Me cuesta creer tanta ingenuidad. Desde el punto de vista laico, que parece dar por amortizado todo lo sobrenatural y tras*cendente, es entendible que se entienda a la IC dentro de un marco evolutivo que por fuerza acabaría deshaciéndose de todo lo mítico, ilusorio y supersticioso. Si se contrapone a pelo la opinión del librepensador con las reacciones inquisitoriales, nos sale que el librepensador "es por fuerza" una persona bien intencionada y que la persecución de su opinión es una brutalidad propia de hombres incapaces de ponerse en su piel... y ésto nos lleva a ponderar como lo máximo en términos cristianos a la escucha y al respeto que serían como la famosa mano invisible que ordenaría las ideas y las fuerzas sin que tengamos que intervenir en nada.
Tendría que hacer un repaso histórico a los continuos ataques por medio de todas las artes y las armas a la unidad católica y a su fidelidad al mandato de Cristo. Así entendería que las opiniones libres puede que lo sean o puede que no -podrían ser el resultado de una campaña perfectamente orquestada como se ha visto tantas veces-, como puede que el que las emite sea una persona bondadosa o simplemente que lo parezca. Si tan importante es la libre opinión debería ser igual de importante considerar sus efectos en contraposición a lo establecido porque no es más dañina o beneficiosa una persona cualquiera en su condición de hijo de Dios que sus ideas y su efecto constructivo o demoledor al respecto de lo que opina. El cristianismo que conocemos le debe casi todo a la lucha implacable contra las herejías. Si el talante de aquellos que las combatieron hubiera sido el del consenso y el respeto, hoy Cristo sería para nosotros prácticamente lo mismo que para los fiel a la religión del amores.
Francisco está empeñado en redescubrir el cristianismo de la caridad y el amor y ese mensaje es para todos, con especial fuerza para los católicos "aburguesados". Propone escuchar a los demás pero no nos pide que nos despojemos de nuestra Fe y de todo lo que la construye sino que sea precisamente desde los filtros de nuestra Fe que escuchemos a los demás. De otro modo es como renunciar a todo en la idea de que recibir amorosamente toda clase de pensamientos y circunstancia tendrían como mejor resultado lucir un mejor vestido. San Francisco en ningún momento perdió el norte de su Fe y ello no le imposibilitó acercarse "al otro". En definitiva, el acercamiento, como ha repetido Francisco en varias ocasiones, debemos hacerlo teniendo clara cuál es nuestra identidad como católicos.