Hermericus
Madmaxista
Corría el año 1536. Un destartalado barco, con una tripulación de tan solo 24 hombres, llegaba al puerto de Lisboa. Se llamaba Santa María de la Victoria y formaba parte de una flota de siete naves y 450 hombres que habían partido de A Coruña el 24 de julio de 1525, la Expedición de García Jofre de Loaísa. Carlos I la había enviado a las Islas Molucas para reclamar su anexión al Imperio Español y conseguir el monopolio de la especia.
Entre sus marinos más insignes se encontraban Juan Sebastián Elcano, que había formado parte de la primera vuelta al mundo junto con Magallanes, Andrés de Urdaneta, que se convertiría en el más grande cosmógrafo de su tiempo o Rodrigo de Triana, primer español en avistar América en el primer viaje de Colón. Esta Expedición realizó numerosísimos descubrimientos geográficos y marítimos y a punto estuvo de fracasar estrepitosamente si no hubiera sido por un náufrago, un Robinson Crusoe gallego que permitió la comunicación con los indígenas de las islas del Pacífico. Esta es la historia de la Expedición que partió de A Coruña y que un náufrago de Vigo, un héroe, salvó del desastre.
Gonzalo Álvarez Martínez nacía en Vigo en fecha desconocida, aunque todo apunta a que lo hizo a inicios del XVI. Se hacía llamar “Gonzalo de Vigo”.
El 10 de Agosto de 1519, Gonzalo se enrolaba en la Expedición Magallanes-Elcano, que se convertiría en la primera en circunnavegar (dar la vuelta) al mundo. Esta Expedición cambiaría el curso de la historia y moldearía el futuro de la Humanidad. En un solo viaje se perfilaron los límites de África, Asia, Europa, América y Oceanía, siendo pioneros en la colonización del Pacífico. Pero, sobre todo, lograron lo impensable hasta entonces, alcanzar Oriente navegando siempre de Este a Oeste.
Nuestro protagonista, Gonzalo de Vigo, formaba parte de la tripulación de la nao Trinidad. Solo ésta y la Victoria alcanzarían las Molucas. Gonzalo y dos tripulantes más, hartos de hambre, enfermedades y penurias, desertaban en Guam. Sus dos acompañantes fallecían en una trifulca con los indígenas, pero Gonzalo aprende la lengua, sus costumbres y se integra en la vida de los nativos de la isla, a los cuales, el joven rubio de piel clara debió parecerles un personaje curioso.
Era marzo de 1521 y allí permanecería nuestro Robinson hasta que el 5 de septiembre de 1526, las velas de un barco se recortaban en el horizonte: La nao Victoria, la misma que años antes había dado la vuelta al mundo con Elcano y Magallanes. Era lo que quedaba de la Expedición de García Jofre de Loaísa que había partido en 1525 de A Coruña. Elcano había muerto días antes y la nao Victoria era tripulada por moribundos enfermos de escorbuto.
A su llegada a una bahía de la Isla de Guam, la Victoria era abordada por decenas de indígenas. Andrés de Urdaneta escribiría sobre ese momento: “Los hombres prefieren morir a manos de los salvajes que prolongar su agonía en la nao Victoria”.
Pero, súbitamente, un milagro apareció en una de las canoas de los aborígenes. Un melenudo casi desnudo les espetó en perfecto castellano con acento gallego: “En buena hora os veo, capitán, maestro y toda su buena compañía. Señores, yo soy uno de los de la Armada del Capitán Magallanes, soy gallego y mi nombre es Gonzalo de Vigo”.
Gonzalo, tras concedérsele el Seguro Real, que suponía el perdón automático para todo crimen (la deserción en su caso), fue acogido por la expedición como lo que era, un salvador y un héroe. Actuaría como intérprete y mediador ante los indígenas y, sobre todo, ante el Rey de las Molucas, propiciando un encuentro amistoso que favorecería el intercambio comercial de especias entre las Islas y el Imperio Español. Su papel en la conquista del Pacífico es incalculable.
Tras su paso por las Molucas, a Gonzalo se le pierde la pista. Tan solo se sabe que llegó a obtener el perdón Real y que la Corona Española le pagó todos los salarios que le correspondían por sus servicios en la Expedición de Magallanes-Elcano y la de García Jofre de Loaísa.
Entre sus marinos más insignes se encontraban Juan Sebastián Elcano, que había formado parte de la primera vuelta al mundo junto con Magallanes, Andrés de Urdaneta, que se convertiría en el más grande cosmógrafo de su tiempo o Rodrigo de Triana, primer español en avistar América en el primer viaje de Colón. Esta Expedición realizó numerosísimos descubrimientos geográficos y marítimos y a punto estuvo de fracasar estrepitosamente si no hubiera sido por un náufrago, un Robinson Crusoe gallego que permitió la comunicación con los indígenas de las islas del Pacífico. Esta es la historia de la Expedición que partió de A Coruña y que un náufrago de Vigo, un héroe, salvó del desastre.
Gonzalo Álvarez Martínez nacía en Vigo en fecha desconocida, aunque todo apunta a que lo hizo a inicios del XVI. Se hacía llamar “Gonzalo de Vigo”.
El 10 de Agosto de 1519, Gonzalo se enrolaba en la Expedición Magallanes-Elcano, que se convertiría en la primera en circunnavegar (dar la vuelta) al mundo. Esta Expedición cambiaría el curso de la historia y moldearía el futuro de la Humanidad. En un solo viaje se perfilaron los límites de África, Asia, Europa, América y Oceanía, siendo pioneros en la colonización del Pacífico. Pero, sobre todo, lograron lo impensable hasta entonces, alcanzar Oriente navegando siempre de Este a Oeste.
Nuestro protagonista, Gonzalo de Vigo, formaba parte de la tripulación de la nao Trinidad. Solo ésta y la Victoria alcanzarían las Molucas. Gonzalo y dos tripulantes más, hartos de hambre, enfermedades y penurias, desertaban en Guam. Sus dos acompañantes fallecían en una trifulca con los indígenas, pero Gonzalo aprende la lengua, sus costumbres y se integra en la vida de los nativos de la isla, a los cuales, el joven rubio de piel clara debió parecerles un personaje curioso.
Era marzo de 1521 y allí permanecería nuestro Robinson hasta que el 5 de septiembre de 1526, las velas de un barco se recortaban en el horizonte: La nao Victoria, la misma que años antes había dado la vuelta al mundo con Elcano y Magallanes. Era lo que quedaba de la Expedición de García Jofre de Loaísa que había partido en 1525 de A Coruña. Elcano había muerto días antes y la nao Victoria era tripulada por moribundos enfermos de escorbuto.
A su llegada a una bahía de la Isla de Guam, la Victoria era abordada por decenas de indígenas. Andrés de Urdaneta escribiría sobre ese momento: “Los hombres prefieren morir a manos de los salvajes que prolongar su agonía en la nao Victoria”.
Pero, súbitamente, un milagro apareció en una de las canoas de los aborígenes. Un melenudo casi desnudo les espetó en perfecto castellano con acento gallego: “En buena hora os veo, capitán, maestro y toda su buena compañía. Señores, yo soy uno de los de la Armada del Capitán Magallanes, soy gallego y mi nombre es Gonzalo de Vigo”.
Gonzalo, tras concedérsele el Seguro Real, que suponía el perdón automático para todo crimen (la deserción en su caso), fue acogido por la expedición como lo que era, un salvador y un héroe. Actuaría como intérprete y mediador ante los indígenas y, sobre todo, ante el Rey de las Molucas, propiciando un encuentro amistoso que favorecería el intercambio comercial de especias entre las Islas y el Imperio Español. Su papel en la conquista del Pacífico es incalculable.
Tras su paso por las Molucas, a Gonzalo se le pierde la pista. Tan solo se sabe que llegó a obtener el perdón Real y que la Corona Española le pagó todos los salarios que le correspondían por sus servicios en la Expedición de Magallanes-Elcano y la de García Jofre de Loaísa.
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