david53
Madmaxista
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A finales del siglo XVIII los indios de las praderas se convirtieron en enemigos imbatibles para los colonos de Nuevo México.
La colonización del territorio norteamericano suele entenderse como un proceso en el que indios e ingleses mantuvieron un conflicto constante hasta que los primeros quedaron sometidos por los segundos. Pero la realidad muestra una situación mucho más compleja de lo que el cine y la literatura ha creado como imagen popular de la conquista del Oeste y el ambiente de la Frontera. Entre los episodios más desconocidos están los protagonizados por españoles. Y, desde luego, esta no fue únicamente una historia de colonos contra indios, sino de hombres y mujeres que intentaron sobrevivir según su propia concepción de la vida.
La masacre de San Sabá
Los comanches se hicieron con el control de las praderas a mediados del siglo XVIII. Los últimos años de la centuria fueron todo un infierno para los colonos españoles apostados en Nuevo México. Tanto es así, que hasta los demás pueblos indios se vieron seriamente amenazados por los imparables comanches. Los apaches y otras tribus indígenas firmaron la paz y algunos hasta aceptaron convertirse al cristianismo con tal de gozar de la protección de los colonos y sus fuertes. Los ataques comanches cada vez se repetían de manera más habitual, con una violencia implacable y un número de víctimas que no hizo más que crecer. Apaches y colonos españoles sobrevivían entre el miedo y la necesidad:
“Los ataques se habían hecho tan frecuentes que los supervivientes ya no se atrevían a trabajar los campos y en el verano de 1776 se alimentaban de pieles viejas de animales cocinadas en forma de torreznos o, a falta de éstas, freían suelas de zapatos viejos”.
Uno de los episodios más violentos y el punto de inflexión que inició la guerra contra los comanches fue la masacra de San Sabá. En marzo de 1758, unos 2 000 comanches atacaron la Misión de Santa Cruz de San Sabá, un enclave situado en la actual Texas, demasiado cerca del territorio comanche.
Unas 300 personas entre colonos, misioneros y soldados vieron llegar al amanecer un nutrido grupo de comanches con sus cuerpos llenos de pinturas de guerra y sus monturas decoradas con las cabelleras de colonos como trofeos de sus combates anteriores. No tuvieron compasión alguna. Los comanches no hacían prisioneros. Acababan con todo el que se ponía por delante, arrasaban el lugar, saqueaban los víveres y robaban los caballos. Colgaron a un misionero del campanario como señal de lo que le esperaba a todo aquel que osara entrometerse en los territorios de la Comanchería.
El coronel Diego Ortiz Parrilla organizó un ejército de unos 600 hombres entre soldados, voluntarios españoles y apaches auxiliares a los que no le quedaban más que cooperar con los colonos para salvar el pellejo. Se procuró dar un escarmiento suficientemente contundente para que los comanches dejaran de realizar sus incursiones. No hubo piedad durante los encontronazos bélicos, pero no lograron el objetivo de detener a los indios.
La destrucción de la misión de San Sabá en Texas y martirio del Padre Alonso Terreros . Mural atribuido a José de Paez
Un pueblo guerrero
Los comanches vivían en una sociedad donde el honor y el reconocimiento lo daban la guerra y las hazañas logradas en combate. Coleccionaban cabelleras, robaban caballos, un elemento clave para su modo de vida, y todo ello gracias a las armas de fuego que los franceses les proporcionaban para que frenaran el avance colonizador de potencias enemigas como Inglaterra y España.
El control absoluto de un tipo de guerra insostenible para los colonos permitió a los comanches prosperar al punto de armarse mejor que los españoles. Los comanches tenían más mosquetes que los soldados españoles. Esta ventaja se hacía patente en los ataques sorpresas de los indios a los enclaves colonos.
Tan rápido llegaban como huían, evitando en todo momento el enfrentamiento directo a campo abierto. Muchos soldados intentaron perseguirlos durante sus vertiginosas huidas, pero las opciones de los españoles pasaban por perder el rastro de los indios, por caer en una emboscada o por despistarse hasta tierras desconocidas de las que no conocían el camino de vuelta al fuerte.
Una guerra de emboscadas
El gobernador de Nuevo México estaba desesperado por una situación insostenible. Fue sustituido en 1778 por Juan Bautista de Anza, un experimentado explorador y militar que venía de cosechar importantes éxitos en California. Fue el artífice encargado de cambiar el rumbo de los acontecimientos empleando una nueva estrategia contra los comanches.
De Anza recibió refuerzos en forma de caballos y panoplia por parte del virrey de Nueva España. Reunió un ejército de 600 hombres y en agosto de 1779 se decidió a asestar un golpe donde más le dolía a los comanches.
Dio un rodeo para llegar sin ser vistos hasta el poblado del jefe comanche Cuerno Verde. Por el camino reclutó a más indios deseosos de acabar con el poder tirano de los comanches. Con los cascos de los caballos forrados para amortiguar el ruido, ocultos durante el día y en movimiento por la noche, les dieron de su propia medicina a los comanches.
Con ataques relámpagos al amanecer, de Anza y los suyos fueron mermando las fuerzas comanches hasta que tendieron una emboscada al jefe Cuerno Verde y sus guerreros, que no concebían otra manera de luchar que no fuera hasta la fin. Y la encontraron. La derrota dejó en una situación vulnerable a los comanches, que sufrieron discusiones internas hasta que se vieron obligados a aceptar las condiciones de paz ofrecidas por los españoles.
Referencias:
Hämäläinen, P. 2011. El imperio comanche. Círculo de Lectores.
Martín Pescador, F. 2013. Españoles y comanches, la guerra en Nuevo México. Historia National Geographic 115, 12-15.
Van den Brule, Á. 2017. La batalla de los españoles contra los comanches: la masacre de San Sabá (Texas). elconfidencial.com.
La colonización del territorio norteamericano suele entenderse como un proceso en el que indios e ingleses mantuvieron un conflicto constante hasta que los primeros quedaron sometidos por los segundos. Pero la realidad muestra una situación mucho más compleja de lo que el cine y la literatura ha creado como imagen popular de la conquista del Oeste y el ambiente de la Frontera. Entre los episodios más desconocidos están los protagonizados por españoles. Y, desde luego, esta no fue únicamente una historia de colonos contra indios, sino de hombres y mujeres que intentaron sobrevivir según su propia concepción de la vida.
La masacre de San Sabá
Los comanches se hicieron con el control de las praderas a mediados del siglo XVIII. Los últimos años de la centuria fueron todo un infierno para los colonos españoles apostados en Nuevo México. Tanto es así, que hasta los demás pueblos indios se vieron seriamente amenazados por los imparables comanches. Los apaches y otras tribus indígenas firmaron la paz y algunos hasta aceptaron convertirse al cristianismo con tal de gozar de la protección de los colonos y sus fuertes. Los ataques comanches cada vez se repetían de manera más habitual, con una violencia implacable y un número de víctimas que no hizo más que crecer. Apaches y colonos españoles sobrevivían entre el miedo y la necesidad:
“Los ataques se habían hecho tan frecuentes que los supervivientes ya no se atrevían a trabajar los campos y en el verano de 1776 se alimentaban de pieles viejas de animales cocinadas en forma de torreznos o, a falta de éstas, freían suelas de zapatos viejos”.
Uno de los episodios más violentos y el punto de inflexión que inició la guerra contra los comanches fue la masacra de San Sabá. En marzo de 1758, unos 2 000 comanches atacaron la Misión de Santa Cruz de San Sabá, un enclave situado en la actual Texas, demasiado cerca del territorio comanche.
Unas 300 personas entre colonos, misioneros y soldados vieron llegar al amanecer un nutrido grupo de comanches con sus cuerpos llenos de pinturas de guerra y sus monturas decoradas con las cabelleras de colonos como trofeos de sus combates anteriores. No tuvieron compasión alguna. Los comanches no hacían prisioneros. Acababan con todo el que se ponía por delante, arrasaban el lugar, saqueaban los víveres y robaban los caballos. Colgaron a un misionero del campanario como señal de lo que le esperaba a todo aquel que osara entrometerse en los territorios de la Comanchería.
El coronel Diego Ortiz Parrilla organizó un ejército de unos 600 hombres entre soldados, voluntarios españoles y apaches auxiliares a los que no le quedaban más que cooperar con los colonos para salvar el pellejo. Se procuró dar un escarmiento suficientemente contundente para que los comanches dejaran de realizar sus incursiones. No hubo piedad durante los encontronazos bélicos, pero no lograron el objetivo de detener a los indios.
La destrucción de la misión de San Sabá en Texas y martirio del Padre Alonso Terreros . Mural atribuido a José de Paez
Un pueblo guerrero
Los comanches vivían en una sociedad donde el honor y el reconocimiento lo daban la guerra y las hazañas logradas en combate. Coleccionaban cabelleras, robaban caballos, un elemento clave para su modo de vida, y todo ello gracias a las armas de fuego que los franceses les proporcionaban para que frenaran el avance colonizador de potencias enemigas como Inglaterra y España.
El control absoluto de un tipo de guerra insostenible para los colonos permitió a los comanches prosperar al punto de armarse mejor que los españoles. Los comanches tenían más mosquetes que los soldados españoles. Esta ventaja se hacía patente en los ataques sorpresas de los indios a los enclaves colonos.
Tan rápido llegaban como huían, evitando en todo momento el enfrentamiento directo a campo abierto. Muchos soldados intentaron perseguirlos durante sus vertiginosas huidas, pero las opciones de los españoles pasaban por perder el rastro de los indios, por caer en una emboscada o por despistarse hasta tierras desconocidas de las que no conocían el camino de vuelta al fuerte.
Una guerra de emboscadas
El gobernador de Nuevo México estaba desesperado por una situación insostenible. Fue sustituido en 1778 por Juan Bautista de Anza, un experimentado explorador y militar que venía de cosechar importantes éxitos en California. Fue el artífice encargado de cambiar el rumbo de los acontecimientos empleando una nueva estrategia contra los comanches.
De Anza recibió refuerzos en forma de caballos y panoplia por parte del virrey de Nueva España. Reunió un ejército de 600 hombres y en agosto de 1779 se decidió a asestar un golpe donde más le dolía a los comanches.
Dio un rodeo para llegar sin ser vistos hasta el poblado del jefe comanche Cuerno Verde. Por el camino reclutó a más indios deseosos de acabar con el poder tirano de los comanches. Con los cascos de los caballos forrados para amortiguar el ruido, ocultos durante el día y en movimiento por la noche, les dieron de su propia medicina a los comanches.
Con ataques relámpagos al amanecer, de Anza y los suyos fueron mermando las fuerzas comanches hasta que tendieron una emboscada al jefe Cuerno Verde y sus guerreros, que no concebían otra manera de luchar que no fuera hasta la fin. Y la encontraron. La derrota dejó en una situación vulnerable a los comanches, que sufrieron discusiones internas hasta que se vieron obligados a aceptar las condiciones de paz ofrecidas por los españoles.
Referencias:
Hämäläinen, P. 2011. El imperio comanche. Círculo de Lectores.
Martín Pescador, F. 2013. Españoles y comanches, la guerra en Nuevo México. Historia National Geographic 115, 12-15.
Van den Brule, Á. 2017. La batalla de los españoles contra los comanches: la masacre de San Sabá (Texas). elconfidencial.com.