El falso Tratado de Verona de 1822.

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La Santa Alianza condenó la deriva revolucionaria del trienio liberal en España, pero en la práctica conjuntamente sólo se realizaron notas de protesta por parte de cada embajador. Sin embargo, un periódico inglés, el Morning Chronicle, publicó poco después de la celebración del congreso un supuesto tratado de Verona, que condenaba cualquier régimen liberal, la libertad de prensa y sancionaba la oleada turística francesa. Solamente la historiografía española consideró este tratado como verdadero, al menos hasta 2011.

El cuento liberal:
En días como hoy - El Tratado de Verona , En días como hoy - RTVE.es A la Carta



La realidad histórica:

El falso tratado secreto de Verona de 1822 | de la Torre del Río | Cuadernos de Historia Contemporánea

Texto del supuesto tratado:

Tratado secreto de Verona celebrado por los Plenipotenciarios de Austria, Francia,
Prusia y Rusia, en 22 de Noviembre de 1822.
Los infrascriptos Plenipotenciarios autorizados especialmente por sus Soberanos
para hacer algunas adiciones al tratado de la Santa Alianza, habiendo cangeado (sic)
antes sus respectivos plenos poderes, han convenido en los artículos siguientes.

ARTÍCULO 1º.
Las Altas Partes Contratantes plenamente convencidas, de que el sistema de gobierno representativo es tan incompatible con el principio monárquico, como la máxima de la Soberanía del Pueblo es opuesta al principio de derecho divino, se obligan del modo más solemne a emplear todos sus medios, y unir todos sus esfuerzos para destruir el sistema del gobierno representativo de cualquiera Estado de Europa donde exista, y para evitar que se introduzca en los Estados donde no se conoce.

ARTÍCULO 2º.
Como no puede ponerse en duda, que la libertad de la Imprenta es el medio mas eficaz que emplean los pretendidos defensores de los derechos de las Naciones, para perjudicar á los de los Príncipes, las Altas Partes Contratantes prometen recíprocamente, adoptar todas las medidas para suprimirla, no solo en sus propios Estados, sino tambien (sic) en todos los demas (sic) de Europa.

ARTÍCULO 3º.
Estando persuadidos de que los principios religiosos son los que pueden todavía contribuir mas poderosamente á conservar las Naciones en el estado de obediencia pasiva que deben á sus Príncipes, las Altas Partes Contratantes declaran, que su intención es la de sostener cada una en sus Estados las disposiciones que el Clero por su propio interes (sic) esté autorizado á poner en ejecución, para mantener la autoridad de los Príncipes, y todas juntas ofrecen su reconocimiento al Papa, por la parte que ha tomado ya relativamente á este asunto, solicitando su constante cooperación con el fin de avasallar las Naciones.

ARTÍCULO 4º.
Como la situación actual de España y Portugal reune (sic) por desgracia todas las circunstancias á que hace referencia este tratado, las Altas Partes Contratantes, confiando á Francia el cargo de destruirlas, le aseguran auxiliarla del modo que menos pueda comprometerlas con sus pueblos, y con el pueblo frances (sic), por medio de un subsidio de 20 millones de francos anuales cada una, desde el día de la ratificación de este tratado, y por todo el tiempo de la guerra.

ARTÍCULO 5º.
Para restablecer en la Península el estado de cosas, que existía antes de la revolución de Cadiz (sic), y asegurar el entero cumplimiento del objeto que espresan (sic) las estipulaciones de este tratado, las Altas Partes Contratantes se obligan mutuamente, y hasta que sus fines queden cumplidos, á que se espidan (sic), desechando cualquiera otra idea de utilidad ó conveniencia, las órdenes mas terminantes á todas las Autoridades
de sus Estados, y á todos sus agentes en los otros paises (sic), para que se establezca la mas perfecta armonía entre los de las cuatro Potencias contratantes, relativamente al objeto de este tratado.

ARTÍCULO 6º.
Este tratado deberá renovarse con las alteraciones que pida su objeto, acomodadas á las circunstancias del momento, bien sea de un nuevo Congreso, ó en una de las Cortes de las Altas Partes Contratantes, luego que se haya acabado la guerra de España.

ARTÍCULO 7º.

El presente (sic) será ratificado, y cangeadas (sic) las ratificaciones en Paris en el
término de dos meses.
Por el Austria, METTERNICH.
Por Francia, CHATEAUBRIAND.
Por la Prusia, BERESTORFF (sic).
Por la Rusia, NESSELRODE.
Dado en Verona á 22 de Noviembre de 1822.
 
No sé si hubo tratado secreto o no, pero parece ser que se cumplió lo que en él se explica.
 
Probablemente el punto que más "da el cante" es el 3º en el que la protestante Prusia y la cismática ortodoxa Rusia ofrecen reconocimiento al Papa de Roma.

Y se cumplió porque el falso tratado se publicó cuando los Cien Mil Hijos de San Luis ya estaban incluso en Sevilla. :D
 
El cuento liberal:
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La realidad histórica:

El falso tratado secreto de Verona de 1822 | de la Torre del Río | Cuadernos de Historia Contemporánea

Texto del supuesto tratado:

Tratado secreto de Verona celebrado por los Plenipotenciarios de Austria, Francia,
Prusia y Rusia, en 22 de Noviembre de 1822.
Los infrascriptos Plenipotenciarios autorizados especialmente por sus Soberanos
para hacer algunas adiciones al tratado de la Santa Alianza, habiendo cangeado (sic)
antes sus respectivos plenos poderes, han convenido en los artículos siguientes.

ARTÍCULO 1º.
Las Altas Partes Contratantes plenamente convencidas, de que el sistema de gobierno representativo es tan incompatible con el principio monárquico, como la máxima de la Soberanía del Pueblo es opuesta al principio de derecho divino, se obligan del modo más solemne a emplear todos sus medios, y unir todos sus esfuerzos para destruir el sistema del gobierno representativo de cualquiera Estado de Europa donde exista, y para evitar que se introduzca en los Estados donde no se conoce.

ARTÍCULO 2º.
Como no puede ponerse en duda, que la libertad de la Imprenta es el medio mas eficaz que emplean los pretendidos defensores de los derechos de las Naciones, para perjudicar á los de los Príncipes, las Altas Partes Contratantes prometen recíprocamente, adoptar todas las medidas para suprimirla, no solo en sus propios Estados, sino tambien (sic) en todos los demas (sic) de Europa.

ARTÍCULO 3º.
Estando persuadidos de que los principios religiosos son los que pueden todavía contribuir mas poderosamente á conservar las Naciones en el estado de obediencia pasiva que deben á sus Príncipes, las Altas Partes Contratantes declaran, que su intención es la de sostener cada una en sus Estados las disposiciones que el Clero por su propio interes (sic) esté autorizado á poner en ejecución, para mantener la autoridad de los Príncipes, y todas juntas ofrecen su reconocimiento al Papa, por la parte que ha tomado ya relativamente á este asunto, solicitando su constante cooperación con el fin de avasallar las Naciones.

ARTÍCULO 4º.
Como la situación actual de España y Portugal reune (sic) por desgracia todas las circunstancias á que hace referencia este tratado, las Altas Partes Contratantes, confiando á Francia el cargo de destruirlas, le aseguran auxiliarla del modo que menos pueda comprometerlas con sus pueblos, y con el pueblo frances (sic), por medio de un subsidio de 20 millones de francos anuales cada una, desde el día de la ratificación de este tratado, y por todo el tiempo de la guerra.

ARTÍCULO 5º.
Para restablecer en la Península el estado de cosas, que existía antes de la revolución de Cadiz (sic), y asegurar el entero cumplimiento del objeto que espresan (sic) las estipulaciones de este tratado, las Altas Partes Contratantes se obligan mutuamente, y hasta que sus fines queden cumplidos, á que se espidan (sic), desechando cualquiera otra idea de utilidad ó conveniencia, las órdenes mas terminantes á todas las Autoridades
de sus Estados, y á todos sus agentes en los otros paises (sic), para que se establezca la mas perfecta armonía entre los de las cuatro Potencias contratantes, relativamente al objeto de este tratado.

ARTÍCULO 6º.
Este tratado deberá renovarse con las alteraciones que pida su objeto, acomodadas á las circunstancias del momento, bien sea de un nuevo Congreso, ó en una de las Cortes de las Altas Partes Contratantes, luego que se haya acabado la guerra de España.

ARTÍCULO 7º.

El presente (sic) será ratificado, y cangeadas (sic) las ratificaciones en Paris en el
término de dos meses.
Por el Austria, METTERNICH.
Por Francia, CHATEAUBRIAND.
Por la Prusia, BERESTORFF (sic).
Por la Rusia, NESSELRODE.
Dado en Verona á 22 de Noviembre de 1822.





R:


XX.
Instrucciones de M. Villele.


La situacion de España ha llamado la atencion de los soberanos y será sin duda para la Francia la mas delicada de cuantas se tratarán en el congreso.

»Los plenipotenciarios de S. M. deben ante todo evitar de presentarse en el congreso como informantes de los asuntos de España. Las demás potencias pueden conocerlos lo mismo que nosotros , pues han conservado sus representantes y agentes consulares en aquel pais. Semejante papel podia convenir al Austria en el congreso de Leybach, porque dese iba invadir á Nipoles y le convenia hacerlo con el apoyo de las demás naciones. Expuso sus motivos á lin de obtener ese apoyo, sin el cual, por otra parte, aseguraba que sabria pasarse , si se lo rehusaban, pues su seguridad exigia imperiosamente la ocupacion del reino de Napoles. Nosotros no estamos decididos á declarar guerra á la España; las cortes antes se llevarian Fernando á Cádiz que dejarlo ir á Verona. La situacion de la Francia no nos pone en la necesidad ni de pedir, como el Austra en Laybach, apoyo para invadir la peninsula , pues no nos vemos en la precisa necesidad de hacerle la guerra, ni socorros para hacerla, pues aunque España nos la declarara, no los necesitamos, ni los admitiriamos á trueque de no dar paso por nuestro territorio á tropas extranjeras.

» La opinion de nuestros plenipotenciarios acerca de la cuestion de saber lo que convien- al congreso hacer por lo relativo á España, se concretará á establecer, que siendo Francia la unica potencia que debe obrar por medio de sus tropas, á ella competirá únicamente la apreciacion de esa necesidad.

«Por último, los representadles franceses no deben consentir que el congreso prescriba á la Francia la conducta que haya de seguir por lo tocante á España. Ño deben tampoco admitir secorros comprados á costa de sacrificios pecuniarios ni del paso de tropas extranjeras por nuestro territorio: se limitaran a presentar la cuestion de España en sus relaciones generales y á conseguir del congreso un tratado eventual, honroso y útil á la Francia, sea en el caso de guerra con Espana, sea en el de reconocimiento de la independencia de América por parte de esas potencias,»

Lo que el empleado del ministerio de Negocios Extranjeros, redactor de esa nota sigue diciendo acerca de las dificultades de la guerra de España, y de la imposibilidad de mantener en ella un ejército, fueron asertos desmentidos por la invasion de 1823. Por io demás en la nota se echan de ver la aversion muy natural del presidente del consejo á las hostilidades; su temor de que los aliados propongan que Francia intervenga directamente en la cuestion, y las razones con que se preparará para oponerse á las exigencias de estos.

Tambien se ve su preocupacion mercantil por lo tocante á América, cuya independencia reconocieron las potencias, lo cual en nuestro concepto no era mas que una cuestion secundaria: por parte de la monarquia restaurada no podia tratarse sino de, ser ó no ser.

Salvo esos puntos las instrucciones eran correctas y enteramente francesas. Alentado por ellas, y tal vez traspasando algo su espiritu M. de Montmorency presentó al congreso sus famosas comunicaciones.

 
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XXI.
Comunicaciones verales del vizconde de Montmorency.

«Compendio de las comunicaciones verbales hechas por el vizconde de Montmorency en la reunion confidencial de los ministros de Austria, Inglaterra, Prusia y Rusia en Verona, 20 de octubre de 1822. »

El estado de irritacion en que se encuentra el gobierno que rige actualmente la España , y las numerosas provocaciones que dirige á la Francia, dan todo lugar de creer que la paz no se conservará todo el tiempo que seria de desear. El gobierno del rey ha hecho ya sacrificios por el sincero deseo de evitar un rompimiento que le impondria la dolorosa obligacion de volver á encender la tea de la guerra y turbar la tranquilidad comprada á tan alto precio por todos los Estados de Europa. Continuará empleando todo su cuidado en precaverse de tal desgracia, pues sabe que sobre ese punto tiene muy nobles ejemplos que imitar. Mas si ha podido hasta el presente acallar el sentimiento de su dignidad, si ha sufrido con paciencia ataques hechos mas bien para inspirarle un sentimiento de dolor y de compasion que para irritarla, no puede sin embargo hacerse ilusiones acerca del peligro inherente á semejante órden de cosas. Un foco revolucionario establecido tan cerca de Francia puede lanzar sobre esta nacion y sobre las demás de Europa funestas chispas que amenacen una conflagracion general.

«Por otra parte, el gobierno español puede bruscamente determinarse á una agresion*, en la cual creerá encontrar medios de prolongar su existencia, presentándola á la opinion como un generoso esfuerzo de la libertad contra la tirania. La Francia debe por consiguiente prever como posible, ó tal vez como probable, una guerra con la peninsula. Con arreglo á la naturaleza de las cosas, y segun los sentimientos de moderacion que desea sirvan de norma á su conducta, no puede considerarla mas que como una guerra defensiva. No acertaria á fijar la época; pero se halla decidida á sostenerla. Llena de confianza en la justicia de la causa que tendrá que defender, honrándose de tener que preservar la Europa de la calamidad de la revolucion, Francia se apoyará resueltamente en la fuerza de sus armas y en la lealtad de sus tropas, que sentadas vana y frecuentemente han sabido manifestar ante la seduccion un valor tal vez mas dificil que el de los combates.

«Mas desde aqui al momento en que la guerra seria inevitable la Francia, por un incidente de esos que son comunes á todos los gabinetes, puede decidirse á adoptar un término medio entre la paz y las hostilidades, rompiendo toda relacion diplomática con la corte [ de Madrid. En efecto, tales circunstancias podrian presentarse, tales pasos podrian ser dados por el gobierno ó por las cortes, que el representante diplomático de Francia se veria necesariamente en el caso de pedir sus pasaportes, y de retirarse formalmente. Dado este caso, que es preciso prever por mas que se procure evitarlo ¿no opinaran las altas potencias que seria dar una prueba útil de la uniformidad de los principios y miras de la Alianza el tomar semejante medida y retirar sus respectivos representantes diplomáticos de Madrid? Puede creerse (y este pensamiento ha llamado desde 1820 la atencion de una de las potencias) que si España viese cesar á un mismo tiempo las relaciones que la unen todavia con los reyes y gobiernos de Europa; si se encontrara como aislada por la retirada de la mayor parte del cuerpo diplomático, y por la interrupcion de las comunicaciones de que ese cuerpo es órgano habitual, se sentiria impelida á reflexionar con mas madurez sobre su situacion y á utilizar los elementos monárquicos que encierra en su seno, y que de tres meses á esta parte van tomando notable desarrollo, para apagar el fuego revolucionario por el cual se apartan de ella los pueblos y los gobiernos.

»Esta medida que produciria tanto mas efecto cuanto mas uniformemente fuese puesta en juego por las altas potencias, podria, es cierto, causar graves consecuencias. Probablemente irritaria á los que hoy gobiernan la España, é inducirlos á que declaráran inmediatamente guerra á la Francia; mas sobre ellos caeria la responsabilidad, y esta última nacion se encontraria en el terreno en que desea mantenerse basta el postrer momento: estaria pronta á defenderse y no tendria que atacar.

Al prever el caso de guerra con España y sometiendo á los intereses comunes de la grande Alianza todas las consideraciones anejas á esa importante cuestion, repetimos que la Francia ha debido creer que contaba con el apoyo jovenlandesal de sus aliados y y que hasta le seria imposible, si las circunstancias lo exigian, reclamar de ellos un socorro material. Siéntese esa nacion penetrada ante todo de la idea de que en las presentes circunstancias el concurso de las altas potencias es necesario, como llamado á conservar esa unanimidad de miras que es el carácter fundamental de la Alianza, y que importa mucho á la Europa mantener y ostentar, para asegurar la tranquilidad de Europa.

«Sobre la forma de ese concurso jovenlandesal, y sobre las medidas propias á asegurarle el socorro material que' puede ser reclamado en lo sucesivo, es sobre lo que cree la Francia fijar definitivamente en caso necesario, la atencion de sus augustos aliados.

«Reasumiendo por consiguiente las ideas que acaba de exponer, y que han deseado conocer, somete á su alta prudencia las tres cuestiones siguientes:

»1.a En el caso de que Francia se vea obligada á retirar de Madrid á su representante y á romper toda relacion diplomática con la peninsula, ¿estaran dispuestas las altas potencias á adoptar por su parte la misma medida y á retirar sus respectivas legaciones?

»2.a Si debe por último, romperse la guerra entre Francia y España ¿en qué forma y por medio de qué actos daran las altas potencias á la Francia el apoyo jovenlandesal que comunique á su accion toda la fuerza de la Alianza, é inspire un saludable terror á los revolucionarios de todos los paises?

»3." ¿Cuál es, en fin, la intencion de las altas potencias por lo tocante al fondo y á la forma del socorro material que estarian dispuestas á dar á la Francia en el caso de que por peticion de las mismas, llegue á ser necesaria la intervencion activa? admitiendo la restriccion de que la Francia declara, como no podran menos de conocer las mencionadas potencias, que aquella intervencion es absolutamente exigida por la disposicion general de los ánimos.»


# Gran falacia de Montmorency. La total invención de una España que aún se debate en América en sus últimos momentos, y se inventa una posible agresión a Francia. Tan consciente es de que no iba a colar, que a continuación dice que no puede predecir cuándo la agresión podría producirse. Los Cien Mil Hijos de &*%dP entrando en España eran por "guerra defensiva" de Francia.
 
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XXII.
Examen de los tres casos de guerra expuestos por el vizconde de Montmorency.—Francia no fue impelida a la guerra por el congreso; Prusia, y particularmente el Austria, se oponian a que se hiciera.—Reflexiones sobre las notas del ministro de Negocios extranjeros.—Noble conducta de este ministro.—M. Gentz.
En la sesion del 27 de noviembre, los plenipotenciarios examinaron para decidirse á tomar una determinacion, los tres casos de guerra expuestos por el vizconde de Montmorency, y que podian seguir á las cuestiones eventuales de la declaracion del 20 de 0ctubre. Esos tres casos de guerra eran:

1. ° El de un ataque á mano armada por parte de España contra el territorio francés, ó de un acto oficial del gobierno español, provocando directamente á la rebelión á los súbditos de una ú otra de las dos potencias.
2." El destronamiento pronunciado contra S. M. el rey de España, de un proceso intentado contra su augusta persona, ó de un atentado de la misma naturaleza contra los miembros de su familia.
3." El caso do un acto formal del gobierno, atentando contra los derechos de sucesion de la familia real.

Con claridad aparece por consiguiente que Francia por medio de M. Montmorency, declaró que sin duda se veria obligada á hacer la guerra , en cuyo caso preguntó á sus aliados qué es lo que harian. No solamente no se vió esa nacion impelida por el Congreso á hacer la guerra, sino que en cierto modo tuvo que combatir la oposicion de Prusia , y particularmente del Austria. Solo la Rusia aprobaba la guerra, y ofrecia su apoyo jovenlandesal y material.

Era muy natural que Francia, antes de lanzarse en aquella peligrosa empresa, quisiera conocer lo que dejaba en pos de si y las disposiciones de sus aliados. Debia sobre todo prever que la Inglaterra podria intervenir en favor de los españoles. El único medio de contrarestar ese golpe, era presentarle un grupo de potencias unidas, y contenerla haciéndole ver que una guerra con Francia, seria para el gabinete de San James una guerra posible con el continente, y una guerra segura con la Rusia. Esta precaucion no me era de mucho valor, pues en mi concepto una guerra de Francia con la Gran Bretaña, seria de éxito fácil si fuese dirigida con arreglo á un plan nuevo, y sino se alarmara la primera por algunos sacrificios necesarios; mas en el caso en que entonces nos hallábamos, era siempre obrar con prudencia el impedir ese rompimiento, conteniendo á M. Canning por la posibilidad de una conflagracion general.

Esta razón hace que las notas de M. de Montmorency sean inatacables. Sin embargo, si nos hubiera dispensado el honor de consultarnos, y no las hubiese redactado en el secreto de su gabinete con M. Bourjot, habrian sido confeccionadas de otra manera, y no habrian preguntado categóricamente á la Europa lo que pensaba acerca de Francia, y de las dificultades en que podriamos hallarnos comprometidos. En aquel caso se habrian contentado con decir: «¿Si nos vemos obligados á la guerra, é interviniendo la Gran Bretaña, abrazareis nuestra alianza?» Tampoco se habria hablado de la posibilidad de un socorro material, pues todos los cosacos de la tierra no habrian salvado á la Francia, si las armas de esta hubiesen sufrido un contratiempo en los campos de la peninsula.

Llenos de veneracion por las virtudes del señor vizconde de Montmorency, tenemos que confesar que no tuvimos la fortuna de agradarle. Nadie mas que él habia amado, ni amaba las libertades públicas; pero los crimenes de 1793 le hacían estar en guardia contra sus primeras opiniones, y le sugerian dudas acerca de los principios que en otro tiempo habia tenido. Hay ademas de esto ciertas simpatias y antipatias de humor y de carácter; M. de Montmorency no nos honró con su confianza; nos vió con disgusto pasar al otro lado de los montes, pues en Paris se habia opuesto á nuestra mision, que no la debimos sino á M. de Villele que se hallaba contento de tener un amigo en Verona. Tampoco gozamos de verdadero crédito en el congreso, hasta que M. de Montmorency se marchó. Sin embargo, las superiores cualidades de su alma (debemos hacerle esta justicia), se sobrepusieron á la poca inclinacion que tenia hácia nuestra persona: antes de partir destruyó de una manera magnánima las prevenciones que habian inspirado á Alejandro contra nosotros, y fue causa primordial del favor que alcanzamos cerca de este principe. Pero de todas maneras, si se exceptúa la trata de neցros y las colonias españolas, no se consultó nuestra opinion en ningun otro asunto: todo se resolvió entre los gefes de los gabinetes, como lo indica suficientemente el titulo de comunicaciones verbales. No tuvimos mas relaciones que con el señor Gentz, a quien hemos visto morir dulcemente al sonido de una voz que le hizo olvidar la del tiempo.
 
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XXIII
El emperador de Rusia —El duque de Wellingtoa.—El principe de Metternich.—El conde de Benstorff.—El conde Poizo.—Contestaciones de Prusia, de'Austria y de Rusia a las notas verbales del conde de Montmorency.—Apoyo que la nota de Rusia dió n la Francia contra Inglaterra.



[...]
Rusia contestó con un si formal á todas las cuestiones de M. de Montmorency: dijo hallarse dispuesta á retirar su embajador y á dar á la Francia todo el apoyo jovenlandesal y material que pudiese necesitar sin restriccion ni condicion de ninguna especie. La franqueza de esta nota disipó todo temor exterior relativamente a la guerra de España, no dejándole mas que los peligros interiores que la Francia tenia que correr. Los temores que esta nacion tenia de la malevolencia de Inglaterra, quedaron súbitamente justificados por la nota del duque do Wellington, que rehusó firmar los procesos verbales del 20 de octubre y 17 de noviembre, y dió á conocer las razones en que fundaba esta negativa.

XXIV

El duque de Wellinpton rehusa lirmar los procesos verbales del 20 de octubre y 17 de noviembre.—Su nota.—Observaciones acerca de ella.—Palabra de M. Cannine.—Su carta.

«El duque de Wellington hace observar que las comunicaciones de Francia y las resoluciones de las córtes de Austria, Prusia y Rusia van contra el objeto que se propouen. La experiencia ha demoslrado, que durante las revoluciones, la opinion sufre la influencia del partido y de la faccion, y que lo que mas da repelús á los sentimientos es la intervencion formal y organizada. El resultado de semejante intervencion es debilitar y poner en peligro la nacion en favor de la cual se ejerce. Este sentimiento prevalece en España en mas alto grado que en ningun otro pais, y debe temerse que la existencia de estos procesos verbales haga peligrar las augustas personas á cuya seguridad se tiene intencion de atender. Ademas, algunos articulos de esos procesos verbales tocan puntos que son propiamente hablando, objeto de la ley civil. La persona de un soberano es inviolable; las leyes de todos los paises, la opinion unánime y los sentimientos del género humano han atendido á la seguridad de la sagrada persona del monarca; pero las leyes que declaran inviolable la persona de los soberanos, no protegen igualmente A las personas de su augusta familia, y esos procesos verbales pueden propender á cubrir la familia real de España, con una proteccion que las leyes de aquel pais no les conceden.

«Los ministros de las córtes aliadas han pensado que era á propósito el dar á conocer ú España los sentimientos de sus soberanos respectivos por medio de los despachos dirigidos á los representantes de sus diversos gabinetes residentes en Madrid. El gobierno de S. M. británica no se cree con instrucciones suficientes, sea acerca de lo que ha ocurrido ya entre Francia y España, sea de lo que puede ocasionar un rompimiento, para poder contestar afirmativamente á las cuestiones sometidas á la conferencia por el ministerio de Francia. Pero ¿será ahora momento oportuno de expedir despachos calculados para irritar al gobierno de España y suscitar nuevas dificultades en la dificil situacion del gobierno francés? El resultado de esas comunicaciones será probablemente el suspender las relaciones diplomáticas entre los tres gobiernos aliados y la España, cualquiera que por otra sea la cuestion entre esta nacion y la Francia, lisas comunicaciones estan calculadas para suscitar dificultades, no solo al gobierno francés, sino que tambien al del rey de Inglaterra. Este gobierno opina que el censurar los negocios interiores de un Estado independiente, no siendo que afecten intereses esenciales de los súbditos de S. M., es incompatible con los principios segun los cuales S. M. ha obrado invariablemente en todas las cuestiones relativas á los negocios interiores de otros paises. Asi es que el gobierno de Inglaterra debe rehusar el aconsejar á S. M. de expresarse en esta ocasion como sus aliados; es tan necesario para el gobierno de S. M. el que no se le suponga haber participado de semejante proyecto, que el gobierno británico debe igualmente abstenerse de aconsejar al rey el dirigir ninguna comunicacion al gobierno español, con motivo de las relaciones de este con la Francia.»


La Gran Bretaña rompe aqui bruscamente con sus aliados. Cierto es que por la forma de su gobierno, por la intervencion de la opinion nacional y de la publicidad parlamentaria, estaba la Inglaterra obligada á usar de reserva en sus contestaciones; no podia obrar con la soltura de esos monarcas continentales que ninguna cuenta tienen que dar á sus súbditos; pero es imposible alegar peores razones que las aducidas por el duque de Wellington , ni ocultar con menos destreza la animosidad del gabinete británico contra la Francia: el plenipotenciario inglés creia sin duda que aun estaba mandando en Waterloo.

Lo que dijo por de pronto acerca de los peligros de la intervencion, ha sido desmentido por los hechos: en vez de resistir los españoles á la invasion, acogieron á los soldados franceses como libertadores. Esa Inglaterra que tan escrupulosa se mostraba en lo tocante á la intervencion ¿no interviene en todas partes unas veces á favor del despotismo y otras en nombre de la libertad, segun lo que mas le conviene? En aquella ocasion defendia á Mahamud contra la independencia de los griegos, y al mismo tiempo la independencia de las colonias españolas contra su progenitora patria. Volveremos á ocuparnos de la intervencion cuando sea el momento oportuno.

La reserva hecha en las notas en favor de los…………….. ………………………..
británica, revela el fondo de la cuestion. Si la Gran Bretaña se cree con derecho de intervenir cuando sus intereses esenciales se hallan perjudicados, ¿no tendran tambien las demás potencias comprometidos intereses esenciales, aunque sean de otro carácter que los de la Gran Bretaña? El duque de Wellington no veia, ó aparentaba no ver las nuevas calamidades de que Francia estaba amenazada: no se trataba en aquella cuestion de abrir nuevos mercados á su comercio, ni de facilitar medios de vender sus vinos y productos (intereses esenciales de Inglaterra); se trataba de el orden de la sucesion legitima, y poner la corona en la cabeza de otra rama o dinastia. No se sabe si el duque de Wellington veia tan lejos cuando redactó esas notas, mas lo cierto es, que hoy se aplican maravillosamente á la persona de don Carlos.

í Que interesante es la inquietud que el plenipotenciario demuestra por la Francia, cuando levanta la voz acerca del compromiso en que puede verse esa nacion, si los despachos de las tres potencias aliadas llegan antes que los suvos á España, y si el rey de Prusia y los emperadores de Austria y Rusia reiran de Madrid sus enviados antes que el gabinete francés hoya retirado el suyo! Con arreglo á esa embarazosa diplomacia, la Inglaterra, obrando segun su carácter, declara que no hablará como los demas aliados, y que se abstendrá hasta de dirigir al gobierno español ninguna comunicacion por lo tocante á las relaciones de este gobierno con la Francia. Por esta frase se trasluce el secreto del gobierno británico; imaginábase la Inglaterra que Francia se perdia irremisiblemente si su ejército llegaba á entrar en la peninsula. Todo el partido liberal francés, todos los hombres da Estado, del imperio, decian lo mismo, pues no podian creer que un soberano viejo, achacoso y sin ejército podia conseguir victorias en el terreno que todo un Napoleon hahia fracasado.

No queria intervenir la Gran Bretaña en aquellos momentos, (despues acaso lo habria querido cuando tuvo miedo), ni aun para impedir la efusion de sangre; una guerra en que la Francia debia llevar la peor parte, era impedimento para que se renovara e| pacto de familia.

Una palabra que M. Canning dejó escapar, con motivo de un discurso de M. Brougham, cuando creyó ver al gabinete francés extraviado en los asuntos de la peninsula, demuestra los sentimientos que profesaban á la Francia sus rivales: en aquella ocasion exclamó M. Canning: íTú lo has querido, Jorge Dandin (l)! ítú lo has querido, amigo mio! Y sin embargo, no creia á los representantes de Francia bastante estúpidos para no haber comprendido algo en las notas del duque de Wellington, puesto que despues de haber recibido una carta de felicitacion que le escribimos cuando su nombramiento de ministro de Negocios Extranjeros, nos dirigió á Verona la siguiente contestacion:


Londres 28 de octubre \xti.
No dudo, querido vizconde, seais uno de los que me dispensan el honor de alegrarse de mi nombramiento, y es seguro que por mi parte no habria tardado tanto á daros las gracias debidas por vuestras felicitaciones, si la carta que me las trajo no me hubiese dado al mismo tiempo noticia de vuestra partida para Verona.»
Esta mia os encontrará seguramente muy ocupado; pero con tanta ocupacion, no tendria yo disculpa si añadiese mas que estas pocas palabras que os aseguren el respeto, la admiracion y amistad que os profeso, mi querido vizconde, como tendrá, segun lo espero, muchas ocasiones de demostrarlo, ya sea como ministro, ya como amigo.
Vuestro del todo,
Jorge Cannino.»
 
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XXV.
¿A qué se reduce la intervención del congreso de Verona? A tres despachos insignificantes.—Despacho de la Prusia.

En definitiva realidad no hubo verdadero acuerdo entre los soberanos y diplomáticos reunidos con tanto estrépito en las orillas del Adige, sino en lo relativo al proyecto de enviar unos despachos á los representantes de los aliados en Madrid; estos despachos debian ser entregados al gobierno español, y en el caso de ser recibidos con desprecio, los enviados de las potencias aliadas recibirían la órden de pedir sus pasaportes. A este paso inofensivo, que á ningun resultado podia conducir, se redujo la famosa intervencion del congreso de Verona, de que tanto se ha hablado. Vamos á ver, por la centésima vez, en vista de estos documentos, que lejos de amenazar á España con una guerra continental, se manifestaron temores nada equívocos de una guerra posible entre España y Francia.

En su despacho, fechado en Verona el 22 de noviembre de 1822 y enviado á M. de Schepeler, embajador en Madrid eí 27 del mismo mes por M. el conde Zichy, decia la Prusia:

«Que veia con dolor al gobierno español entrar en un camino que amenazaba turbar la tranquilidad de -Europa; recuerda todos los titulos de- admiracion que la unen á la noble nacion española, ilustrada por tantos siglos de gloria y virtud, y eternamente célebre por la heroica perseverancia que la ha hecho triunfar de los esfuerzos ambiciosos y opresores del usurpador del trono de Francia.»

El despacho habla luego del origen, de los progresos y resultados de la revolución militar de la isla de Leon, en l820.

...


»EI efecto inevitable de tantos desórdenes se hace sentir especialmente en la alteración de las relaciones entre la España y la Francia. La exageración que de aqui resulta, es á propósito para inspirar las mas profundas alarmas acerca de la paz entre los dos reinos. Esta consideración bastaría para determinar á los soberanos reunidos á romper el silencio en lo incauto á un estado de cosas, que de un dia á otro puede comprometer la tranquilidad de Europa.»

El fmal de este despacho contiene una excelente reflexion.

«No pertenece á las córtes extranjeras el juzgar qué instituciones se adaptan mejor al carácter, á las costumbres y necesidades reales de la nación española; pero les pertenece indudablemente el juzgar de los efectos que este género de experiencias produce con relación á si mismas, y el hacer depender de ellas sus determinaciones y su posición futura respecto de España.»


XXVI.
Despacho de la Rusia

El despacho ruso está dirigida el conde Bulgary, embajador en Madrid, y fechado en Verona el 26 de noviembre de 1822. En él se recuerda cómo el gabinete de San Petersburgo se apresuró, ya eu el mismo año de 1820, á señalar las desgracias de que España estaba amenazada, cuando unos soldados perjuros vendieron á su soberano y le impusieron leyes.
...


«Expresar el deseo de ver cesar una larga tormenta; librar de un mismo yugo á un monarca con poca gracia y á uno de los primeros pueblos de Europa; detener la efusión de sangre y favorecer el restablecimiento de una administración á la vez prudente y nacional: esto no es, ciertamente, atentar contra la independencia de un país, ni establecer un derecho de intervención, contra el cual cualquiera potencia tenga el derecho de sublevarse.»

XXVII.
Despacho del Austria


El despacho austriaco, de fecha igual á la de los precedentes, es el mejor de los tres documentos:
«Desde su origen ha sido juzgada por nosotros la revolución de España. Según los eternos decretos de la Providencia, el bien no puede nacer, asi respecto de los Estados como respecto de los individuos, del olvido de los primeros deberes impuestos al hombre social. La mejora de su condición no debe empezar entregándose á culpables ilusiones; pervirtiendo la opinion pública y extraviando la conciencia de los pueblos; y la revolucion militar no puede nunca formar la base de un gobierno feliz y estable.

»La revolucion de España, considerada bajo el único aspecto de la funesta influencia que ha ejercido en el reino que la ha sufrido, seria un acontecimiento digno de toda la atencion y de todo el interés de los soberanos extranjeros.

«Sin embargo, una justa da repelúsncia á inmiscuirse en los asuntos interiores de un Estado independiente, determinaría tal vez á estos soberanos á no declararse relativamente á la situación de España, si el mal causado por su revolución se hubiese concentrado y pudiese concentrarse en su interior; pero no es este el caso. Esta revolución aun antes de haber llegado á su madurez, ha ocasionado ya grandes desastres en otros paises; ella es la que por el contagio dé sus principios y de sus ejemplos, y por las intrigas de sus principales fautores, ha desencadenado las revoluciones de Nápoles y del Piamonte.

»S. M. i. solo quiere sostener en las cuestiones relativas á la revolución española, los mismos principios que siempre ha proclamado de una manera ostensible. Aun en la ausencia de todo peligro directo para los pueblos confiados á su cuidado, el emperador dudaría rechazar y reprobar lo que conceptúa falso, pernicioso y condenable, en el interés general de las sociedades humanas.

"Dificil me seria creer, señor conde, que el juicio enunciado por S. M. I. acerca de los acontecimientos que ocurren en España, pueda ser mal comprendido ó mal interpretado en este país. Ningún objeto de interés particular, ningún choque de pretensiones reciprocas, ningún sentimiento de desconfianza ó de envidia podría inspirar á nuestro gabinete un pensamiento en oposición con el bienestar de España. Bástale á la causa de Austria remontarse á su propia historia, para hallar en ella los motivos mas poderosos de adhesión, consideración y benevolencia hácia una nación que puede recordar con justo orgullo aquellos siglos de gloriosa memoria en que el sol no se ponía para ella; hácia una nación, que fuerte por sus respetables instituciones, con sus virtudes hereditarias, sus sentimientos religiosos y su amor á sus reyes, se ha hecho célebre en todos tiempos por un patriotismo siempre leal, siempre generoso y muchas veces heróico.

»En una época poco distante de la actual, esa nación ha vuelto á asombrar al mundo por el valor, la abnegación y la perseverancia que ha opuesto á la ambición usurpadora que intentaba privarla de sus monarcas y sus leyes, y el Austria no olvidará jamás hasta qué punto le ha sido útil la noble resistencia del pueblo español, en momentos de gran peligro para ella misma.

»Al reunirse en Verona con sus augustos aliados, S. M. I. ha tenido la buena fortuna de hallar en sus consejos las mismas disposiciones benévolas y desinteresadas que han servido constantemente de guia á los suyos. Las palabras que se enviaran á Madrid corroborarán este hecho y no dejarán la menor duda respecto de la sincera solicitud de las potencias por servir la causa de España, haciéndole ver la necesidad de cambiar de conducta. Es verdad que las dificultades que la agobian se han aumentado desde hace poco tiempo en una progresión espantosa. Las medidas mas rigurosas, los recursos mas atrevidos no pueden hacer manchar su administración; la guerra civil arde en muchas de sus provincias; sus relaciones con la mayor parte de Europa estan alteradas ó suspendidas, sus mismas relaciones con la Francia han adquirido un carácter tan problemático, que es permitido entregarse á sérias inquietudes en cuanto á las complicaciones que de aqui pueden resultar.

«Todo español, justo apreciador de la verdadera situación de su patria, debe conocer que para romper las cadenas que actualmente pesan sobre el monarca y sobre el pueblo, es preciso que España ponga un término á ese estado de separación del resto de Europa, en que le han colocado ciertos acontecimientos.

«Para conseguir este objeto, es preciso ante todo que el rey sea libre, no solo disfrutando de esa libertad personal que todos tienen el derecho de reclamar al amparo de las leyes, sino aquella de que debe gozar un soberano para llenar sus elevadas funciones. El rey de España será libre desde el momento en que tenga el derecho de sustituir á un régimen que está reconocido como impracticable por aquellos mismos á quienes el egoísmo ó el orgullo mantienen adictos á él, un órden de cosas en que los derechos del monarca se combinen felizmente con los intereses y los deseos legitimos de todas las clases de la nacion.»

El párrafo, (por lo demás muy bien escrito) acerca de la casa de Austria, quiere decir en lenguaje diplomático: « íErais tan poderosos y tan felices bajo nuestra gloriosa dominación! í Aceptadnos de nuevo!...»


XXVIII.
Reflexiones sobre los tres despachos precedentes. ¿Cuándo debia la Francia retirar su embajador?


Debe perdonarse á estos despachos lo que dicen contra la tribuna y la libertad de imprenta; las monarquias absolutas jamás comprenderán las monarquias representativas, porque son dos especies de poderes cuyos elementos son incompatibles. Pero los redactores de estos despachos hubieran debido ser justos con los hombres y pensar que si las cortes se mostraban rigorosas con exceso, es porque se las habian con un monarca ingrato y sin fe (1), que únicamente proponía engañarlas, y cuyo carácter, si no autorizaba las violencias de los liberales, las excusaba por lo menos (2).

El Austria se felicitaba demasiado de sus triunfos contra los revolucionarios de Italia, pues su temor le hacia ver conspiraciones donde no había otra cosa que el movimiento progresivo de las ideas de una nación que sufría con impaciencia el yugo extranjero, y privada de su nacionalidad por la conquista. No era posible pensar como M. de Metternich, cuando se veia pasar por Verona aquellas jaulas del orden y de la felicidad, que llevaban á Spielberg á Silvio Pellico, con todo lo mas ilustrado y distinguido que la Italia encerraba en su seno. El Austria no se había visto como la Francia, conmovida por una revolución de cuarenta años, y siempre pronta á reanimarse al menor soplo; no era limítrofe de España; sus pueblos y sus soldados no estaban en contacto con pueblos y soldados que proclamaban constituciones á mano armada; hubiera por consiguiente debido mostrarse menos inquieta, menos inexorable y mas hábil, sospechando menos las inteligencias ocultas.

En fin, estos despachos, al tributar grandes elogios al pueblo español por su resistencia contra Napoleon, olvidan que este pueblo obedecia entonces á las cortes de Cádiz, y que el fraile que defendia heroicamente á Zaragoza, se batía en nombre de esa misma constitución , actual objeto de la reprobación de las potencias continentales; asi, pues, la Francia era la única nación que representaba en estos debates un papel adecuado.

Por lo demás, el fondo de los despachos es verdadero, pues establecen claramente los peligros de la Francia, en su concepto de país fronterizo de España. La única amenaza en que los aliados prorumpen, es el retirar sus representantes de un país, con el cual no tenían ya relaciones políticas.

¿Cuándo debía la Francia retirar á su vez su embajador, antes ó despues que los enviados de las demás cortes hubiesen pedido sus pasaportes? Esta cuestión no podía resolverse sino con arreglo á las circunstancias, atendida la proximidad de dicho país con la península. Esta es precisamente la cuestión por la que, según se asegura, hizo el vizconde de Montmorency dimisión de su cartera de Negocios Extranjeros.
 
Buena recopilación de notas, pero la última es bastante ridícula ¿de quién es?

Decir que el fraile que defendía Zaragoza lo hacía en nombre de la constitución es absurdo y más cuando la "revolución militar" que había impuesto a Fernando VII la constitución había dado lugar a una Guerra Civil y el ejercito que iba a entrar en España para restaurar la situación anterior y liberar al rey era recibido con aclamaciones especialmente por los frailes.

Memorias de soldados franceses:

"El 28 de mayo hicimos nuestra entrada en León, bajo los arcos de triunfo y las aclamaciones de los habitantes de la Ciudad… todas las campanas de las iglesias repiqueteaban, todas las casas se pusieron sus mejores galas. Las mujeres, con sus vestidos más elegantes estaban en los balcones y aplaudían nuestra llegada"

"Llegamos a Madrid sin encontrar la mínima resistencia, nuestra entrada en la capital fue muy brillante, las calles por las que desfilábamos estaban engalanadas con tapices como si fuera la fiesta de Dios, las mujeres vestidas elegantemente agitaban sus pañuelos gritando "Viva Francia"

Una cancioncita popular de la guerra contra Francia decía lo siguiente:

Viva España, Viva España y muera Francia
Que ha quemado la bula
Y niega la fe.
Viva España.

La guerra contra Francia tenía un fuerte carácter religioso igual que pasaría con la guerra de independencia griega contra los turcos, por mucho barniz liberal y nacionalista que se le quiera dar.
Este era el juramento del Batallón Sagrado, formado por jóvenes estudiantes griegos que lucharon en Valaquia:

“Como cristiano ortodoxo e hijo de la Iglesia Católica, yo juro en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Trinidad ser leal a mi Patria y a mi Religión. Yo juro mantenerme unido con todos mis hermanos para la libertad de nuestra Patria. Yo juro sangrar hasta la fin por mi Religión y por mi Patria. Juro apiolar a mi propio hermano si es un traidor a nuestra Patria. Someterme al líder de nuestra Patria. Juro no rendirme si no rechazo a los enemigos de nuestra Patria y Religión. Juro luchar cuando mi líder emprenda campaña contra los tiranos y juro invitar a mis amigos a seguirme. Juro reprobar y despreciar a mis enemigos. Juro no darme por vencido hasta que vea a mi país libre y a mis enemigos muertos. Juro derramar mi sangre para que pueda derrotar a los enemigos de mi Religión o morir como mártir por Jesucristo.Yo juro en el nombre de la Santa Comunión que voy a privarme de ella si no cumplo todas las promesas que yo he jurado delante de Nuestro Señor Jesucristo".
 
XXVIII.
Reflexiones sobre los tres despachos precedentes. ¿Cuándo debia la Francia retirar su embajador?



Debe perdonarse á estos despachos lo que dicen contra la tribuna y la libertad de imprenta; las monarquias absolutas jamás comprenderán las monarquias representativas, porque son dos especies de poderes cuyos elementos son incompatibles. Pero los redactores de estos despachos hubieran debido ser justos con los hombres y pensar que si las cortes se mostraban rigorosas con exceso, es porque se las habian con un monarca ingrato y sin fe (1), que únicamente proponía engañarlas, y cuyo carácter, si no autorizaba las violencias de los liberales, las excusaba por lo menos (2).
...

XXIX.
Mi correspondencia con M. de Villele.—Cartas.


Réstame ya únicamente, para dar á conocer todos los documentos del congreso de Verona, publicar mi correspondencia con M. de Villele. Las cartas del ministro de Hacienda, luminosas, rápidas, previsoras, llenas de asuntos y bien informadas, prueban que era digno del elevado puesto que ocupaba; hasta son mas vivas, menos reservadas y diplomáticas que las mias.

Adviértese que el corresponsal de Verona, por la natural connivencia de sus deseos, exagera lo mucho que los soberanos ansiaban la guerra, excepto, como ya he dicho, el emperador de Rusia. Yo procuraba lijar las determinaciones del presidente del consejo, porque sus ideas eran menos terminantes que las mias relativamente á una empresa en la que cifraba la salvación y el honor de la Francia. Ya no era ministro de Negocios Extranjeros,


(i} í Un monarca ingrato y sin ley! Pues entonces ... í Que concesión!


y no habia la menor apariencia de que se me llamase á llenar las funciones tan dignamente desempeñadas por M. de Montmorency; pero me halagaba la idea de que si hacía adoptar mi plan á M. Villele, mi buena posición cerca de Jorge IV y de M. de Canning, contribuiría á mi regreso á Londres á facilitar la ejecucion de este plan.





Verona, 31 de octubre de 1822.
«Os doy gracias, mi querido amigo, por vuestro recuerdo del 23. El despacho de M. de Montmorency os llevará tal vez hoy la conclusión de la cuestión de España conforme á vuestras instrucciones; en él vereis las notas verbales.

Esta noche tendremos una conferencia del congreso para escogitar el medio de dar á conocer á Europa las disposiciones de la alianza relativamente á España. La Rusia está enteramente de nuestra parte; el Austria nos sirve en esta cuestión, aunque por lo demás, se inclina completamente á la Inglaterra, y la Prusia sigue al Austria. El deseo, explicitamente manifestado por las potencias, es favorable á la guerra contra España. A vos incumbe mi querido amigo, examinar si debeis aprovechar una ocasión única tal vez, de volver á colocar la Francia en la categoría de las potencias militares, y restablecer la escarapela blanca en una guerra de corta duración, casi sin peligros, y á la que la opinión de los realistas y la del ejército os impelen hoy con vehemencia.

No se trata de la ocupación de la península, sino de un movimiento rápido que devuelva el poder á los verdaderos españoles y os eviten los cuidados del porvenir. Los últimos despachos de M. Lagarde prueban cuan fácil seria el triunfo. Toda la Europa continental os apoyaría, y la Inglaterra, si lo llevase á mal, no tendría ni aun el tiempo necesario para arrojarse sobre una colonia; por lo que respecta á las cámaras, una victoria cohonestará todo. Es cierto que el comercio y la hacienda se resentirán por un momento; pero todas las cosas tienen sus inconvenientes. Destruir un foco de jacobinismo, restablecer un Borbón en el trono por las armas de un Borbón, son resultados de tal naturaleza, que triunfan de todas las consideraciones de un orden secundario.

En fin, ¿cómo saldremos de la situación en que nos hallamos, por poco que se prolongue? ¿Podemos mantener eternamente un ejército de observación al pié de los Pirineos? ¿Podemos sin exponernos á los silbidos y al desprecio de todos los partidos, hacer volver cualquier día nuestros soldados á sus guarniciones?

En las cuestiones que me habeis invitado á plantear, para hacer de ellas el fondo de las instrucciones, yo os había hablado de una parte de estas ventajas de la guerra que se me presentan aquí, tanto mas claras cuanto que veo á la Europa continental dispuesta á secundarnos con todos sus esfuerzos. Conoceis mi moderacion politica, y cuan opuesto soy á las medidas violentas; pero debo, para no tener cosa alguna que echarme en cara, presentaros este lado de la cuestión, que no es el de que mas os ocupais. A vos pertenece pesar las cosas en vuestra sabiduria, y á mi seguir el camino que creais deber seguir.

M. de Montmorency habla de dejarnos dentro de ocho días. Después de su partida los negocios caminarán depriesa, porque no son complicados, y porque los reyes se fastidian aquí.

Por lo que á mi respecta, deseo con impaciencia saber si habeis hecho por nuestros amigos lo que tanto importa que hagais. Si se tratase de mis intereses y no de los vuestros, mucho tiempo hace que hubiera dejado de importunaros.
Conservaos bueno, mi querido amigo, etc.
Chateaubriand.»


(cont)
 
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Verona, 1. de noviembre de 1822.

«No dudeis, mi querido amigo, de toda la parte que tomo en la pérdida que acabais de sufrir, pues viene á Aumentar las dificultades del momento, desviando tristemente vuestra atención de los negocios. Pero conozco la firmeza de vuestra alma, y espero no os dejareis conmover por el rumor de las diferentes opiniones, ora os decidais por la guerra, ora por la paz. Una vez adoptado vuestro partido, seguireis francamente uno ú otro sistema, sin temer sus eventualidades y sin desconocer sus inconvenientes. La crisis de los fondos será breve: Si hay guerra, una victoria producirá el alza; si hay paz, también subirán. En cuanto á mi, mi querido amigo, no separaré mi destino politico del vuestro; dejad venir los reveses y vereis si soy fiel.
M. de Montmorency sale definitivamente esta semana. Bien quisiera hacer lo mismo, porque soy aquí enteramente inútil; malgastamos el tiempo perversosmente, y os seré mas útil en Paris.
Recibid, etc.
Chateaubriand.»
«En la hipótesis de la guerra, lo que he trabajado aqui os servirá eficazmente, sin que os veais comprometido mas allá de lo que dejase de ser caso de absoluta necesidad.»





*Verona, 20 de noviembre de 1822.
Ayer os escribí una lacónica carta, mi querido amigo, por el correo inglés, y quiero escribiros hoy una un poco mas extensa. Ayer armé un proceso verbal que M. de Montmorency, que sale mañana, pondrá en vuestras manos. Creo os complacerá esta especie de carta, y que merecerá la aprobación del rey, pues nos es enteramente favorable. Ya estamos en completa seguridad contra la guerra, dado el caso de que estalle, al mismo tiempo que quedamos en libertad de esperarla, y que nada, en los compromisos de la Alianza, nos obliga á declararla.

No creais, mi querido amigo, que al hablar de las ventajas de la guerra, en el caso de que nos veamos precisados á sostenerla, no conozco, sin embargo, los graves inconvenientes que podria acarrear, y especialmente sino terminase en una campaña. La Inglaterra se amansa y se muestra en este momento menos opuesta á los intereses de la Europa continental; pero si nuestras escuadras estuviesen mucho tiempo en movimiento y los soldados rusos se pusiesen en marcha, podría despertarse la doble suspicacia de nuestros vecinos insulares. Teneis, pues, mucha razon en no precipitaros á ciegas en las hostilidades, cuyas contingencias es preciso calcular con madurez; pero creo que una vez llegado el caso, hariase desaparecer la mayor parte de los peligros, adoptando una línea de conducta cuyas principales bases estableceré en los términos siguientes:

1. ° Declarar en una proclama, al entrar en España, que no queremos atacar su independencia, ni imponer leyes á la nación española, ni dictarle formas de gobierno, ni mezclarnos en su política interior, sea como fuere.

2. ° Hacer tomar la escarapela española á nuestros soldados, ocupar las ciudades y las aldeas en nombre de Fernando, colocar en todas partes la bandera española al lado de la bandera blanca, y no hablar en caso alguno sino á nombre de las autoridades españolas, que serian restablecidas por donde quiera, á nuestro paso.

3." Marchar hasta el Ebro, establecerse alli y no pasarlo sino en caso de absoluta necesidad. Proporcionar armas y dinero á los españoles fieles, dejandoles terminar por si mismos la contienda, y limitándose á apoyarlos en ciertas posiciones, á fin de asegurarles la victoria.

4.° Declarar que no intentamos ocupar á España ni hacerle pagar los gastos de la guerra, ofrecer sin cesar la paz y retirarse con tanta prontitud como la con que se hubiese entrado, asi que las circunstancias lo permitiesen.

Monseñor, el duque de Angulema deberia mandar el ejército, teniendo á sus inmediatas órdenes un mariscal de Francia: el mariscal Macdonald es el naturalmente indicado, porque goza de una reputacion i que inspiraria confianza á los soldados, y al mismo tiempo no es, como otros mariscales, odioso á la nacion española.

Estas ideas, mi querido amigo, os habrán sin duda ocurrido como á mi. Este plan, rápido y exactamente llevado á cabo, no solo haría inútil el auxilio de la Rusia, sino que disminuiría las prevenciones de la Inglaterra , á la que nuestra moderación de ambición y de principios concluiría por desarmar; la guerra no seria sino una disensión de familia entre la Francia y la España; disensión que muy pronto habrían calmado la fuerza y la benevolencia de la primera de estas naciones. Esta guerra tendría para la Francia todas las ventajas que os he indicado en mi carta del 3i de octubre, sin hablar de lo que podríamos hacer en favor de nuestro comercio, de acuerdo con el gobierno español, en las colonias. Todas estas consideraciones hacen que, sin desear la guerra, no la tema, y que aprobando todo lo que hagais por evitarla, crea, que si á ella os viéseis obligado, consolaría el genio militar de la Francia, borraría en nuestros soldados el recuerdo de la usurpación, y seria, bajo este punto de vista, en extremo favorable al trono legitimo.

M. de Montmorency os dirá la posición que aquí ocupo; lo que me quedará por hacer después de su partida es bien poco, y segun todas las probabilidades, el congreso se disolverá el 10 ó el 15 del mes próximo. Espero que este congreso será el último. Estoy contento de haber asistido á él, porque esto pone fin á mis estudios políticos; he aprendido á conocer muchas cosas y á muchos hombres, cuyo secreto nunca hubiera podido penetrar. He visto con satisfacción, que la Francia dictará todavía leyes á Europa cuando esté bien gobernada, aprovechando las esperanzas que su fuerza renaciente empieza á inspirar en todas partes. Hablaremos á fondo de todo esto, pues he tomado notas que nos serán útiles.

Debo deciros, mi querido amigo, una cosa que no os será desagradable: habeis sido acusado aquí cerca del hombre que lo hace todo, (ó por mejor decir, del hombre á quien se hace hacer todo), de una extremada moderación. Yo me he visto envuelto, como amigo vuestro, en la acusación; he sido por consiguiente tratado con frialdad, por haberse creído que atendía á dos consideraciones antes de precipitar a mi país en los azares de una guerra que pudiera llegar á hacerse europea, si se complicase con una guerra en Oriente y con el ataque de las colonias españolas por los ingleses. Y ocurre además, que he continuado siendo constitucional en una época en que no se quieren constituciones. Los que me proscribían como ultra y querían que se me expulsase de todas las administraciones para dar cabida en ellas á los hombres de los Cien días, son actualmente ultra, y yo pertenezco al partido liberal, ó por lo menos al partido de los pancistas ó ministeriales. ¿Qué hacer? Armarse de paciencia y compasión. No obstante, mis acciones van á adquirir importancia después de la marcha de M. de Montmorency. Descubro ya los síntomas de un favor futuro. Mi buena suerte será completa si me escribís y si llega á saberse que soy vuestro hombre; porque aunque se encuentra algo que murmurar en cuanto á vuestra prudencia, se tiene la mas alta idea de vuestra capacidad. Pidiéndoos, pues, que me escribais, por vuestro interés y el mío, no os comprometo á gran cosa, puesto que apenas tendré tiempo para recibir una carta vuestra. Por lo demás, debo deciros al concluir esta larga mía, escrita á todo correr de pluma, que el Austria y la Prusia no se manifiestau muy inclmadas á la guerra, y que si no creeis que esta deba sostenerse, será muy fácil hacer surgir obstáculos por parte de los gabinetes de Viena y Berlin.

Vuestras elecciones habrán terminado al recibo de esta carta. La crisis de los fondos os habrá sin duda hecho perder algunos votos, pero siempre os quedarán bastantes. No olvideis á MM. de Lalot, Bertin, Vitrolles y Bouville; todo esto debe hacerse antes de la apertura de la Cámara. Recordad también la pension de par del pequeño Jumilhac, nuevo duque de Richelieu.
Siempre vuestro, etc.
P. D.
Chateaubriand.

Esta carta se ha demorado veinte y cuatro horas; se han retenido las de Lalot y del jóven Fitz-James, hasta hoy 21, y M. de Montmorency no sale hasta mañana 22. Temo que esté mucho tiempo en camino, y que él quiera esperar aquí noticias de su llegada, y a vuestra respuesta acerca del partido que tomareis relativamente á las notas ó despachos que deben enviarse á los embajadores en España. Sea cual fuese la resolución del consejo de las Tullerías, los demás gabinetes parecen decididos á enviar sus notas y á retirar sus representantes en España si estas notas no producen efecto alguno. Mi opinión es, que debemos sacrificar mucho al sostenimiento de la alianza continental, y creo también, contra lo que parece ser vuestra opinión, que la llamada de nuestro embajador no sería una declaración de guerra; pero es un asunto digno de exámen. En este momento la Rusia no tiene embajadores en Constantinopla, y esto no es la guerra; hay entabladas negociaciones; con mayor motivo, pues, podría la España hacer reflexiones si los embajadores de Austria, Rusia, Francia y Prusia, se retirasen simultáneamente. El rey, soberano juez y soberanamente sabio, decidirá esta gran cuestión.»








«Paris, 28 noviembre de 1822.

Mi querido Chateaubriand:
he recibido vuestra extensa y agradable carta del 20; recibid por ella mis sinceras gracias. Esperamos á Montmorency pasado mañana ó el domingo; su regreso me viene mal , porque el lunes es mi día crítico para la liquidación de las operaciones hechas sobre nuestros fondos en el discurso del mes; mucho siento esta coincidencia; pero haré lo que pueda para sobrellevar los inconvenientes.

Otra cosa muy grave me ocurre al mismo tiempo, esto es, el desastre de la regencia de Urgel y del ejército de la Fe; el varon de Eroles ha sido batido por Mina á la entrada de los desfiladeros de Talara; una parte de su gente le ha abandonado, y se ha dirigido á la Seu, entrando á lo largo de nuestras fronteras un número inmenso de mujeres, niños, curas, frailes y fugitivos. Todos han sido acogidos por nuestras tropas, sin que haya habido que lamentar el menor desorden. Eroles ha sido además arrojado de Urgel, cuya ciudad ha sido incendiada por Mina. Ochocientos é novecientos realistas resueltos se han encerrado en el fuerte con víveres y municiones para tres meses; los restantes, con el baron de Eroles, han emprendido la fuga hacia Puigcerdá, de donde se ha retirado ya la regencia, y donde probablemente se verificará la dispersión, asi en nuestro pais como en España, del resto del ejército de la Fe. El obispo de Urgel está en Dax con todo su clero, v el Trapense en Tolosa; reina en toda esta frontera una verdadera desolación El gobierno se dispone á dictar medidas para la subsistencia de todos estos refugiados.

Por lo que me dice Montmorency, y por lo que me indicais, veo que todo el peso de la determinacion que debe tomarse respecto de España, va á pesar exclusivamente sobre nosotros; ya lo deseo así, si se nos dejan las dos bolas; pero si solo me dan una, no puedo dejarme seducir por la apariencia de tanto honor; todo está contenido en las notas que deben entregar los embajadores de Prusia, Rusia y Austria. Si su presentación debe producir un rompimiento, es claro que vamos á tener inmediatamente la guerra, ó un estado tan parecida á ella, que en realidad no nos deja lugar á la elección.

Si esas notas están concebidas de tal manera que hagan entrar en razon á España , y nos dejen la libertad de obrar con arreglo á las circunstancias y á los acontecimientos, nada mas tendremos que hacer sino seguir con sabiduría y firmeza el camino abierto por el congreso, y se podrá contar con nosotros. Es preciso por consiguiente esperar y ver, para formar una opinión. La presentación de una copia de estas notas hubiera abreviado tres ó cuatro días la deliberación, y el desastre del ejército de la Fe nos demuestra que abreviar las deliberaciones, es en la generalidad de los casos, adelantar mucho los negocios.

Por lo que respecta al protocolo ó proceso verbal relativo al casus fmieris, si es lo que me han dicho, y es completo, es todo lo que podemos desear; es por parte de nuestros aliados un rasgo de confianza hacia la Francia que sabremos justificar, y que á pesar de la defección de Inglaterra será de gran peso para contener á los revolucionarios. Aun no hemos recibido respuesta á la nota pasada á M. Canning; os la enviaré tan pronto como la reciba.

Os envío los últimos despachos procedentes de Madrid. Los ingleses obran mal, cuando nos acusan por las precauciones que tomamos contra los españoles, pues ellos son aun mas solicitos que nosotros en este punto, cuando se trata de sus intereses. En estos momentos, obligan al gobernador de Cuba á reconocer sus derechos de comercio con todas las colonias españolas, so pena de ver inmediatamente atacados y destruidos todos los establecimientos maritimos de fa isla de Cuba de que puedan hacerse dueños.
Acabo de recibir el aviso de que las cortes han enviado á M. Pereira con plenos poderes para reconocer la independencia de sus colonias; este sugeto estaba en Rio Janeiro á fines de septiembre para dar principio á su expedición por el río de la Plata. Temo que el congreso haya cometido un desacierto al no querer relacionar esta cuestión con la de España, obrando asi en sentido favorable á la Inglaterra y á los revolucionarios españoles.

Ya teneis noticia de nuestras elecciones que se presentan muy favorables. En el interior, todo marcha igualmente bien. A fines de año, tendré veinte y cinco millones sobrantes, después de satisfechas todas las atenciones. ¿Por qué fatalidad vienen esos desgraciados negocios extranjeros á turbar semejante prosperidad?

Adios, querido amigo; dad rail afectuosos cumplimientos á vuestros colegas, sin olvidar á Serres.

Vuestro siempre y cordialmente,
José De Villele.

P. D.
Enteramente ocupado del exterior, no he podido ver aún lo que es posible hacer por nuestros amigos. Después de la llegada de Montmorency, procuraré hacer lo que pueda. »

Paris, 29 de noviembre, á medio dia.
Habiéndose demorado la salida del correo, puedo unir á la comunicacion que os remito un nuevo despa
ha mandado escribirle el despacho que ahora mismo recibo de Marcellus.
El rey está muy satisfecho de los resultados conseguidos en Verona; probablemente manifestará su satisfaccion por medio de alguna gracia concedida. A M. de Montmorency a su llegada; creo que esta gracia será el titulo de duque. Todavia ne tenemos noticias suyas, le esperamos mañana el domingo.
 
cont.

Verona 28 de noviembre de 1822.

Verona 28 de noviembre de 1822.

Voy, mi querido amigo, a hablaros con plena franqueza; dejo que M. de Caraman, el embajador mas antiguo, os escriba la carta oficial.

El gobierno, en mi entender, se halla en la posicion mas difícil; todo lo que aqui se hace a nadie gusta; la Francia se ve obligada a obrar y la Rusia cree que se contemporiza demasiado; el Austria no se ha movido sino por no romper con la Rusia; y la Prusia, teme el menor movimiento; la Inglaterra se opone á todo. Mientras se creia que en Verona se habia llegado a algun resultado, los negocios se debatian en otras partes y la Inglaterra concluia sus tratados con la España.

Ahora veo claramente las causas que dictaron las violentas notas del duque de Wellington de las que de improviso nos ha enviado acerca de las colonias españolas. La Inglaterra se reservaba por este medio el derecho de decirnos cuando llegásemos a saber los tratados de Madrid. «Nada he ocultado, ya lo habia comunicado al congreso en mi nota.» Adjunta vereis la respuesta que he dado a esta nota como tambien la relativa a la trata do neցros.

Creo haber establecido bien vuestros principios, que han obtenido aqui una completa aprobacion. ¿Qué vais hacer ahora? Ouvrard, que conoce perfectamente la España'y la Inglaterra dice que esta da ya doscientos millones por lo que quiere conseguir y que promete otros cuatrocientos mil. Vuestra última carta y el último despacho de M. de Lagarde confirman al parecer en parte lo que dice Ouvrard. Si esta es, en efecto la situación, las cosas han cambiado enteramente de aspecto para nosotros; lo que os dirá M. de Montmorency no es ya sino una ranciedad sin aplicacion posible, porque la Inglaterra tiene actualmente intereses comunes con Espana; seria posible que se viese bastante comprometida para verse precisada a defender a unos hombres a quienes presta su dinero y que le entregan como fianza Méjico y el Perú. No se trata, por lo tanto, de una simple guerra contra la España, sino de una guerra posible contra la Inglaterra.

Tres medios me ocurren para salir de este conflicto, voy a exponéroslosl los clasificaré como sigue: el medio evasivo, el medio de la guerra, el medio de la paz.


1.° El medio evasivo. Cuando M. de Montmorency haya llegado os haya manifestado las noticias de que es portador podeis responder aqui que el gobierno francés no se niega a hacer la gestion colectiva cerca del gabinete de Madrid; pero que, habiendo cambiado absolutamente de aspecto las cosas hallándose en la actualidad la Inglaterra detrás de la España, la Francia no puede adoptar el partido que se le propone antes de saber si la Rusia, el Austria la Prusia quieren obligarse prestar su apoyo la Francia en una guerra contra la Inglaterra, en el caso de que esta potencia se declarase en favor de España. El Austria y la Prusia retrocederan al momento ante semejante perspectiva y vuestro compromiso habrá cesado. Pero, ¿qué hareis despues de esta evasiva? ¿Podeis continuar como lo estais armados inmóviles? Esto no es posible. La insolencia de España llegará ser insoportable cuando querais obrar, habreis perdido el apoyo de la Europa.


2. El medio de la guerra. Esto e3 aventurar un gran golpe. En lugar de entreteneros en enviar notas a Madrid, invadid inmediatamente la España, despues de haber enviado un ultimatum a las cortes de pedirles respuesta dentro de un plazo de veinte cuatro horas. Cincuenta mil hombres enviados rápidamente al Ebro haran caer todos los empréstitos de la Inglaterra, paralizaran los tratados relativos á las colonias, arrancaran la América a la Inglaterra, la España a la revolucion. La Inglaterra sorprendida no tendrá el tiempo necesario para obrar el objeto de las negociaciones se frustará antes que pueda declararos la guerra una vez desconcertado este proyecto, tal vez no querrá empezar una guerra infructuosa marchareis sin la Europa esto será una inmensa ventaja, no obstante, tendreis la Europa vuestra espalda. Pero seria preciso obrar con prontitud vigor serviros sin escrúpulo de todos los medios. En este caso, el plan de Ouvrard os seria muy útil, yo no dudaria reconocer la regencia, a fin de atraer mi favor una parte de España. Ya en el Ebro, podriais negociar tratar con las cortes, que sin duda se habrian retirado a Cádiz donde nuestras escuadras irian a inquietarlas; aun podriais tratar entonces con la Inglaterra para arreglaros con ella en lo relativo las colonias, podriais ofrecerle una parte de las ventajas, a fin de que os ayudase a vencer la resistencia de las cortes; nadie duda que se prestaria un arreglo. Este plan, coronado con un buen éxito, elevaria la Francia un alto grado de gloria y prosperidad, acaso es menos arriesgado de lo que parece.


3. El medio de la paz. Este es muy sencillo, puesto que se limita la retirada de los embajadores, por lo menos de todas las personas que han sido empleadas directa indirectamente en las negociaciones con las cortes extranjeras en este caso se hará recaer toda la falta sobre los que se retiren. Diremos los aliados que nada de lo que se ha hecho es válido, porque se han extralimitado las órdenes del rey. Disolveriase sino sin debilidad lo menos sin vergüenza el ejército de observación, enviariase un nuevo embajador a España; dejando de ocuparse de los asuntos exteriores, nos ocupariamos únicamente de los interiores. Bastará que digais una palabra, mi querido amigo, pues por lo que a mi respecta, estoy pronto ya sabeis que llevo siempre mi dimision en el bolsillo. Pero no olvideis que es preciso tomar un partido que no podeis continuar en la situacion en que estais; los fondos en baja, el comercio alarmado, los ánimos agitados, los aliados escasos de respuestas de hacer algo, la Rusia y la Inglaterra en actitud amenazadora os obligan a una decision, que de lo contrario la máquina se derrumbará y caerá sobre vuestra cabeza. ¿Adoptareis el partido de seguir el plan de Verona enviando vuestra nota a Madrid a la par de las de los aliados? Esto os dará un descanso de seis semanas pero al cabo de este tiempo tendreis delante la paz o la guerra; si es la paz, la Inglaterra terminará sus negociaciones se apoderará de todo el comercio de América; si es la guerra será la guerra contra la Inglaterra', porque habrá tenido el tiempo necesario para cerrar sus tratados y le será forzoso sostenerlos. Volvereis pues a encontraros en la misma situacion con la diferencia de que el oro inglés habrá ya proporcionado soldados a las cortes. La Europa no os será mas favorable, porque el Austria teme todo rompimiento con la Inglaterra; el Austria y la Prusia temen igualmente los triunfos de nuestras armas el movimiento de las tropas rusas.

Escribo todo esto, mi querido amigo, sin leerlo. Mi carta llegará en medio de las deliberaciones del consejo tal vez encontrareis en ella alguna idea útil.
Hubiera querido servir .mejor al rey aqui; pero cuando se está colocado en segunda linea, no se puede tener sino celo. Soy cordialmente vuestro. Escribidme sobre todo, mandadme volver.

Chateaubriand.


P. D.

Ouvrard es el portador de esta carta; él y sus planes han complacido mucho aquí, es hombre que bien merece ser escuchado. El duque de Wellington sale pasado mañana, el congreso se muere; si se hubiese muerto antes de nacer nos hubiera sacado de un gran conflicto.

Ouvrard permanece aqui envia un correo cuya salida aprovecho para hacer llegar esta carta a vuestras manos. Su plan merece la aprobacion del principe de Metternich que aborrece las revoluciones; cree ver en él un medio oportuno para apiolar la de España. El conde de Nesselrode halla por su parte en el plan de Ouvrard el dinero necesario para llevar adelante la empresa. Ouvrard nada pide, se limita a decir «Reconoced la regencia, me encargo de todo. Mi empréstito ha dado ya un golpe terrible a los de las cortes, la Inglaterra conoce tan bien el peligro con que mi plan la amenaza, que está furiosa”.

En efecto, el duque de Wellington arroja aqui rayos y centellas, Gentz ha aconsejado a Ouvrard que no se presente en casa del duque. Ouvrard va a esperar a que este haya salido, no extrañaria que consiguiese hacer adoptar parte de sus ideas al principe de Metternich y al emperador Alejandro. No obstante el principe verá coartada su accion por la Inglaterra. Ouvrard dice que se contentaria con el reconocimiento de la regencia por la Rusia para llevar adelante su plan. Dice tambien que le importa poco que la regencia haya sido batida y puesta en fuga puesto que le basta su nombre de regencia, que él sabria resucitarla por medio de su oro.

En cuanto a nosotros, es evidente que no podemos reconocer la regencia sino en el caso de declarar la guerra. He hecho a Ouvrard una objecion contundente; le he dicho que si la Rusia adoptaba su plan y reconocia la regencia mientras la Francia permanecia pacifica, él se hallaria en Francia en una posicion dificil y colocaria igualmente en otra no menos dificil al gobierno, porque es evidente que las cortes nos preguntarian por qué permitiamos que un francés agente de una potencia en guerra contra ellas, equipase, pagase y armase a unos súbditos rebeldes. A esta objecion responde que si él es ocasion de un conflicto para el gobierno, obrará desde Bruselas o desde la misma Inglaterra, donde sabrá encontrar lo que necesite.

Todo esto puede ser quimérico pero como me decia ayer el principe de Metternich no está en Ouvrard lo fabuloso; lo fabuloso está en los tiempos en que vivimos.
 
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• Paris, de diciembre de 1822.

Paris, de diciembre de 1822.

Mi querido Chateaubriand, no sé si podreis leer mis borrones, porque acabo de pasar la noche en vela al lado de uno de mis hijos, enfermo desde hace quince dias; tengo los nervios en tal estado que apenas puedo sostener la pluma; seré por consiguiente lacónico, asi en cuanto a vos como en cuanto a mi.

Os doy gracias por vuestra excelente carta del 28 de noviembre y por la oportuna respuesta que habeis dado en mi nombre en lo relativo la independencia de las colonias. Solo tratando de este modo las cuestiones con fuerza y claridad politica se puede evitar el verse envuelto en las redes de esos mercaderes isleños.

Los ingleses representan ahora en Madrid un nuevo papel y quieren hacerse pasar como los peor vistos y mós maltratados de todos los demás a causa de su armamento contra la isla de Cuba, pero nada creais: ellos sacarán provecho de su expedición, después se aprovecharán del estado desesperado de la península para hacerse pagar mas alto precio los auxilios que resuelvan prestarles.

Seria posible que los aliados se dejasen engañar por esta política y no viesen cuánto la sirven mediante el intempestivo envío de las notas que han escrito al gobierno de Madrid. Envío un correo a fin de hacerles conocer cuánto han cambiado las cosas desde que esas notas han sido redactadas. La Inglaterra se ha desenmascarado en Cuba, en Madrid y últimamente en el congreso, por medio de la proposicion relativa las colonias españolas que no ha hecho, evidentemente, sino con el propósito de autorizarse en lo sucesivo con esta comunicación y reconocer a su voluntad todas las colonias que quieran concederle ventajas comerciales.

La situacion ha cambiado además por la completa dispersión del ejército de la Fe y el establecimiento en nuestras fronteras del de Mina, lo que hace que el envío de las notas, la salida de los embajadores de Madrid, el rompimiento de las hostilidades, no constituyan sino un solo único hecho realizado en el tras*curso de ocho dias.

En fin, la situación ha cambiado por la experiencia hecha en nuestros fondos, nuestro comercio maritimo y nuestra industria por la experiencia del desastroso efecto que en ellas tendrá una guerra, que, debo deciroslo, en oposicion con las asalariadas declamaciones de algunos periódicos, es rechazada por la opinión mas sana y mas general, al paso que es deseada, deseada con ahinco, estoy seguro de ello, por los instigadores liberales que tienen esta vez la habilidad de dejar gritar, por conducto de sus agentes subalternos, que no la quieren.

He aqui amigo mío en qué circunstancias nos vemos llamados a escribir una nota que en realidad no es oportuna y que en un asunto de muy dificil y delicada dirección, va a empeñaros de la manera más favorable a la resistencia de los liberales españoles y la oposición de los liberales franceses, al triunfo de los liberales de todos los paises.

Por otra parte sería terrible para nosotros, no podriamos resolvernos ello, el separarnos del emperador de Rusia, del Austria y de la Prusia, para imitar a quién es la única potencia de que tenemos tantas razones para desconfiar: la Inglaterra. Tratad pues, mi querido amigo de evitar semejante desgracia porque, no lo dudeis, si se da inmediato curso a esas notas, se compromete la causa en cuyo favor trabajamos; tengo mas de un dato para asegurar que se contrariará el fin que se trata de conseguir.

Por el contrario, si los aliados quieren acceder a que la medida de retirar sus embajadores de España, se remita en el momento de la ejecución al acuerdo de la reunion en Paris de sus embajadores y de nuestro ministro de Negocios Extranjeros, nosotros contendríamos la España y, por el temor, esta medida la emplearíamos en el momento oportuno.

Conseguid este resultado, cuyas ventajas no tengo el tiempo necesario para desenvolver pero que sabreis hacer valer perfectamente, porque son evidentes e inmensas. Hágasenos justicia, penétrense bien todos del convencimiento de que estamos mas interesados que nadie en la destrucción de la revolución de España; recuérdese que no hemos retrocedido ante ninguna de las consecuencias que trae consigo la franca voluntad de esta destrucción; no se nos impongan medidas que directamente se encaminan contra el objeto que nos proponemos.

Réstame solo añadir una palabra, querido amigo. Me decíais en vuestra carta que aquellos cuya opinion no fuese seguida en un negocio tan grave, no podrian dirigirlo; útilmente soy en un todo de vos. Dios quiera en bien de mi patria y de Europa, que no se insista en una determinacion que de antemano, lo declaro con plena convicción, comprometerá la salvacion de la misma Francia.

Adios, mi querido Chateaubriand, hubiera querido entrar en esta carta en algunos detalles; pero vos los suplireis porque, ¿quién pudiera hacerlo mejor?

Dad mis expresiones a vuestros colegas. Cordialmente vuestro,

José de Villele.»






«Verona, de diciembre de 1822.

Esta es probablemente mi querido amigo la última carta que os escribo desde Verona de no ocurrir imprevistos acontecimientos. Espero vuestro correo, del 10 al 11 partiré inmediatamente despues de su llegada. Los asuntos de Italia han concluido todo lo bien posible para la Francia atendidas las circunstancias. La evacuacion del Piamonte empezará el . de enero, habrá terminado el 1.° de septiembre; se retiraran algunas tropas de Nápoles, se disminuirá la contribucion pecuniaria. No habrá tribunal común en Italia; el principe de Carignan no será excluido de la corona; asi, pues, quedan cumplidas las intenciones del rey.

Os he escrito extensas cartas acerca de nuestros asuntos de España, pero en el momento en que os escribo debe estar ya tomado vuestro partido. Por esta razon si os hablase mas de España no haria otra cosa que incurrir en enojosas repeticiones.

Ahora, mi querido amigo, añadiré una palabra acerca de vuestros intereses particulares; mi caríño me ha adquirido el derecho de hablaros de ellos. Voy sin duda a verme precisado marchar Londres, no estaré en Paris para predicar la concordia y reuniros votos en la cámara. No es dudoso que tendreis una gran mayoría; pero no olvideis que la oposición realista contra un ministerio realista, por débil que aquella pueda ser, es lo mas deplorable, que a la larga triunfará.

Podeis concluir todo, allanar todo, dando colocación a algunos hombres, sereis ministro a perpetuidad. Cuando insisto tanto en esto, mi querido amigo, ¿qué objeto me propongo? Vuestros intereses y los de la Francia. En cuanto a mí, ¿qué podria ocurrirme? Retirarme con vos, ya sabéis que me desprendo fácilmente de los empleos. Si sucede alguna desgracia, mi querido Villele, os acordareis de los incesantes consejos de uná amistad tan sincera como desinteresada.

Enteramente vuestro,

Chateaubriand.
 
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• Paris, 10 de diciembre de 1822, las de la larde.


•«Paris, 10 de diciembre de 1822, las de la larde.

Mi querido Chateaubriand, M. Rostschild me ofrece una nueva ocasion de escribiros, la aprovecho en el último momento no habiendo podido nacerlo antes. El ejército de la Fe ha sido rechazado hasta Francia por el de Mina: cerca de 3,000 soldados realistas pasan en estos momentos de Bourg-Madame algun otro punto de la frontera por el cual van a entrar en Espana. Mina no tenia a sus órdenes sino unos 7,000 hombres que ha establecido en Puigcerdá donde no podrá permanecer porque ya las guerrillas le acosan por retaguardia.

Pero resulta de estos acontecimientos, esto lo confiesan todos los españoles
a quienes hablo, que nunca los realistas españoles aunque los ayuden los demás gobiernos, pueden hacer la contrarevolucion en España sin el auxilio de un ejército extranjero; parece ademas que la direccion politica indicada como punto de reunion por la regencia es demasiado exclusivo para reunir masas bastantes en todos los puntos de la peninsula.

Esta derrota, el conocimiento mas menos exacto de las disposiciones del congreso, la viveza con que ha sido predicada la guerra por algunos de nuestros periódicos, todo se ha reunido hace algunos dias para lastimar nuestra posicion. Si por esto se quiere arrastrarnos a las consecuencias de la importunidad de las notas del congreso creo que se incurre en un error. Os lo he escrito y espero que lo que vuestro recto criterio habia presentido, lo habreis hecho valer con energia cerca de los soberanos cuando hayais sabido que se adoptaba aqui como regla de conducta.

Adios. El correo va marchar. Mil afectuosos cumplimientos a vuestros colegas. Vuestro cordial y eternamente,

José de Villele.»

P- D.
En Madrid los clubs estan furibundos, las cortes se moderan y los ex-ministros, hasta el duque del Infantado, estan en libertad.»






•Verona l2 de diciembre de 1824.

He recibido mi querido amigo vuestra carta del de este mes, veinte cuatro horas antes de la del del mes pasado. No bien llegó la primera a mis manos pasé a visitar al principe de Metternich esta mañana y he tenido con él una conversacion dé la mayor importancia. El emperador de Rusia me ha concedido tambien una audiencia; este generoso principe me ha hablado durante mas de una hora con un interés verdaderamente admirable del rey de la Francia. El principe de Metternich es de parecer que me traslade a Paris a dar cuenta verbal de estas conversaciones. Anticipo por consiguiente mi viaje tres dias, iré aceleradamente contando con el retraso al paso de las montañas y me prometo llegar del 18 al 20.

Ahora diré en dos palabras que las tres potencias no retiraran sus notas y las enviaran a Madrid, concediéndonos, sin embargo, algunos dias para obrar de acuerdo con ellas si lo deseamos. Pero conocen que el momento no es tal vez oportuno para nosotros y que podemos desear obrar un poco mas tarde que ellas. El principe ha tomado en consideración esta idea, sugerida por mi, ya veis el partido que podeis sacar de ella. Puede enviarse una nota al mismo tiempo que las de los aliados, nota a la vez conminatoria y conciliadora. Nuestro embajador puede permanecer algun tiempo despues que se retiren los de los aliados, anunciando su marcha la firme resolucion de la Francia de no separarse nunca de la alianza continental pero mostrando al mismo tiempo
toda la solicitud de la Francia por la felicidad de España rogándola escuche la voz de la razon antes de precipitarse en un abismo de desdichas.

Paréceme mi querido amigo, que si se utiliza bien esta idea, puede abrirse a nuestra vista un nuevo camino y podemos arrancar a la Inglaterra el papel que se propone representar; el papel de mediadora; si se nos rechaza la guerra quedará justificada a los ojos de todos los hombres razonables. Os explanaré todo esto y espero no se tomará determinacion alguna antes de mi llegada a Paris. Mañana me leerá el principe de Metternich el despacho que se dispone dirigir a M. Vicent.

Muy dichoso seria, mi querido amigo, si mis últimas palabras en Verona no fuesen perdidas para la felicidad de mi pais.

Eternamente vuestro

Chateaubriand.»





Estas cartas son bastante curiosas historicamente hablando, pues dan a conocer el temple de alma de los ministros cuya union y division han contribuido mas a la prosperidad y la pérdida de la Restauracion. M. de Villele apenas veia mas que lo presente, al paso que yo apenas me ocupaba sino del porvenir.

Encuéntrase aqui el primer bosquejo de mi plan para la empresa de España, tal, poco mas o menos, como yo lo habia trazado en Londres y enviado a M. de Montmorency.

Es notable que este plan sea precisamente el que proponia al gobierno actual y M. Thiers, uno de los hombres mas distinguidos que ha producido la revolucion de 1830; la envidia ha anticipado sus triunfos, no ha hecho otra cosa que seguir los mios.

M. de Villele, en su última carta se muestra agitado por la perturbacion de los fondos públicos, por las negociaciones inglesas relativas a la explotacion de las colonias americanas por las ideas rentisticas mercantiles que no le abandonan y le impiden pesar de su claro talento y elevarse en estos momentos a consideraciones de órden superior. Conténtase con mis notas acerca de la trata de neցros a las colonias españolas, porque en ellas defiendo intereses materiales, pero no quiere la guerra; teme que si los despachos de las cortes llegan Madrid ocasionen inmediatamente un rompimiento de hostilidades, me pide que remedie este mal y los despachos habian sido enviados. Aferrado a mi sistema, me alegraba interiormente del envio de los documentos, los cuales despues de todo, a nada nos comprometian, que hasta estaban deliberadamente calculados para que nada produjesen.

Resulta pues, de esta correspondencia, que yo y M. de Villele teniamos cada cual una idea fija; yo quería la guerra, él queria la paz, yo atribuia a todos los aliados los sentimientos particulares de Alejandro a fin de acostumbrar de Villele la idea de las hostilidades, al paso que M. de Villele por su parte, exagera los reveses de los realistas españoles a fin de calmar el supuesto ardor del congreso de Verona. Yo digo al presidente del consejo que el voto terminante de las potencias es favorable a la guerra y que no se
trata de la ocupacion de la peninsula sino tan solo de un rápido movimiento; yo muestro un triunfo fácil; no obstante sabia que el congreso de Verona no quería la guerra y temia que nuestro movimiento se prolongase mucho mas allá del Ebro, pues creia que necesitaríamos ocupar durante mucho tiempo la España para hacer un buen negocio pero no revelaba todo el fin de conseguir mi objeto, me decia interiormente: Cuando hayamos pasado el Bidasoa, será indispensable que el presidente del consejo, activo e inteligente y resuelto marche hácia adelante.»

M. de Villele me refiere sus triunfos en el interior, calcula los millones que tendriamos de sobra. «¿Por qué exclama el gran hacendista, vienen estos desgraciados asuntos exteriores a turbar semejante prosperidad?»

En otra carta digo a nuestro hábil corresponsal: «La Francia se ve compelida a obrar; la Rusia, cree que no llega bastante lejos, el Austria no se ha movido sino por no romper con la Rusia; la Prusia teme el menor movimiento la Inglaterra y se opone todo.

M. de Villele no se fija, segun parece, sino en esta frase: La Francia se ve compelida a obrar, sin hacer caso de las palabras siguientes, que positivamente contradicen mi aserto.

Atormentado constantemente por su idea de paz me escribe: ¿Sería posible que los aliados se dejasen engañar por esta politica (la inglesa), no viesen cuanto la favorecen con el importuno envio de las notas que han dirigido al gobierno de Madrid?

M. de Montmorency era tambien partidario de la guerra pero se proponia un objeto enteramente diferente del mio; su opinion era ademas muy [v]ehemente; yo dejaba alguna duda acerca de mi determinacion, porque no queria hacerme imposible, temia que si me descubria demasiado, el presidente de| consejo no querría escucharme. Habiendo tomado en Verona la iniciativa en la cuestion de las hostilidades, no hablando casi sino con el emperador de Rusia, el duque de Matthieu debía presentar por su parte a todos los principes como arrebatados por un furor belicoso. Supongo que si una de mis cartas u otra de M. Villele separadas de los documentos oficiales, hubiesen caido en manos extrañas: ¿no se hubiera exclamado: Ved, M. de Villele y M. de Chateaubriand dicen el uno que no se le dejan las dos bolas y el otro que nos vemos compelidos a obrar?

Pero esto era evidentemente falso, como lo atestiguan los documentos de Verona, como lo atestigua nuestra última conversacion con M. de Metternich (de que ahora hablaré) y como lo atestiguan en fin las maquinaciones de la Alianza contra nuestra empresa durante la peligrosa intervencion en la peninsula. La resolucion secreta de dejarnos aislados estaba muy bien decidida por la mayoria del congreso, lo que no impedia que a todas horas se dijese que nos estaban armando una zancadilla. Alejandro era temido, se le adormecia con discursos al oir hablar en alta voz los que en voz baja me suplicaban evitase el rompimiento, podria creerse que iban a entregar la España al saqueo; no obstante debo repetirlo, toda la pretendida coaccion se reducía a los vagos despachos de Viena, de Berlin y hasta de San Petersburgo, en los cuales domina únicamente un inmoderado deseo de la paz.

M. de Villele se vió arrastrado al combate, no por el continente sino por la misma fuerza de las cosas. Cuando el presidente del consejo a pesar de su prudencia se vió empeñado en la guerra, dirigió de una manera admirable las operaciones económicas, asi como yo conduje con alguna felicidad las operaciones politicas. Los fondos subieron en vez de bajar, si M. de Villele se sorprendió ante este hecho, fue porque ignoraba el poder de un pueblo cuando se obra conforme a sus instintos. Rodeado de bolsistas cuyo agiolage desconcertaba el estruendo del cañon, se asustaba a los gritos del especulador burlado y tenía la bondad de mirar como hombres de experiencia y de práctica a una turba doméstica de la Convencion del Imperio, la cual metamorfoseada en nuestras victorias, se reanimaba a la esperanza de personages de bastidores y se alarmaba al temor de nuestros desastres. ¿Qué podia temerse de los dos mundos del despotismo y de la anarquia? El primero estaba paralitico desde que la victoria habia dejado de moverle los brazos; la segunda habia sentido refrenada su energia bajo el trage de chambelán y camisa de fuerza que le habia puesto el primero.

Sin embargo, M. de Villele, tan templado, era muy resuelto cuando se le atacaba en su parte sensible. Mientras dudaba acerca de la expedicion del otro lado de los Pirineos expidió a Londres la siguiente nota. Puso, si así puede decirse, el mercado en manos de la Inglaterra, pero esta retrocedió con motivo de este tratado de comercio, como retrocedió ante la Francia cuando se trató de la guerra de España.





Copia de la nota dirigida al gobierno inglés.

«El infrascrito encargado de negocios de Francia,
ha recibido de su gobierno órden expresa de presentar
á S. E. el ministro de Negocios Extranjeros de S. M.
Británica las siguientes comunicaciones.

El gobierno de S. M. Cristianisima acaba de saber
que el gabinete español en una sesion secreta de las
cortes el 15 del actual ha pedido y alcanzado
autorizacion para concluir un tratado de comercio
con la Inglaterra. Añádese que durante la discusion,
un orador ministerial ha presentado esta medida como
un sacrificio, por el cual podrian esperar socorros que
la situacion hacia indispensables.

El gabinete de San James comprende perfectamente
y aprecia los motivos que han obligado a la Francia
a tener un cuerpo de observacion en las fronteras de
España que en estos momentos son presa de la
anarquia de la guerra civil.

Tampoco ignora este gabinete los peligros a que la
persona del rey de España y su familia se hallan
recientemente expuestos.

S. M. Británica ha enviado al Sr. duque de Wellington
al congreso de Verona, donde los soberanos aliados
se ocupan eu este momento de adoptar los medios
mas a proposito para poner un término a las
calamidades de la España.

»En medio de tales circunstancias una negociacion
particular con Inglaterra produciria el infalible resultado
de dar un apoyo jovenlandesal a los principios que hoy rigen en
el gobierno español y cuyas consecuencias no sería
fácil apreciar.

El gobierno francés no puede creer que sean tales
las intenciones de S. M. B. Lisonjéase de que las
explicaciones sinceras que sobre este particular le
dará el ministerio inglés, no dejaran ningun genero de
duda por lo tocante al estado actual de sus relacionas
con el gabinete español. El gobierno francés espera
contadamente esas explicaciones. Los ministros de S.
M. B. comprenderan fácilmente que en la situacion en
que se encuentra Francia respecto a España esas
explicaciones deben producir una decision inmediata
de la Francia.

Por su parte, el gobierno de esta nacion estará
siempre dispuesto a dar a sus aliados por su mediacion,
por las aclaraciones que puedan desear, pruebas de las
intenciones que constantemente ha manifestado de
concurrir al restablecimiento del órden en la peninsula
sin renunciar por eso, si es posible, a las ventajas de la
paz que disfruta la Europa.»

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