En realidad no es así. Según la escuela austríaca, el valor de un bien depende de su utilidad subjetiva y de su escasez.
Cuanto más utilidad subjetiva concedemos a un bien, más estaremos dispuestos a pagar por el. Si del bien en cuestión se producen más unidades, disminuye su escasez y a su vez el precio pagado por el.
El problema con esto es que “la escasez” no es una variable independiente de “la utilidad subjetiva” a la vez que la “utilidad subjetiva” no tiene contenido económico.
Podemos suponer que la gente, cada persona, tiene ciertas “preferencias personales” que “impulsan” su comportamiento pero, por un lado, esas “preferencias personales” influyen en todo el comportamiento humano y la economía es un campo muy específico del comportamiento humano y por otra parte, lo que importa en economía son las causas que tengan efectos económicos, lo que importa es el comportamiento económico de los agentes económicos, no unas motivaciones inobservables de ese comportamiento que solo pueden ser una explicación mitológica.
Un obstáculo importante en la construcción de una teoría del valor económico es la tendencia de los economistas a pensar en el precio, el valor o el coste como si fueran valores absolutos, cuando se trata de valores relativos, y este error conceptual probablemente proviene del error fundamental de pensar que el precio, el valor o el coste de un bien económico están “formados por dinero”
Un bien económico no tiene valor, precio o coste si está aislado, solo vale más o menos que otro bien económico. Cuando un agente económico decide elegir cierto “bien A” está eligiendo sacrificar cierto otro “bien B” y además, cuando elige un bien está eligiendo cierta “cantidad X del bien A” a base de sacrificar cierta “cantidad Y del otro bien B”.
Las cantidades X y Y, el precio de la relación entre esos dos bienes o tasa de intercambio en los trueques entre esos bienes es una propiedad objetiva de la economía que no decide independientemente la subjetividad de cada agente.
En cierta fiesta podríamos encuestar a los invitados sobre si prefieren las croquetas a los langostinos pero el comportamiento de esos agentes cuando eligen croquetas o langostinos no puede ser predicho en función de lo que hayan contestado en esa encuesta.
Si muchos invitados eligen langostinos y pocos eligen croquetas impulsados por sus preferencias harán variar la escasez o abundancia de langostinos o croquetas. En esa situación de diferente escasez, una situación económica, la elección de un invitado no trata sobre si prefiere langostinos o croquetas sino sobre si prefiere 1 langostino o 7 croquetas.
La escasez de langostinos y la abundancia de croquetas, en este caso, depende solo de las preferencias de los invitados. Para un agente dado, tener unos gustos excéntricos opuestos a los de la mayoría supone que podrá lograr 7 croquetas con solo renunciar a 1 langostino.
Si todos los invitados tienen idénticas “preferencias subjetivas personales” por los langostinos, en esa economía los langostinos escasearán y abundarán las croquetas. Esta abundancia de croquetas hace que para cualquiera de esos agentes económicos sea beneficioso comportarse de manera opuesta a sus preferencias personales porque la estructura económica incentiva a que los agentes hagan justo lo opuesto a lo que les piden sus preferencias subjetivas.
En una economía funcional, la abundancia o escasez de cada bien es una suma de la objetivación, a través del comportamiento observable, de las “preferencias subjetivas” de todos los demás agentes y de la dificultad objetiva de producir un bien, de la abundancia de Cobre en la corteza terrestre, o de la pluviometría durante la campaña del espárrago, por ejemplo.
Si tratamos de explicar el comportamiento global del sistema en función del comportamiento individual de los agentes y el comportamiento de esos agentes en función de sus “preferencias subjetivas” encontramos que esos agentes son impulsados a comportarse en la dirección que indican sus preferencias subjetivas y al mismo tiempo a comportarse en la dirección opuesta a la que indican sus preferencias subjetivas. Esto ocurre porque “la máquina económica” proporciona una ventaja al agente que elige lo que el resto de agentes no eligen y a que todos los agentes económicos son humanos y sus preferencias subjetivas están fuertemente correlacionadas y tienden a “apuntar en la misma dirección”.
Todo esto hace que esas mitológicas “preferencias subjetivas” no tengan utilidad explicativa en economía. El único indicio que tenemos de que esas “preferencias subjetivas” existan es el comportamiento observable de los agentes y si no podemos explicar ese comportamiento observable, el concluir que ese comportamiento observable e inexplicable está causado por una causa inobservable e inexplicable no es construir una explicación sino ocultar el hecho de que hay un fenómeno que no se entiende (El trasladar el argumento al terreno de lo inobservable impide que cualquier proposición sea respaldada o refutada)