Uriel Omegangelos
Ángel del Omega
ACTUALIZACION: ACTUALIZACION: El Libro III/Secuela (incluye un NUEVO MAPA y NUEVOS DIBUJOS) en las pags 6 y 7 a partir de este post además de en Omegangelion Libro III – COMPLETA
Omegangelion, el Mensaje del Fin de los Tiempos, es una novela filosófica de fantasía oscura. No escribo para ganar fama o dinero, sino para tras*mitir un Mensaje de Dios a todos los Hijos de Adán. Doy mi bendición para que este libro sea distribuido libremente a condición de que sea sin ánimo de lucro e indicando origen (Licencia Creative Commons).
Al modo de los astrólogos decimonónicos he resuelto tomar un nombre angélico. Uriel es el Ángel del Diluvio, del Fin del Mundo Primordial. Asociado a Uriel está Sariel-Azrael, el Ángel de la fin que libera a los mártires de su agonía y quiebra el yugo de los tiranos.
La ambientación, salvando las licencias artísticas, se inspira en Bizancio. No el cesaropapismo absolutista de la historiografía occidental, sino la sinfonicidad anarcomonarquista de historiadores ortodoxos como Kaldellis y Romanides.
Una de estas licencias es el continente ficticio de Ykumini. Las cuatro naciones que lo conforman simbolizan las cuatro naciones espirituales del cristianismo: Rumeli (ortodoxos), Frangia (occidentales), Kift (monofisitas) y Assur (nestorianos). Así, la Conquista Franga de Rumeli evoca la Cuarta Cruzada, así como la influencia de la teología occidental, que siguiendo al falso profeta Agustín de Hipona, profesa que Dios es la Causa del Mal.
La fin de cierto personaje simboliza como incluso la Iglesia Ortodoxa ha capitulado ante la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, renunciando a su Autoridad Espiritual al someterse al Poder Temporal de la Bestia (el Estado), lo que fuerza a los individuos de alma pneumática a buscar a Dios siguiendo el Sendero Místico por su cuenta y riesgo.
La Omega, Icono del Esjatón, se une al Punto de la Manifestación para formar un sigilo que invoca, en el Nombre de Cristo, la Liberación Eutanásica de ese Enfermo Agonizante e Incurable que es la Creación Material. Esta escrito: «Tal como el Mundo Antiguo pereció en el Agua, los Cielos y la Tierra que son ahora están destinados al Fuego en el Día del Juicio» (2 Pedro 3:6-7).
Dedico mi obra a los mártires en estos tiempos apocalípticos. Orad conmigo, hermanos:
Antes de la Creación, solo existía el Dios Eliun, que es Luz Increada. Y todo lo que no era Eliun, era Oscuridad. Pero la Oscuridad estaba sellada, pues no puede manifestarse en la Luz. Eliun retrajo entonces Su Luz para crear a Paradisos, el Mundo Antiguo, y allí despertaron los ángeles.
Y los ángeles eligieron como Príncipe a Adamas, y Dios confió a Adamas la Corona Astral, la piedra angular de la Creación. Pero la Oscuridad se manifestó en el corazón del ángel Elelefs, que usurpó la Corona y dijo “sobre los ángeles de Dios levantaré mi trono, y seré semejante a Eliun”. Así, la Creación quedó maldita, y Elelefs se convirtió en el Diablo, la Causa del Mal. Esclavizado por el deseo de unirse con su lado femenino, Adamas engendró a los mortales, que se multiplicaron por Paradisos. Y Elelefs enseñó a los mortales el Sendero Oculto, que a nada conduce, y los mortales le adoraron.
Y fue la Edad de Tauro, el Tiempo de la Tierra. Al término de esta Edad, el mago rebelde Uriil halló el Árbol de la Iluminación, comió e invocó el Diluvio. Y el Diluvio sepultó a Paradisos, y cuando las aguas bajaron emergió el Nuevo Mundo, Ykumini, y solo la parentela de Uriil sobrevivió de entre los Hijos de Adamas. Pero Elelefs no es de carne mortal y, pasado el Diluvio, regeneró su cuerpo y siguió a los mortales hasta Ykumini, y erigió su corte en Vavel, en el corazón del desierto, en la Tierra de Assur.
Y la Edad de Tauro pasó, y fue la Edad de Aries, el Tiempo del Fuego. En el curso de esta Edad, la lengua común de los mortales cambió y el Adameo, la lengua de Paradisos, se convirtió en una lengua arcana.
Y la Edad de Aries pasó, y fue la Edad de Piscis, el Tiempo del Agua. En esta Edad Ihthys, el Avatar de la Luz de Dios, fundó la Logia para enseñar el Sendero Místico a los mortales. Esto enfureció a Elelefs, que lo crucificó como ofrenda para la Oscuridad. Los Adeptos de Ihthys, guiados por Su Espíritu, se alzaron y vencieron a Elelefs, separando su espíritu del plano material con el Espejo de Daat. En el proceso, la Corona Astral se escindió en la Corona Lunar y la Tiara Solar, de modo que sus Portadores, los Adeptos, se convirtieron en Arconte y Hierofante, y en la Tierra de Rumeli fundaron Vyzantion. Pero la sombra de Elelefs, su oscuro espíritu, siguió influyendo en el corazón de los mortales…
Libro I – Capítulo I – Caída en Desgracia
Ya era de noche, una noche de finales de Septiembre, en los albores del otoño, y un chico delgado y pálido llamado Azrail soñaba despierto mientras vagabundeaba por las calles de Edessa, una ciudad fronteriza. Tenía trece años, pero no aparentaba más de diez. El cabello, que le llegaba hasta los hombros, era rubio oscuro. Con sus grandes ojos verdegrises y sus facciones suaves, Azrail habría sido un niño muy guapo de no ser por el aire enfermizo que le daban sus incorregibles ojeras.
Vestía harapos grises, pues como huérfano no tenìa otras ropas, y vivía con Sariil, su hermano gemelo, en una casa a las afueras de la ciudad. Dos años atrás, cuando los frangos invadieron Rumeli conquistando una ciudad tras otra, sus padres se habían marchado abandonándolos a su suerte. Tal desenlace no había sorprendido a los gemelos, que nunca se habían sentido ni comprendidos ni amados por quienes les ataron a la existencia.
De pronto, un maullido sonó a sus espaldas. Azrail, que siempre había sentido afinidad por los gatos, salió de su ensimismamiento y giró la cabeza. Un gato espectral, blanco a excepción de una enigmática mota en la frente, le miraba fijamente desde las sombras. Sus ojos eran grises, pálidos como la luz de la luna. Azrail sintió como un vínculo telépatico unía su consciencia con la del gato, y supo que algo no marchaba bien en casa.
Azrail corrió por las calles de Edessa hasta llegar frente a su casa, un destartalado edificio de dos plantas. La puerta estaba entreabierta.
Dentro de la casa, todo parecía normal. La luz del candil estaba prendida, el pan que Azrail había «tomado prestado» para la cena aún seguía en la mesa.
Pero se respiraba un ambiente extraño. Azrail sacó una pequeña daga que llevaba prendida del cinturón y avanzó sigilosamente. Notaba una presencia extraña al fondo del pasillo, frente al.umbral de la habitación en la que dormían los gemelos.
Advirtiendo de inmediato la presencia de Azrail, el desconocido se giró en su dirección y salió de entre las sombras. Era un hombre lampiño, de cabello castaño-rojizo y ropas negras. En su mano izquierda aferraba un libro, que Azrail reconoció como el grimorio que, poco antes de la oleada turística Franga, había «tomado prestado» a petición de su gemelo, mientras con la derecha empuñaba una espada curva con la que amenazaba el cuello de Sariil. El siniestro personaje dedicó a Azrail una sonrisa aviesa.
-Me llamo Aetios, y soy un cazaherejes al servicio de la Arconte Varlaami. El uso de un grimorio deja… cierto rastro y os sitúa fuera de la ley. Esto significa que puedo hacer con vosotros lo que quiera, de modo que, por tu propio bien, tira la daga.
-¿Y dejarme apiolar como un cordero? No, gracias -replicó Azrail fríamente.
El sicario miró al niño con interés.
-Veo que tienes agallas, a diferencia de este… intelectual que comparte tu apariencia. Eso me gusta, así que te daré una oportunidad de demostrar lo que vales -Aetios envainó su espada, se guardó el grimorio e hizo un gesto a Azrail, retándole-. Vamos chaval, intenta matarme. Si lo consigues, seréis libres. Si no…
Dejó que la amenaza flotara en el aire, indefinida.
Azrail sabía que Aetios estaba jugando con él, pero también sabía que, si lograba apuñalarle en el cuello, sangraría y moriría como cualquier otro hombre, por mucho que le superara en fuerza, tamaño y experiencia. Deshechando toda vacilación, Azrail corrio hacia Aetios, fintó y ensayó una puñalada, pero en el último momento Aetios aprisionó su muñeca con una mano mientras que con la otra le cogía del cuello y le estampaba contra la pared, dejándole sin resuello.
-Eres débil -siseó Aetios mientras lo miraba con desprecio-. ¿Sabes por qué eres débil? Porque te falta repruebo. Por eso te voy a llevar a un sitio en el que aprenderás a reprobar. Cuando pierdas tu humanidad, cuando seas capaz de apiolar a sangre fría a cualquiera que se interponga en tu camino, te buscaré para terminar nuestro duelo. Y ahora, o sueltas la daga o te rompo la muñeca.
A regañadientes, Azrail dejó caer la daga. Intuía que tendría que proteger a su frágil gemelo en el lugar al que Aetios les iba a llevar, y difícilmente podría hacerlo con la muñeca rota.
El sicario llevó a los gemelos hasta la verja de un orfanato de aspecto siniestro. Una mujer hombruna, de nariz rojiza y cabello caoba recogido en un moño, salió a recibirlos. Apestaba a aguardiente, y en la mano tenía una porra de roble.
-Vengo a traeros a estos niños. Adiós -atajó Aetios.
Sin esperar respuesta, el cazaherejes dió media vuelta y desapareció entre las sombras.
La mujerona miró a Azrail e Sariil de arriba a abajo.
-Sóis idénticos. jorobar, hasta ahora nunca me habían traído gemelos. Soy Gorgo, la matrona de este hogar para niños perdidos. ¡Vuestros nombres! ¡Rápido, pequeños delincuentes!
-Azrail… Mi gemelo se llama Sariil -dijo Azrail.
-¿Oh, y que le pasa a Sariil? ¿Es mudo o algo así? -inquirió Gorgo burlonamente.
-Es… tímido -repuso Azrail diplomáticamente.
-¿Tímido? ¿Y como es que tú no eres tímido si sóis gemelos? ¡Tu «tímido» hermanito va a responder a mi fruta pregunta por las buenas o por las malas! -Gorgo alzó la porra sobre Sariil, amenazante-. ¡Por última vez, mocoso malcriado, dime tu puñetero nombre! ¡Te azotaré en la cara, no me importa!
Sariil se quedó paralizado de miedo. Gorgo descargó la porra, pero Azrail se interpuso y la detuvo, agarrándola al vuelo (tuvo que usar ambas manos, pues la mujerona era mucho más fuerte que él). Roja de ira, Gorgo agarró a Azrail de la pechera y le levantó a pulso, retorciéndole la camisa hasta casi asfixiarle. Sus ojos beodos estaban inyectados en sangre como los de una cortesana rabiosa.
-S-Sariil -dijo una vocecita-. M-me llamo Sariil. P-por favor, no matéis a mi hermano…
Gorgo soltó a Azrail, que se tambaleó, mareado. Sariil le prestó su apoyo para que no cayera.
La matrona puso los brazos en jarras.
-No iba a matarle. Detesto a los críos, pero detesto aún más el trabajo, y el Estado no me paga por los huérfanos muertos, solo por los vivos. Eso sí, más vale que espabiles o tus compañeros se te van a comer vivo. Y en cuanto a ti -añadió refiriéndose a Azrail- Como vuelvas a desafiarme te azotaré hasta que sangres. ¿Ha quedado claro?
-Cristalino -respondió Azrail fríamente.
Gorgo sacó una petaca, echó un trago y eruptó.
-Adentro.
Los gemelos pasaron al interior del orfanato, tras lo cual Gorgo cerró con llave.
-El dormitorio está en el piso de arriba, la primera puerta a la izquierda. Tendréis que compartir cama, porque solo tengo una libre. Esfumáos.
Gorgo, que tenía que hacer un verdadero esfuerzo para pasar el día relativamente sobria, estaba deseando finiquitar la jornada para poder embriagarse a gusto antes de dormir. Apenas los gemelos subieron las escaleras, la mujerona fue hasta la cocina y abrió un armario lleno de botellas de aguardiente. Con una en cada mano se fue hasta el salón y se tumbó en el sofá mientras empezaba a beber.
-Te lo has ganado, Gorgo -se dijo a sí misma-. Ha sido un día duro, y a partir de mañana habrá dos puñeteros críos más a los que aguantar.
Pasaron las semanas, hechas de jornadas todas iguales. Por la mañana, Gorgo despertaba a gritos a los huérfanos y les daba un panecillo y un vaso de agua como desayuno. Media hora después, les obligaba a pasar seis horas hacinados en una habitación con pupitres y rejas en las ventanas, memorizando machacones discursos, frases y consignas. Este lavado de cerebro tenía como objetivo «hacer de vosotros verdaderos hombres, trabajadores y soldados al servicio del Estado». Para empeorar las cosas, Gorgo exigía atención continua y estaba dispuesta a imponerla descargando un porrazo sobre los hombros de cualquier chico al que pillara distraído. Por la tarde, después de una magra comida consistente en un nauseabundo caldo de col, Gorgo mandaba a los chicos al patio, rellenaba su petaca y empezaba a entonarse mientras contaba las horas para que, tras servirles las sobras de la comida a modo de cena pudiera mandarlos al dormitorio y beber aguardiente hasta quedarse dormida.
Pasado un mes y medio, Sariil tomó una decisión que llevaba meditando desde su primer día de orfanato.
Los gemelos eran introvertidos e individualistas por naturaleza. Ambos acusaban la falta de libertad y soledad a la que estaban sometidos, pero Sariil, más sensible que su gemelo, no podía evitar llorar cuando la porra de Gorgo hería no solo su cuerpo, sino su alma. Azrail no podía protegerle de Gorgo, como tampoco podía impedir que sus compañeros, una jauría de estúpidos bravucones que se vanagloriaban de aguantar las palizas «como hombres», se mofaran de él acrecentando su tormento.
No podía soportarlo más, ni tampoco podía seguir siendo una carga para Azrail. Si seguían así, ninguno de los dos superaría el invierno, cuando la fin blanca, la tuberculosis, llegaba para llevarse a los niños delgados de ánimo melancólico.
Con cuidado de no despertar a su gemelo, Sariil se deslizó fuera de la cama y salió del dormitorio sin hacer el menor ruido. Silencioso como una sombra, bajó las escaleras y fue hasta la cocina. Tras abrir cuidadosamente algunos cajones halló lo que buscaba: el cuchillo con el que Gorgo cortaba la carne que ella comía y que vedaba a los huérfanos.
Sariil se sentó en el suelo y dejò que la luz de la luna, que se colaba por la ventana, bañara su rostro por última vez. Desde el salón, a unos metros de distancia, llegaban el eco de los ronquidos de Gorgo. Sariil esbozó una sonrisa amarga: pronto dejaría de oírlos. Palpándose el cuello, se tomó el pulso para localizar la yugular y deslizó el cuchillo con firmeza abriendo un profundo surco. La sangre empezó a manar como el agua de una fuente, empapándole la ropa y formando un charco en el suelo. En pocos segundos el niño empezó a perder la consciencia y sonrió.
«Desde ahora, ambos seremos libres. Adiós, hermano».
En ese instante, un gato blanco de ojos grises y carne azulada, espectral, surgió de un haz de luz lunar y caminó hacia Sariil…
Poco después del alba, un grito de terror resonó por todo el orfanato. Azrail despertó al instante y notó la ausencia de Sariil. Intuyendo lo que había ocurrido, saltó de la cama y corrió hacia el lugar desde donde había partido el grito. Los otros muchachos, animados por la disrupción, siguieron a Azrail escaleras abajo hasta llegar a la cocina.
Gorgo estaba de pie, lívida, contemplando el cadáver de Sariil. Una costra de sangre seca cubría sus ropas y parte del suelo. Su mano aferraba el cuchillo con el que se había cortado el cuello. Loco de dolor, Azrail intentó zarandear a Sariil en un absurdo intento de «despertarlo» pero, apenas tocó su cuerpo este se desintegró, quedando solo las ropas vacías sobre el suelo.
-¡Mirad tíos, el fiambre del rarito está tan seco que se ha hecho polvo! -exclamó Kurgos, un chico robusto de cabello erizado. Azrail cogió el cuchillo y le dirigió una mirada asesina.
-Búrlate de mi hermano solo una vez más y…
Gorgo, despertando de su aturdimiento, se interpuso, con una actitud conciliadora impropia de ella.
-Vamos, Azrail, no te pongas así. Suelta el cuchillo, sé un buen chico -dijo con una falsa amabilidad que no engañó a Azrail. En el fondo, Gorgo se alegraba de no tener que pagar un entierro que costaría más de lo poco que había ganado por acoger a los gemelos.
Azrail consideró sus opciones: podía apuñalar a Gorgo y luego ir a por los demás, pero ellos eran nueve, y su mente racional sabía que era imposible que consiguiera matarlos a todos: le desarmarían y le lincharían, o huirían y avisarían a la policía, los perros de presa del Estado. Además, durante el tiempo que había pasado en el orfanato había ido explorando el edificio sin que nadie se diera cuenta, y había descubierto algo interesante, algo que hoy mismo había pensado comentar con Sariil.
Lentamente, Azrail dejó el cuchillo en la encimera, y Gorgo se apresuró a cogerlo y ponerlo fuera de su alcance.
-¡Vamos, que estáis mirando! ¡Id al salón, que tengo que limpiar todo esto y preparar el desayuno antes de empezar las clases!
Azrail dirigió una última mirada a lo que había quedado de Sariil antes de seguir a sus compañeros. Al tocar el cadáver, Azrail había oído en su mente las últimas palabras de su gemelo, como si fuera un mensaje telepático, una suerte de nota de suicidio.
«Gracias, hermano, por darme la determinación que me faltaba» -pensó Azrail-. «Te he fallado, pero juro que esta noche vengaré tu fin y romperé mis cadenas».
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Omegangelion, el Mensaje del Fin de los Tiempos, es una novela filosófica de fantasía oscura. No escribo para ganar fama o dinero, sino para tras*mitir un Mensaje de Dios a todos los Hijos de Adán. Doy mi bendición para que este libro sea distribuido libremente a condición de que sea sin ánimo de lucro e indicando origen (Licencia Creative Commons).
Al modo de los astrólogos decimonónicos he resuelto tomar un nombre angélico. Uriel es el Ángel del Diluvio, del Fin del Mundo Primordial. Asociado a Uriel está Sariel-Azrael, el Ángel de la fin que libera a los mártires de su agonía y quiebra el yugo de los tiranos.
La ambientación, salvando las licencias artísticas, se inspira en Bizancio. No el cesaropapismo absolutista de la historiografía occidental, sino la sinfonicidad anarcomonarquista de historiadores ortodoxos como Kaldellis y Romanides.
Una de estas licencias es el continente ficticio de Ykumini. Las cuatro naciones que lo conforman simbolizan las cuatro naciones espirituales del cristianismo: Rumeli (ortodoxos), Frangia (occidentales), Kift (monofisitas) y Assur (nestorianos). Así, la Conquista Franga de Rumeli evoca la Cuarta Cruzada, así como la influencia de la teología occidental, que siguiendo al falso profeta Agustín de Hipona, profesa que Dios es la Causa del Mal.
La fin de cierto personaje simboliza como incluso la Iglesia Ortodoxa ha capitulado ante la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, renunciando a su Autoridad Espiritual al someterse al Poder Temporal de la Bestia (el Estado), lo que fuerza a los individuos de alma pneumática a buscar a Dios siguiendo el Sendero Místico por su cuenta y riesgo.
La Omega, Icono del Esjatón, se une al Punto de la Manifestación para formar un sigilo que invoca, en el Nombre de Cristo, la Liberación Eutanásica de ese Enfermo Agonizante e Incurable que es la Creación Material. Esta escrito: «Tal como el Mundo Antiguo pereció en el Agua, los Cielos y la Tierra que son ahora están destinados al Fuego en el Día del Juicio» (2 Pedro 3:6-7).
Dedico mi obra a los mártires en estos tiempos apocalípticos. Orad conmigo, hermanos:
Que el Reino del Diablo sea consumido por la Luz, Amén.
Prólogo
Antes de la Creación, solo existía el Dios Eliun, que es Luz Increada. Y todo lo que no era Eliun, era Oscuridad. Pero la Oscuridad estaba sellada, pues no puede manifestarse en la Luz. Eliun retrajo entonces Su Luz para crear a Paradisos, el Mundo Antiguo, y allí despertaron los ángeles.
Y los ángeles eligieron como Príncipe a Adamas, y Dios confió a Adamas la Corona Astral, la piedra angular de la Creación. Pero la Oscuridad se manifestó en el corazón del ángel Elelefs, que usurpó la Corona y dijo “sobre los ángeles de Dios levantaré mi trono, y seré semejante a Eliun”. Así, la Creación quedó maldita, y Elelefs se convirtió en el Diablo, la Causa del Mal. Esclavizado por el deseo de unirse con su lado femenino, Adamas engendró a los mortales, que se multiplicaron por Paradisos. Y Elelefs enseñó a los mortales el Sendero Oculto, que a nada conduce, y los mortales le adoraron.
Y fue la Edad de Tauro, el Tiempo de la Tierra. Al término de esta Edad, el mago rebelde Uriil halló el Árbol de la Iluminación, comió e invocó el Diluvio. Y el Diluvio sepultó a Paradisos, y cuando las aguas bajaron emergió el Nuevo Mundo, Ykumini, y solo la parentela de Uriil sobrevivió de entre los Hijos de Adamas. Pero Elelefs no es de carne mortal y, pasado el Diluvio, regeneró su cuerpo y siguió a los mortales hasta Ykumini, y erigió su corte en Vavel, en el corazón del desierto, en la Tierra de Assur.
Y la Edad de Tauro pasó, y fue la Edad de Aries, el Tiempo del Fuego. En el curso de esta Edad, la lengua común de los mortales cambió y el Adameo, la lengua de Paradisos, se convirtió en una lengua arcana.
Y la Edad de Aries pasó, y fue la Edad de Piscis, el Tiempo del Agua. En esta Edad Ihthys, el Avatar de la Luz de Dios, fundó la Logia para enseñar el Sendero Místico a los mortales. Esto enfureció a Elelefs, que lo crucificó como ofrenda para la Oscuridad. Los Adeptos de Ihthys, guiados por Su Espíritu, se alzaron y vencieron a Elelefs, separando su espíritu del plano material con el Espejo de Daat. En el proceso, la Corona Astral se escindió en la Corona Lunar y la Tiara Solar, de modo que sus Portadores, los Adeptos, se convirtieron en Arconte y Hierofante, y en la Tierra de Rumeli fundaron Vyzantion. Pero la sombra de Elelefs, su oscuro espíritu, siguió influyendo en el corazón de los mortales…
Libro I – Capítulo I – Caída en Desgracia
Ya era de noche, una noche de finales de Septiembre, en los albores del otoño, y un chico delgado y pálido llamado Azrail soñaba despierto mientras vagabundeaba por las calles de Edessa, una ciudad fronteriza. Tenía trece años, pero no aparentaba más de diez. El cabello, que le llegaba hasta los hombros, era rubio oscuro. Con sus grandes ojos verdegrises y sus facciones suaves, Azrail habría sido un niño muy guapo de no ser por el aire enfermizo que le daban sus incorregibles ojeras.
Vestía harapos grises, pues como huérfano no tenìa otras ropas, y vivía con Sariil, su hermano gemelo, en una casa a las afueras de la ciudad. Dos años atrás, cuando los frangos invadieron Rumeli conquistando una ciudad tras otra, sus padres se habían marchado abandonándolos a su suerte. Tal desenlace no había sorprendido a los gemelos, que nunca se habían sentido ni comprendidos ni amados por quienes les ataron a la existencia.
De pronto, un maullido sonó a sus espaldas. Azrail, que siempre había sentido afinidad por los gatos, salió de su ensimismamiento y giró la cabeza. Un gato espectral, blanco a excepción de una enigmática mota en la frente, le miraba fijamente desde las sombras. Sus ojos eran grises, pálidos como la luz de la luna. Azrail sintió como un vínculo telépatico unía su consciencia con la del gato, y supo que algo no marchaba bien en casa.
Azrail corrió por las calles de Edessa hasta llegar frente a su casa, un destartalado edificio de dos plantas. La puerta estaba entreabierta.
Dentro de la casa, todo parecía normal. La luz del candil estaba prendida, el pan que Azrail había «tomado prestado» para la cena aún seguía en la mesa.
Pero se respiraba un ambiente extraño. Azrail sacó una pequeña daga que llevaba prendida del cinturón y avanzó sigilosamente. Notaba una presencia extraña al fondo del pasillo, frente al.umbral de la habitación en la que dormían los gemelos.
Advirtiendo de inmediato la presencia de Azrail, el desconocido se giró en su dirección y salió de entre las sombras. Era un hombre lampiño, de cabello castaño-rojizo y ropas negras. En su mano izquierda aferraba un libro, que Azrail reconoció como el grimorio que, poco antes de la oleada turística Franga, había «tomado prestado» a petición de su gemelo, mientras con la derecha empuñaba una espada curva con la que amenazaba el cuello de Sariil. El siniestro personaje dedicó a Azrail una sonrisa aviesa.
-Me llamo Aetios, y soy un cazaherejes al servicio de la Arconte Varlaami. El uso de un grimorio deja… cierto rastro y os sitúa fuera de la ley. Esto significa que puedo hacer con vosotros lo que quiera, de modo que, por tu propio bien, tira la daga.
-¿Y dejarme apiolar como un cordero? No, gracias -replicó Azrail fríamente.
El sicario miró al niño con interés.
-Veo que tienes agallas, a diferencia de este… intelectual que comparte tu apariencia. Eso me gusta, así que te daré una oportunidad de demostrar lo que vales -Aetios envainó su espada, se guardó el grimorio e hizo un gesto a Azrail, retándole-. Vamos chaval, intenta matarme. Si lo consigues, seréis libres. Si no…
Dejó que la amenaza flotara en el aire, indefinida.
Azrail sabía que Aetios estaba jugando con él, pero también sabía que, si lograba apuñalarle en el cuello, sangraría y moriría como cualquier otro hombre, por mucho que le superara en fuerza, tamaño y experiencia. Deshechando toda vacilación, Azrail corrio hacia Aetios, fintó y ensayó una puñalada, pero en el último momento Aetios aprisionó su muñeca con una mano mientras que con la otra le cogía del cuello y le estampaba contra la pared, dejándole sin resuello.
-Eres débil -siseó Aetios mientras lo miraba con desprecio-. ¿Sabes por qué eres débil? Porque te falta repruebo. Por eso te voy a llevar a un sitio en el que aprenderás a reprobar. Cuando pierdas tu humanidad, cuando seas capaz de apiolar a sangre fría a cualquiera que se interponga en tu camino, te buscaré para terminar nuestro duelo. Y ahora, o sueltas la daga o te rompo la muñeca.
A regañadientes, Azrail dejó caer la daga. Intuía que tendría que proteger a su frágil gemelo en el lugar al que Aetios les iba a llevar, y difícilmente podría hacerlo con la muñeca rota.
El sicario llevó a los gemelos hasta la verja de un orfanato de aspecto siniestro. Una mujer hombruna, de nariz rojiza y cabello caoba recogido en un moño, salió a recibirlos. Apestaba a aguardiente, y en la mano tenía una porra de roble.
-Vengo a traeros a estos niños. Adiós -atajó Aetios.
Sin esperar respuesta, el cazaherejes dió media vuelta y desapareció entre las sombras.
La mujerona miró a Azrail e Sariil de arriba a abajo.
-Sóis idénticos. jorobar, hasta ahora nunca me habían traído gemelos. Soy Gorgo, la matrona de este hogar para niños perdidos. ¡Vuestros nombres! ¡Rápido, pequeños delincuentes!
-Azrail… Mi gemelo se llama Sariil -dijo Azrail.
-¿Oh, y que le pasa a Sariil? ¿Es mudo o algo así? -inquirió Gorgo burlonamente.
-Es… tímido -repuso Azrail diplomáticamente.
-¿Tímido? ¿Y como es que tú no eres tímido si sóis gemelos? ¡Tu «tímido» hermanito va a responder a mi fruta pregunta por las buenas o por las malas! -Gorgo alzó la porra sobre Sariil, amenazante-. ¡Por última vez, mocoso malcriado, dime tu puñetero nombre! ¡Te azotaré en la cara, no me importa!
Sariil se quedó paralizado de miedo. Gorgo descargó la porra, pero Azrail se interpuso y la detuvo, agarrándola al vuelo (tuvo que usar ambas manos, pues la mujerona era mucho más fuerte que él). Roja de ira, Gorgo agarró a Azrail de la pechera y le levantó a pulso, retorciéndole la camisa hasta casi asfixiarle. Sus ojos beodos estaban inyectados en sangre como los de una cortesana rabiosa.
-S-Sariil -dijo una vocecita-. M-me llamo Sariil. P-por favor, no matéis a mi hermano…
Gorgo soltó a Azrail, que se tambaleó, mareado. Sariil le prestó su apoyo para que no cayera.
La matrona puso los brazos en jarras.
-No iba a matarle. Detesto a los críos, pero detesto aún más el trabajo, y el Estado no me paga por los huérfanos muertos, solo por los vivos. Eso sí, más vale que espabiles o tus compañeros se te van a comer vivo. Y en cuanto a ti -añadió refiriéndose a Azrail- Como vuelvas a desafiarme te azotaré hasta que sangres. ¿Ha quedado claro?
-Cristalino -respondió Azrail fríamente.
Gorgo sacó una petaca, echó un trago y eruptó.
-Adentro.
Los gemelos pasaron al interior del orfanato, tras lo cual Gorgo cerró con llave.
-El dormitorio está en el piso de arriba, la primera puerta a la izquierda. Tendréis que compartir cama, porque solo tengo una libre. Esfumáos.
Gorgo, que tenía que hacer un verdadero esfuerzo para pasar el día relativamente sobria, estaba deseando finiquitar la jornada para poder embriagarse a gusto antes de dormir. Apenas los gemelos subieron las escaleras, la mujerona fue hasta la cocina y abrió un armario lleno de botellas de aguardiente. Con una en cada mano se fue hasta el salón y se tumbó en el sofá mientras empezaba a beber.
-Te lo has ganado, Gorgo -se dijo a sí misma-. Ha sido un día duro, y a partir de mañana habrá dos puñeteros críos más a los que aguantar.
Capítulo II – Cautividad
Pasaron las semanas, hechas de jornadas todas iguales. Por la mañana, Gorgo despertaba a gritos a los huérfanos y les daba un panecillo y un vaso de agua como desayuno. Media hora después, les obligaba a pasar seis horas hacinados en una habitación con pupitres y rejas en las ventanas, memorizando machacones discursos, frases y consignas. Este lavado de cerebro tenía como objetivo «hacer de vosotros verdaderos hombres, trabajadores y soldados al servicio del Estado». Para empeorar las cosas, Gorgo exigía atención continua y estaba dispuesta a imponerla descargando un porrazo sobre los hombros de cualquier chico al que pillara distraído. Por la tarde, después de una magra comida consistente en un nauseabundo caldo de col, Gorgo mandaba a los chicos al patio, rellenaba su petaca y empezaba a entonarse mientras contaba las horas para que, tras servirles las sobras de la comida a modo de cena pudiera mandarlos al dormitorio y beber aguardiente hasta quedarse dormida.
Pasado un mes y medio, Sariil tomó una decisión que llevaba meditando desde su primer día de orfanato.
Los gemelos eran introvertidos e individualistas por naturaleza. Ambos acusaban la falta de libertad y soledad a la que estaban sometidos, pero Sariil, más sensible que su gemelo, no podía evitar llorar cuando la porra de Gorgo hería no solo su cuerpo, sino su alma. Azrail no podía protegerle de Gorgo, como tampoco podía impedir que sus compañeros, una jauría de estúpidos bravucones que se vanagloriaban de aguantar las palizas «como hombres», se mofaran de él acrecentando su tormento.
No podía soportarlo más, ni tampoco podía seguir siendo una carga para Azrail. Si seguían así, ninguno de los dos superaría el invierno, cuando la fin blanca, la tuberculosis, llegaba para llevarse a los niños delgados de ánimo melancólico.
Con cuidado de no despertar a su gemelo, Sariil se deslizó fuera de la cama y salió del dormitorio sin hacer el menor ruido. Silencioso como una sombra, bajó las escaleras y fue hasta la cocina. Tras abrir cuidadosamente algunos cajones halló lo que buscaba: el cuchillo con el que Gorgo cortaba la carne que ella comía y que vedaba a los huérfanos.
Sariil se sentó en el suelo y dejò que la luz de la luna, que se colaba por la ventana, bañara su rostro por última vez. Desde el salón, a unos metros de distancia, llegaban el eco de los ronquidos de Gorgo. Sariil esbozó una sonrisa amarga: pronto dejaría de oírlos. Palpándose el cuello, se tomó el pulso para localizar la yugular y deslizó el cuchillo con firmeza abriendo un profundo surco. La sangre empezó a manar como el agua de una fuente, empapándole la ropa y formando un charco en el suelo. En pocos segundos el niño empezó a perder la consciencia y sonrió.
«Desde ahora, ambos seremos libres. Adiós, hermano».
En ese instante, un gato blanco de ojos grises y carne azulada, espectral, surgió de un haz de luz lunar y caminó hacia Sariil…
Poco después del alba, un grito de terror resonó por todo el orfanato. Azrail despertó al instante y notó la ausencia de Sariil. Intuyendo lo que había ocurrido, saltó de la cama y corrió hacia el lugar desde donde había partido el grito. Los otros muchachos, animados por la disrupción, siguieron a Azrail escaleras abajo hasta llegar a la cocina.
Gorgo estaba de pie, lívida, contemplando el cadáver de Sariil. Una costra de sangre seca cubría sus ropas y parte del suelo. Su mano aferraba el cuchillo con el que se había cortado el cuello. Loco de dolor, Azrail intentó zarandear a Sariil en un absurdo intento de «despertarlo» pero, apenas tocó su cuerpo este se desintegró, quedando solo las ropas vacías sobre el suelo.
-¡Mirad tíos, el fiambre del rarito está tan seco que se ha hecho polvo! -exclamó Kurgos, un chico robusto de cabello erizado. Azrail cogió el cuchillo y le dirigió una mirada asesina.
-Búrlate de mi hermano solo una vez más y…
Gorgo, despertando de su aturdimiento, se interpuso, con una actitud conciliadora impropia de ella.
-Vamos, Azrail, no te pongas así. Suelta el cuchillo, sé un buen chico -dijo con una falsa amabilidad que no engañó a Azrail. En el fondo, Gorgo se alegraba de no tener que pagar un entierro que costaría más de lo poco que había ganado por acoger a los gemelos.
Azrail consideró sus opciones: podía apuñalar a Gorgo y luego ir a por los demás, pero ellos eran nueve, y su mente racional sabía que era imposible que consiguiera matarlos a todos: le desarmarían y le lincharían, o huirían y avisarían a la policía, los perros de presa del Estado. Además, durante el tiempo que había pasado en el orfanato había ido explorando el edificio sin que nadie se diera cuenta, y había descubierto algo interesante, algo que hoy mismo había pensado comentar con Sariil.
Lentamente, Azrail dejó el cuchillo en la encimera, y Gorgo se apresuró a cogerlo y ponerlo fuera de su alcance.
-¡Vamos, que estáis mirando! ¡Id al salón, que tengo que limpiar todo esto y preparar el desayuno antes de empezar las clases!
Azrail dirigió una última mirada a lo que había quedado de Sariil antes de seguir a sus compañeros. Al tocar el cadáver, Azrail había oído en su mente las últimas palabras de su gemelo, como si fuera un mensaje telepático, una suerte de nota de suicidio.
«Gracias, hermano, por darme la determinación que me faltaba» -pensó Azrail-. «Te he fallado, pero juro que esta noche vengaré tu fin y romperé mis cadenas».
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