Buen hilo.
Me pilla algo sensible, ya qu estoy leyendo Juliano el Apóstata de Gore Vidal.
JULIANO EL APÓSTATA, de GORE VIDAL
JULIANO EL APÓSTATA, DE GORE VIDAL
Alberto Jesús Quiroga Puertas
(Departamento de Filología Griega. Universidad de Granada)
El estudio que presentamos sobre la obra arriba citada pretende reflejar el modo en que el escritor Gore Vidal enfoca (y casi vive) la lucha entre paganismo (encarnado por el emperador Juliano) y el cristianismo. Para ello analizaremos la forma en la que Vidal narra la vida de Juliano; la novela resultante es, por un lado, un vivo fresco de un Imperio Romano agonizante, y, de otro lado, un cúmulo de tópicos en la obra del escritor y político de New York.
“...yo debo escribir sobre las cosas amargas que he aprendido de una familia de asesinos en una época corrompida por las luchas y la intolerancia de una secta cuyo propósito es destruir esa civilización cuya primera nota fue sacada de la deslumbrante lira de Homero”. Estas palabras las pone Gore Vidal (New York, 1925) en boca del emperador Juliano (331-363)[1], apodado “el apóstata” por su intento de restablecer el culto a los dioses paganos frente al pujante cristianismo. En ellas se intuye el desarrollo de la novela: el siglo IV d.C. vio la ascensión a la púrpura del cristianismo, pero un gran sector de la sociedad permanecía pagano y heleno[2].
Gore Vidal, escritor polifacético (su obra oscila del teatro al ensayo político), no escoge la figura del emperador Juliano en balde, sino que la elección viene motivada porque los problemas del convulso siglo IV permanecen hoy día y, al mismo tiempo, constituyen el núcleo temático de su producción: la relación entre sesso y Estado, el poder coercitivo de la religión cristiana, la falsa independencia del individuo en las sociedades excesivamente centralizadas... Por lo tanto, el lector de esta novela debe tener en cuenta esos factores que establecen un diálogo atemporal entre Vidal y Juliano.
La novela relata (combinando diversas técnicas narrativas, como el género epistolar y el relato autobiográfico) la educación, juventud y reinado de Juliano, impregnándose de todo el ambiente que rodeaba a esa “época de ansiedad” que cobijó el Mediterráneo oriental: el infestado y corrupto ambiente de la corte de Milán, el bullicio filosófico y cultural de Atenas, el modelo de ciudad asiática integrada en el Imperio romano como centro de administración ejemplarizado por Antioquía, las disputas intestinas en la cúpula imperial (un tema obsesivo en la obra de Gore Vidal es la relación entre el sesso y la política en cualquier época, lo que él ha dado en llamar la “falontocracia”[3]), y, sobre todo, la lucha por el poder entre el cristianismo y el paganismo (acompañados por el judaísmo, las diversas “herejías” cristianas y los cultos mistéricos).
Juliano representa para muchos historiadores y escritores una figura romántica: el último emperador realmente pagano, anclado en unos valores que se metamorfosearon cristianos por motivos, en muchas ocasiones, ajenos a la religión.
Sigamos, por lo tanto, el pensamiento de Vidal y la vida de Juliano[4] a través de la novela:
-Macellum o el laberinto cristiano: cuando el emperador Constantino murió (337), se inició entre sus más allegados familiares lo que casi llegó a convertirse en una extraña forma de ritual, o, cuando menos, una curiosa forma de parentesco: el asesinato masivo de todo aquel que estuviera en la línea sucesoria del emperador fallecido (entre ellos, el padre de Juliano). Tanto él como su hermano Galo fueron confinados, del 341 al 347, a la provincia de Macellum, en Capadocia, para protegerlos de esos asesinatos. Después de casi seis años, inició un periplo por diversas ciudades del Mediterráneo; en esta parte de la novela Juliano narra, en primera persona, su educación oficialmente cristiana, pero también cómo va acercándose a figuras eminentes del paganismo y neoplatonismo, como Máximo de Éfeso. El panorama religioso y cultural de esos años conjuga las reacciones apologéticas cristianas, los puntos de conexión entre cristianismo y paganismo y los cultos mistéricos en los que Juliano fue iniciado: la fabulación de Gore Vidal al respecto sustituye los escasos datos que poseemos acerca de ese tipo de ceremonias. En estos años Juliano se decanta por su vocación de filósofo, de arqueólogo en una época en la que los valores clásicos estaban siendo enterrados bajo el suelo del cristianismo imperante y el nuevo sistema educativo, orientado a obtener eficaces e impersonales funcionarios, en detrimento del estudio de la retórica y la filosofía[5]. Pero Juliano es llamado, en el otoño del 354, a la corte de Milán tras el reciente asesinato, ordenado por el emperador Constancio, de su hermano Galo por su excesiva crueldad en la parte oriental del Imperio. Es en ese momento de incertidumbre en el que aparece la figura de la emperatriz Eusebia, que intercede para salvar la vida de un Juliano angustiado por la excesiva espera. Finalmente, y para su sorpresa, es nombrado César y enviado a la Galia a sofocar revueltas y pacificar los territorios[6].
Galia: el César morirá...¡Ave, emperador Juliano!: Juliano, casado con la hermana del emperador, Helena, encuentra un ambiente hostil en Galia; esto ha hecho que la mayoría de los historiadores consideren que Juliano fue nombrado César, a sabiendas de su total inexperiencia en asuntos militares, con la intención de que desapareciera defendiendo el Imperio, de manera que Constancio, todavía sin descendencia, tuviera expedito el camino púrpura. “Constancio me envió a morir aquí. Por esa razón no me dio un ejército”. Son las palabras del propio Juliano, a quien no le escapaban las intrigas imperiales y el desprecio con que le trataban sus subordinados. Para sorpresa de todos, gana batallas, recupera ciudades, anexiona territorios y, lo que era más importante, se ganó el respeto de sus tropas, que reaccionaron hostilmente a la petición que Constancio remitió a Juliano: debía enviar la mayor parte de su contingente para que le ayudaran en las fronteras orientales. La soldadesca se subleva y nombra a Juliano, ilegítimamente, emperador[7], desencadenando así una guerra civil que nunca llegó a producirse: el 3 de Noviembre del 361 murió enfermo Constancio.
Antioquía (cosas que hacer en Persia cuando estés muerto): “En los primeros tiempos de mi estancia en Antioquía no pude hacer ninguna de las cosas que quería. Mi tiempo estaba ocupado por las tareas administrativas, y las apariciones en la corte. Sólo en Octubre pude ir al suburbio de Dafne y rendir culto en el templo de Apolo”. En este párrafo se sintetiza la mayor parte de lo que hizo Juliano durante los pocos meses que estuvo en Antioquía antes de emprender la fatídica campaña persa para defender los límites orientales del Imperio. Vidal refleja la actividad de una gran metrópoli, residencia imperial e importante centro cristiano en el tiempo en el que un emperador cortó la sucesión de mandatarios cristianos para reinstaurar el culto tradicional a los dioses paganos; de ahí que el breve tiempo de la estancia de Juliano en Antioquía se saldase con numerosos enfrentamientos, especialmente con el sector cristiano[8]. Ya en el verano de 363, en la calurosa Persia, la escaramuza en la que Juliano fue herido mortalmente es narrada por Prisco, dejando anónimo al malo hasta que la novela retoma el diálogo epistolar entre él y Libanio; donde los historiadores conjeturan, Gore Vidal fabula: “Entonces supe que Dios me había escogido como instrumento de su venganza”, dice ufano el que produjo la fin del emperador barbudo[9] con una lanza.
Como ya comentamos, Gore Vidal combina diversas técnicas narrativas a lo largo del libro, consiguiendo con ello múltiples enfoques sobre el mismo objetivo. Igualmente, le permite narrar hechos que de otra manera hubieran permanecido oscuros: la correspondencia[10] entre Libanio, Prisco y el propio apóstata denota, por un lado, un gran conocimiento, por parte de Vidal, de los géneros literarios de la antigüedad; de otro lado, aporta tres formas de hipótesis, dudas y conclusiones de un mismo hecho. La forma de diario bajo la que se reviste gran parte del libro es un pequeño homenaje metaliterario, y del que el propio Juliano se reconoce deudor: Sí, estoy tratando de imitar el estilo de las “Conversaciones consigo mismo” de Marco Aurelio, y he fracasado. No en vano, el ideal imperial del apóstata tenía como punto de referencia al emperador Marco Aurelio. El propio Juliano, en plena campaña persa, es el que escribe, de forma inconscientemente póstuma, un diario de guerra (un híbrido entre el De bello Gallico de César y un cuaderno de bitácora).
Concluimos con la certeza de estar ante una novela con una firme y sólida base histórica y que, al mismo tiempo, marca las constantes de la obra de Gore Vidal, uno de los intelectuales más agudos, incisivos y críticos respecto a la Historia.