Pronto dejó atrás el hermoso pueblo de Xixerella, y más al sur Pal, y por un
momento lamentó no disponer de más tiempo para recrearse en aquel paisaje
magnífico y sobrecogedor. Un par de sustos en un cambio de rasante y en una
curva más cerrada de lo esperado le hicieron volver a concentrarse en la
carretera y olvidar las hermosas vistas.
Dieciocho kilómetros después, y a en el Port de Cabús, comprendió las
palabras de Jean-Pierre, « solo tienes que seguir CG-4 hasta que se termine» . Y
así fue. De pronto, sin previo aviso y justo a la altura de un descolorido y
desvencijado cartel azul, el asfalto de la carretera se terminaba de repente. A
partir de ahí comenzaba un camino de tierra. Suelo español.
El zigzagueante descenso desde el Port de Cabús sería más complicado.
Barro, hielo y gravilla, los peores enemigos de un motociclista. Ángel debería
concentrar toda su atención en cada recodo, cada bache, cada placa de hielo y
cada curva del camino, que a veces lindaba con escarpados precipicios
realmente peligrosos. En muchos fragmentos de la ruta, un coche no podría
maniobrar para retroceder, si se encontraba un obstáculo infranqueable.
« Realmente los viejos contrabandistas le echaban agallas» , pensó Ángel.
Aquellos caminos tienen mucha historia. Por allí entraron en España cientos
de judíos que huían de Francia tras la ocupación nancy, pero también formaban
parte de la antigua ruta de los estraperlistas. Durante décadas, por aquellas
montañas llegaron toneladas de café, telas, tabaco, perfumes y aun animales, y
también oro y armas. El contrabando a través de Andorra, hasta Lleida y Girona,
fue una actividad lucrativa, socialmente admitida, durante generaciones. Y
muchas familias se enriquecieron con el negocio del estraperlo en toda la
comarca. Incluso actualmente, y pese a que el aumento de los precios en
Andorra hizo que muchos contrabandistas abandonasen el negocio, y a que los
controles de la Guardia Civil se multiplicaron en los últimos años del siglo XX,
todavía es posible algunas noches escuchar el rugir de los motores de los potentes
todoterrenos de las collas, retumbando en las montañas, que de madrugada, y
con las luces apagadas, surcan aquellos caminos salvajes cargados de
mercancías ilegales.
A pesar de que al reducir la velocidad la sensación térmica debería haber
aumentado un par de grados, el frío de las montañas en diciembre resultaba
insoportable. De vez en cuando, Ángel soltaba el embrague para colocarse la
mano izquierda bajo las nalgas o cerca del motor, y conseguir que la sangre
volviese a circular con normalidad, pero a aquella velocidad y en aquellas
carreteras no podía soltar el acelerador, controlando milimétricamente el gas de
la motocicleta en cada tray ecto.
De cuarta, debía bajar a tercera, e incluso a segunda o primera en algunos
tramos del camino, cuando se veía obligado a cruzar una zona de guijarros, o un
arroy o helado, o esquivar rocas desgajadas de la montaña. Los contrabandistas