían su perfecta continuación en la Conquista de las Américas y en las guerras en Italia y Flandes. Los buques españoles fueron diseñados con grandes superestructuras a proa y popa, desde donde disparar contra los tripulantes enemigos, como una versión naval de las fortalezas castellanas pues no en vano estas estructuras se llamaron castillos e incluso en la actualidad se sigue usando tal nomenclatura. Además, los combates navales en los que intervinieron los capitanes españoles eran concebidos como combates entre caballeros e infantes, la gente de guerra, dejando que la gente de mar se ocupara únicamente de gobernar el buque e incluso menospreciando el manejo de la artillería. Las tácticas de la época estimaban que el momento decisivo del combate era el abordaje, por lo que la altura de la borda se consideraba el factor determinante de la victoria. Incluso las ordenanzas españolas para el uso de la artillería de los buques establecían, que "...una vez cerradas las distancias, al alcance de lombardas y cañones, se debe orzar para descargar la artillería montada en el costado de sotavento, sobre la lumbre del agua del buque enemigo..." Tras esto, "...el buque debe arribar para descargar la artillería que estaba a barlovento y abordar al enemigo al amparo del viento, con el fuego de apoyo de la gente y piezas situadas en las cofas y altos". Es decir, el uso que se establecía de la artillería consistía casi únicamente en descargar las dos andanadas que se habían preparado con anterioridad al encuentro con el fin de causar ya desde el inicio la mayor cantidad de daño posible y abordar el buque con un trozo de abordaje compuesto principalmente de soldados e infantes profesionales, que siempre en las naves españolas estuvieron embarcados en gran número. Además, en las naves españolas se conservó durante largo tiempo el uso de lombardas, piezas de hierro forjado que disparaban proyectiles de piedra, los bolaños, pues debido a la fragilidad del proyectil en sí, cuando impactaba contra cualquier estructura se dividía en miles de fragmentos que actuaban como metralla, causando gran número de bajas entre los tripulantes, pero escasos daños en los buques. [...] (José Ramón Cumplido)

Logros Militares

Las cifras resultantes de las campañas militares de Álvaro de Bazán reafirman su puesto de honor entre los más grandes marinos que haya dado España:

Islas rendidas: 8
Ciudades rendidas: 2
Villas rendidas: 25
Castillos y Fuertes tomados: 36
Capitanes generales derrotados: 8
Maestres de campo derrotados: 2
Señores y Caballeros principales derrotados: 60
Soldados y marinos franceses rendidos: 4.759
Soldados y marinos ingleses rendidos: 780
Soldados y marinos portugueses rendidos: 6.243
Prisioneros cristianos liberados: 1.564
Galeras reales capturadas: 44
Goletas capturadas: 21
Galeones y naves de alto bordo capturados: 99
Bergantines capturados: 27
Caramuzales turcos apresados: 7
Cárabos moriscos apresados: 3
Galeazas apresadas: 1
Piezas de artillería capturadas: 1.814

Marqués y mecenas

Construyó a fines del siglo XVI dos palacios, uno en la plaza mayor de Valdepeñas, que no se conserva, y otro al lado de la iglesia parroquial de El Viso del Marqués, que sí se conserva, el Palacio del Marqués de Santa Cruz y es utilizado actualmente como Archivo General de la Marina Álvaro de Bazán. La obra de este último se comenzó en 1564 según las trazas de Giovanni Battista Castello el Bergamasco, según dice Ceán Bermúdez, aunque Fernando Marías sostiene que el palacio fue proyectado por Enrique Egas el Mozo y continuado por el Bergamasco cuando llegó de Italia en 1566 acompañado de buenos artistas y decoradores. El palacio es considerado una joya del Renacimiento español.

Álvaro mandó decorar el palacio con buenos frescos del pintor manierista italiano Giovanni Battista Peroli, que llegó de Italia en 1574 contratado por el marqués para trabajar en el palacio en compañía de sus familiares Esteban y Juan Esteban Peroli y de Cesare de Bellis, veneciano, al que se ha confundido desde Ceán Bermúdez con Cesare Arbasia.34​

El marqués quería residir a mitad de camino entre la Corte y el puerto de Sevilla, al que como marino famoso tenía que acudir frecuentemente; a lo largo de toda su vida se preocupó en redimir cautivos de los fiel a la religión del amores. En la iglesia parroquial aledaña se encuentra como exvoto un cocodrilo disecado colgado de la bóveda central del presbiterio, regalo al marqués de un bajá de la religión del amor en uno de sus viajes.

Los marqueses de Santa Cruz protegieron las artes y las letras. Varios escritores les dedicaron algunas de sus obras. Tal fueron los casos de Lope de Vega, Luis de Góngora y Miguel de Cervantes. Don Álvaro es muy posible que protegiera a Bernardo de Balbuena y otros poetas, como un desconocido «bachiller Jarana». El hijo de don Álvaro favoreció a Félix Lope de Vega, quien le dedicó una comedia, y durante el siglo XVIII fomentaron las industrias locales y la educación en sus señoríos y protegieron a escritores e intelectuales ilustrados como Carlos de Praves, José Viera y Clavijo o Manuel Lanz de Casafonda, que fueron preceptores de sus hijos.

Historia:Navegación:Alvaro de Bazán

Álvaro de Bazán - Wikipedia, la enciclopedia libre

Don Álvaro de Bazán, el héroe español que hizo escabechina a los turcos en Lepanto

Don Álvaro de Bazán, héroe de la Marina española

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Álvaro de Bazán

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Nave de Álvaro de Bazán

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Escultura de Álvaro de Bazán

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La batalla naval de Terceira 1582 - YouTube

https://www.youtube.com/watch?v=STnuWaOEeiI
 
Última edición:
Antes de escribir sobre el siguiente marino, recomiendo que vayáis al Palacio de Álvaro de Bazán en el Viso, Ciudad Real, porque es una auténtica joya del Renacimiento y además es museo de la Marina, ¿y por qué se hizó un palacio en el Viso el marqués? Porque pudo y porque quiso.

Sobre el siguiente marino hay poca información, y la que hay, está en inglés.

4) Jhon Ortega, el único español que ostenta la Medalla de Honor de los Estados Unidos

John Ortega es hasta la fecha el único español que ostenta la máxima condecoración de los Estados Unidos de América. A pesar de esto, no hay mucha información sobre la vida de este soldado ya que la recompensa le fue otorgada en diciembre de 1864. John Ortega nació en España en 1840 y al cruzar el charco se estableció en el estado de Pennsylvania. Cuando estalló la Guerra Civil Americana en 1861, Ortega se enroló en su distrito en la Armada de la Unión y sirvió en el USS Saratoga. El navío era una balandra de guerra que fue botado en 1843 y que permaneció en activo hasta 1888. Anterior a éste había habido otras dos naves con el mismo nombre: la primera botada en 1780 y perdida en el mar al año siguiente y la segunda fue una corbeta que participó en la guerra contra Reino Unido en 1812.

Durante la guerra el USS Saratoga formó parte del Escuadrón de Bloqueo del Atlántico Sur cuya finalidad era impedir la entrada marítima de armas, suministros y esclavos a los Estados Confederados. Esta balandra tuvo entre otros éxitos la captura del Clipper Nightingale con 960 esclavos a bordo cuando apenas había sido diseñada para albergar a 50.

Además de las labores propias de Ortega en alta mar como marinero, durante los meses de agosto y septiembre de 1864, participó en dos misiones en territorio enemigo dando lugar la captura de un alto número de soldados enemigos y suministros y la destrucción de puentes y edificios. Por estas acciones se le concedió la Medalla de Honor y se le ascendió al rango de Master´s Mate, rango ya desaparecido que equivaldría actualmente a Warrant Officer.

John Ortega - Wikipedia

Reverso de la Medalla de Honor de John Ortega.

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5) García Álvarez de Toledo Osorio, un fiel Capitán al servicio de la Monarquía Hispánica

García Álvarez de Toledo Osorio.

Capitán general de la Mar.
Grande de España.
Príncipe de Montalbán.
I Duque de Fernandina.
IV Marqués de Villafranca del Bierzo.

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Vino al mundo en la población de Villafranca del Bierzo, actual provincia de León el 29 de agosto de 1514, siendo sus padres, don Pedro Álvarez de Toledo y Zúñiga y doña Juana Pimentel. II marquesa de Villafranca del Bierzo y su abuelo paterno don Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez de Quiñones, II duque de Alba de Tormes.


Empezó a servir con dos galeras de su propiedad a las órdenes de almirante genovés Andrea Doria en 1528, con tan solo catorce años de edad. En marzo de 1535 con tan solo veintiuno fue nombrado Capitán General de las galeras de Nápoles. Donde algo tendría que ver su padre, don Pedro Álvarez de Toledo quien desde el año anterior era virrey de Nápoles, pero muy pronto demostró que su juventud no interfería en sus grandes conocimientos ni le privaba ni quitaba razón para darle el mando de las galeras. En éste mismo año el rey don Carlos I, llevó a cabo su expedición contra Túnez y en ella se distinguió con las seis galeras de su mando, pues junto con las de Sicilia al mando de don Álvaro de Bazán, I Marqués del Viso (El viejo), formaron la vanguardia del ataque a La Goleta. En la campaña naval de los años 1540 y 1541 aportando cinco de sus galeras, unidas a las de Andrea Doria, sumando en total cincuenta y una, tomaron sucesivamente las ciudades tunecinas de Monastir, Susa, Mahometa y Calibia, terminando la expedición con el fracaso de la toma de Argel, a pesar de ir don Carlos I personalmente en 1541, los turcos al ver que podían con el propio Rey se envalentonaron de tal modo que casi consiguieron hacer imposible la navegación mercante cristiana por el mar Mediterráneo, pero todo porque el rey de Francia Francisco I quería conseguir como fuera anular el poder del Rey-Emperador, por ello llegó a permitir a las naves argelinas hacer base en sus puertos. Para terminar con esta desagradable situación en 1543, García Álvarez de Toledo con sus galeras reforzadas por las de Giannettino Doria, las de la Santa Sede y las de Malta, atacó los territorios de la actual Grecia y sus islas, entonces turca; saquearon y quemaron pueblos, apresaron y hundieron buques, realizando muchos cautivos para luego ponerlos al remo en las galeras cristianas.


Cuando regresaba de su incursión de castigo, tuvieron la suerte de cruzarse con una flota de tres naos y una galeota de Barbarroja, en ellas éste enviaba al sultán de Turquía en señal de vasallaje, gran parte del botín obtenido a los cristianos en el expolio de la ciudad de Villafranca de las posesiones españolas en la península itálica; las combatió hasta recuperar todo lo perdido, además de dar la libertad a trescientos cincuenta cristianos entre ellos muchachos, doncellas y monjas destinadas al harén del sultán de Turquía. Entró en olor de multitudes como un gran triunfador en el puerto y ciudad de Messina, no era para menos.


En junio de 1547 el virrey de Sicilia don Juan de Vega ordenó una expedición para terminar con el escondite del pirata Dragut, no era otro que la ciudad de Mehedia ó Mehdiyé, aunque conocida por los españoles como África. Arribó a la fortaleza y desembarcó el ejército, por la mar cerraba la salida de la fortaleza la escuadra de galeras, pero el sitio se alargaba por sus formidables defensas, don García cayó en la cuenta que la zona menos gruesa de las defensas de la fortaleza era la que daba al mar, así decidió una gran innovación naval para poder vencer. Ordenó coger dos galeras las Brava y Califa, se les quitaron los remos, entenas y palos se unieron fuertemente por medio de cabos más tablones clavados formando una gran plataforma, sobre los tablones se levantó un fuerte parapeto con gruesos medros y detrás de él se colocaron nueve cañones de batir, los más poderosos de la época. Remolcada esta ‹batería flotante› por sus compañeras se llegó muy cerca del muro, comenzaron el bombardeo y al poco tiempo los muros comenzaron a derrumbarse, abriéndose finalmente un gran boquete en él, siendo aprovechado por otras galeras para lanzar unas tablas facilitaron el asalto de la infantería, pronto se hicieron con un trozo de muralla desde aquí pudieron abrir las puertas por ellas entraron a tropel el resto de fuerzas bloqueadoras por tierra, tomando definitivamente el escondite de tan famoso pirata y lo mejor, anulando sus puntos de abastecimiento.


En 1548 con su escuadra de galeras prestó protección al convoy compuesto por ochenta velas navegando en su vanguardia, en él era tras*portado el entonces príncipe Felipe, desde el cabo de Rosas a la ciudad de Génova.


En 1552, después de veinticuatro seguidos en la mar, solicita al Rey ser relevado de su cargo, al mismo tiempo le pide deshacer el asiento que aún mantenía de sus galeras iníciales. El Rey se lo concede, pero no estaba muy de acuerdo en perder a tan gran general del Mar y menos aún dejarlo sin mando, razón que expone el propio monarca a su padre en un documento diciendo: «…deseando D. García de Toledo, vuestro hijo, dejar el cargo de las galeras de ese reino, como quiera que nos hallábamos bien servidos de él y holgáramos que no lo dejara, nos hemos contentado de ello por el daño que se le recrecía a su salud; pero siendo la persona que es, y lo mucho y bien que nos ha servido, porque sin cargo le hemos hecho merced de coronel general de la infantería española de ese reino, confiando que el gobierno de ella hará lo que de su valor y cordura se debe esperar.» Pero el Rey en principio no le deja y lo destina a Flandes, posteriormente lo pone a la cabeza de un ejército de ocho mil hombres y algunas fuerzas de caballería para la conquista de Siena, por ser una ciudad aliada de la Santa Sede y su cabeza el Papa era enemigo del Rey, al terminar con bien la conquista S. M., le envía una carta, diciéndole: «…muy servido de la prudencia y buena forma que había usado.», en aquella lucha contra el poder temporal de los Papa.


Después de entrevistarse con don Carlos en Flandes, en 1554 volvió a servir en la mar, aprestándose a la defensa del reino de Nápoles, amenazado por los turcos; acudieron también a contribuir a su defensa las galeras de Andrea Doria. Al cambiar el origen de la amenaza y provenir ahora de Francia, don García Álvarez de Toledo volvió a dejar la mar y regresó a servir en tierra, nombrado lugarteniente por el gran duque de Alba, su primo hermano.


Ocupando el trono don Felipe II en 1555, demanda a don García regresar para tomar el mando de la escuadra, pero esta vez no es la de Nápoles, sino como capitán general del Mar, título que anteriormente ostentó Andrea Doria, siendo el más alto grado en el Mediterráneo, pues a sus órdenes estaban las escuadras de España, Nápoles, Sicilia y Génova y cualquier otra que se aportase viniera del mar u océano.


Contribuyó de este modo notablemente a expulsar a los franceses del reino de Nápoles y de los Estados Pontificios y también a hacer fracasar a Solimán el Magnífico, quien a principios de 1558 amenazó las costas napolitanas. Su primera campaña como tal fue contra el peñón de Vélez de la Gomera, verdadero nido de piratas y cuyo gobernador Cara Mustafá, había recorrido casi impunemente las costas españolas con seis galeras; ofendido el Rey de tal audacia ordenó a don García Álvarez de Toledo dejará todo y atacase el peñón, ardua empresa pues anteriormente lo intentaron otros capitanes sin éxito. Reunió una armada de noventa y tres galeras más sesenta galeotas y fustas: las galeras de Nápoles, Sicilia, Génova, Portugal, Malta, Saboya, Florencia y las de España, y en el mismo puerto de Málaga se le unieron unas de particulares de la ciudad.


Llevaba tres mil quinientos soldados alemanes embarcados en Saona y otros núcleos de fuerzas distinguidas, e iban a sus órdenes capitanes de gran talla: Bazán, Barreto, Leiva, Colonia, Carvajal, etc. etc. Salió la flota de Málaga el 31 de agosto de 1564, estando en la mar y sin vuelta atrás escribió un bando, decretando la pena de fin instantánea a todo aquel que abandonase su puesto ordenado; desembarcaron las tropas en la costa enemiga prohibiendo toda escaramuza con los jinetes jovenlandeses que disparando sus armas, trataban de separar a los españoles de sus famosos cuadros. Primero acometió a la ciudad de los Vélez y cuando tuvo asegurada su base de partida, guarnecida por trincheras y ocupado el castillo de Alcalá que dominaba la playa del desembarco, abandonado por sus defensores al ver tan grande armada, avanzó sobre los Vélez en ejemplar movimiento táctico, ocupando sus flancos, las alturas y rechazando la retaguardia los ataques de la caballería jovenlandesa.


Después de ocupar los Vélez volvió sobre el peñón y conteniendo la impaciencia de sus tropas, levantó una trinchera defendida con piezas de campaña y en la playa un bastión a 250 pasos del peñón dotado con doce piezas gruesas de artillería de sitio. De este modo puso sitió a los defensores del peñón por tierra y por mar.


Los enemigos no aceptaron las honrosas capitulaciones que don García Álvarez de Toledo les propuso y como consecuencia comenzó el ataque, por el tremendo efecto de la artillería pronto fueron destruidas dos torres, desmontando con ello varios cañones enemigos dejando un hueco en sus defensas. Rechazó los ataques que del lado de tierra le hicieron los jovenlandeses y montó una batería a tiro de arcabuz del castillo del peñón, resultando así imposible toda resistencia. Los defensores trataron de evadirse por mar y la infantería de las galeras aprovecharon este momento para asaltarlo, tomando así el famoso peñón el 6 de septiembre. Con esta misma fecha dirige a don Felipe II un escrito comunicándole la victoria: «Dios ha servido de dar a V. M. la victoria de la plaza del mundo más fuerte de sitio…Milagrosamente ha dado a V. M. el buen subceso, porque dende el estrecho de Constantinopla hasta el de Gibraltar no hay plaza tan fuerte.» Después de reparar las murallas y dejar quinientos hombres de guarnición, reembarcó sus tropas don García bajo el fuego de los jovenlandeses que desde tierra firme le hostigaban, pero sin poder hacer nada por recuperarlo.


Una vez en Málaga proyectó la operación de cegar el río Tetuán, para así inutilizar otra de las bases de los piratas berberiscos. Dicha empresa fue llevada magistralmente a cabo por don Álvaro de Bazán, quien la efectuó hundiendo cuatro buques en el cauce, cargados con piedras e incluso cañones inservibles todo junto con cal, la cual al fraguar se convirtió en una piedra que dejó el río intransitable. García Álvarez de Toledo fue nombrado virrey de Sicilia, en atención a sus valiosos servicios, a finales del mismo 1564. Al enterarse el rey Felipe II de los proyectos de Solimán de apoderarse de dicha isla y de Malta, le encargó que sin descuidar la primera, pasase a la segunda, para ayudar al gran maestre con un cuerpo de tropas españolas y ponerse de acuerdo con él y actuar coordinadamente.


En 1565 atacó Malta una escuadra turca de más de doscientas galeras con treinta mil hombres de desembarco. En uno de los asaltos de los turcos falleció su hijo Enrique. Acudió don García a socorrer Malta con veintiocho galeras, saliendo de Siracusa el 25 de agosto y efectuando el desembarco en el puerto maltés de Malaca con once mil hombres, en su mayoría infantería española veterana. En seguida volvió con los vasos a Messina, a buscar otros cuatro mil soldados de infantería, para reforzar a los primeros.


Los turcos creyeron el socorro de mucha mayor importancia y reembarcaron rápidamente, pero al conocer la realidad volvieron a desembarcar, lanzándose contra los españoles; éstos del infligieron una gran derrota de tal magnitud que fueron perseguidos incluso dentro del agua. Don García Álvarez de Toledo acudió con los cuatro mil de refuerzo pero al llegar no encontró enemigos a quien combatir. Los heroicos caballeros de Malta le recibieron triunfalmente. Con fecha del 5 de noviembre el rey don Felipe II le envía una carta, diciéndole: «Este servicio ha sido tan principal y señalado, y de tal calidad é importancia para el bien de la cristiandad y de nuestros señoríos y estados, que me habeis puesto en nueva obligación, y así podéis estar cierto que para honraros y favoreceros y haceros mercedes, hay en mi la voluntad ques razón, y mereceis.»


En 1567 agotado y enfermo de tantos años en la mar, solicitó al Rey poderse retirar a su Mayorazgo para intentar reponer su salud, el Rey se lo concede pero no del todo, pues lo mantuvo como consejero hasta su fin. Al dejar el mando S. M., se lo entregó a su hermanastro don Juan de Austria, prueba tangible que este mando no se le otorgaba a cualquiera.


Por no desvincularse de la tierra donde tantos años había estado, con fecha del 8 de marzo de 1569 compró a la Regia Cámara de Nápoles los estados de Fernandina y Montalbán, a ellos iban unidos respectivamente los títulos de Duque y Príncipe, quedando vinculados a Nápoles, por gracia del Rey de España don Felipe II terminaron por agregarse al Mayorazgo de Villafranca del Bierzo el 24 de diciembre de 1569. Dan a conocer su gran talla militar las memorias por él elevadas al consejo de guerra y al de galeras de Madrid más la correspondencia que mantuvo con el duque de Alba, don Luis de Requesens, don Juan de Austria y con el rey don Felipe II, entre los años 1548 y 1577. En ella están los primeros jalones de la empresa de la Santa Liga, léase Lepanto. El rey consultaba a don García Álvarez de Toledo todo cuanto con la mar se relacionaba, e incluso en cuestiones de Estado y don Juan de Austria hacía lo propio pocos días antes de Lepanto, siendo quien le dió el consejo principal del combate y que don Juan ordenó el día del combate. Siendo «Que nadie dispare hasta hallarse lo bastante cerca como para poder salpicarse con la sangre del enemigo.»; el Generalísimo siguió los consejos de don García Álvarez de Toledo el mejor táctico de las galeras de la época. Según Walsh biógrafo de don Felipe II afirma: «…el orden de batalla de Lepanto se llevó a cavó de acuerdo con un plan cuidadosamente trazado por el viejo paralítico don García de Toledo.»


Falleció en Nápoles el 31 de mayo de 1578, contando con sesenta y cuatro años de edad, de ellos cincuenta de impresionantes servicios a España. Fueron sepultados sus restos mortales en la iglesia de Santiago de los Españoles.


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Excelente, te animo a que no desistas y actualices este hilo por mucho tiempo.
 
Me alegra los comentarios que estáis dejando, es una pena que la Historia Naval de España esté olvidada en las catacumbas.

6) José de Mazarredo Salazar, el mejor marino de su tiempo

En don José de Mazarredo, nacido en Bilbao el 5 de marzo de 1745, de distinguida familia, se notan particularidades tales, que es forzoso reconocer en él una de esas rarezas moldeadas para influir en la época de su aparición y para dejar huellas en las sucesivas. Alta estatura, constitución robusta, gran fuerza muscular, que convenía con la energía del carácter, se conciliaban con una movilidad perpetua y con el afán incansable del trabajo, ya en las más altas concepciones del cálculo, ya en las más enojosas prácticas de arreglo y organización, o bien en las fatigas del servicio del mar. De índole sociable, de modales distinguidos, en el trato común era decidor y propenso a colocar un chiste con oportunidad, aunque el hábito del mando daba a su fisonomía aspecto grave e imponente. Poseía conocimientos generales que le permitieron desempeñar difíciles misiones diplomáticas y alternar ventajosamente con los hombres de Estado y los jefes de escuadras de otras naciones, y abarcando las numerosas ramas que forman el saber en la marina, dominó las Matemáticas, la Astronomía, la táctica, la construcción naval, la legislación, la higiene y el arte, que pocos alcanzan, de conciliar con la severidad de la disciplina el bienestar y contento de los subordinados. Dice, con razón, un biógrafo que su vida resume la historia de la Armada en el tiempo que duró su carrera, con lo cual se evidencia la imposibilidad de trazar con breves líneas más que esos sucesos que por notoriedad despertaron la atención pública.

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Inicios

José de Mazarredo Salazar nació en Bilbao, el 8 de marzo de 1745, en el seno de una de una de las más nobles familias vascas. El 17 febrero de 1759, poco antes de cumplir los catorce años, sentó plaza de guardiamarina en el Departamento de Cádiz. En 1761 es embarcado en el chambequín “Andaluz” donde, al mando del capitán de fragata don Francisco de Vera, el 13 de abril del mismo año evitó que la nave se estrellas contra las Salinas de la Mata, salvando así a toda la tripulación, más de trescientos hombres.
"Por sus acertadas disposiciones y por su firmeza en sostenerlas contra el dictamen de hombres prácticos en la mar, y por su osadía en embarcarse de noche en medio de un fuerte temporal en un pequeño bote, a recoger la lancha perdida y ver de salvar el buque, logró al menos sacar a salvo toda la tripulación de trescientos hombres" dice Fernández de Navarrete.

Pasó así sus primeros años en la mar, destacando en todo lo que hacía a lo largo de los jabeques en los que sirvió. En 1767 era ascendido a alférez de navío y cuatro años después fue nombrado ayudante de la mayoría del Departamento de Cartagena. En 1772 pide embarcar en la fragata “Venus”, al mando de Juan de Lángara; fue en este navío, en derrota a las Filipinas cuando diseñó un nuevo método para calcular la longitud, midiendo la distancia entre la luna y una estrella (Aldebarán). Dos años más tarde embarcó fragata “Rosalía”, donde continuaron sus progresos en la náutica y la cartografía.

Carrera militar.

No fue hasta 1775 cuando el nombre de José de Mazarredo comenzó a hacerse popular; participó ese año en la expedición fallida sobre Argel, como ayudante del mayor general, siendo Mazarredo el artífice del desembarco de los 20.000 hombres de O’Reilly y, tras el fracaso de las fuerzas terrestres, impidió un desastre protagonizando un eficaz reembarque de las tropas. Esta acción le valió el ascenso a capitán de fragata en febrero de 1776. Ese mismo año de 1776 publicaba su primer tratado, “Rudimentos de táctica naval”. En los siguientes años desempeñará la educación de los jóvenes guardiamarinas a la par que publica nuevos trabajos, “Colección de Tablas para los usos más necesarios de la navegación” e “Instrucciones de señales”.

Su primer mando de mar lo obtiene en 1778, el “San Juan Bautista”, destinado a la instrucción de guardiamarinas así como la lucha contra el corso. Al año siguiente, España entra en guerra con Inglaterra, Mazarredo se incorpora a la escuadra de Cartagena como comandante de dos navíos (San Juan Bautista y San Jenaro), uniéndose más tarde en Brest al conde Orvilliers. En 1780, al mando de don Luis de Córdova, se intercepta un convoy británico de 53 velas que había de socorrer a las tropas inglesas en las Trece Colonias. Poco después, Mazarredo salva la escuadra franco-española (66 navíos de línea y 24 fragatas) junto con un convoy de 130 velas al que escoltaban al buscar refugio en Cádiz, ante la inminencia de una tormenta (el error del conde d’Estaing es comprensible ya que, los franceses aún no habían comenzado a usar los barómetros marinos). Ese año es ascendido a mayor general.

Regresando a España en el invierno de 1782 con otra escuadra de 40 navíos y 7 fragatas, que había operado en América, pudo por su cronómetro desmentir la situación de estima muy errónea de los pilotos y recalar con toda precisión sobre Cádiz. Lo mismo ocurrió dirigiendo la derrota de la escuadra combinada el mismo año hacia el Canal de la Mancha. Con tiempo cerrado, se consideraban los pilotos españoles y franceses a 120 leguas del cabo Finisterre, al paso que Mazarredo afirmaba que habían de verlo al amanecer del día siguiente. Cumplida la predicción, que en el día puede hacer cualquiera con los elementos que han adelantado el arte de navegar, causó general asombro y fue motivo para enaltecer su consumada inteligencia, singular en el acierto y en la seguridad de sus cálculos y observaciones.

Finalizada la guerra con Inglaterra, Mazarredo es jefe de escuadra. En 1783 toma importante partido en el debate sobre qué tipo de barco debía construirse al ser quien lleva a cabo el experimento, aprovechando la situación para negociar la paz con Argel en 1785, y decantándose finalmente por el sistema de Romero Landa. En 1784 le es encomendada la labor de recopilar las Ordenanzas Generales de la Armada que serán promulgadas el 8 de marzo de 1793.

Se convierte en teniente general en enero de 1789. En 1793 se le concede una encomienda de la Orden de Santiago a causa de la publicación de las Ordenanzas. En 1795 se le concede el mando de una escuadra en Cádiz, pasando después al mando de la escuadra de Juan de Lángara, que operaba en el Mediterráneo. En estas fechas comienzan sus recriminaciones al Estado, primero al ministro de Marina e inmediatamente después a Godoy, sobre el mal estado de la Armada. Ignoradas sus quejas, Mazarredo presentará su dimisión, que será aceptada el 22 de julio de 1796, siendo destinado a El Ferrol.

Corto iba a ser el descanso de Mazarredo pues, tras el descalabro de la flota en el cabo de San Vicente (14 de febrero de 1797), los almirantes británicos Jervis y Nelson pondrán sitio a Cádiz en el mes de abril. Mazarredo será rescatado de su aislamiento en El Ferrol para encargarse de la defensa de la Tacita. Era tal el acoso que sufrió Cádiz que parte de la población corrió a refugiarse al interior recordando los sucesos pasados en la ciudad. Sin embargo, la acción de Mazarredo libró a Cádiz de los corsarios ingleses, que levantaron el bloqueo a mediados de junio. En 1798 Mazarredo burlará la flota de Jervis al frustrarse su intento de capturar nueve velas británicas debido a una tormenta. Seguidamente llevará a cabo acciones en el Mediterráneo junto con la escuadra del almirante francés Bruix, pasando luego al Estrecho y finalmente acabando en Brest. (Explicación).

Una vez en Francia, Napoleón requerirá de sus servicios para la programación de su oleada turística a Inglaterra. Durante dieciocho meses plantará cara a Bonaparte, negándose a formar parte de la estrategia de oleada turística, alegando en su defensa considerar un esfuerzo más válido la reconquista de Menorca (momentáneamente en manos inglesas). Así pues, Mazarredo volverá como capitán general a Cádiz.

A mediados de julio de 1801, tiene lugar enfrentamiento cerca de Gibraltar entre divisiones inglesas y francesas. Mazarredo mandará al general Moreno con una división en su ayuda, volándose mutuamente en desacertado error los navíos "San Hermenegildo" y "San Carlos" en la noche del 13 de abril. Esta decisión le llevará a ser acusado de incompetencia por el gobierno, pidiendo Mazarredo el traslado a Bilbao para reponerse de su salud (y de su insultada reputación), siéndole concedido en septiembre del mismo año.

Gravemente enfermo de gota, se pedirá en 1804 su intervención, durante el episodio de la “Zamacolada”, para impedir las revueltas populares que estaban comenzando a darse. Fue este un pretexto aprovechado por el gobierno para desterrarle, primero a Burgos, más tarde a Santoña y finalmente a Pamplona. No pudo volver a su residencia bilbaína hasta 1807, cuando se revocó su destierro.

El 2 de abril de 1808 se le ordena hacerse cargo de la capitanía general de Cádiz, haciendo Mazarredo caso omiso. Atraído al bando afrancesado, comprensible por las innumerables vicisitudes sufridas por el gobierno anterior, es nombrado ministro de Marina el 3 de junio de 1808 por José I. Repudiado por sus subordinados, que no cumplen sus resoluciones, Mazarredo no dejará de velar por la Armada y la marinería, impidiendo incluso el traslado de los buques españoles (once navíos de línea y cuatro fragatas) a Brest que se encontraban en el arsenal de El Ferrol. Hubo de perseguir, debido a su cargo, a muchos compañeros enemistados con la justicia, socorriendo sin embargo, a aquellos que más lo necesitaban tomando los recursos de su propia hacienda.

Incomprendido por los suyos, integrado en un gobierno extranjero dentro de su propio país, al cual empeñaba a defender desde todas las posturas posibles, y aquejado de terribles ataques de gota, don José de Mazarredo fallecía el 29 de julio de 1812. Sus funerales fueron muestra de gran respeto en la sociedad española y en aquellos que le conocieron, ofreciendo el último homenaje a un marino que lo dio todo por su patria.

José de Mazarredo fue un sobresaliente marino, considerado el mejor táctico de su tiempo. No fueron pocos los que creyeron que el desastre de San Vicente pudo evitarse de haberse encontrado Mazarredo al frente. El último regalo que gozó de esta tierra tan nuestra fue una fin oportuna, librándose de la persecución que sufrieron los afrancesados. Queda así testimonio del mejor marino de su tiempo y uno de los grandes de la historia de España.

Un hombre del saber

El su primer viaje a Filipinas y por noticia que había visto en periódicos ingleses de haberse publicado tablas para la determinación de la longitud por distancias innares, se echó a discurrir sobre la resolución de este problema y de una manera complicada para suplir dichas tablas, lo logró, haciendo uso frecuente de su método para corregir la estima, único medio de que disponían por entonces los navegantes. El cálculo que concibió era tan prolijo, que se necesitaban 48 horas para concluirlo a pesar de lo cual lo repitió durante el viaje, convenciéndole de la exactitud las recaladas al Cabo de Buena Esperanza y al Estrecho de Sonda. Se le ha disputado la originalidad de la invención, observando que ya en 1752 había tratado el abate Lacaille de la opción de determinar la longitud por las distancias lunares, siendo suya la idea que habían aplicado los ingleses en 1767, y que en Madrid mismo se imprimió un libro de don José Ignacio Porras llamado: Régimen de hallar la longitud en la mar. Lo primero es exacto pero no amengua el mérito de Mazarredo que no tenía noticia del método; en cuanto al libro de Porras, sin más que copiar todo el título, se advierte que trata de la longitud por los rumbos y variación de la aguja. El asunto no es de gran importancia, ya que de todos modos atestigua ingenio, perseverancia y competencia en la observación y el cálculo generales, demostrados con más elocuencia en la situación de la isla Trinidad del Brasil y en otras muchas que se le deben, y posteriormente en la dirección de la enseñanza de guardias marinas y trabajos del Observatorio que montó en Cartagena.

Poseyó uno de los primeros cronómetros de bolsillo que se construyeron en Londres y disfrutó también las primicias de los sextantes de reflexión, en los cuales, y esto sin disputa, inventó el aparato que da al anteojo movimiento paralelo al plano del instrumento, adoptándolo inmediatamente los instrumentos de Londres JunuBird y Magallanes, con los que estaba en correspondencia. Cronómetro y sextante le acompañaban, no sólo por mar, sino también en los viajes por tierra y a pesar de la molestia de los vehículos en que éstos se inician por entonces, vencida por sus aficiones, fue determinado en sucesivas excursiones, cuando se trasladaba de uno a otro departamento, las situaciones geográficas de Alcalá de Henares, Roncesvalles, Irún, Vergara, Pasages, Bilbao, Limpias, Colindres, Pamplona, donde observó el eclipse de sol de 1806; varios pueblos en las carreteras de Murcia a Ferrol, de Madrid a Bilbao por Somosierra y de Madrid a Cádiz, sin contar con los que con una mayor precisión fijó, así en las costas de la península como en las de Berbería, que sirvieran más delante de base a los trabajos de don Vicente Tofiño. El que de esta manera utilizaba el descanso de las posadas en los trayectos no perdía como es de adivinar, momentos para la instrucción teórico-práctica de los jóvenes puestos a su cuidado. Para ellos escribió expresamente un tratado de navegación y la colección de tablas más necesarias para los cálculos a bordo.

Siendo mayor general de la escuadra que mandaba don Miguel Gastón en 1773, escribió y ensayó los Rudimentos de Táctica y las Instrucciones y señales y siguió aplicándolas en la de don Luis de Córdoba, cuya organización le era debida, como también el apresamiento del gran convoy inglés, que hizo el 9 de agosto de 1780 en el Canal de la Mancha y la salvación de la escuadra combinada franco-española en la noche del 31 de agosto del año siguiente; pues hallándose cerca de las Sorlingas con gran temporal, hizo el almirante francés señal de riesgo en la derrota, lo que resistió Mazarredo por la confianza que tenía en sus personales observaciones astronómicas, obstinándose en seguir el rumbo a que navegaban, que era el acertado como el tiempo comprobó; y dícese que, reconocido su error, el Conde de Guichen que mandaba las fuerzas francesas, dijo con ingenuidad digna de aplauso: “Yo iba a perder una Armada que Mazarredo salvó”.

Durante la paz de 1783 volvió a ocuparse de los libros y de la dirección de las compañías de guardias marinas; trazó un plan de estudios superiores para que los oficiales más dispuestos los ampliasen el curso elemental y adquiriesen los conocimientos más elevados de la ciencia y al propio tiempo se dio el examen de los sistemas de construcción naval, cuyas respectivas ventajas se discutían; hizo en la mar repetidas pruebas comparativas y redactó el Informe sobre construcción de navíos y fragatas, que se ha conservado inédito.

Nombrado capitán general del Departamento, alternó sus variadas atenciones trasladando el Observatorio astronómico, que estaba en Cádiz, al sitio que actualmente ocupa en San Fernando; allí fundó talleres de cronometría y de instrumentos náuticos con alumnos pensionados en París y Londres y puestos a propuesta suya en aprendizaje con los maestros más acreditados; volvió a ocuparse de construcciones con motivo de la carena del navío Hermenegildo, que dio motivos para estudios y comparaciones; fomentó el arsenal, se ocupó de todo hasta que en 1799 pasó con la escuadra al Mediterráneo para unirla a la francesa que mandaba el almirante Bruix, consiguiéndolo en Cartagena,

Las lanchas cañoneras de José de Mazarredo

El ataque frustrado de Nelson a Cádiz.

Tres fracasos en tres intentos. Las murallas y los baluartes diseñados por Blas de Lezo y la táctica de Mazarredo lograron que los ingleses no pudieran invadir la capital gaditana en 1797.

El ataque de Nelson a Cádiz puede considerarse una de las primeras consecuencias del tratado de San Ildefonso firmado entre España y Francia para hacer defensa común ante Inglaterra, y aunque se impuso la sagacidad táctica de Mazarredo, significó al mismo tiempo el principio del fin de la época gloriosa de Cádiz, ciudad en la que antes del bloqueo del Almirante Jervis entraban más de mil barcos al año, que pasaron a ser apenas una treintena después de que éste dispusiera frente a Cádiz lo que se dio en llamar la "ciudad flotante de los ingleses".

Unos años antes Cádiz era una de las ciudades más florecientes de Europa. Sólo en sus tiendas podían los españoles encontrar artículos tan exóticos como paños de Inglaterra, lanas de Rouen, sedas de Saint Malo, tapices de Flandes o esclavos neցros del Congo, además de los llamados artículos de París, para los que la ciudad mantenía abiertas una treintena de tiendas. Para entonces las llegadas de las Flotas de Indias eran advertidas desde las altas torres que aún hoy siguen dominando la ciudad, originando el repicar de campanas en toda la urbe y la afluencia masiva de visitantes que llegaban ávidos de género desde todos los rincones de Andalucía.

Pero entonces sucedió el desastroso combate de San Vicente, en febrero del 1797, cuando Jervis sorprendió a Córdova en la mar. Sólo Nelson, su comodoro, apresó dos barcos con sus tripulaciones completas y en total se perdieron cerca de 1.500 vidas y fueron hechos prisioneros 3.000 marinos. Los buques españoles que consiguieron escapar corrieron a refugiarse a Cádiz y Nelson los siguió, procediendo al bloqueo de la ciudad para hacerlos salir con idea de hundirlos. Un consejo de guerra despojó a Córdova de su mando y galones, enviando a Cádiz a José de Mazarredo, que en esos momentos sufría destierro por las críticas hechas al mal estado de la Flota y de sus hombres.

Con Mazarredo trabajando a marchas forzadas en el fortalecimiento de las defensas de la ciudad y en la instrucción de los marinos que habrían de defenderla, la escuadra de Nelson se presentó delante de Cádiz, echando el ancla en el Placer de Rota, situado frente a los famosos corrales de la villa, bloqueando de esa forma el puerto de la ciudad. Cuando el cerco comenzó a prolongarse, la mayoría de las tiendas comenzaron a cerrar por la falta de género, y los pocos gaditanos que podían sobrevivir lo hacían a base del trapicheo de los escasos productos con que las embarcaciones más pequeñas conseguían burlar el bloqueo, aunque, a ruego de Mazarredo, Jervis, generosamente, tuvo a bien permitir que los pescadores siguieran faenando, por constituir el producto de su trabajo el sustento de las clases más desfavorecidas.

De este modo fueron los pescadores los que trajeron la noticia de que Jervis había ordenado a Nelson cesar el hostigamiento y algunos gaditanos se echaron a la calle en una explosión de alegría, aunque otros recordaban en los corrillos cuando el envidioso Calder fue a Jervis con el chisme de que Nelson había desobedecido una orden suya en San Vicente y este contestó con aquella frase lapidaria: "Ya lo he visto, Calder, y esté seguro de que a usted también le perdonaré si es capaz de cometer una falta semejante…"

Era un bulo, porque la noche del 3 de julio Jervis adelantó posiciones para proteger el desembarco de Nelson en la Caleta, lo que este intentó apoyado por unas bombardas que escoltaban un grupo de unidades ligeras, posicionándose las bombardas a la altura del castillo de San Sebastián, desde donde sus disparos hacían mucho daño a la ciudad. Mazarredo, que no había perdido el tiempo, mandó salir a los distintos grupos de lanchas que había estado pertrechando y adiestrando a escondidas en Rota, la Caleta y Sancti Petri. Cuando una de estas divisiones al mando de Federico Gravina consiguió silenciar el fuego inglés, se llegó al abordaje y al combate cuerpo a cuerpo, y aunque las fuerzas españolas consiguieron repeler el ataque, tuvieron más bajas que los ingleses, cabiendo destacar entre estas últimas la del marinero John Sykes, que se inmoló para detener con su cuerpo un disparo que buscaba el corazón de Nelson y que podría haber cambiado la historia.

Nelson volvió a la carga dos noches después con mayores fuerzas y su ataque causó daños considerables en Cádiz como consecuencia de tres importantes y voraces incendios. En esta ocasión los gaditanos buscaron refugio en las poblaciones vecinas, quedando la ciudad prácticamente vacía, lo que dio lugar a aquella otra copla: Ya no hay en la calle Ancha/damas tapadas/porque han huido todas/de las granadas/ aunque en el puerto/muchas que eran tapadas/se han descubierto... En cualquier caso, la flotilla de buques menores de Mazarredo volvió a emplearse a fondo y a base de importantes bajas volvió a repeler el intento de desembarco de Nelson, que aún volvió a intentarlo tres días después, aunque en esta ocasión fue el tantas veces molesto viento de levante el que se erigió en improvisado defensor de la ciudad y le hizo desistir, marchando entonces a Canarias para lanzarse sobre Tenerife, donde el gran estratega naval que, como Lezo, ya era tuerto a resultas de una escaramuza en Córcega, perdería también el brazo como consecuencia del impacto de una bala de cañón, identificándose aún más con su alter ego vasco.

Los gaditanos celebraron la derrota inglesa con uno de sus tanguillos:

¿De qué sirve a los ingleses
tener fragatas ligeras
si saben que Mazarredo
tiene lanchas cañoneras?


El ataque frustrado de Nelson a Cádiz

Ataque a Cádiz - Wikipedia, la enciclopedia libre


José de Mazarredo Salazar - Wikipedia, la enciclopedia libre

José Mazarredo Salazar, el mejor marino de su tiempo
 
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Sí, también a ese gran marino lo tengo en la lista.

Como hemos podido comprobar la mayoría de los marinos que he puesto también eran científicos, y es que si por algo destacó y destaca la Marina española (La más antigua del mundo), es por tener en sus filas a gentes de gran saber. Como el siguiente marino:

7) Dionisio Alcalá Galiano. Científico, marino y Héroe, reconocido como uno de los navegantes más innovadores de su época

Destacado marino, militar y científico español, brigadier de la Real Armada Española, célebre por su heroica actuación y fin (21 de octubre de 1805) en la batalla de Trafalgar, como brigadier de la Armada española al mando del navío de línea Bahama.

Tomó parte en diversas expediciones científicas por el Atlántico, Pacífico y Mediterráneo. Fue coautor del Atlas marino de España, Islas Azores y adyacentes. Como miembro de la expedición Malaspina (dirigida por el marino italiano, al servicio de España, Alessandro Malaspina) que en 1792 dio la vuelta al mundo, colaboró en la confección de cartas marinas y en la clasificación de diverso material botánico y zoológico de Sudamérica.

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Inicio de su carrera

En 1771, a los 11 años de edad, ingresó en la Real Armada, sentando plaza de guardiamarina. Estudioso y aplicado, amante de las ciencias, se distinguió pronto como cartógrafo. Muy joven fue destinado a cooperar en la formación de las cartas marítimas, trabajo por el cual sintió desde entonces particular afición y en el que se distinguió con sumo provecho de la ciencia.

Embarcó en la fragata Júpiter en 1776 y al año siguiente tomó parte en la expedición que contra los portugueses llevó a cabo una escuadra al mando del marqués de Casa Tilly, con un cuerpo de desembarco a las órdenes del general Pedro de Cevallos, que tuvo por resultado la toma de la isla Santa Catarina en la costa del Brasil.

Pasó después a Montevideo y participó en el bloqueo y rendición de la Colonia del Sacramento, ocupada por los portugueses, como oficial de órdenes de Gabriel de Guerra, comandante del Río de la Plata. Embarcó en el paquebote San Cristóbal y en él sirvió dos años en aguas del archipiélago de las islas Malvinas, donde el gobierno español trataba de hacer valer su soberanía una década después de la expedición y el intento de apropiación francesa a cargo de Louis Antoine de Bougainville.

En 1778 ascendió a alférez de fragata. De nuevo en Montevideo, y declarada la guerra a Gran Bretaña, se dedicó al corso apresando a una fragata mercante enemiga. Regresó a Cádiz a bordo de la fragata Santa Bárbara.

Durante todos estos años, su afición a las ciencias le llevó a ampliar sus conocimientos, haciendo los estudios que por aquellos años se denominaban sublimes, mayores y astronómicos.

Expedición al estrecho de Magallanes

Cuando finalmente se firmó la paz con Gran Bretaña, el ministerio de Marina pensó en perfeccionar los levantamientos topográficos de las costas de España y redactar su derrotero. Fue designado para ello Vicente Tofiño, para que, con el personal a sus órdenes en el Observatorio de Marina, llevase a cargo el cometido. Se le asignaron una fragata y un bergantín de escaso calado que le permitiese acercarse a la costa. De esta comisión, que duró de 1783 a 1788, formó parte Galiano embarcado en la fragata Luisa en los años 1784 y 1785.

Pronto sus conocimientos astronómicos e hidrográficos tuvieron de nuevo aplicación activa, en expedición tan notable desde el punto de vista marinero, como la llevada a cabo en 1785 por el capitán de navío Antonio de Córdova, comandante de la fragata Santa María de la Cabeza, al estrecho de Magallanes, con objeto, entre otros, de experimentar si realmente valía la pena acometer sus pasos, con los buques de vela de aquel tiempo, a pesar de los huracanados vientos de componente oeste y las fuertes corrientes, o bien si era mejor desafiar los temporales del mar abierto, doblando el cabo de Hornos. Galiano fue designado para formar parte de esta expedición por recomendación especial de Tofiño, por tener fama de aventajado en los estudios astronómicos y en el manejo de los instrumentos necesarios; era ya teniente de fragata.

Otra de las expediciones hidrográficas en que tomó parte Galiano, fue la que tuvo por objeto determinar la verdadera posición de las islas Terceras, situadas algo a la ligera por el oficial de la marina francesa Flerieu. La corte de Lisboa dio toda clase de facilidades, ya que se trataba de cosa de mucho interés para la navegación. La corrección de la carta de las Azores se dispuso la efectuasen la fragata Santa Perpetua y los bergantines Vivo y Natalia, mandado este último por Alcalá Galiano. Tofiño fue designado jefe de la pequeña flotilla.

La expedición Malaspina

Nuevamente, Galiano se mete de lleno en una expedición científica. Esta vez, en la célebre llevada a cabo en 1789 por el capitán de navío Alejandro Malaspina, con las corbetas Descubierta y Atrevida, la primera mandada por Malaspina, jefe de la expedición, y la segunda por José de Bustamante y Guerra, también del mismo empleo que el primero.

Esta expedición, siguiendo la estela de James Cook y Jean-François de La Pérouse, se efectuaba no sólo con fines hidrográficos y astronómicos, sino también para estudio de la botánica y de las ciencias naturales en general, a cuyo efecto embarcaron naturalistas y dibujantes. Otro importante objeto de la expedición era conocer la verdad del estado de los territorios españoles de ultramar y sus necesidades políticas, económicas y militares. Galiano trabajó en la expedición con su ahínco acostumbrado y publicó al final una interesante Memoria con el resultado de sus observaciones astronómicas y cálculos.

Tras doblar el cabo de Hornos en compañía de Malaspina, recalaron juntos en Acapulco, donde recibieron la orden de efectuar una detallada exploración para comprobar o desechar la idea de la existencia del Paso del Noroeste, unión entre los océanos Atlántico y Pacífico, como había asegurado el navegante español Lorenzo Ferrer de Maldonado y también Juan de Fuca. A tal efecto, se propuso al virrey que los capitanes de fragata Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés dejasen la expedición de Malaspina, tomasen el mando de las goletas Sutil y Mejicana y llevasen a cabo un prolijo reconocimiento del estrecho de Juan de Fuca. Ambos barcos eran de muy poco calado, a propósito por ello para navegar por canales de poco fondo. La Sutil, aparejada de bergantín, y la Mejicana, de goleta, ambas bien pertrechadas de instrumentos astronómicos, antiescorbúticos y de objetos de rescate para regalar y cambiar con los indios. Como segundos iban los tenientes de navío Vernaci y Salamanca; Galiano, como oficial más antiguo, mandaba la expedición.

Visitaron primero el puerto de Nutka, donde había un puesto y varios buques españoles. Por observaciones astronómicas obtuvieron la longitud de Nutka, para referir a ella todas las demás por medio de los cronómetros, y procedieron a efectuar los reconocimientos ordenados luchando con las rápidas corrientes y los fuertes vientos encajonados entre altas montañas.

Antes de retornar a Nueva España, trabó conocimiento y cortés amistad con el célebre explorador George Vancouver. Con él los españoles cambiaron información sobre los descubrimientos realizados por los de una y otra nación, y una vez reconocidas todas las calas, con los buques o con los botes, y no hallada salida alguna, se dieron por terminadas estas exploraciones, demostrándose el carácter apócrifo del viaje que confirmaba al estrecho de Fuca como canal de unión entre los dos océanos.

Desarmadas las goletas, Galiano regresó a España vía México y Veracruz, llegando en los últimos meses del año 1794; había sido ascendido a capitán de navío en enero de ese mismo año.

Se considera a Galiano como inventor del procedimiento de hallar la latitud por observación de altura polar, de un astro a cualquier distancia del meridiano, aunque Mendoza, en la edición de sus tablas de 1809, se atribuya la paternidad del procedimiento. Quizá fuese también inventor por su lado, pero lo cierto es que queda demostrado en la «Memoria» de sus observaciones de longitud y latitud publicadas en 1796 que Alcalá Galiano se le adelantó.

Trata en ella de cómo hallar la longitud de un lugar por dos alturas del sol observadas fuera del meridiano; deducirla por algunas estrellas en los crepúsculos aunque estén distanciadas de él; hallar la longitud por la distancia de la luna al sol o a una estrella.

De regreso a la Corte, obtuvo el hábito de la Orden de Alcántara por cédula real de fecha 5 de diciembre de 1795. La fama adquirida en sus anteriores trabajos le hizo ser designado para levantar el nuevo mapa topográfico de España, una vez firmada la paz de Basilea.

Cuando todos los preparativos estaban ultimados, la desgracia en que cayó el recién retornado Malaspina arrastró a los que eran sus amigos, incluso los no complicados en la conspiración contra Godoy, que le llevó a la prisión y al destierro. Galiano fue destinado al departamento de Cádiz, en cuyo puerto le fue conferido el mando del navío Vencedor.

Las guerras napoleónicas


El tratado de San Ildefonso renovó la alianza con Francia el 18 de agosto de 1796. Ello trajo consigo el intento de bombardeo de la escuadra de Nelson a Cádiz, en cuya defensa Galiano tomó parte principal y decisiva, al mando de algunas de las famosas “cañoneras”.

En 1798 Galiano es comandante del navío San Fulgencio y con él, en una noche tempestuosa, fuerza el bloqueo de Cádiz que mantenían los ingleses, realizando un viaje a América en busca de caudales de que estaba tan necesitada la Hacienda regia. A los 28 días de la salida llegó a Cartagena de Indias, continuando después a Veracruz. De allí, regresó a España con varios buques, pasando antes por La Habana donde quedaron las fragatas Juno y Anfitrite. Componían su división los navíos de línea San Fulgencio y San Ildefonso, así como las fragatas Esmeralda, Clara y Medea. Logró entrar en Santoña pese a la persecución de que le hicieron objeto los británicos. Para burlarlos remontó a ganar latitud hasta cerca de los bancos de Terranova. Trajo un total de siete millones de duros (monedas de a ocho reales) y diversos productos de ultramar.

El buen éxito de la expedición hizo que se pensase en repetirla y para ello pasó Galiano a Ferrol y sin ver a los suyos, se dispuso a volver a América en el navío San Pedro de Alcántara, cuyo mando había tomado. A la ida burló a sus perseguidores, pero no así a la vuelta, pues habiendo entrado en La Habana procedente de Veracruz como la vez anterior, cuando llegó la hora de salir encontró vientos contrarios, a más de las fuerzas británicas esperándole en superior número. En La Habana le sorprendió la Paz de Amiens. Después de firmada ésta, se encomendó a Galiano la traída de la segunda remesa de plata, que vino a España.

A su regreso a Cádiz le fue conferido el mando del navío Bahama de 74 cañones:

"Feo en su exterior —lo describe su hijo Antonio en sus «Memorias»— aunque hecho de soberbio maderaje de cedro con tablazón de grandes dimensiones, encogido de proa y popa, mal configurado así como airoso de costado, muy velero navegando a un largo, aunque ciñendo el viento no era de los más finos y buque por otra parte destinado a servir, al que en esta ocasión tomaba su mando, de glorioso teatro de sus hazañas y fin en un memorable y fuerte combate".

El buque formaba parte de una escuadra que debía ir a Nápoles a buscar a la futura princesa de Asturias, pero la boda con el príncipe don Fernando se aplazó y la escuadra entró en Argel en visita de miras diplomáticas. El Bahama, con la fragata Sabina, se destacó para desembarcar una comisión relacionada con el mismo asunto. La escuadra pasó seguidamente a Cartagena y allí el Bahama fue incorporado a la escuadra del marqués del Socorro destinada a ir a Nápoles a buscar a la princesa María Antonia de Borbón, prometida del Príncipe de Asturias, que posteriormente gobernaría como Fernando VII.

Con motivo de la boda de los Príncipes se concedieron muchas mercedes y ascendió Galiano a brigadier, no quedando contento por considerar que no debía recibir como merced entre las conferidas a muchos, lo que en justicia y como distinción le correspondía.

Manifestó su disgusto a Manuel Godoy y poco después se le comunicó que S.M. concedía a su hijo la gracia de alférez de fragata, con el privilegio que fuese educado precisamente a las órdenes de su propio padre; pero Galiano, que tenía otros planes con respecto a su hijo, no aceptó esta gracia altamente honrosa.

Estando en Nápoles, a donde llevaron a los príncipes de aquel reino, Galiano tras*bordó a la fragata Soledad, con orden de dirigirse a los mares de Grecia y Turquía y levantar las cartas del Mediterráneo Oriental, de cuyos parajes no había entonces en Europa más que una mala carta británica con errores capitales, hasta en las latitudes de las islas y escollos que las forman. Entre ellos navegó en el mes de diciembre sin haber tenido una avería; marcó y situó astronómicamente todas aquellas islas e islotes y continuó su camino hasta Buyukderé y embocadura del mar neցro.

Durante esta memorable campaña mereció el respeto y consideración, así de las autoridades turcas de los países que recorrió, como de los representantes y comandantes extranjeros con quienes se encontró, tanto en Constantinopla como en Atenas, que también visitó, y en todos los puertos del Mediterráneo oriental donde estuvo. Después de visitar el golfo de Lepanto, emprendió el retorno costeando el Asia Menor y las costas de África del Norte, situando islas y otros accidentes hidrográficos. Terminó sus trabajos en el cabo de Bon, entrando en Túnez para comprobar la marcha de los cronómetros. De regreso a España, formó la carta de aquellos parajes con suma maestría, viajando al efecto a Madrid llamado por real orden.

Otra real orden le desterraba de la corte con destino a Cádiz, donde remató sus trabajos, sin que se le hubieran dado las gracias. El 16 de septiembre de 1805 estaba en Cádiz ocupado en escribir la relación del viaje, que no había podido terminar en la capital.

Trafalgar

Puesto que desde el 12 de diciembre de 1804 existía estado de guerra con el Reino Unido, por la agresión injustificada llevada a cabo contra cuatro fragatas españolas a la altura del cabo de Santa María, se había conferido a Galiano el mando del navío Santa Ana, de 112 cañones, del que después fue relevado, para ocuparse por entero «al desempeño de los trabajos relativos a su expedición en que había estado empleado en el Mediterráneo, terminando por fin la "Relación"».

Cuando empezaron los armamentos en el departamento de Cádiz con toda intensidad, Galiano se dirigió al Príncipe de la Paz, rogándole le confiriese un destino que pudiese servir a su Patria con las armas. Se le dio el mando del navío Glorioso, que permutó por el San Leandro, y a finales de mayo tomó de nuevo el mando del Bahama. La escuadra combinada entró en Cádiz después de la expedición contra la Martinica, y las fuerzas del general Álava que estaban de apostadero quedaron a las órdenes de Federico Gravina.

La débil escuadra bloqueadora de Cuthbert Collingwood se fue reforzando más y más. Galiano se ofreció de nuevo para forzar el bloqueo e ir a América en busca de caudales.

Ordenada por Napoleón a Villeneuve la salida de la escuadra, se convocó a bordo del buque insignia un consejo de guerra al que asistieron Churruca y Galiano como únicos brigadieres, el segundo en calidad de comandante del Cuerpo de Pilotos.

Al refutar la opinión general de los españoles, expuesta por el mayor general Escaño, de ser contrarios a la salida sin esperar un debilitamiento de los británicos, el contraalmirante Magón se expresó de manera harto inconveniente. Galiano, de carácter vehemente, le replicó con acaloramiento, llegando al punto de temerse un duelo entre ambos.

Galiano había acompañado a su familia dos días antes a Chiclana, con el pensamiento de volver pronto, pues era cosa decidida que la escuadra no saldría. No obstante, de improviso, en la madrugada del 19 de octubre salió el Bahama formando parte de una división avanzada mandada por Magón.

Ya fuera toda la escuadra, el Bahama formaba parte de la segunda división de la escuadra de observación mandada por Gravina. En la mañana del 21 quedó en la línea a retaguardia, entre el Plutón y el Aigle, ambos franceses.

Galiano presentía el duro golpe que iba a recibir España en su Armada y estaba resuelto a perecer con honor. Dirigiéndose al guardiamarina Butrón, su pariente, y señalándole la bandera, le dijo: «Cuida de no arriarla aunque te lo manden, porque ningún Galiano se rinde y ningún Butrón debe hacerlo». Recorrió luego todas las baterías, animando a la tripulación con patrióticas exhortaciones y al regresar a la cubierta dijo a todos mostrándoles la bandera: « Señores, estén ustedes en la inteligencia de que esa bandera esta clavada ».

El Bahama se batió heroicamente con dos navíos enemigos y en algún momento con tres. En la enérgica defensa que Galiano realizó de su buque, recibió primero una contusión en la pierna a consecuencia de un balazo que le dobló el sable. Después un astillazo en la cara que le hizo perder mucha sangre, negándose a dejar su puesto. Otra bala le arrebató el anteojo de las manos y, por último, un proyectil de cañón de mediano calibre le destrozó la cabeza quitándole la vida.

Desarbolado el buque y todo cubierto de cadáveres, el teniente de navío en quien recayó el mando, juzgando toda resistencia inútil y hallándose ya el navío falto de todo poder combativo, ordenó arriar la bandera, cosa que no tuvo que hacer el guadiamarina Butrón, que ya había sido herido gravemente. El furioso temporal que siguió al combate arrojó al Bahama contra la costa.

En la biografía escrita por su hijo, don Antonio Alcalá Galiano nos hace una descripción de su persona diciendo: « Era D. Dionisio Alcalá Galiano de corta estatura, de complexión recia y robusta, de tonalidad blanco y ojos azules, de gesto desapacible y como de hombre distraído. Era de condición muy irascible, aunque pronto en deponer la ira, rígido en la observancia de la disciplina, sumamente activo, generoso por demás, fácil en ofenderse aún por frioleras, y algo vano de las prendas que tenía. Su instrucción no pasaba de mediana. Aún en las ciencias sabía perfectamente lo que sabía, pero era corta su erudición. Entendía medianamente el latín, traducía y hablaba regularmente el francés y poco el inglés, y de este poco hacía grande alarde y estaba muy ufano por ser en su tiempo muy poco conocida en España la lengua inglesa. Era muy amado de sus subalternos, como lo prueba que al dejar en 1805 el mando de un navío para tomar el del Bahama, quisieron trasbordarse con él, y se trasbordaron, toda la oficialidad y tripulación; circunstancia notable y demostración muy honrosa. »

Su buen hacer a lo largo de su carrera, todos sus conocimientos quedaron plasmados en diferentes obras y su fin heroica en combate, le elevaron tanto en vida como después de fallecido a dejar en la Real Armada un recuerdo imperecedero, siendo perpetuado en el Panteón de Marinos Ilustras con una lápida, colocada en la tercera capilla del Oeste, que dice:

A la memoria
del Brigadier de la Armada
Don Dionisio Alcalá Galiano,
muerto gloriosamente sobre el navío de su mando
el Bahama en el combate de Trafalgar
el 21 de octubre de 1805


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"Un gran científico"

Como hemos podido comprobar anteriormente, y aunque la historia lo reconoce por sus méritos militares porque fue uno de los héroes de la batalla de Trafalgar, Dionisio Alcalá Galiano fue también un gran científico y explorador.

Alcalá Galiano, era, según cuenta su propio hijo, Antonio Alcalá Galiano, un hombre 'de no muy alta estatura, robusto, de ojos azules, y de gesto desapacible, de condición irascible, pero pronto en deponer la ira'.

Su hijo decía también que 'hablaba castellano, latín, francés e inglés' , lo que para la época, desde luego , era una autoridad, un hombre de mundo. Y según esta descripción, 'un hombre muy querido por su tripulación'.

'Por superior orden', en el año 1796, se manda a imprimir un libro que se llamará: "Memoria sobre las observaciones de latitud y longitud en mar", escrito por Dionisio Alcalá Galiano , que tiene entonces , 36 años y que firma como capitán de navío de la Real Armada.

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“El objeto de esta memoria” , dice el propio autor , “es reunir en un cuaderno , los principales conocimientos prácticos para el pilotaje astronómico , para los que solo poseen el pilotaje ordinario".

En ese libro, Alcalá Galiano explica de forma detallada, cúales son las operaciones que hay que realizar para calcular la posición exacta en el mar. Y escribe textualmente la manera de hacerlo:

"Primero hay que hallar la latitud del lugar por dos alturas del sol observadas fuera del Meridiano, deducirlas por algunas estrellas de los crepúsculos, aunque estén distantes de su paso por él, hallar la longitud por la distancia de la Luna al Sol, o alguna estrella y , calcularla por medio de un reloj marino”.

Hoy este cálculo parece algo común pero en aquel tiempo no era tan fácil... sabemos por ejemplo que por cada 15º que uno se desplaza hacia el Este, se adelanta una hora con respecto a la original. De la misma forma, cuando nos desplazamos hacia el Oeste, perdemos una hora con respecto a la hora del lugar de partida.

Tanto la Corona española como la francesa habían ofrecido premios para aquellos que consiguiesen resolver la longitud. En 1714, el Gobierno Inglés ofreció, mediante un Decreto del Parlamento, 20.000 libras a quien pudiera determinar la longitud con un error de medio grado.

Hablaba en su libro Alcalá Galiano de 'un reloj marino' para calcular exactamente la hora local. Ese reloj estaba ajustado a la hora del lugar de partida, el lugar de origen.

El año en el que nació Alcalá Galiano, 1760 , un relojero inglés llamado John Harrison consiguió resolver el cálculo exacto de la longitud, usando para ello un cronómetro portátil para llevar en los barcos.

Pero la figura de Alcalá Galiano no sólo se ciñe a este amplio conocimiento de las ciencias del mar, de la astronomía, sino también a la cartografía. Si miramos los mapas el Pacífico Norte.. encontraremos Vancouver en Canadá. Vancouver es, según los especialistas, la principal ciudad de British Columbia y se considera la metrópolis con mejor calidad de vida del mundo.

Si miramos el mapa con más atención y con más precisión, encontraremos en las Islas del Golfo de Vancouver, una pequeña porción de tierra que se llama Isla Galiano. en honor a este ilustre marino.

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Dionisio Alcalá Galiano | Radio Córdoba | Cadena SER

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Hidalgos en la Historia: Dionisio Alcalá Galiano. Cartógrafo y marino, reconocido como uno de los navegantes más innovadores de su época
 
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8) Juan de la Cosa, un hombre del Renacimiento


Juan de la Cosa fue un navegante y cartógrafo español conocido por haber participado en siete de los primeros viajes a América y por haber dibujado el mapa más antiguo conservado en el que aparece el continente americano.

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Juan de la Cosa tuvo un papel destacado en el primer y el segundo viaje de Cristóbal Colón a las Antillas y en 1499 participó como piloto mayor en la expedición de Alonso de Ojeda a las costas del continente sudamericano. A su regreso a Andalucía dibujó su famoso mapamundi y poco después volvió a embarcarse hacia las Indias, esta vez con Rodrigo de Bastidas. En los años siguientes alternó viajes a América bajo su propio mando con encargos especiales de la Corona, incluyendo una misión como espía en Lisboa y la participación en la Junta de pilotos de Burgos de 1508. En 1509 emprendió la que sería su última expedición, de nuevo junto a Ojeda, para tomar posesión de las costas de la actual Colombia. La Cosa murió en un enfrentamiento armado con indígenas antes de poder llegar a ejercer su cargo de alguacil mayor de Urabá.

Orígenes

No se sabe con exactitud dónde nació Juan de la Cosa pero la hipótesis más aceptada es que fue en Santoña (Cantabria), ya que se conservan documentos que muestran que fue vecino de Santoña y que su mujer e hija residieron en esa ciudad.​ Algunos cronistas del siglo XVI le llamaron El Vizcaíno, lo cual llevó a confundirlo con otros marinos llamados Juan Vizcaíno, los cuales hoy se sabe que eran personas distintas.

Tampoco se conoce su fecha de nacimiento, estimada entre 1450 y 1460, ni se tienen datos de su niñez ni de su adolescencia. Se supone que de joven debió tomar parte en navegaciones por el mar Cantábrico y, posteriormente, en dirección a las islas Canarias y al África occidental.

Las primeras referencias fundadas provienen de 1488, cuando estaba en Portugal. En ese entonces, el navegante Bartolomé Díaz acababa de llegar a Lisboa, tras haber alcanzado el cabo de Buena Esperanza. Los Reyes Católicos habrían enviado a La Cosa a esa ciudad en calidad de espía en busca de información y detalles de dicho descubrimiento, logrando regresar a Castilla antes de que los oficiales portugueses lo capturaran.

Al inicio de la década de 1490 Juan se encontraba establecido en El Puerto de Santa María (hoy día en la provincia de Cádiz) y poseía una nao llamada Marigalante o Gallega. Se cree que por motivos de negocios tuvo relaciones con los hermanos Pinzón.

Viajes con Colón a las Indias

Primer viaje


Cuando los Reyes le dieron a Colón la potestad de visitar los buques para su primer viaje, para elegir los más apropiados a sus deseos, se fijó en La Gallega demandando que fuera una de las escogidas, pero su dueño le dijo que para cumplir el deseo real, debía de ir él como maestre de su nave a más de varios hombres de su tripulación por ser de confianza y conocedores de la nao; se llegó al acuerdo y se le rebautizo como la Santa María.

La nao Santa María
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En las notas de Colón sobre el primer viaje, lo llamaba «mí discípulo» ya que el Almirante era dado a prevalecer sobre todos, mientras que hasta el descubrimiento, con todos los respetos don Cristóbal era un perfecto desconocido y Cosa era un muy apreciado maestre conocido por todos en las costas de Andalucía.

Lo mismo ocurre cuando la nao Santa María en la noche del día veinticuatro de diciembre de 1492, quedó embarrancada en una arrecife de coral y se perdió, todo lo que le Almirante dijo fue: «se deshonró cuando encalló su barco » y continua escribiendo: «que fue uno de los primeros en abandonar la nao y huir en dirección a la Niña» y que: «debía de haber estado de guardia y no confiar en otros la nao»

La verdad es, que a bordo había más maestres y que Cosa también tenía derecho a descansar y el accidente ocurrió precisamente a altas horas de la madrugada. De la nao se salvaron todos, pero al ser unos cuarenta no cabían en la Niña, por lo que el Almirante pensó en dejar en la isla un fuerte construido con los tablones de la Santa María y dejar en él una guarnición para darle guardia, siendo la primera construcción europea en America, bautizado por la fecha del hundimiento de la nao como Navidad y que tuvo un triste fin.

Pero para ratificar que Cosa no tenía la culpa y como era nave fletada para la ocasión, a su regreso presentó la demanda de la pérdida ante los Reyes, los cuales la dieron a los expertos a estudio para saber si era o no el culpable de su destrucción, lo cual deja claro el asunto una Cédula Real fechada y firmada en Medina del Campo el día veintiocho de febrero del año de 1494 y la parte que nos interesa dice así:

Por faser bien y merced a vos Juan de la Cosa, vecino de Santa María del Puerto, acatando algunos buenos servicios que nos habedes fecho y esperamos que nos facedes de aquí en adelante, especialmente porque en nuestro servicio y nuestro mandato fuisteis por maestre de una nao vuestra a los marea del océano, donde en aquel viaje fueron descubiertas las tierras e islas de la parte de las Indias, y vos perdisteis la dicha nao; e por vos lo remunerar e satisfacer, por la presente vos damos licencia e facultad para que vos o quien vuestro poder hubiere, podades sacar de la ciudad de Jerez de la Frontera o de cualquier ciudad o de cual ciudad o villa o logar de Andalusía doscientos oahizes de trigo, con tanto que no sea de la ciudad de Sevilla e su tierra e lo podades cargar e levar e levades por nuestros mares e puertos e abras de la Andalusía a la nuestra provincia de Guipúzcoa e al nuestro condado y e señorío de Vizcaya, e no a otra parte, lo cual podades sacar e cargar desde el día de la data de esta carta, fasta los nueve mese primeros siguientes…

No sería tan culpable, cuando se le permite esta compensación por la pérdida de su nao y más conociendo al rey don Fernando, que no daba un maravedí si la Hacienda no ganaba diez.

A lo que se suma, que para el segundo viaje del Almirante, le volviese a llamar.

Segundo viaje

Juan de la Cosa participó en el segundo viaje de Colón (1493-1496) y se cree que debió ser uno de los cartógrafos de la expedición. Sin embargo, según una nómina de pagos fechada en 1497 y descubierta por Montserrat León Guerrero en 1998, La Cosa se habría enrolado como simple marinero en la nao Colina, cobrando 1000 maravedís al mes.

Se sabe también que Juan de la Cosa tomó parte en la exploración de la costa de Cuba ya que fue uno de los firmantes del juramento en el que Colón obligó a sus tripulante a declarar que Cuba no era una isla. En ese documento, fechado en junio de 1494, La Cosa figura como marinero de la carabela Niña, si bien podría ser también uno de los «maestros de cartas de marear» mencionados en el texto.

Algunos documentos del segundo viaje de Colón mencionaban a un marino llamado Juan Vizcaíno, al cual algunos historiadores habían confundido con Juan de la Cosa. El hallazgo de la nómina de pagos de 1497 demostró que en realidad en esta expedición tomaron parte no una sino dos personas llamadas Juan Vizcaíno y además Juan de la Cosa, por lo que se trataba finalmente de tres personas diferentes.

¿Tercer viaje?

La mayoría de los historiadores opinan que Juan de la Cosa no participó en el tercer viaje de Colón a las Indias (1498-1500). Sin embargo, Bartolomé de las Casas escribió que La Cosa «por entonces (1500) era el mejor piloto que por aquellos mares había por haber andado en todos los viajes que había hecho el almirante», lo cual por tanto incluiría el tercer viaje. También se conserva una declaración de un testigo de los Pleitos Colombinos que afirma haber visto a La Cosa con Colón «cuando se descubrió Paria», lo cual normalmente se supone ocurrió durante el tercer viaje. Por ello el historiador Jesús Varela Marcos cree que La Cosa sí que participó en el tercer viaje de Colón y debió regresar a Europa antes que el Almirante. Las últimas investigaciones realizadas sobre este famoso planisferio están relacionadas con la posibilidad de que sea el Primer Padrón Real, tal como se entendía en la época, gracias a la reconstrucción de su elaboración y contenido a manos del obispo Fonseca.

Expedición de Ojeda

En 1499 la Corona decide poner fin al monopolio que tenía Colón sobre las navegaciones a las Indias y abre el negocio a otros navegantes y empresarios. Esto da lugar a la realización de una serie de expediciones que los historiadores han denominado viajes menores, viajes de reconocimiento y rescate o también viajes andaluces, ya que todos se organizaron y partieron desde Andalucía y los que participaron en ellos residían mayoritariamente en esa región de España.

Juan de la Cosa participó como piloto mayor y cartógrafo en el primero de estos viajes, el capitaneado por Alonso de Ojeda (que también había estado en el segundo viaje de Colón). La expedición partió de Cádiz el 18 de mayo de 1499 con rumbo al cabo Aguer y de allí a la Gomera. Sólo 25 días después se encontraban en el golfo de Paria frente a la desembocadura del río Orinoco.​ Recorrieron minuciosamente la costa caribeña hacia occidente, llegando a la península de Coquibacoa y el cabo de la Vela (en la actual Colombia). La Cosa fue herido por una flecha indígena. Más tarde navegaron a la isla Española, a pesar de que se les había prohibido.​ No se sabe con exactitud cuándo retornaron a España, habiéndose barajado la fecha de noviembre de 1499​ o abril-mayo de 1500.

Este viaje no obtuvo apenas beneficios económicos pero La Cosa pudo cartografiar en detalle la costa de la región explorada, la cual reflejaría prontamente en su famoso mapamundi.

El mapamundi

Tras su regreso a Cádiz, La Cosa elaboró para los Reyes Católicos o alguien de su corte​ un mapamundi que es el mapa más antiguo conservado en el que aparece el continente americano. Está pintado sobre dos pieles de pergamino unidas en forma de rectángulo irregular de 96 cm de ancho y 183 cm de largo. En el extremo occidental del mapa aparece una efigie de san Cristóbal, probable alusión a Colón, situado a poniente de las Antillas sobre una inscripción que dice: «Juan de la cosa la fizo en el puerto de S: mã en año de 1500».

Dicho mapa refleja los resultados de los descubrimientos realizados en América durante el siglo XV; con información procedente de los viajes realizados por Colón (viajes de 1492, 1493 y 1498), Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Juan Caboto, Pedro Álvares Cabral y diversos exploradores portugueses que recorrieron África, como Bartolomeu Dias y Vasco da Gama.

La Cosa sugirió que las tierras descubiertas en el norte y el sur de América podían estar unidas formando un solo continente, aunque con la efigie superior hizo un truco para permitir la posibilidad de que existiera un paso marítimo entre ambas en Centroamérica, cosa que Colón creía. Cuba aparece ya identificada como una isla, en contra de la opinión de Colón. En general las Antillas aparecen de manera completa y en América del Sur se muestra la costa desde el cabo de la Vela hasta el cabo de San Agustín, mostrando una parte del norte del Brasil. Por el contrario, en América del Norte no se muestran la península de Florida, el golfo de México ni la península de Yucatán. América Central está tapada por la efigie del santo.

El contorno de las costas de África aparece dibujado por primera vez de manera correcta, gracias a los últimos viajes de exploración realizados por los portugueses. La región de Europa y el Mediterráneo aparece bien detallada, mientras que amplias zonas de Asia se muestran vacías e imprecisas.

El mapa está decorado con rosas de los vientos, banderas, barcos, ciudades, reyes, personajes de la Biblia y figuras mitológicas. Se representan algunos ríos y la mayoría de los topónimos están escritos en castellano antiguo.

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Explicación más detallada de la carta naútica:

Carta de Juan de la Cosa (1500, Puerto Sta. María) | Historia 2.0

Expedición de Bastidas

Hacia finales de 1500, el notario sevillano Rodrigo de Bastidas había obtenido una licencia regia para explorar el Nuevo Mundo, así que consultó con La Cosa sobre qué ruta tomar. Finalmente Bastidas decidió nombrarlo piloto mayor de la expedición. Otro miembro de la tripulación que se haría famoso más tarde fue Vasco Núñez de Balboa.

Partieron de Cádiz en octubre de 1500 con dos barcos y recorrieron el litoral caribeño desde el cabo de la Vela hacia el oeste. Descubrieron la desembocadura de un gran río al que llamaron Magdalena y casi naufragaron en las Bocas de Ceniza. Se adentraron después en el golfo de Urabá y llegaron hasta el actual Puerto Escribanos, en Panamá. Obtuvieron cantidades importantes de oro​ pero el mal estado de las embarcaciones les obligó a dirigirse a La Española, donde fueron arrestados por el gobernador Francisco de Bobadilla. La Cosa y Bastidas regresaron a España a finales de 1502.

La reina Isabel, mediante cédula real fechada el 3 de abril de 1503 nombró a La Cosa, Alguacil Mayor de Urabá como parte de su recompensa por los servicios prestado en el viaje con Bastidas y adicionalmente fue nombrado oficial asalariado en la recién creada Casa de la Contratación. Por su parte Bastidas fue absuelto de todos los cargos de los que le había acusado Bobadilla.

Viajes propios y misiones especiales

Misión en Portugal

En 1503 La Cosa fue a Lisboa, a la corte del rey Manuel I de Portugal, con una misión diplomática o de espionaje. Según la documentación oficial, se le entregaron 10 ducados de oro para «yr a Portogal a se ynformar e saber secretamente del viaje que los portogueses hizieron a las Yndias con quatro navios...». Sin embargo La Cosa fue capturado rápidamente y poco después, por intercesión de Don Álvaro de Portugal,​ fue liberado y regresó a la Corte castellana en Segovia. Allí le entregó a la reina «dos cartas de marear de las Yndias», que no se han conservado.

Primer viaje a las Indias bajo su propio mando

En 1504 La Cosa logró efectuar su primer viaje de descubrimiento bajo su propio mando como capitán general y piloto, gracias a una capitulación de la Corona para descubrir y vigilar las costas de Tierra Firme. Con cuatro naves armadas recorrió las costas entre la isla de Margarita y el golfo de Urabá, donde consiguió un abundante «rescate» (palabra que designaba tanto el beneficio comercial como el botín de guerra). En Cartagena de Indias encontró y socorrió al mercader sevillano Cristóbal Guerra y sus hombres, con quienes sin embargo tuvo grandes conflictos. Sufrieron penalidades en Urabá y Jamaica, hasta que La Cosa logró conducirlos a todos a la Española. Tras su regreso a la península ibérica, en 1506, recibió un premio de 50 000 maravedís como recompensa por su labor.

Juan de la Cosa, vecino de Santa María del Puerto, piloto de Rodrigo de Bastidas, armó el año de 4 cuatro carabelas con ayuda de Juan de Ledesma, de Sevilla, y de otros, y con licencia del rey, porque se ofreció a domar los caribes de aquella tierra. Fue, pues, a desembarcar a Cartagena, y creo que halló allí al capitán Luis Guerra, y entrambos hicieron la guerra y mal que pudieron; saltearon la isla de Codego, que cae a la boca del puerto. Tomaron seiscientas personas, discurrieron por la costa, pensando rescatar oro; entraron en el golfo de Urabá, y en un arenal halló Juan de la Cosa oro, que fue lo primero que de allí se presentó al rey. Llevaban muy llenos de gente los navíos; dieron vuelta a Santo Domingo, que ni hallaban rescate ni mantenimiento.

Francisco López de Gómara, Historia general de las Indias (1552), cap.70

Segundo viaje propio

Al año siguiente, en 1507, la Casa de la Contratación lo nombró para dirigir una pequeña flota de barcos que vigilarían las costas entre Cádiz y el cabo de San Vicente, que era lugar de reunión de piratas.

Poco después inició una nueva travesía oceánica desde El Puerto de Santa María, regresando al año siguiente. Por este viaje recibió 100 000 maravedís.​ Se ha escrito que Bastidas pudo haber participado también en esta expedición.

Junta de Burgos

En marzo de 1508 participó en la Junta de Burgos a petición del regente Fernando el Católico junto a Vicente Yáñez Pinzón, Juan Díaz de Solís y Américo Vespucio, que eran los mejores navegantes con los que contaba la Corona de Castilla por aquel entonces, para discutir entre otros asuntos del proyecto de una expedición para encontrar un paso marítimo a Asia a través o alrededor de las tierras descubiertas en el oeste. En esa misma Junta representó a Alonso de Ojeda en el concurso por la gobernación de Tierra Firme, en competición con Diego de Nicuesa. Al final la Corona decidió dividir Tierra Firme en dos gobernaciones: Veragua al oeste del golfo de Urabá y gobernada por Nicuesa; y Nueva Andalucía al este, gobernada por Ojeda.

También en 1508 se le confirmó a La Cosa el cargo de Alguacil Mayor de Urabá otorgado cinco años antes, pero esta vez de manera hereditaria

Último viaje y fin

La Cosa viajó nuevamente a La Española para participar en un viaje al mando de Alonso de Ojeda, que acababa de ser nombrado gobernador de Nueva Andalucía. La Cosa recibió de la Corona el cargo de teniente gobernador y una importante ayuda económica ya que iba a instalarse allí junto a su familia.​ La expedición partió de Santo Domingo el 10 de noviembre de 1509 con tres embarcaciones y unos 300 hombres, entre ellos un soldado llamado Francisco Pizarro.5 La Cosa resolvió la disputa entre los dos nuevos gobernadores (Ojeda y Nicuesa) sobre qué lugar exacto del golfo de Urabá sería el límite de sus respectivas gobernaciones, señalando el río Atrato como la frontera entre Veragua y Nueva Andalucía.

Al llegar a Nueva Andalucía en diciembre, Ojeda decidió desembarcar en la bahía de Calamar, desoyendo los consejos de La Cosa que recomendaba que no se perturbara a los indios de la zona donde estaban, ya que eran indígenas que usaban flechas envenenadas. El cántabro proponía dirigirse a las orillas del golfo de Urabá, donde vivían indios menos belicosos a los cuales La Cosa había conocido cinco años atrás, pero finalmente acató la orden de Ojeda. Poco después los expedicionarios se vieron envueltos en un combate con indígenas que se saldó con victoria española, lo que incitó a Ojeda a adentrarse en la selva, persiguiendo a los indígenas en su huida hasta el poblado de Turbaco. Al llegar al poblado, Ojeda, La Cosa y los demás hombres fueron sorprendidos por los indígenas, que dispararon flechas envenenadas. La Cosa cayó muerto, así como la mayoría de sus hombres, pero Ojeda pudo huir.

Al volver Ojeda a la bahía de Calamar se encontró con la expedición de su rival Nicuesa. Enterados del hecho ocurrido en Turbaco, los castellanos dejaron de lado sus diferencias y los hombres de ambas expediciones se vengaron destruyendo el poblado de Turbaco y asesinando a casi todos sus habitantes. Algunas crónicas afirman que cuando hallaron el cadáver de La Cosa parecía un erizo lleno de flechas; otras dicen por el contrario que el cuerpo había sido devorado por los indios.

fin de Juan de la Cosa

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Por su gran valía el Rey conservó la pensión a su viuda, a parte de donarle otros cuarenta y cinco mil maravedíes en agradecimiento a sus grandes logros y servicios prestados a los Reyes, contribuyendo a la mayor grandeza del Reino. Se desconoce el destino del hijo de La Cosa, el cual debería teóricamente haber heredado el cargo de Alguacil Mayor de Urabá.

Su legado

Cartografía


El mapamundi de Juan de la Cosa es una de las obras más importantes de la cartografía de finales del siglo XV e inicios del siglo XVI. Fue redescubierto en 1832 por el barón de Walckenaer, ministro plenipotenciario de Holanda en París, que lo compró a un precio muy barato. A la fin del barón en 1853, se subastó el mapamundi y el gobierno español, aconsejado por Ramón de la Sagra, lo adquirió por 4321 francos. Desde entonces está expuesto en el Museo Naval de Madrid. Numerosos eruditos han realizado reproducciones y análisis de diversas zonas del mapa de La Cosa. Las primeras fueron las de Alexander von Humboldt en su Atlas géographique et physique des régions équinoxiales du Nouveau Continent de 1834,​ Ramón de la Sagra en 1837 en la Historia física política y natural de la isla de Cuba y el vizconde de Santárem en 1842 con su Atlas de la Edad Media.

Se sabe que La Cosa debió realizar otros mapas importantes pero nunca se han encontrado. En particular consta que en 1503 se le abonaron siete ducados por dos "cartas de marear" que ofreció a la Reina.

Por otra parte es posible que el bachiller Martín Fernández de Enciso aprovechara sus relaciones amistosas con La Cosa para incorporar parte de sus conocimientos cartográficos en su obra Suma de geografía que trata de todas las partes y provincias del mundo: en especial de las Indias, impresa en Sevilla en 1519.

Historiografía

Varios cronistas del siglo XVI mencionaron a Juan de la Cosa resaltando sus grandes cualidades náuticas. Siendo calificado por Oviedo como: «diestro en las cosas de la mar e valiente de su persona» Por López de Gómara como: «mayor experto en cosas de la mar» y por Herrera como: «el más hábil náutico» decir, que cuando doña Isabel pide a la Casa de Contratación en el año de 1503 formar la expedición para ir a Uraba, en su Real Cédula de comunicación a la dicha Casa dice: «sería más servida con que Juan de la Cosa hiciese el viaje porque creo lo sabrá, mejor que otro alguno» añadir, que fray Bartolomé de las Casas se desvive en elogios diciendo: «Un Rodrigo de Bastidas concertóse con algunos en especial con Juan de la Cosa, vizcaíno, que por entonces era el mejor piloto que por aquellos mares había por haber andado en todos los viajes que había hecho el almirante», aunque aquí yerra ya que Juan de la Cosa ya no había realizado con el almirante el tercer viaje.

Tras el hallazgo del mapamundi en París en 1832, Alexander von Humboldt trató de la vida de La Cosa en su Examen critique de l'histoire de la géographie du nouveau continent (1836). Con motivo del IV Centenario del Descubrimiento de América en 1892 se publicó un estudio biográfico en español, francés e inglés que acompañaba a una copia facsímil del mapamundi. Entre las biografías de Juan de la Cosa escritas en el siglo XX destacan las de Víctor Andresco (1949), Alberto Fernández Galán (1951), Florentino Pérez Embid (1951), Antonio Ballesteros Beretta (1954) y Francisco jovenlandesales Padrón (1963).

Juan de la Cosa y le época de los descubrimientos

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Arriba este interesante hilo : Complemento la informacion sobre Morelle de La Rua,que vio recompensado su excelente historial de servicios,siendo el marino asignado por Fernando VII para dirigir,la gran armada que iba a zarpar rumbo a America para detener la insurrecion bolivariana en 1820.Dicha expedicion fue finalmente abortada por la sublevacion liberal de Riego,dando asi al traste con la ultima oportunidad por parte de España de recuperar la America Española...
 
Sí, esa aportación está puesta en la biografía de Mourelle da la Rúa.

9) Cosme Damián Churruca. "Vivió para la humanidad, murió por la patria"

Cosme Damián Churruca y Elorza (Motrico, (Guipúzcoa), 27 de septiembre de 1761 - batalla de Trafalgar, (Cádiz) 21 de octubre de 1805) fue un científico, marino y militar español, brigadier de la Real Armada y alcalde de Motrico.

Se distinguió en la batalla de Trafalgar al mando del navío de línea San Juan Nepomuceno, a bordo del cual encontró la fin.

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Orígenes

Para hallar el origen de este marino, es necesario viajar hasta un municipio de Guipúzcoa, donde vino al mundo hace más de 250 años. «Churruca nació en Motrico, una pequeña localidad vasca, el 27 de septiembre de 1761», afirma Jose Luis Corral, autor del libro «Trafalgar».

De familia reconocida (su padre era el alcalde de Motrico), Churruca sintió desde pequeño una fuerte atracción por el mar. Sin embargo, parece que primero recibió la llamada de la fe, pues llegó a iniciar con pocos años estudios eclesiásticos con la firme intención de ordenarse sacerdote.

«Estudió en el seminario de Burgos, aunque eso era habitual en muchos jóvenes, pues no había demasiadas posibilidades. Pero, al final, dejó el camino del sacerdocio cuando un amigo le habló de la mar y de las aventuras que allí se podían correr», añade el escritor.

Tras poner fin a sus estudios, un joven Churruca de 15 años se enroló en la Compañía de Guardias Marinas de El Ferrol para consolidar su formación naval. Allí destacó entre el resto de sus compañeros hasta que se graduó en 1778. Una vez licenciado, recibió un ascenso como premio a su precocidad. A su vez, ese mismo año comenzaría su carrera marítima a bordo del navío «San Vicente».

Carrera científica y militar

Concluidos sus estudios, volvió a casa de sus padres en solicitud de su venia para emprender la vida de marino. El 15 de junio de 1776 ingresó en la Academia de Cádiz como guardiamarina, a la temprana edad de 15 años, graduándose en la Academia de Ferrol en 1778, donde había adquirido ya fama como astrónomo y estudioso de geografía. Su ascenso a Alférez de Fragata fue el premio por sus brillantes estudios, sobresaliendo entre todos sus compañeros.

En octubre de 1778 pone el pie por primera vez sobre la cubierta de un navío, siendo el San Vicente, al mando de don Francisco Gil y Lemus, desde los primeros momentos se dieron cuenta de su afición sobre todo a la maniobra, pues en sus cruceros la escuadra se encontró con varios temporales y siempre que podía Churruca se encontraba en los trabajos de la maniobra, sin que nadie le pidiera hacerlo.

Primera acción naval

Después de navegar como aprendiz en varios barcos, Churruca llevó a cabo su primera acción de guerra en 1781, año en que se vería las caras por primera vez contra los ingleses. “Aprovechando” la derrota de Inglaterra en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, España llevó a cabo algunas acciones para intentar recuperar Gibraltar, como el asedio de diciembre de 1781, en el que Churruca participó.

En este sitio se distinguió del modo más brillante, acudiendo intrépido a apagar el incendio de las baterías flotantes, por el empleo de los británicos de las balas rojas y llevando socorro, con el bote de la fragata, a las tripulaciones de los buques incendiados, entre un diluvio de metralla que despedían las baterías de la plaza y las explosiones no menos peligrosas de las baterías que ardían.

Al firmarse la paz regresó a Cádiz en noviembre 1783, acudió al estudio que forma al marino. Solicitó y obtuvo el ingreso en la Academia de Ferrol, para cursar estudios de Matemáticas, en 1783. Para poder admitirle, a pesar de no haber vacantes, se le añadió el cargo de ayudante de guardiamarinas.

Al año siguiente sustituía a los profesores de varias clases y siguiendo en esa vida laboriosa, en 1787 dio el primer ejemplo de un examen público en las aulas de la institución sobre matemáticas, mecánica y astronomía, granjeándose la admiración del numeroso auditorio.

Expediciones al fin del mundo

Habiendo determinado el gobierno que el capitán de navío Antonio de Córdova continuase sus exploraciones del estrecho de Magallanes, en 1788, éste pidió a don Cosme, ya Teniente de Navío, que le acompañase, formando la expedición los paquebotes Santa Casilda y Santa Eulalia, quedando Churruca encargado de la parte astronómica y geográfica.

Junto con su compañero de armas y estudios Ciriaco Cevallos hizo un trabajo completo de reconocimiento del estrecho en dirección al océano Pacífico, descubriendo una ruta alternativa al estrecho, así como una ensenada que lleva su nombre. Escribió un importantísimo trabajo sobre el viaje y paso del estrecho titulado Apéndice al Primer Viaje de Magallanes, dado a la luz en Madrid en 1795. Grandes fueron los peligros, incesantes las penalidades de aquellas investigaciones, en mares en que reina casi de continuo el vendaval. Estas penalidades acabaron con su salud, y cayó gravemente enfermo, sintiendo amagos de escorbuto, que por fortuna no fueron a más.

En 1789 fue agregado al Observatorio de la Marina en San Fernando. Si bien estaba aún convaleciente, se entrega a estudios que no contribuían de seguro a su restablecimiento. Al año es llamado a ser ayudante del mayor general de la escuadra al mando del marqués del Socorro; hace la campaña y vuelve a su puesto. La continua tensión de sus incansables trabajos intelectuales acababa con una salud nunca bien restablecida; hubo que pensar seriamente en un descanso indispensable. En el año de 1791, convencido por sus amigos, pasó a respirar el aire balsámico de las montañas de Guipúzcoa y consiguió el completo restablecimiento de su quebrantada salud.

Tras un breve espacio de tiempo en su Motrico natal, es llamado por José de Mazarredo para dirigir junto con Joaquín Francisco Fidalgo, como Capitanes de Fragata, una expedición geográfica a América del Sur (1792-95), formada por dos secciones, una de las cuales debía recorrer las islas y costas del golfo mexicano y la otra el resto de las del continente, con el fin de formar el atlas marítimo de la América septentrional.

Se embarcó en Cádiz el 17 de junio de 1792 y se dio a la vela en ese día con su grupo, compuesto de los bergantines Descubridor y Vigilante. Dos años y cuatro meses duró la expedición, contrariada por todos los incidentes ordinarios, a los cuales vino a sumarse la guerra marítima con la República Francesa. Levantó cartas de las Antillas y de las islas de Sotavento, y defendió las posesiones españolas en el Caribe en la batalla de Martinica, así como las rutas del comercio de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, de la que era socio partícipe. Tan dura campaña no se realizó sin grave menoscabo de su salud, poco robusta. Se embarcó en La Habana y regresó a España en el navío Conquistador, el mando del cual se le dio al llegar a Cádiz junto con su ascenso a Capitán de Navío (1798). El navío se hallaba en el más lastimoso estado, tanto con respecto al armamento como a su tripulación, pero en poco tiempo lo convirtió en modelo en todos los sentidos.

Su mala salud no le permitió concluir la historia de su expedición y esa misma causa hizo postergar la publicación de las treinta y cuatro cartas esféricas y mapas geométricos, y ésta es la hora en que no se ha publicado todavía más que una pequeña parte de ellas. Hasta 1802 no publicó la carta esférica de las Antillas, y la particular geométrica de Puerto Rico salió poco después. A pesar de ello fue tal la celebreridad alcanzada que lo sitúo entre los más afamados del mundo científico.

Gran Bretaña, la obsesión de Napoleón

Tras haber recorrido medio mundo, el marino vasco eligió retomar la vida militar. Por ello, en 1799 partió a bordo del navío de línea «Conquistador» hacia la ciudad francesa de Brest por órdenes del Primer Cónsul Napoleón. Y es que, en aquellos años España era una gran aliada de Francia, cuya obsesión era acabar con la potencia y el dominio de Gran Bretaña en el mar.

Para ello, Napoleón se valdría de la potencia naval española, en aquellos años de las más destacadas a nivel internacional. «España era una nación títere de Francia, que anhelaba sumar al suyo el poder naval de España, y sus navíos de guerra».

Enviar una flota a esta población del norte de Francia era clave para Napoleón, pues pretendía rodear Inglaterra para, llegado el momento, darle el golpe definitivo con un ataque a gran escala. Esto provocó que varios capitanes españoles, entre ellos Churruca, se mantuvieran en Brest hasta el año 1802. A pesar de todo, su trabajo no fue en balde, pues tal era el agradecimiento del «pequeño corso» que regaló al marino un sable y dos pistolas de presentación, todo un honor para la época.

Si a estas demostraciones honoríficas añadimos la distinción pública que le dispensó el general Gravina, comandante de la escuadra, saliendo a recibir al comandante del Conquistador, cuando regresó desde París a Brest, acto público que decía a toda la población el alto aprecio en que el general en jefe tenía a uno de sus subordinados, parecía que nada faltaba para la completa satisfacción de éste. Sin embargo, hecha la paz, el Gobierno español hubo de ceder a Francia seis navíos de línea, entre ellos el Conquistador, cesión que Churruca desaprobaba sin rebozo.

Ya en España, el español se volvería a hacer famoso al escribir un tratado de puntería para la artillería de Marina. Después de publicar este «best seller», Churruca solicitó el mando del navío de línea «San Juan Nepomuceno», a bordo del que viviría sus últimas horas de la forma más heroica que se puede imaginar.

Trafalgar, la contienda que cambió la historia

La escuadra en la que se encontraba el San Juan, se hizo a la vela el 13 de agosto de 1805, desde el puerto de Ferrol. El general Gravina le designó, como puesto de honor, ser el cabeza de la vanguardia de su escuadra de observación. Como siempre, realizó la misión con los mejores merecimientos y a su llegada a Cádiz, redobló sus esfuerzos en conseguir, a base de instrucción, el adiestrar magistralmente a toda su tripulación.

En medio de estas múltiples faenas de su carrera, un día casó con María de los Dolores Ruiz de Apodaca, hija de don Vicente, brigadier que fue de la Armada y sobrina carnal del capitán general conde del Venadito.

Reunidas las escuadras española y francesa en el puerto de Cádiz, se hicieron a la mar desde éste con rumbo a la Martinica, donde se apoderaron del fuerte y del peñón del Diamante, y apresaron a un convoy británico de quince velas; en esos momentos fue informado Villeneuve de la presencia de Nelson en las Antillas. Villeneuve, al saber de su presencia, dio por hecho que había conseguido su objetivo, que no era otro que el atraer a la otra orilla del Atlántico a fuerzas navales británicas, por lo que ya habría menos en Europa, así que decidió regresar.

Pero en el cabo de Finisterre se topó con la escuadra del almirante Calder, con la que se entabló combate, siendo derrotados los españoles por la desidia y mal gobierno del comandante en jefe de la escuadra combinada, Villeneuve. Al enterarse el Emperador de los franceses de lo acaecido en el combate dijo: "Los españoles se han portado como leones, pero de su almirante sólo se le oyeron improperios".

La escuadra combinada entró en Ferrol después del combate, dirigiéndose a continuación a La Coruña. Desde este puerto pusieron rumbo a Cádiz, desoyendo la orden tajante de Napoleón de ir a Brest. Pero como estaba la escuadra del Canal británica y ya sabía cómo se las gastaba, puso rumbo al Sur en vez de al Norte.

Pese a la opinión contraria de Churruca, Gravina y Alcalá-Galiano, Villeneuve abandonó la Bahía de Cádiz para dar alcance a Nelson a la altura del Cabo de Trafalgar el 21 de octubre de 1805. Tamaña imprudencia tuvo como motivo el deseo de Villeneuve de recuperar el favor de Napoleón, tras la derrota en Abukir frente al mismo almirante inglés, que también moriría en Trafalgar.

Aquel 21 de octubre de 1805, frente a las costas gaditanas, se sucedería una de las batallas navales más grandes de la Historia. «La Armada combinada hispano-francesa estaba formada por 33 navíos (15 españoles y 18 franceses) y la inglesa por 27; además de naves de menor porte, como varias fragatas, bergantines y corbetas por ambos lados».

En cambio, la victoria se planteaba dificultosa para los españoles y franceses, pues eran conocedores de lo bien pertrechada que estaba la flota británica y sabían quién estaba a su mando: el archiconocido Nelson, un estratega que había ofrecido a su país decenas de victorias.

La batalla para Churruca

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Desde que salió de Cádiz, Churruca tenia el presentimiento de un gran desastre. El había opinado contra la salida, porque conocía la inferioridad de nuestras fuerzas, y además confiaba poco en la inteligencia del jefe Villeneuve. Todos sus temores ha salido ciertos; todos, hasta el de su fin, pues es indudable que la presentía, seguro como estaba de no alcanzar la Vitoria. El 19 dijo a su cuñado: "Antes de rendir mi barco, lo he de volar o echar a pique. Este es el deber de los que sirven al rey y a la patria". Y antes de hacerse a la mar el 20 de octubre, Churruca escribió a su hermano una carta diciéndole: "Si llegas a saber que mi navío ha sido echo prisionero, di que he muerto". No había duda, para el marino era la victoria o la defunción.

Amaneció el infausto 21 de octubre de 1805. Estando a la vista del enemigo, mandó clavar la bandera y sólo se arrió a su fin. Ya en batalla, Villeneuve ordenó a su flota formar una extensa hilera para «cañonear» a los navíos enemigos. Al ver la señal de la orden, Churruca exclamó indignado una de sus frases más conocidas: "La flota está perdida. El Almirante no sabe lo que hace. Nos ha comprometido a todos". La armada combinada formó una línea demasiado alargada, y viró sin sentido; la armada inglesa se lanzó en punta de flecha al centro de la formación para romper la línea y fraccionar en dos la escuadra hispano-francesa, ganando así una enorme superioridad.

Desde el comienzo, la contienda había dado un vuelco a favor inglés debido a la precaria estrategia de Villeneuve. Y es que, muchos de los barcos aliados se enfrentaron en clara inferioridad numérica a los británicos mientras algunos de sus compañeros todavía no habían entrado en combate. Precisamente eso le sucedió al «San Juan Nepomuceno» de Churruca, al que la ruptura de la línea le obligó a combatir contra nada menos que seis navíos británicos a los que puso en serios aprietos gracias a su habilidad.

La fin de un héroe

Pero, finalmente, el destino fue cruel con el vasco pues, mientras dirigía el combate desde el puesto de mando, una bala de cañón le arrancó la pierna derecha por debajo de la rodilla. Sin embargo, ni siquiera una herida tan grave pudo inmovilizar a Churruca, que se mantuvo en su puesto e, incluso, arengó a sus soldados para seguir combatiendo a pesar de que la derrota era segura, diciendo: "Esto no es nada; siga el fuego". Además, se dice que al perder la piernas y no poder mantenerse en pie ordenó que trajeran un cubo con harina (o con arena en otras versiones) y allí metió el muñón para mantener la estabilidad.

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Al final, y para desgracia de sus marineros, Churruca acabó muriendo desangrado. De él se dice que no se quejó en ningún momento y se mantuvo estoico hasta el final. A su vez, dio órdenes antes de fallecer de que nadie se rindiera mientras en su cuerpo hubiera un leve aliento de vida.

Al decidir arriar la bandera, fue cuando si abordaron el navío los oficiales británicos con sus tropas,pero todos acudieron para saber a quien se rendía la valerosa dotación del San Juan Nepomuceno, casi a empujones entre ellos disputándose tamaña gloria, a lo cual contestó arrogantemente el oficial que por sucesión de mando lo ostentaba, don Joaquín Núñez Falcón: "Combatido por los seis navíos, a todos ellos sucumbo, que a uno solo jamás se hubiera rendido el San Juan Nepomuceno".

Dejó este mundo a los cuarenta y cuatro años de edad, habiendo servido a la patria veinte nueve años, cuatro meses y diecinueve días. En un elogio escrito por Enrique Repullés Vargas en el primer centenario del combate, lo publica con el título: "Vivió para la humanidad, murió por la patria".

Su navío fue remolcado a Gibraltar, siendo uno de los pocos que pudieron enseñar los británicos como trofeo de combate. Durante años lo conservaron, manteniendo la cámara del comandante cerrada y con una lápida en la que se leía el nombre "Churruca" en letras de oro y si algún visitante de alto puesto se le concedía el privilegio de abrirla, se le advertía que se descubriera como si aún don Cosme Damián de Churruca estuviera presente.

«Con su fin, España perdió uno de los mejores marinos de la época, probablemente el más preparado y el único que tenía conocimientos geográficos comparables a los de los mejores marinos ingleses o franceses».

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Churruca, el español que murió combatiendo contra seis navíos en Trafalgar
 
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