El pueblo más peligroso de los pirineos

Tantas disputas para nada. Las nietas de estas gentes pasarán el día zorreando en el insta, viajando por capitales europeas y compartiendo piso en Barcelona; no tendrán descendencia y las tierras por las que lucharon sus ancestros quedarán para recolocaciones de madrebís.
 
Ustedes no son la Dinamarca del sur. Déjese las flipadas escandinavas. El nombre viene de turó.
Menudo quiero y no puedo tiene ustec en la cabeza.
Fuentes?
Dinamarca del sur? Qué cóño tiene que ver el puñetero tema con esto?
Entonces porqué la piedra se llama Martillo de Tor?
 
¿Me invitas a ver un vídeo en catalá? Paso, me pilla lejos y vago para intentar entenderlo.
 
Fuentes?
Dinamarca del sur? Qué cóño tiene que ver el puñetero tema con esto?
Entonces porqué la piedra se llama Martillo de Tor?


Que los hippies en los 80 le pusieran nombres como Fontana o martillo de Tor a las cosas chulísimas que hacen en sus quedadas para fumar no los convierte ni en italianos, ni en escandinavos.
Pero Colón y Cervantes eran catalanes, que me lo ha dicho Cucurull, fontana bona donde las haya.
 
jorobar que puntazo.
Hablan un dialecto del Valenciano con acento Galego cerrao.
 
El libro es todavía más bueno.
Hasta en los Pirineos hay pagapensiones. Qué desgracia.

No entiendo cómo en ese territorio haya una piedra enorme a la que se le llame el Martillo de Tor.
No sabía que la mitología nórdica llegase hasta nuestro país.

Sobre Tor hay muchas leyendas, una de ellas era que se pasaban armas y piezas de misiles hacia Francia, aunque realmente lo que había y ha habido siempre es contrabando.


El cambio de titularidad de la montaña tuvo que ver con el asesinato, pero también que dicho cambio pudiera acabar con las rutas de contrabando



Tor es otro mundo. Allí no hay ley. Si no vas armado no eres nadie. Allí se respiraba sangre”, le contó a Porta un albañil que, cuando trabajaba en el pueblo, llevaba siempre la escopeta a la espalda.


Gente chunga






Resumiendo: ‘Tor, la montaña maldita’ es un ensayo periodístico notable: sin filigranas, al grano y con mucha chicha informativa. No solo ha envejecido bien, sino que ha rejuvenecido con los años: en pleno boom mundial de la no ficción criminal, Tor está pidiendo a gritos que Netflix financie un serial sobre el pueblo.

Tor es una mezcla entre la comunidad cerrada de ‘Twin Peaks’ y los habitantes de ‘Fargo’, personajes cómicos envueltos en situaciones trágicas



Para quien quiera saber más

 
Tantas disputas para nada. Las nietas de estas gentes pasarán el día zorreando en el insta, viajando por capitales europeas y compartiendo piso en Barcelona; no tendrán descendencia y las tierras por las que lucharon sus ancestros quedarán para recolocaciones de madrebís.

Bueno, yo se lo ofrecería a los nous catalans como espacio apto para los ajustes de cuentas entre bandas (una tradición del lugar), al igual que la mafia calabresa más de una vez ha escondido cadáveres en los bosques del Aspromonte.
 
LA MONTAÑA MALDITA
CARRETERA CG-4. FRONTERA DE ANDORRA
En cuanto Black Angel dejó atrás La Massana, dio un golpe de muñeca al
acelerador y metió quinta a la moto. Como era previsible, la sensación térmica
disminuía de forma proporcional al incremento de la velocidad. El cronómetro
había iniciado la cuenta atrás en cuanto arrancó la BMW, y sabía que contaba
con el tiempo justo para hacer la entrega del envío al otro lado de la frontera,
antes de que Bill el Largo y sus socios empezasen a ponerse nerviosos. Así que no
tenía tiempo para disfrutar con el espectacular paisaje que lo envolvía. Todo el
esplendor majestuoso de los Pirineos, las cumbres nevadas, el depósito lleno y
mucha carretera por delante. Pura sensación de libertad.
Al abandonar el cobijo de las calles, avenidas y edificios de La Massana,
comenzó a sentir el efecto del gélido aire del Pirineo. Y a pesar de las prendas
térmicas, el frío era cada vez may or. Golpeaba de frente, como el puño de un
gigante, el pecho, las piernas y los brazos del motorista, filtrándose de alguna
forma incomprensible por cualquier recoveco indetectable.
No era la primera vez que hacía una ruta de montaña en invierno. Sabía que
podía resistirlo. Sin embargo, empezó a sentir el dolor en los ojos —la única parte
de su cuerpo que no estaba cubierta por una prenda térmica— y el
entumecimiento en las manos, mucho antes de lo que esperaba. Maldijo al
puñetero aficionado que había preparado la moto para aquel servicio ¿Por qué
demonios no le habían puesto una pantalla a la BMW, para protegerle un poco de
aquel viento gélido que le golpeaba de frente? Un mono térmico conectado al
motor también habría sido de agradecer.
Afortunadamente, los fajos de billetes que rodeaban su cuerpo suponían una
protección añadida contra el viento helado. Cuando millones de mendigos,
indigentes y vagabundos en todo el mundo cubren sus cuerpos con periódicos
para combatir el frío, es por una buena razón.
Intentó concentrarse en la conducción. A pesar de que la carretera estaba
despejada de nieve, las heladas son muy traicioneras, y más aún sobre dos
ruedas.
 
Pronto dejó atrás el hermoso pueblo de Xixerella, y más al sur Pal, y por un
momento lamentó no disponer de más tiempo para recrearse en aquel paisaje
magnífico y sobrecogedor. Un par de sustos en un cambio de rasante y en una
curva más cerrada de lo esperado le hicieron volver a concentrarse en la
carretera y olvidar las hermosas vistas.
Dieciocho kilómetros después, y a en el Port de Cabús, comprendió las
palabras de Jean-Pierre, « solo tienes que seguir CG-4 hasta que se termine» . Y
así fue. De pronto, sin previo aviso y justo a la altura de un descolorido y
desvencijado cartel azul, el asfalto de la carretera se terminaba de repente. A
partir de ahí comenzaba un camino de tierra. Suelo español.
El zigzagueante descenso desde el Port de Cabús sería más complicado.
Barro, hielo y gravilla, los peores enemigos de un motociclista. Ángel debería
concentrar toda su atención en cada recodo, cada bache, cada placa de hielo y
cada curva del camino, que a veces lindaba con escarpados precipicios
realmente peligrosos. En muchos fragmentos de la ruta, un coche no podría
maniobrar para retroceder, si se encontraba un obstáculo infranqueable.
« Realmente los viejos contrabandistas le echaban agallas» , pensó Ángel.
Aquellos caminos tienen mucha historia. Por allí entraron en España cientos
de judíos que huían de Francia tras la ocupación nancy, pero también formaban
parte de la antigua ruta de los estraperlistas. Durante décadas, por aquellas
montañas llegaron toneladas de café, telas, tabaco, perfumes y aun animales, y
también oro y armas. El contrabando a través de Andorra, hasta Lleida y Girona,
fue una actividad lucrativa, socialmente admitida, durante generaciones. Y
muchas familias se enriquecieron con el negocio del estraperlo en toda la
comarca. Incluso actualmente, y pese a que el aumento de los precios en
Andorra hizo que muchos contrabandistas abandonasen el negocio, y a que los
controles de la Guardia Civil se multiplicaron en los últimos años del siglo XX,
todavía es posible algunas noches escuchar el rugir de los motores de los potentes
todoterrenos de las collas, retumbando en las montañas, que de madrugada, y
con las luces apagadas, surcan aquellos caminos salvajes cargados de
mercancías ilegales.
A pesar de que al reducir la velocidad la sensación térmica debería haber
aumentado un par de grados, el frío de las montañas en diciembre resultaba
insoportable. De vez en cuando, Ángel soltaba el embrague para colocarse la
mano izquierda bajo las nalgas o cerca del motor, y conseguir que la sangre
volviese a circular con normalidad, pero a aquella velocidad y en aquellas
carreteras no podía soltar el acelerador, controlando milimétricamente el gas de
la motocicleta en cada tray ecto.
De cuarta, debía bajar a tercera, e incluso a segunda o primera en algunos
tramos del camino, cuando se veía obligado a cruzar una zona de guijarros, o un
arroy o helado, o esquivar rocas desgajadas de la montaña. Los contrabandistas
 
siempre han contado con la connivencia de algunos vecinos de la región, que se
ocupan de despejar los caminos cuando la gratificación compensa, y era
evidente que Bill el Largo también tenía buenos contactos en ese lado de la
frontera. Si la pista hubiese estado cubierta por la nieve, habría sido totalmente
imposible cubrir esa ruta. Y menos en el tiempo establecido.
Conducía más despacio de lo previsto. No quería arriesgarse a tener una
caída en aquel lugar. En el mejor de los casos, tardarían horas en encontrarle,
suponiendo que no cay ese antes la noche y terminase congelado. Si eso no
ocurría y alertados por su retraso eran los hombres de Bill quienes acudían en su
ay uda, perdería la confianza del Largo y su posibilidad de ascenso en la
organización. Pero si era la Guardia Civil quien lo encontraba, iba a tener muchos
problemas para explicar por qué llevaba varios cientos de miles de euros
adheridos a todo su cuerpo.
Solo respiró aliviado, por decirlo de alguna manera, cuando el camino perdió
pendiente y por fin llegó al pueblo fantasma de Tor. Durante el invierno suele
permanecer vacío. De hecho, salvo un viejo todoterreno abandonado a un lado
de la carretera, no encontró ningún otro síntoma de vida. En verano, sin embargo,
algunas de las antiguas casas del pueblo, otrora próspero y prometedor, reciben a
sus propietarios y también a los turistas que, de primavera a otoño, frecuentan
aquellos hermosos parajes de naturaleza salvaje. Pero la montaña de Tor está
maldita. O eso cuentan en la comarca.
Aquellas tierras arrastran un apasionado litigio entre vecinos, regado con
sangre, desde finales del siglo XIX. El 3 de julio de 1980, un exguardia civil
llamado Dionisio Rodríguez y un contratista llamado Ramón Miró, empleados
como « escoltas» por un ambicioso abogado zaragozano que pretendía convertir
la montaña de Tor en un lujoso centro de esquí, may or que Baqueira, se liaron a
tiros en el pueblo. El resultado fueron dos muertos —Miguel Aguilar, de
veinticinco años, y Pedro Liñán, de veinte—, dos fornidos leñadores que hacían
las veces de matones de uno de los principales propietarios de los terrenos, que no
estaba dispuesto a vender. Unos años después, en julio de 1995, Josep Montané,
recién reconocido en sentencia del Tribunal de Tremp como legítimo propietario
de la montaña maldita, fue asesinado allí mismo, en su propia casa de Tor.
Alguien le reventó la cabeza de un golpe antes de estrangularlo con un cable
eléctrico y desfigurarle la cara. O quizá fue al revés. Más recientemente la
Benemérita que patrulla aquellos caminos se encontró los cadáveres de dos
naturalistas, de los muchos que han intentado asentarse en la comarca, atraídos
por la naturaleza salvaje. Uno apareció despeñado por un acantilado y otro
colgado de un árbol.

No. Tor no resulta un lugar acogedor. Sin embargo, a Black Angel sí se lo
pareció cuando aparcó unos minutos la moto en el centro del pueblo abandonado,
en la pequeña explanada donde, en los meses de verano, una de las familias
improvisa un pequeño merendero para los turistas. Sin parar el motor, se apeó de
 
Esto es un fragmento de Operación Princesa de Antonio Salas (Manuel .C).

PD: Sí, se que aquí no cae muy bien y que tiene mucha imaginación, pero esto en negrita es 100% real. En el capítulo, por si a alguien le interesa (imagino que será ficción), Carballal bajo el apodo de Salas; hace de mula de dinero para un mafioso alemán de un MC y acaba el mismo (en su imaginación) pegando tiros a dos GC comprados que le querían robar el cash sano. Luego, se da cuenta de que era una prueba del mafioso para ver como reaccionaba y santas pascuas.
 
unos minutos la moto en el centro del pueblo abandonado,
en la pequeña explanada donde, en los meses de verano, una de las familias
improvisa un pequeño merendero para los turistas. Sin parar el motor, se apeó de
la Trail para intentar desentumecerse los músculos ateridos por el frío. Solo
faltaba un bar donde tomarse un café caliente para poder considerarlo el paraíso.
Ángel se frotó todo el cuerpo, se golpeó los brazos y las piernas para acelerar
la circulación, y se quitó los guantes para calentarse las manos directamente con
el aliento. Y cuando y a se los estaba poniendo de nuevo para volver a la BMW,
todo se fue a la cosa.
El todoterreno de la Guardia Civil apareció de pronto, como de la nada. Había
permanecido oculto entre dos viejas casonas de Tor y, probablemente por culpa
del casco, que aún llevaba puesto, y del propio runrún de su motocicleta al
ralentí, Ángel ni siquiera había escuchado el sonido del motor. Lo que sí escuchó
fue el rugido de sus ruedas, cuando el aparatoso 4x4 derrapó hasta detenerse a
pocos metros del motero. Se bajaron dos tipos del coche. Uno, el conductor,
vestía uniforme de la Benemérita. El otro iba de paisano y empuñaba una
escopeta de corredera Mossberg del 12/70. Aquello pintaba mal.
El guardia se quedó al lado del coche, mientras el de la Mossberg rodeaba al
ángel neցro hasta colocarse a su izquierda. El cerebro del motorista comenzó a
funcionar a todo gas, analizando en una fracción de segundo la situación, las
alternativas posibles y los daños potenciales de cada decisión.
—Hace un poco de frío para andar de turismo por esta zona de la frontera,
¿no te parece? —dijo el guardia intentando parecer cordial.
—Sí, es verdad, creo que me he perdido. Intentaba llegar a Lleida y no sé
muy bien cómo he venido a parar aquí. ¿No tendrán un mapa por casualidad?
Ángel intentaba ganar tiempo para pensar. Demasiadas anomalías en aquella
situación: no tenía ningún sentido que un coche patrulla de la Guardia Civil, de
estar de servicio, hiciese aquella violenta entrada en Tor, quemando rueda, sin
llevar siquiera la sirena o los luminosos encendidos. El guardia no llevaba ningún
distintivo del Seprona o del Grupo de Rescate Especial de Intervención en
Montaña, ni siquiera del Grupo de Acción Rural —los principales servicios de la
Guardia Civil que normalmente patrullan zonas de montaña—. Juraría que aquel
agente pertenecía a Tráfico, y de ser así, su presencia en Tor resultaba tan
sospechosa como la suy a.
Todavía no le habían pedido su documentación, ni siquiera que se quitase el
casco y descubriese su rostro, y había comenzado la conversación tuteándole,
algo muy poco profesional en un guardia de servicio. Aunque lo más sospechoso
es que aquel policía se había quitado del uniforme la placa con su TIP, de
obligada exhibición por todo policía de uniforme de servicio. Y si aquel agente se
había retirado la tarjeta de identificación profesional, con su número
identificativo, era porque intentaba ocultar su identidad. Esa no era una buena
señal.
Tampoco tenía sentido que el tipo de paisano, de ser un agente de la ley, se
 
bajase del coche empuñando una escopeta. La Mossberg es un arma atípica:
puede adquirirse libremente con una licencia de caza y portarse en el monte,
incluso con dos o tres cartuchos en el cargador, pero al mismo tiempo es un arma
táctica empleada por muchas unidades de combate, y también por muchas
bandas de crimen organizado, por su demoledor efecto sobre el cuerpo humano a
media distancia. Black Angel estaba familiarizado con ella. Sabía cómo
identificar la capacidad del cargador: el depósito inferior, bajo el cañón, le decía
que aquel modelo podía almacenar un máximo de cinco cartuchos, más uno en
la recámara, y seis disparos con una Mossberg son muchos disparos. A esa
distancia era del todo imposible no salir herido con el primero, por muy mala
puntería que tuviese el tipo. Las postas de un 12/70 se abren en cuña, y aun en el
caso de no resultar letales, podían hacerle mucho daño.
Sin embargo, aquel tipo no era policía. Llevaba el dedo directamente en el
gatillo, craso error de novato. Ningún miembro de las fuerzas armadas cometería
una torpeza tan evidente. Es lo primero que se aprende al empuñar un arma: el
dedo no se pone sobre el gatillo hasta el instante de disparar…
—Claro que sí. Podemos venderte uno si nos lo pagas bien —dijo el de la
Mossberg—. ¿Cuánto dinero llevas encima?
No, definitivamente, aquello no pintaba bien. No podía ser casualidad. El
instinto del motorista le indicaba que aquello apestaba a trampa. Alguien se había
ido de la lengua en La Massana, no cabía otra explicación. El maldito Jean-Pierre
o su colega francés le habían tendido una trampa para quedarse con la pasta. El
plan era perfecto. Si hacían desaparecer su cadáver en la montaña, Bill pensaría
que se había largado con el dinero, y ellos solo tendrían que repartir el pastel con
sus compinches (el guardia y su amigo el de la Mossberg). El Largo ni siquiera
sospecharía que habían sido sus colegas de Andorra los que se habían quedado
con el envío. Cuando meses o quizá años después alguien encontrase su cuerpo
descompuesto, su fin engrosaría la ley enda de color de la montaña maldita,
que estaba a punto de añadir una nueva muesca a su lista de cadáveres. Y, como
había ocurrido en julio de 1980, parecía que de nuevo un hijo del Cuerpo iba a
ser quien apretase el gatillo.
—No lo sé, lo justo para el viaje. Cien o doscientos euros. ¿Es suficiente? —
respondió mientras se movía muy despacio hacia la izquierda, buscando una
posición más ventajosa. Aquello apestaba a conflicto inminente.
—No nos tomes por estúpidos, o vamos a tener que cortarte las alitas —
añadió el guardia, que había abandonado y a su actitud conciliadora—. ¿Te
desnudas tú o te desnudamos nosotros?
Ya no había duda, lo sabían. Alguien le había delatado. Las cartas estaban
sobre la mesa. Y por si aún no tenía claro que aquello no era una intervención
policial, sino un vulgar robo, el familiar sonido metálico de la corredera de la
Mossberg, al introducir un cartucho en la recámara, retumbó en la montaña
 
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