«La cuerda de presos»: 23 y 24 de julio de 1938
Alfonso Martínez Rodríguez
Desde mi campanario
Con motivo del 81 aniversario y de la próxima publicación de la segunda edición del libro
La barbarie roja en Don Benito. La cuerda de presos: 23 y 24 de julio de 1938 ampliamos con nuevos datos el artículo que ya dimos a conocer el 23 de julio de 2018
La “CUERDA DE PRESOS DE DON BENITO” estuvo compuesta por sesenta y nueve prisioneros, de ellos cuarenta y ocho hombres y veintiuna mujeres, y quince soldados, milicianos y escopeteros gente de izquierdas. La “CUERDA” salió de Don Benito (Badajoz) a las catorce horas del día 23 de julio de 1938, en dirección a Castuera (Badajoz). El recorrido tras*currió por las localidades de La Haba (Badajoz), Magacela (Badajoz), La Coronada (Badajoz), Campanario (Badajoz) y Puebla de Alcocer (Badajoz), destino final no previsto, tras haber liberado las tropas nacionales la población de Castuera ése mismo día. No llegarían a su destino veintitrés hombres y seis mujeres. De entre los veinticinco hombres supervivientes, tras la masacre del “jovenlandés de Suárez”, en Campanario, unos huyeron y otros quedaron malheridos, y los capturados posteriormente, fueron trasladados a Puebla de Alcocer. De las quince mujeres supervivientes, una sobrevivió milagrosamente al haber sido dada por muerta tras los asesinatos en el Puente de “La Marcocha”, en La Haba, y las catorce restantes llegaron a Puebla de Alcocer para posteriormente ser trasladadas a Cabeza del Buey (Badajoz), donde escapó una de ellas, y ante la inminencia de la toma del pueblo ocurrida el 13 de agosto de 1938, a Villanueva de Córdoba (Córdoba) donde fueron liberadas al finalizar la Guerra.
“LA HISTORIA ES LA QUE ES Y NO SE DEBE TERGIVERSAR”
Don Benito, 24-julio-1938: la progenitora de un falangista que se pasó a los nacionales, le cuenta, dos años después, cómo dieron fin a su padre
Ciudad de DON BENITO (Badajoz), día 24 de julio de 1938, domingo. Han pasado setecientos treinta y seis días con sus noches desde que el 18 de julio de 1936 se produjo el ALZAMIENTO NACIONAL. Las tropas del Ejército del Sur bajo el mando de General Gonzalo Queipo de Llano tomaron Mérida (Badajoz) el 11 de agosto de 1936 y Santa Amalia (Badajoz) el 17 de agosto de 1936, ésta última población a tan sólo dieciséis kilómetros de Don Benito. Aquí se estableció la línea que separa ambos bandos y que no se rompe hasta este día 24, fecha en que se produce la liberación de Medellín (Badajoz), distante a diez kilómetros, y Don Benito, con la entrada de la 21 División bajo el mando del Coronel de Infantería Eduardo Cañizares Navarro.
Desde entonces hasta ahora, la represión ejercida por las Milicias del Frente Popular ha desembocado en ciento sesenta y un asesinatos de personas cuya “culpa” es la de ser “Católicos” o de “Derechas”, propietarios o trabajadores, monárquicos o republicanos, y su único delito es que no piensan como ellos. De ellas, ciento cincuenta y cinco hombres y seis mujeres. Otros donbenitenses serían asesinados en otras partes de España, alcanzando un total de ciento ochenta y cuatro personas.
El primero de ellos se produce el 28 de julio de 1936 en la persona de Manuel García Gómez, de 21 años de edad, de profesión Labrador y militante de Falange Española. El mismo día de la liberación de Mérida, 11 de agosto de 1936, y como represalia por ello, se realiza el traslado de los presos desde la guandoca ubicada en la Plaza de España hasta el Cementerio de la Ciudad. Aquí, en sus tapias, se cometen cincuenta y ocho fusilamientos y asesinatos sin juicio previo. En ése mismo mes de agosto de 1936, entre los días 12 y 30, se cometen otros diecisiete asesinatos. En el mes de septiembre de 1936, treinta y seis asesinatos más, destacando los de la noche del día 30 con veinticuatro muertes; y finalmente, desde ese mes hasta el mes de diciembre, otras cinco muertes violentas a manos de los milicianos gente de izquierdas. Durante el año 1937, “solamente” se comete un asesinato. Y en el tras*curso del año 1938 y hasta la liberación de la Ciudad el 24 de julio, se producen los restantes, incluidos los veintinueve asesinatos de personas que componían la “Cuerda de Presos”.
Cabe imaginar el horror producido en la población cuando se cometieron en un solo día los cincuenta y ocho asesinatos del 11 de agosto de 1936 y los veinticuatro asesinatos de la noche del 30 de septiembre de 1936. Todos ellos hombres.
El 22 de julio de 1938, ante la inminente llegada de las tropas nacionales, en la Ciudad se respira un aire ya de por sí viciado y envenenado por el repruebo y el rencor existente entre ambos bandos a lo largo de estos dos años de maldita convivencia. Para unos, su temor ante la inexorable derrota y el tener que dar cuenta de los crímenes cometidos, por lo que muchos huyen en una desbandada generalizada. Para otros, la ansiada liberación tras una larga etapa de sufrimientos, torturas y asesinatos en masa.
Ese día, los sesenta y nueve prisioneros que se encuentran en la guandoca detectan bastante nerviosismo en los milicianos gente de izquierdas y se barrunta dentro de ella un intento de fusilamiento que finalmente no se produce. Cuando toman la determinación de evacuar la Ciudad, deciden llevarse en la huida como rehenes y quizás también como escudos humanos a las personas detenidas, unas desde hace un tiempo y otras durante el mismo día 22, e incluso, durante la mañana del día 23 de julio, como es el caso de mi abuelo materno Alfonso Rodríguez Simone, de 43 años de edad, conocido como “Alfonso Trajano”.
El 23 de julio de 1938, sábado, sobre las doce de la mañana, entran en la guandoca unos milicianos armados con fusiles portando cuerdas en sus manos. Tienen orden de atarles por parejas, cosa que hacen a toda prisa y en actitud desagradable, primero con los cuarenta y ocho hombres y después con las veintiuna mujeres. Son sesenta y nueve personas salvajemente tratadas y ya de por sí humilladas. Les hacen estar así, en el patio de la Prisión, bajo un sol justiciero propio del mes de julio, durante dos interminables horas y con la incertidumbre de su futuro próximo. Son las dos de la tarde y por fin les dicen que los trasladan a Castuera y que están buscando camiones para ello. Todos recogen sus pertenencias, colchones, ropas, comida…, todo lo que sus familiares han podido llevarlos al enterarse de su traslado. Pero una vez que han hecho esto les dicen que van a ir andando por falta de vehículos. Quizás los reservan para la huida de sus jefes. Aquí se inicia la tristemente célebre “Cuerda de Presos de Don Benito”.
Quince son los soldados, milicianos y escopeteros gente de izquierdas que les van a “acompañar” y “custodiar” en su trayecto. Son seis soldados del Ejército Rojo, seis milicianos y tres escopeteros. Sus nombres son: Eusebio Jiménez Herrera “El Sargentillo”, de tan solo 21 años de edad, Sargento al mando del grupo; Pablo Antonio Durán Martín-Romo “El Romo”, de 19 años de edad, Cabo de las Milicias Rojas; Alejandro Sauceda Mateos, de 22 años de edad, Cabo de las Milicias Rojas; Alejandro Casto López González, de 22 años de edad, soldado; Diego Diestro Rodríguez, de 21 años de edad, soldado; José Agustín Paredes Díaz, de 21 años de edad, soldado; Miguel Genaro Balsera Arias “El Javeño”, de 23 años de edad, miliciano; otros dos milicianos de Campanario; una miliciana de Magacela; un miliciano de Málaga, conocido como “El Malagueño”; un miliciano de Sevilla, apodado “El Sevillano”; Juan Martín Álvarez “El Torero”, de 61 años de edad, escopetero; Alonso Álvarez Gallego “El Pulido”, de 51 años de edad, escopetero; Francisco Gómez Paredes, de 37 años de edad, escopetero, a quien encuentran en las afueras de la Ciudad y al que el Sargento obliga a incorporarse al grupo. Desde Don Benito hasta La Haba, también los acompañan otros: Carlos Quesada Mateos “Calixto Alcaide”, de 56 años de edad, Jefe de la Prisión de Don Benito; su ayudante Pablo Sánchez García “El Pastor”, de 59 años de edad, y tres Guardias Municipales, entre ellos Sebastián Sosa Cerrato, de 44 años de edad.
Uno de los soldados, José Agustín Paredes Díaz, escucha en los momentos previos a la salida cómo un Teniente le dice al Sargento Eusebio Jiménez Herrera, que los fusilen a la salida de Don Benito.
Han recorrido ya el trayecto entre la Plaza de España y la Fuente de “Los Barros”, a las afueras de la Ciudad. Han atravesado las calles “Padre Cortés”, “Cuna”, “Retama”, “Fuentes” y “Zalamea” seguidos por sus familiares que son obligados a apartarse de ellos. En la calle “Fuentes” les han hecho detenerse, y para impedir que puedan escapar, han revisado y apretado fuertemente las ligaduras. Les dicen que vayan dejando los equipajes porque “se van a cansar mucho”. Unos, acobardados porque piensan que los van a apiolar, dejan todas sus pertenencias en el suelo; otros, continúan con algunas de ellas.
Están llegando al pueblo de La Haba. Son las cuatro de la tarde aproximadamente. Sólo han recorrido siete kilómetros desde Don Benito. El calor es abrasador. Aparecen en el cielo varios aviones y los milicianos gente de izquierdas, asustados, les ordenan que se metan debajo del Puente de “La Marcocha”, a la entrada del pueblo. La carrera hace que caigan desfondados por el cansancio y por la carga que llevan sobre sus hombros. Varios de los prisioneros están en una situación lamentable y se niegan, porque no pueden hacerlo, a levantarse e incluso a continuar la marcha. Bajo el puente se encuentran algunas personas que, procedentes de Don Benito por la orden de evacuación forzosa, se resguardan del sol. Es el caso de Antonio Garrido Sauceda quien está allí con su familia y es testigo de todo lo que ocurre. Los milicianos obligan a todos los que no componen “La Cuerda” a que se separen del puente.
El Sargento al mando del pelotón de “acompañamiento”, Eusebio Jiménez Herrera “El Sargentillo”, al encontrarse con esta situación, ordena al soldado Alejandro Casto López González que “conferencie” con el Comandante Militar de Don Benito y le comunique que ocho de los detenidos no pueden continuar el viaje. Cuando vuelve dicho soldado le tras*mite escuetamente “que hiciera con ellos lo que le había ordenado en Don Benito, es decir, que los fusilara”.
Tras éste agobiador descanso y las vicisitudes producidas por la situación, les hacen levantar y les revisan y aprietan nuevamente las ligaduras. A unos les atan por parejas y a otros individualmente con las manos hacia delante. Entre los que más se señalan en esta labor, Pablo Antonio Durán Martín-Romo, Alejandro Casto López González, quien moja las cuerdas en el río antes de apretarlas, y Alejandro Sauceda Mateos, quien ata fuertemente a Juan Herrera Herrera, de 50 años de edad, y que al ser preguntado por éste “porqué me atas tan fuerte”, le contesta que “con menos compasión nos habéis tratado vosotros. Además, para lo que vais a durar…”. También hace lo mismo con Eugenio Muñoz Porro, de 35 años de edad, Francisco García Gómez, de 37 años de edad y Domingo Adán Cameo, de 40 años de edad, quien le dice que no le apriete tanto y le contesta que “os aprieto tanto para que no os escapéis y si a pesar de ello intentáis escapar, ya os las entenderéis conmigo”. Y con Ismael Dueñas Moreno, de 35 años de edad, que tiene necesidad de separarse del grupo, monta su fusil y le dice que “no se retire mucho”. Luego separan del grupo a las ocho personas que se niegan a andar, bien rendidas por el cansancio, bien por impedírselo algún defecto físico. Son María Paula Parejo Borrallo, de 57 años de edad; Josefa Margarita Verdú Sánchez, de 52 años de edad; María Francisca Moreno Martín-Romo, conocida como “La Batanera”, de 50 años de edad; Antonio Moreno Martín-Romo, de 39 años de edad y hermano de la anterior; Francisco Ruíz Ruíz, de 61 años de edad; Manuela Morillo Caballero, de 48 años de edad; Antonia María Cidoncha Donoso, de 48 años de edad; y Josefa Cortés Correa, de 65 años de edad.