La sanidad española se venía librando de una destrucción tras*versal que lleva décadas afectando a todos los sectores económicos de la nación.
Hoy se quejan, a pesar de estar aún mejor que muchos otros colectivos (y seguirán estando, especialmente si mantienen el numerus clausus, el "último sello" de su prestigio social, y surfeando el envejecimiento demográfico del país), cumpliéndose la máxima de que sólo se quejan los que aún pueden quejarse (sanitarios, funcionarios y sectores muy seleccionados de la industria y logística), y con el enfoque esperpéntico de siempre de que el problema es la gestión y no la producción: simplemente, no es posible una sanidad de calidad (desde el punto de vista laboral, que es el que les interesa) si no hay una industria de calidad, una demografía de calidad y, en general, un proyecto país de calidad.
El colectivo de sanitarios suele estar muy escorado al materialismo y abraza el paquete ideológico de las izquierdas con demasiada alegría, así que suelen ser bastante alérgicos a la idea de nación, a la idea de España o a la idea de industria, por ser fascista. Sólo les queda rezar al Estado y a Europa, en su particular panteón novohumanista. Pero esto no está bien. Se equivocan como todos los demás que salen a airear su pequeño problema. El primer enfermo a curar es España; si sana les lloverán millones, y a los demás también.
Con estos mimbres, no será raro en un futuro próximo que la sociedad se resigne al viejo estoicismo ante la enfermedad y la fin, algo que incluso puede empezar a promover el estamento político (traicionando a tan fieles camaradas) para ahorrarse costes.