NODIANO_borrado
Madmaxista
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Adolf Hitler, el gallinita
Un libro revisa el errático liderazgo militar de un político que no pisaba el frente
Un libro revisa el errático liderazgo militar de un político que no pisaba el frente
Hitler no está vivo. Lo decimos porque, ahora que se cumplen siete décadas de su suicidio, quizá se topen ustedes con algún artículo asegurando que el icono del Tercer Reich está tomando las aguas en Bariloche, compartiendo bungaló brasileño con Elvis o en la mismísima Luna… En efecto, lo crean o no, una de las teorías de la conspiración más populares asegura que los nazis enviaron a Hitler a la Luna en un cohete poco antes de la toma rusa de Berlín; si esto es así, a Neil Armstrong le debió dar un infarto cuando se topó en el satélite con un tipo con bigote completamente desaforado…
Bromas aparte, los últimos pasos de Hitler están lo suficientemente documentados como para que existan ensayos como La máscara del mando (Turner), de John Keegan, estudio que compara el liderazgo militar de cuatro figuras históricas: Alejandro Magno, Wellington, Grant y Hitler.
Aunque cada uno de estos líderes es hijo de su época –a Alejandro Magno le gustaba jugarse el pescuezo en el frente, loca costumbre que ha ido perdiendo fuerza con el tiempo*– el análisis de las particularidades militares de Hitler nos permite comprender mejor los últimos días del Tercer Reich.
El título del largo capítulo dedicado al líder nacionalsocialista (90 páginas) no deja lugar a muchas dudas: El falso heroísmo: Hitler como jefe supremo. ¿Era Hitler un gallinita?
He aquí las palabras del Führer al pueblo alemán el día (22 de diciembre de 1941) que decidió asumir el mando pleno de las operaciones militares:
“Conozco la guerra desde el tremendo conflicto en el frente occidental de 1914 a 1918. Experimenté personalmente los horrores de casi todas las batallas como soldado raso. Fui herido en dos ocasiones y después estuve a punto de quedarme ciego. Es el ejército el que carga con el peso de la batalla. He decidido, por lo tanto, en mi condición de jefe supremo de las fuerzas armadas alemanas, asumir personalmente la jefatura del ejército. De este modo, nada de lo que os atormente, de lo que os pese y de lo que os angustie me será desconocido”.
¿Conclusiones de Keegan sobre el arrojo militar del líder? Que no pisaba el frente bélico ni en pintura.
“Pese a la descarada manipulación por parte de Hitler de los valores heroicos, los resultados certificaron su efectividad. El ejército alemán de 1945, a diferencia del de 1918, luchó incuestionablemente hasta el fin… Pese a ello, Hitler no habló directamente con casi ninguno de esos soldados durante la guerra, ni les mostró su rostro. En la campaña victoriosa de 1939-1940, viajó al frente una vez que había concluido la lucha; en diciembre de 1940 pasó unas navidades visitando a su guardia de la SS en el oeste. Salvo tales excepciones, como revela la casi totalidad ausencia de fotos al respecto, se mantuvo apartado de sus fieles Landsers [solados rasos], comunicándose con ellos solo por las órdenes escritas del día, y rara vez por radio”.
'No habló directamente con casi ninguno de sus soldados durante la guerra, ni les mostró su rostro'
Keegan recuerda una anécdota salida de la pluma de Albert Speer. En noviembre de 1942, el tren especial de Hitler partió hacia su segunda residencia en los Alpes bávaros (Berghof). Por el camino se cruzó en una estación con un tren que venía del frente. Ocurrió lo siguiente:
“La mesa estaba elegantemente dispuesta, con plata, cristal, porcelana china y flores. Al empezar a comer, ninguno de nosotros se dio cuenta de que un tren de carga se había detenido en la vía de al lado. Desde los sucios vagones de ganado, los soldados alemanes que regresaban del este, hambrientos y en algunos casos heridos, miraban fijamente la cena. Hitler dio un respingo al darse cuenta de la lúgubre escena que tenía lugar a dos metros de su ventanilla. Se limitó a esbozar un gesto de saludo en dirección a los solados y acto seguido ordenó al sirviente que corriera las cortinas. Así era como, en la segunda mitad de la guerra, Hitler se manejaba en un encuentro con soldados de la línea de frente como los que él fue en su día”.
Cuesta abajo y sin frenos
A medida que Alemania comenzó a perder la guerra, el Führer comenzó a perder los papeles… y a cortar cabezas de altos mandos militares. “Los tres jefes de grupo de ejércitos al comienzo de la guerra fueron cesados antes de que acabase; lo mismo que once de sus dieciocho mariscales de campo, y veintiuno de sus treinta y siete coroneles generales”, explica Keegan. En otras palabras: Ni Jesús Gil cuando echaba a un entrenador del Atleti cada ocho horas, una auténtica escabechina laboral.
Pero los disgustos militares no solo alteraron su liderazgo, sino al líder en sí mismo. O la hecatombe militar como proceso de degeneración psíquica y física. Sabemos que Hitler empezó a sentirse malhumorado e irascible, y a comportarse de un modo errático, aunque nunca llegó a perder el juicio del todo. En lo que quizá nos hayamos fijado menos es en la alucinante (por acelerada) descomposición física del líder.
'En seis meses había envejecido diez años'
“A partir de 1944, el deterioro físico se aceleró extraordinariamente. Las primeras canas le habían salido a principios de 1942. En la primavera de 1944, un visitante que lo conocía de antiguo vio en él a ‘un hombre cansado, roto y envejecido, que arrastraba los pies, tan encorvado que parecía estar haciendo una reverencia. Sus rasgos estaban hundidos y surcados por la preocupación y la ira… Sus secretarias advertían algunas veces que las rodillas se le ponían a temblar, o que debía sujetarse la mano izquierda, la que le temblaba, con la derecha’… El envejecimiento físico siguió su curso, sin pausa. A finales de 1944, solo podía caminar treinta o cuarenta metros seguidos, al cabo de los cuales debía hacer un descanso. En la primera de 1945, se encontraba al borde la decrepitud absoluta”.
Conclusión de un testigo directo: “En seis meses había envejecido diez años”.
Adolf Hitler se suicidó en su búnker berlinés el 30 de abril de 1945. Tenía 56 años… y el estómago lleno: media hora antes cenó espaguetis y salsa de verduras.