Lynx
Madmaxista
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XXX.
M. Ouvrard. Carta del vizconde de Monmorency.—-Principian las relaciones personales del autor con el emperador de Rusia.
XXXII.
Cambio de disposiciones —Anúdase la narracion. Alejandro: conversacion con él.
M. Ouvrard. Carta del vizconde de Monmorency.—-Principian las relaciones personales del autor con el emperador de Rusia.
XXX.
M. Ouvrard. Carta del vizconde de Monmorency.—-Principian las relaciones personales del autor con el emperador de Rusia.
Mas ¿qué significaba esa aparicion de M. Ouvrard de que tiemos hablado eu nuestra carta del 28 de noviembre? Con fecha 24 del mismo mes habiamos recibido de Milan el siguiente escrito de M. de Montmorency.
«Noble vizconde: he. encontrado aqui a M. Ouvrard, que me ha causado algo de admiración y hasta de sentimiento por las últimas noticias de la regencia. Ya comprendeis que el interés de esta y de su empréstito es lo que motiva su viaje. Desea una carta para uno de nuestros plenipotenciarios, os concedo la preferencia suplicándoos que lo introduzcais cerca de vuestros colegas. Le he aconsejado que permanezca poco tiempo en Verona, donde se hablará demasiado de su llegada y que procure volver lo mas pronto posible. Decid al Sr. principe de Metternich que ruego que lo escuche. El todo está en buenas manos, noble vizconde. Escribid tambien por él. Estoy muy contento de las nuevas elecciones; segun las noticias que me ha dado, cinco solamente han salido malas.
Dios os inspire. Hablad de mi a vuestros colegas y todo el congreso.
MONTMORENCY»
M. Ouvrard se presentó por consiguiente con planes para derribar el gobierno de las cortes en nombre de regencia de Urgel sin necesidad de ninguna otra potencia. Esos planes quiméricos por lo tocante los intereses jovenlandesales, no lo eran por lo respectivo los materiales. El banquero imaginario divirtió a M. de Metternich. La idea de hacer la guerra con dinero y sin mas intervencion que la regencia de Urgel, desentendiéndose de la Francia, era idea que halagaba al principe.
El órden cronológico de los negocios nos conduce a hablar de las relaciones que el emperador de Rusia se dignó tener con nosotros. ¿Cuál es el lugar que ahora habita? El sepulcro.
…
XXXII.
Cambio de disposiciones —Anúdase la narracion. Alejandro: conversacion con él.
XXXII.
Cambio de disposiciones —Anúdase la narracion. Alejandro: conversacion con él
Apenas tenemos valor de representar hablando con nosotros al que acabamos de dejar sumido en eterno silencio en el panteón de los czares. ¿Qué le importan ya los congresos ni los reinos de este mundo? Todo lo absorbe la inmensidad de la tumba. La fin y la vida son dos cosas de tan opuesto órden, que después de haber hablado de la primera parecen puerilidades de la niñez todo lo que pueda decirse por lo tocante a la segunda.
Habiendo M. de Montmorency partido, nuestro papel muy limitado en su presencia aumentó de importancia: conservamos, sin embargo, grato recuerdo de aquellas horas, porque nos proporcionaron la benevolencia mas ilustrada de nuestra carrera política, benevolencia que nunca se ha desmentido.
Habían inspirado prevenciones al emperador de Rusia contra nuestra persona, habíanle dicho que si nos daba oido ejerceriamos sobre su ánimo una seducción que le seria difícil desistir. Fuimosle presentados en Paris; como él; en liberal, no le conveníamos mas que bajo el punto de vista religioso. Cuando volvimos a verlo en Verona, el czar se habia hecho ultra, como nosotros seguíamos permaneciendo en nuestra clasificacion de liberal, ocurrió la misma dificultad, aunque en opuesto sentido. En el Congreso nos trató con atención pero de un modo reservado. Acostumbrábamos verlo con frecuencia en sus paseos y teníamos bastante mundo para darnos por entendidos de que lo conocíamos, pero esperábamos que al pasar nos hubiese hecho alguna indicación, nos hubiese dicho alguna palabra. Una vez se acercó nuestro lado, remontando juntos la orilla del Adige habló de San Petersburgo sin duda para evitar toda conversación política. Aunque M. de Montmorency no se nos mostró favorable, obró sin embargo respecto de nosotros (ya lo hemos dicho anteriormente) según el impulso de su sangre y de su virtud’ al despedirse del emperador le invitó a que no se asustara tanto de nuestra persona. La condesa Tolstoy, que Alejandro solía ver con frecuencia, nos facilitó algunas entrevistas con él que no produjeron resultado alguno; el emperador era algo sordo y nosotros no teníamos la costumbre de hablar en tono alto; nuestra indiferencia hácia los príncipes es tan grande que ni siquiera habíamos dudado de la frialdad con que nos recibiría aquel hombre cuya mirada andaba todo el mundo mendigando.
Cuando M. de Montmorency se marchó, Alejandro nos envió llamar; no hacia un cuarto de hora que estábamos cara a cara cuando ya nos agradábamos. No se diga que nos asociamos demasiado familiarmente a aquel poderoso de la tierra, porque la familiaridad que aludimos, es la del alma, nadie ignora que las almas son iguales y que esa igualdad en nada perjudica al respeto. Él emperador manifestó admirarse, la manera de una persona que nunca hubiera visto mas que nuestro retrato. Hallándonos preocupados de la guerra de España, no viendo obstáculo que en ese particular pudiese inspirarnos temor, no siendo la envidia británica, nos esforzamos por captarnos un poco la voluntad de Alejandro, a fin de oponerlo a las malignidades del gabinete de Londres.
En nuestras diversas conversaciones le hablábamos de todo, él nos escuchaba olvidándose de quién era. Manifestárnosle nuestra oposición a los tratados de Viena; no creyó deberse explicar pero nos contestó diciendo «Mejor avenido os hallóbais con el tratado de Paris.»
Nos atrevimos a presentarle el desmembramiento de la Polonia a consecuencia de una de las mayores cobardías de la antigua Francia, añadimos que la iniquidad de ese desmembramiento pesaría eternamente sobre Rusia, Prusia y Austria; que Alejandro acabarla de inmortalizarse remediándolo. El czar tuvo la paciencia de escucharnos cuando dijimos que un pequeño pais muy mal gobernado para el cual había vanamente confeccionado un proyecto de constitución, no debía ser considerado como un peligro para los Estados vecinos y que los polacos nunca perderían la tentación de sublevarse no por espiritu revolucionario, sino porque es condición de la naturaleza humana, el que todo pueblo quiera conservar su nombre, re(h)úse perder su independencia.
Tampoco nos olvidamos de nuestra querida Atenas, cuya causa hemos defendido largo tiempo en público en la cámara de los Pares, de la cual aun después de muerto el czar, nos atrevimos a hablar a Nicolás Constantino.
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