Documentos desclasificados implican al PSOE en las peores matanzas de la Guerra Civil española

Sólo como atroz (es decir: inhumano o enorme) puede describirse el asesinato en Oviedo del rector y catedrático de Derecho Civil Leopoldo García-Alas García-Argüelles. Sus asesinos alegaron que el acusado había asistido a un mitin de Manuel Azaña. La causa última de su fin, en cambio, no se debía a su ideología ni a su cargo, sino sencillamente al hecho de ser el hijo de Leopoldo Alas “Clarín”, autor de La regenta. El repruebo de la sociedad tradicional de Oviedo contra aquella novela llegaba a tal extremo que, al no poder descargar su rabia contra el literato (Clarín llevaba muerto desde 1901), la emprendieron contra su hijo y el monumento a su honor. Así lo narra Claret: “Un grupo de jóvenes vestidos con camisa azul, correajes y pistolas colocaban una enorme careta de burro en el busto del novelista y, antes de dinamitarlo, se fotografiaban orgullosos frente a él”.
La exhibición de atrocidades podría dar la impresión de obedecer a una espiral desatada de furia sin sentido. Nada más lejos de la realidad. En el campo de la cultura esa interpretación sería enormemente ingenua. La violencia tenía un triple fin: el castigo para los desafectos, la sumisión de los indecisos y la cohesión de los vencedores. Por esto mismo el período de la “depuración” sería una edad dorada para los delatores. El franquismo, apunta este libro, no sólo necesitaba una universidad sometida, sino cómplice. Al fin y al cabo, casi peor que las ausencias sería lo que vino después, cuando el vacío del exilio, las cárceles y las cunetas pasó a ser cubierto por una legión de arribistas. Detrás de cada sanción, de cada exilio, de cada asesinado, se hallaba un beneficiario. Las cátedras se convirtieron en botín de guerra y premio por los servicios prestados. En la práctica, la consecuencia inmediata para las generaciones siguientes sería una universidad mucho más restringida, además de declaradamente clasista y sexista. El bachillerato universitario se volvía más selectivo, subraya Claret, y la educación superior reducía sus objetivos, “a dotar de una cultura clásica, religiosa y eminentemente española a la minoría selecta de alumnos que han de ir a la Universidad”. Una minoría selecta donde muy pocos tenían cabida, “y menos aún las alumnas, cuyo puesto último, en general, no debe ser la Universidad, sino el hogar”.
Con frecuencia se ha dicho, con admirable capacidad de síntesis, que la Guerra Civil la ganaron los curas y la perdieron los maestros. En el campo de las ideas, el nuevo régimen tuvo como objetivo inicial, a menudo expresado de forma explícita, borrar cualquier rastro del pensamiento crítico y racionalista nacido en la Ilustración, y que por azares históricos en España solo había llegado a eclosionar en los años veinte y treinta del siglo XX. Como dice el historiador británico Eric Hobsbawm, la guerra “encarnaba las cuestiones políticas fundamentales de la época: por un lado, la democracia y la revolución social, siendo España el único país de Europa donde parecía a punto de estallar; por otro, la alianza de una contrarrevolución o reacción, inspirada por una Iglesia católica que rechazaba todo cuanto había ocurrido en el mundo desde Martín Lutero”. El 1 de abril de 1939, cautivo y desarmado el Ejército rojo, el monopolio del pensamiento regresaba a manos de Dios.
Con la nueva era de la Victoria, la Iglesia recuperaba el control de todos los ámbitos educativos. En la escuela su dominio iba a ser absoluto. En la educación universitaria el único rival serio en la disputa del botín iba a ser la Falange, que ya en los años de la República tenía presencia en los campus a través del SEU (Sindicato Español Universitario). Entre los planes para una universidad “falangizada”, el Movimiento Nacional promovía el logro de la “autarquía cultural” (sic). Pero aun así Falange ni pudo ni supo imponerse. Como se recoge en El atroz desmoche: el mismo Franco aclaraba que en España “no hará falta una universidad católica, porque todas nuestras universidades serán católicas y en ellas habrá una enseñanza superior religiosa de carácter filosófico”.

Juan Peset
Juan Peset

Así, mientras los colegios se llenaban de crucifijos y las facultades de capillas, la persecución de profesores ligados a la República no cesaba. Entre los últimos ajusticiados figura el nombre de Juan Peset Aleixandre, catedrático de Medicina legal y exrector de la Universidad de Valencia. Otro alumno extraordinario, que acumulaba cinco carreras (doctor en Medicina, Ciencias y Derecho, y perito químico y mecánico), y que fue condenado por dos veces a fin en un simulacro de consejo de guerra. En su defensa, multitud de testimonios aseguraban que hizo lo posible por proteger vidas y edificios en la retaguardia republicana. No sirvió de mucho. A las seis de la mañana del 24 de mayo era fusilado contra el muro del cementerio de Paterna (Valencia). Más de dos mil personas fueron asesinadas allí. La fin del rector Juan Peset ocurrió en 1941. La guerra, por aquellas fechas, llevaba dos años terminada.
 
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GUERRA CIVIL 1936, HISTORIA
Historia orwelliana y propaganda roja en plena democracia del siglo XXI.
En 2004 la editorial “Almud, Ediciones de Castilla La Mancha”, publicó un libro titulado “La Guerra Civil en la Provincia de Toledo (Utopía, conflicto y poder en el sur del Tajo. 1936-1939)”, del que es autor José María Ruiz Alonso y en el que se hace constar que ha contado “con una ayuda de la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha”.
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Resultado de un trabajo de investigación meritorio por el esfuerzo que supone, la interpretación que se desprende de sus páginas aparece ya implícita en el título: el proceso revolucionario que causó miles de muertos en la provincia de Toledo así como una persecución religiosa que destruyó el ingente patrimonio artístico cultural acumulado durante siglos, viene definido como una “utopía”, es decir un “Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación” en palabras del Diccionario de la Real Academia. Frágil utopía, sostenida sobre “la esperanza republicana” a la que pondría fin “la derrota, el castigo y los cuarenta años de franquismo”. Para Ruiz Alonso: “A pesar de los conflictos y de los problemas, los campesinos y jornaleros toledanos nunca estuvieron tan cerca de disfrutar una sociedad igualitaria como bajo la II República y la Guerra Civil” (Tomo II, págs.525-526).
El señor Ruiz Alonso está en su derecho de admirar las sociedades igualitarias que sean de su gusto pero los frentepopulistas tenían muy claro cuáles eran los respectivos modelos de sociedad que trataban de imponer y la historia ha demostrado con el tiempo hasta qué punto de degradación de lo humano, terror y aniquilamiento se ha llegado en los países que se vieron sometidos durante años a dichos esquemas igualitarios. El modelo, para el diputado del Frente Popular Antonio Mije, era la Rusia soviética:
Allí tenemos la atalaya luminosa que nos alumbra el camino; allí hay un pueblo orgulloso, un pueblo libre, que no sufre ni explotación ni hambre, que se ha libertado por completo y que marcha a la cabeza de las muchedumbres de trabajadores del mundo entero. Camaradas de Badajoz, miremos el camino de la Unión soviética, y tendamos a impulsar pronto el Frente Popular, y unámonos en un solo partido para que España, por encima de los fascistas, le tienda la mano y diga: “Igual que tú, he hecho mi revolución; hermana soy en el concierto de los países soviéticos del mundo”» (de un discurso pronunciado en Badajoz y reproducido en Claridad el 19-mayo-1936).
Tampoco debía entusiasmar este igualitarismo a los centenares de campesinos y jornaleros que fueron asesinados en la zona controlada por los frentepopulistas: 196 jornaleros y 656 labradores –según el propio Ruiz Alonso— sin contar a los propietarios agrícolas que no trabajaban directamente la tierra.

Realidad ésta, la del terror provocado por los utópicos milicianos, que lleva a una de las más deleznables manipulaciones del libro que estamos comentando al describir la suerte corrida por el diputado Dimas Madariaga en los siguientes términos: «El 28 de julio de 1936, Dimas Madariaga murió a consecuencia de un enfrentamiento armado con campesinos cerca de Escalona (información de I.Herreros)» (pág.548).

Suponemos que se trataría de campesinos utópicos e igualitarios pero definir sucesos cómo el que costó la vida al diputado Madariaga de “fin como consecuencia de un enfrentamiento armado” roza lo orwelliano. No en vano, la experiencia del escritor inglés George Orwell en la zona roja le brindó numerosos ejemplos de mentiras y de deformaciones de orden político que, proyectadas al pasado, nos sitúan ante una peculiar manera de re-escribir la historia.

El entonces cura párroco de Piedralaves (provincia de Ávila) dejó un detallado relato sobre lo sucedido a Madariaga que puede leerse en un libro de tan fácil acceso a los investigadores como es la Historia de la Cruzada Española (Tomo III en la re-edición de Datafilms, 1984, pág.365). Resumimos lo ocurrido: cuando el 27 de julio llegó un grupo de milicianos a la población abulense en la que se encontraba pasando unos días, salió de su casa internándose en el monte unos tres kilómetros esperando a que se alejasen. Pero alguien descubrió el camino que había emprendido:
Los milicianos siguieron su rastro como el de una res en una cacería y al fin le encontraron. Dimas Madariaga se encaró con ellos valerosamente: “Tú eres Madariaga”. “Diputado fascista y católico”, exclamó uno. Soy de los que nunca niegan al Divino Maestro, respondió el diputado a sus verdugos. Y cayó en el momento atravesado por una descarga.Convertir a un asesinado en víctima de un enfrentamiento armado no es una idea original ni de Ruiz Alonso ni de su informante (I.Herreros).
Como se trataba de un diputado de Acción Popular y vicepresidente del Congreso, la fin de Madariaga no podía pasar desapercibida como la de otros miles de españoles que estaban sucumbiendo en los mismos días como consecuencia de la actividad represiva de aquellos utópicos milicianos. La prensa incautada en Madrid publicó «que en un choque habido cerca de Escalona (Toledo) entre fascistas y campesinos, halló la fin el diputado cedista D.Dimas Madariaga. No es necesario advertir que éste figuraba en el grupo fascista» (ABC, 29-julio-1936). No hubo tal grupo, ni tal choque como I.Herreros ha hecho creer a José María Ruiz Alonso siguiendo probablemente la información publicada en el ABC madrileño o en otros periódicos como La Vanguardia de Barcelona que se hacía eco de un telegrama enviado desde Escalona y difundido por el periódico socialista Claridad. En agosto de 1939 varios de los criminales caían en manos de la policía. El nombre de alguno de estos asesinos, juzgado en consejo de guerra y ejecutado, figura en esas relaciones de “víctimas del franquismo” que tanto difunden los voceros de la memoria histórica y nos instruye acerca de la naturaleza de lo que realmente ocurrió.
Un ejemplo más de cómo la “historiografía” de nuestros días reproduce, sin mayor argumentación, los esquemas de la propaganda roja. Las consecuencias, las pueden sacar los propios lectores.
Origen: DESDE MI CAMPANARIO: Memoria histórica
 
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