Su última idea, unas futuristas gafas de realidad aumentada, despiertan suspicacias entre quienes piensan que quiere controlar el planeta
Sandro Pozzi Nueva York 9 FEB 2013 - 01:00 CET
Sergey Brin se pasa la mitad del tiempo dedicado a la Google Glass. Apareció con las gafas robóticas en un evento benéfico para invidentes, se le vio llevándolas en un desfile durante la semana de la moda en Nueva York, junto a Diane von Fürstenberg y, recientemente, con ellas puestas en un vagón del metro neoyorquino. Es el gran proyecto que tiene entre manos el genio, el que, a través de la realidad aumentada, permitirá a los usuarios de smartphones acceder a información con simples comandos de voz, por ejemplo. Suena futurista, pero espera comercializarlas en 2014.
...
Lo que empezó en un garaje alquilado en Menlo Park, en la Bahía de San Francisco, como un proyecto financiado con un millón de dólares prestado por familiares, amigos e inversores, es ahora un coloso presente en móviles, tabletas, televisores, relojes, cámaras de fotos y, más pronto que tarde, en las gafas. Desarrolla hasta un coche autónomo. Al mismo tiempo, ha entrado en colisión con la industria tradicional de medios, desde editores de diarios y libros hasta Hollywood.
...
Las revolucionarias gafas, con las que se le ve también a menudo por San Francisco, donde vive, han disparado teorías conspiratorias sobre las intenciones reales de Google con este tipo de proyectos. Y es que el gran reto de la compañía es convencer al mundo de que no son unos diablos en pos de controlar el mundo a través de la Red. Es también una cuestión de cultura empresarial propia de Google, intrínseca a la personalidad de Brin y a sus ambiciones.