A mi hijo pequeño tuve que sacarlo de uno de esos puñeteros estercoleros, en lo que hoy sería sexto de EGB. Los primeros años, todo bien. Sin embargo, de un momento a otro la proporción de jovenlandess y rumanitos creció exponencialmente. Hasta que un día, tomando mi hijo la merienda en casa de mi progenitora, se derramó un zumo encima y, al levantarse la camiseta, aparecieron unos moretones. Mi progenitora le preguntó cómo se había hecho eso, pero él no quería decir nada. Aunque al final, insistiéndole mucho mi progenitora, rompió a llorar y confesó.
Resulta que una horda de pequeños me gusta la fruta de origen rumano y joven, se lo llevaron al aseo, y allí lo extorsionaron y lo cosieron a abrazos: costillas, abdomen, espalda... Y no fue sólo una vez.
¡jorobar, lo recuerdo y se me vuelven a llevar los demonios, leche fruta! Antes de nada, aclaro que yo ya estaba separado, viviendo en otra ciudad y mi "custodia" sólo comprendía 2 fines de semana al mes, y que la última vez que estuve con el niño no vi nada raro.
En fin, que mi progenitora se calló, ni me dijo nada a mí ni a mi ex, y a la mañana siguiente se presentó ante la directora y la hija de fruta poco más que la tomó por loca y la mandó a la cosa, que ella no pintaba ahí, que era "sólo" la abuela. Total, que mi progenitora me llamó al trabajo para contármelo todo....
La impotencia que sentí era directamente proporcional a la mala leche que se me puso. Pedí permiso a mi jefe para irme, cogí el coche y conduje los 120 kilómetros hasta el pueblo de mis hijos, y me presenté en plan berserker en el despacho de ese cachalote con el pelo teñido de rubio pollo (¡jorobar, qué puñetero ardor de estomago daba!).
Resumiendo mucho, la tipa aún justificaba a los mini pagapensiones: que si habían tenido una vida difícil, que si culturas distintas, etc... Y además, la hija de fruta aún quitaba hierro al asunto, y que vale, que los expulsarían una semana, y santas pascuas, que eran cosas de niños.
Me engorilé, y exigí que subiese mi hijo al despacho. Una vez allí, le dije que se levantase la camiseta, y señalando los moretones le pregunté a la fruta foca si eso eran "cosas de niños". ¿Y sabéis qué? La muy cortesana se encogió de hombros y siguió en las mismas.
Huelga decir cómo me puse. La tipa un poco más y me mete un viogen, aunque de lo único que me arrepiento es de haber hecho llorar a mi hijo.
Mi ex se mosqueó bastante porque fui yo solo, pero jorobar, no me cogía el puñetero teléfono.
El caso es que, aunque yo quería, ella no estaba por la labor de denunciar a esa cosa de colegio. Eso sí, los dos nos pusimos de acuerdo en cambiarlo cuanto antes y como apenas quedaba un mes para acabar, dejamos que terminase.
Lo cambiamos a un colegio concertado, de curas. Los colegios religiosos nunca han sido santo de mi devoción (y nunca mejor dicho), pero he de decir que mi hijo terminó la secundaria el año pasado, y no puedo hacer nada más que deshacerme en halagos hacia todo el profesorado: gente comprometida y profesional, el polo opuesto a los funcivagos del otro colegio.
¿Sabéis que es lo peor? Que hoy día los colegios públicos imagino que estarán peor, con un ratio de lumpen cada vez más elevado en las aulas , y los impuestos que pagamos para educación se van en un buen porcentaje a desasilvestrar a mini Mustafás, Atanases, el hijo del Johnny y la Jenny, y demás futuros "pagapensiones".
Gente de bien con hijos: ni se os ocurra matricularlos en esos antros.