En 1918 la 'gripe' de los Estados Unidos fue utilizada por su ejército como arma de guerra. ¿Repiten un siglo después la misma operación?

Erich Ludendorff, el general al frente del esfuerzo de guerra alemán, creía que la gripe española le había arrebatado la victoria. Se han formulado muchas especulaciones hipotéticas sobre la primera guerra mundial. ¿Qué habría sucedido si el gobierno liberal de Herbert Asquith hubiera mantenido al margen a Gran Bretaña, como estuvo a punto de hacer en 1914? ¿Qué habría pasado si Estados Unidos no hubiera entrado en la guerra tres años más tarde? ¿Qué habría ocurrido si Fritz Haber no hubiera descubierto cómo producir amoniaco a partir de nitrógeno e hidrogeno, lo que permitió a los alemanes seguir fabricando explosivos pese al bloqueo naval de los Aliados, que les impedía recibir cargamentos de salitre? Las cosas sucedieron como sucedieron debido a multitud de procesos complejos e interrelacionados, e intentar aislar uno de ellos podría inducir a error. Sin embargo, la afirmación de Ludendorff merece un examen más detenido, aunque solo sea porque no ha sido el único en formularla. En este siglo la han repetido académicos que se dedican a estudiar las guerras.
Cuando las Potencias Centrales lanzaron la ofensiva de primavera a finales de marzo de 1918, contaban con ventaja. El colapso del frente oriental había liberado a un gran número de aguerridos soldados a los que entonces adiestraron en tácticas modernas, como la infiltración en las líneas enemigas (las ágiles tropas de asalto). Pese a que la comida escaseaba tanto en el país como en las trincheras por culpa del bloqueo, los alemanes creían haber llegado a un punto de inflexión y se mostraban optimistas. En cambio, la jovenlandesal de los Aliados era baja. Sus efectivos eran insuficientes y estaban cansados tras años de ofensivas fallidas contra el otro bando. El otoño anterior había estallado un motín en Étaples, que fue brutalmente sofocado.
La primera fase de la ofensiva dio resultado y, para principios de abril, los alemanes ya habían hecho retroceder a los Aliados más de sesenta kilómetros. El 9 de abril lanzaron una segunda fase, la operación Georgette, y siguieron ganando terreno. El comandante en jefe británico sir Douglas Haig urgió en un tono sombrío a sus hombres a «pelear» hasta el final. Pero entonces Georgette empezó a perder ímpetu y fue cancelada a finales de abril. El 27 de mayo comenzó la tercera fase, la operación Blücher, pero a principios de junio ya mostraba signos de debilidad. Un eficaz contraataque francés detuvo la batalla del káiser en julio y, a partir de agosto, los Aliados lanzaron una serie de ofensivas que expulsaron a las Potencias Centrales de Francia y pusieron fin a la guerra.
Para junio, las Potencias Centrales habían dejado atrás sus líneas de suministro y también estaban exhaustas. Pero como muestra esta cronología, las cosas ya habían empezado a ir mal para ellas antes, en torno a mediados de abril. Fue entonces cuando apareció por primera vez la gripe en las trincheras. Ambos bandos sufrieron un gran número de bajas a causa de la enfermedad, pero Ernst Jünger, un soldado de asalto alemán al que habían enviado con su compañía a defender un bosquecillo situado a veinte kilómetros al sur de Arras (los británicos lo llamaban el bosque de Rossignol y los alemanes, Bosquecillo 125), creía que su bando se había visto más gravemente afectado. Más tarde recordaría que varios de sus hombres enfermaban cada día, mientras que un batallón que debía relevarlos fue casi «aniquilado». «Pero nos enteramos de que la enfermedad también se propagaba entre las líneas enemigas; aun así, nosotros, con nuestras escasas raciones, estábamos más expuestos. Los jóvenes, sobre todo, morían a menudo de la noche a la mañana. Además nos encontrábamos en un estado permanente de alerta, ya que una nube de humo neցro se cernía en todo momento sobre el Bosquecillo 125 como sobre el caldero de una bruja.»
La mayoría de los historiadores se muestran reacios a afirmar que la gripe determinó la victoria en la guerra, aunque coinciden en que aceleró el fin de las hostilidades. Sin embargo, hay dos que se han desmarcado y han señalado que la gripe «castigó» a las Potencias Centrales con más severidad que a los Aliados, influyendo en el desenlace de la contienda. El historiador militar David Zabecki está de acuerdo con la afirmación de Jünger de que la gripe se vio agravada por la desnutrición en las filas alemanas, mientras que el politólogo Andrew Price-Smith afirma que la mortífera oleada de otoño podría haber sido la puntilla que acabó con el tambaleante Imperio austrohúngaro. Tal vez Ludendorff vio lo que se avecinaba para Alemania: hacia finales de septiembre sufrió algo parecido a una crisis nerviosa y su personal llamó a un psiquiatra.


Laura Spinney. El jinete pálido.1918: La epidemia que cambió el mundo

Pues más o menos es lo que venía diciendo. Ten en cuenta que hubo alemanes a 40 kms de París. Pero en mayo ya tenían un millón de soldados de baja, imposible seguir la guerra, por eso se apresuraron a firmar el armisticio. Los aliados sabían que después de parar la guerra nadie la iba a reanudar, porque nadie podía enfrentarse a su propia oposición interna, pero, y eso es lo que más les interesaba, Alemania quedaría sola en la mesa de negociaciones.

Esos síntomas sí que son misteriosos. Hasta los años 30 se desconocía la existencia de los bichito, pero les ponían banderillas a montones. Médicos norteamericanos veían cómo tres días después de ser medicados los soldados se morían de asfixia, de hecho le empezaron llamando 'fin púrpura'.

El hecho es que los gringos infectaron Europa y los ingleses le pusieron gripe española. A día de hoy miles y miles de artículos que encuentras en la red le siguen llamando así, incluso 'dama española', que así le decían los ingleses, que no dan puntada sin hilo: acabo de ver una película, bastante entretenida, Gentleman, y resulta que de manera sibilina nos ponen a los ingleses y norteamericanos como traficantes buenos, de yerba, y además elegantes, mientras que los chinos son cutres y malos a los que hay que apiolar porque están acabando con la juventud blanca a base de hacerlos adictos al opio.

Lo más extraño es que un porcentaje significativo reconocen que si hay un país que nada tuvo que ver con el origen de la epidemia fue España, lo cual no les impide seguir refiriéndose con ese término el resto del artículo.

Peor es lo de los españoles llamándole 'mal llamada gripe española'. Ni uno se atreve a decir que no fue ninguna confusión, porque los periodistas ingleses sabían de sobra de la epidemia de su país. Son los cient´ficos y los historiadores, ciencias que ahora tienen más divulgación, quienes involuntariamente van forzando el cambio.

Y sobre el papel de los nuestros, ¿qué vas a esperar de unos perioputas que se refieren a su propio país como un PIG?
 
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Se quién es Stevenson y he leído su libro. También sé que no había un plan B en Alemania en las ofensivas del 18, no había reservas, y que el descontento del soldado alemán estaba en máximos. Y Hindenburg y Ludendorff lo sabían. La supuesta puñalada por la espalda a un ejército invicto fue un mito del nazismo para justificar un frente que se derrumbó por completo.

El frente alemán no se derrumbó en absoluto en 1918. Si se ha leido el libro repásese el capitulo 17 (Alto el fuego).
 
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