Mamarracho premium 05
Himbersor
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¡Clac, clac! Solo el enorme cañón de una Mossberg apuntándote a la boca del
estómago atemoriza tanto como ese sonido. Seco. Tajante. Aterrador. Y el tipo de
la escopeta lo sabía. Sentía el poder del miedo que podía infligir esa arma. Con
una Mossberg en las manos es fácil confiarse. Ese fue su segundo error. Ángel no
se asustaba con facilidad. En lugar de eso continuaba haciendo cálculos mentales.
« Ha entrado un cartucho en la recámara, como máximo le quedan cuatro en el
cargador» . Además, a esa distancia resultaba fácil ver el seguro del arma,
situado justo encima de la empuñadura, y el tipo, demasiado convencido del
temor que despertaba, todavía no lo había quitado. Aunque apretase el gatillo en
ese momento, el percutor no detonaría el cartucho. Ese fue su tercer error.
—Vale, vale, vale. No quiero problemas. No es mi dinero. Vosotros sabréis en
qué lío os metéis —replicó en tono servil, intentando ganar unos segundos
mientras se quitaba los guantes de la mano derecha.
Las P2000 SK de 9 mm, como las USP, están diseñadas con el guardamonte
—la pieza que rodea el gatillo— sobredimensionado para poder empuñarse
incluso con manoplas, pero el grosor de dos guantes de motero era excesivo hasta
para su HK.
Todo ocurriría muy rápido. Ángel se lo jugó todo a una carta. Si aquellos tipos
querían robarle el dinero, no tenía sentido que le dejasen con vida. Y menos
después de haber visto la matrícula del coche policial. Con un movimiento rápido,
tiró los guantes a la cara del de la Mossberg. Y él se arrojó detrás. Apuntó
directamente a los testículos y chutó como si de un penalti en la final de la
Champions se tratase. Sonó a bemoles rotos y el tipo se desplomó fuera de
combate. Ángel tuvo tiempo de pillar la escopeta al vuelo por el cañón, antes de
que cay ese al suelo, y sin pensarlo, utilizando la Mossberg como un bate de
béisbol, lanzó un golpe contra el guardia, con la potencia de un torpedero. Pero
falló. El de la Benemérita resultó más ágil y rápido de lo que esperaba. Se
agachó justo a tiempo, y la culata de la escopeta solo encontró la gorra en su
tray ectoria, bateándola a varios metros de distancia. Home run!
Con la violencia del movimiento, el guardia perdió el equilibrio y tuvo que
apoy arse con las manos en el suelo para no caer por tierra. Pero la misma
brusquedad del golpe, la inercia y el cuero de los guantes que Ángel aún llevaba
en la mano izquierda hicieron que este perdiese el agarre del cañón y la escopeta
saliese disparada dando vueltas hasta caer entre unos arbustos. Acababa de
perder su improvisada maza, y el picoleto se había dado cuenta. El guardia y a
estaba incorporándose al tiempo que intentaba desenfundar su arma
reglamentaria. Ángel no lo pensó. Había perdido la baza de la Mossberg, pero
todavía conservaba otra maza a su alcance. Y arqueando la espalda todo lo que
pudo, lanzó su cabeza, todavía armada con el casco, contra la del policía. El
impacto fue demoledor. El casco actuó como un auténtico martillo, golpeando de
lleno en la cara al guardia que intentaba incorporarse, y que esta vez cay ó por
estómago atemoriza tanto como ese sonido. Seco. Tajante. Aterrador. Y el tipo de
la escopeta lo sabía. Sentía el poder del miedo que podía infligir esa arma. Con
una Mossberg en las manos es fácil confiarse. Ese fue su segundo error. Ángel no
se asustaba con facilidad. En lugar de eso continuaba haciendo cálculos mentales.
« Ha entrado un cartucho en la recámara, como máximo le quedan cuatro en el
cargador» . Además, a esa distancia resultaba fácil ver el seguro del arma,
situado justo encima de la empuñadura, y el tipo, demasiado convencido del
temor que despertaba, todavía no lo había quitado. Aunque apretase el gatillo en
ese momento, el percutor no detonaría el cartucho. Ese fue su tercer error.
—Vale, vale, vale. No quiero problemas. No es mi dinero. Vosotros sabréis en
qué lío os metéis —replicó en tono servil, intentando ganar unos segundos
mientras se quitaba los guantes de la mano derecha.
Las P2000 SK de 9 mm, como las USP, están diseñadas con el guardamonte
—la pieza que rodea el gatillo— sobredimensionado para poder empuñarse
incluso con manoplas, pero el grosor de dos guantes de motero era excesivo hasta
para su HK.
Todo ocurriría muy rápido. Ángel se lo jugó todo a una carta. Si aquellos tipos
querían robarle el dinero, no tenía sentido que le dejasen con vida. Y menos
después de haber visto la matrícula del coche policial. Con un movimiento rápido,
tiró los guantes a la cara del de la Mossberg. Y él se arrojó detrás. Apuntó
directamente a los testículos y chutó como si de un penalti en la final de la
Champions se tratase. Sonó a bemoles rotos y el tipo se desplomó fuera de
combate. Ángel tuvo tiempo de pillar la escopeta al vuelo por el cañón, antes de
que cay ese al suelo, y sin pensarlo, utilizando la Mossberg como un bate de
béisbol, lanzó un golpe contra el guardia, con la potencia de un torpedero. Pero
falló. El de la Benemérita resultó más ágil y rápido de lo que esperaba. Se
agachó justo a tiempo, y la culata de la escopeta solo encontró la gorra en su
tray ectoria, bateándola a varios metros de distancia. Home run!
Con la violencia del movimiento, el guardia perdió el equilibrio y tuvo que
apoy arse con las manos en el suelo para no caer por tierra. Pero la misma
brusquedad del golpe, la inercia y el cuero de los guantes que Ángel aún llevaba
en la mano izquierda hicieron que este perdiese el agarre del cañón y la escopeta
saliese disparada dando vueltas hasta caer entre unos arbustos. Acababa de
perder su improvisada maza, y el picoleto se había dado cuenta. El guardia y a
estaba incorporándose al tiempo que intentaba desenfundar su arma
reglamentaria. Ángel no lo pensó. Había perdido la baza de la Mossberg, pero
todavía conservaba otra maza a su alcance. Y arqueando la espalda todo lo que
pudo, lanzó su cabeza, todavía armada con el casco, contra la del policía. El
impacto fue demoledor. El casco actuó como un auténtico martillo, golpeando de
lleno en la cara al guardia que intentaba incorporarse, y que esta vez cay ó por