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Madmaxista
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Para pasar un ratito entretenido, tanto para magufos como para oficialistas, y plantearse un huevo de preguntas
Las fotos en el enlace original al final del texto.
El misterio de las ciudades subterráneas
Uno de los temas más polémicos presentados por la arqueología alternativa en las últimas décadas ha sido el de las ciudades subterráneas, o por extensión, las antiguas estructuras artificiales halladas en el subsuelo de muchas regiones del planeta. En este asunto, empero, cabe distinguir bien entre lo que es mera ficción o conjetura y los restos observables en el terreno. Así, es evidente que existe una amplia literatura sobre ciudades o reinos intraterrestres de carácter casi mágico como Shambala o Agartha, o incluso una hipotética civilización perdida en la Antártida (relacionada con la “Tierra hueca”). Sobre estos refugios o santuarios de antiguas civilizaciones o de hombres sabios se ha escrito mucho y se ha especulado más, y no suelen faltar los clásicos elementos esotéricos o mitológicos –e incluso ufológicos– que bien poco ayudan a desvelar las incógnitas. Confieso que es un tema apasionante como mero ejercicio de fantasía alternativa, pero no me interesa demasiado desde el punto de vista estrictamente histórico o arqueológico.
Ahora bien, el tema adquiere otro cariz si nos referimos a ciertos restos arqueológicos, más o menos explorados y estudiados. En este ámbito tenemos constancia de diversas estructuras subterráneas –sobre todo en forma de túneles, cuevas, catacumbas, laberintos, hipogeos, etc.– que nos indican que en un momento remoto de la Antigüedad algunas sociedades avanzadas hicieron uso del subsuelo para fines no siempre bien identificados. En algunos casos se aprecia una clara finalidad ritual o funeraria, pero en muchos otros no hay certeza sobre el propósito de las obras, en particular cuando no hay restos materiales in situ que permitan asociar la estructura a una función determinada. En su momento ya dediqué una entrada a la cuestión de la red de túneles que podía existir en América del Sur, que apenas ha sido objeto de investigación y que suscita muchas más preguntas que respuestas. Estamos hablando de una extensa red de kilómetros y kilómetros de terreno excavado a cierta profundidad en un tiempo indefinido, aunque se haya querido asociar tales obras a las antiguas civilizaciones precolombinas.
Por desgracia, hay muy poca información completa y fiable en este tema, así como en otras posibles redes de túneles en otros puntos del planeta (en Europa, Asia, África…), que apuntarían a una interconexión entre territorios muy distantes entre sí. He leído algo sobre estas propuestas, y realmente la imaginación se dispara a partir de pequeños indicios o de rumores, que dan pie a hablar de incluso una civilización subterránea mundial que existió en una época remotísima. En todo caso, quisiera destacar ahora un fenómeno intraterreno que ha sido estudiado en parte por la arqueología académica y reinterpretado a su vez por la arqueología alternativa, sin que ni unos ni otros muestren gran seguridad en sus argumentos y explicaciones. Me voy a referir pues a lo que podríamos llamar “el misterio de las ciudades subterráneas”, y muy en concreto a las ciudades que encontramos en la región de Capadocia (Turquía).
Lo cierto es que la arqueología ortodoxa tiene muchos focos de interés en Turquía y el asunto de estas ciudades subterráneas ha quedado relegado a un segundo o tercer plano, teniendo en cuenta además las propias dificultades y altos costes de emprender intervenciones de este tipo. En este punto, hay que remarcar que no se trata de estructuras que quedaron abandonadas en superficie y luego sepultadas por capas de sedimentos, sino que se trata realmente de hábitats excavados en la roca o subsuelo ya en épocas antiguas, lo que implica un trabajo ingente. Además, no se puede decir que este fenómeno sea algo marginal o de poco alcance, pues hasta la fecha se han identificado en la zona nada menos que unas doscientas poblaciones subterráneas, de las cuales sólo una pequeña parte ha sido abordada por los investigadores. Actualmente son accesibles al público 37 de estas estructuras, si bien dicho acceso está restringido a una porción acondicionada (“turística”) del yacimiento, pues la mayor parte de estos complejos subterráneos aún está siendo documentada por los profesionales o está por explorar. Y de entre todos ellos, hay dos que destacan poderosamente, y más en particular uno llamado Derinkuyu (“pozo profundo”, en idioma turco), del cual hablaremos más extensamente.
En primer lugar, cabe mencionar el yacimiento de Kaymakli, situado en la provincia de Nevsehir, en el corazón de Anatolia. Se trata de una pequeña ciudad subterránea conocida desde antaño, pues aún se habitaba a inicios del siglo XX. Por su interés arqueológico y cultural fue prontamente estudiada y acondicionada, y es visitable desde 1964. La estructura excavada en la roca volcánica tiene por lo menos hasta ocho niveles o pisos conocidos, aunque sólo se pueden visitar los cuatro superiores. En realidad, es un complejo laberíntico de estancias y túneles (alrededor de un centenar) no demasiado amplios que podría soportar una población de unos 4.000 habitantes, con espacios suficientes para personas, animales y suministros básicos. En todo caso, no se trataba de unas poblaciones “primitivas”. De hecho, encontramos allí pruebas de una actividad laboriosa, con lugares sociales y económicos diferenciados, que van desde viviendas a almacenes, ¡y hasta una iglesia! En cuanto a su datación, los arqueólogos fijan su fundación en la época frigia (primer milenio antes de Cristo), si bien luego las estructuras fueron reutilizadas por todos los pueblos o culturas que se instalaron en la zona hasta los tiempos modernos.
Y a unos 12 km. de este enclave tenemos la ciudad subterránea por excelencia, Derinkuyu, que estaba conectada a la anterior por un túnel hoy parcialmente derruido. Cabe señalar que la ciudad había sido abandonada y olvidada, pero en 1963 fue redescubierta fortuitamente y enseguida fue objeto de exploración, hasta ser abierta al público en 1969. Aquí ya hemos de emplear palabras mayores, pues los niveles o pisos identificados hasta la fecha son unos 20 –aunque sólo son visitables los ocho más próximos a la superficie– y se estima que la profundidad alcanzada estaría alrededor de los 85 metros bajo la superficie, con una extensión horizontal de unos 4 km2. Los distintos niveles estaban conectados por pasajes y escaleras talladas en la roca. En este caso, las valoraciones acerca de la capacidad de población se sitúan sobre las 20.000 personas[1], más los animales y otros bienes, como en el caso anterior. En cuanto a la estructura y disposición de los espacios, se repite más o menos lo visto en Kaymakli pero a una escala superior. Así pues, aquí encontramos habitáculos, establos, cocinas, prensas de vino y de aceite, almacenes, graneros, comedores, escuelas, talleres de metalurgia y también una iglesia de tamaño respetable de planta cruciforme. Como dato a destacar, en el segundo nivel se halló una enorme sala cubierta por una bóveda de cañón, que se cree que pudo ser usada como escuela religiosa.
Lo que destaca poderosamente es la habilidad e inteligencia con que se construyó todo el complejo, pues existe una red de canales de ventilación que llega hasta la superficie, a menudo de forma camuflada o discreta, para el suministro de aire fresco. Asimismo, los diversos niveles están conectados por unos conductos de pequeño diámetro que tienen una sonoridad perfecta, lo que vendría a constituir un sistema de interfonía muy eficiente. Aparte, la ciudad disponía de abundante agua potable gracias a pozos que se alimentaban de ríos y acuíferos subterráneos. Los túneles o pasadizos eran aquí un poco más amplios que en Kaymakli y los accesos se bloqueaban mediante unas enormes ruedas macizas de piedra, de entre uno y dos metros de diámetro, medio metro de grosor y un peso de hasta media tonelada. En realidad, funcionaban como una especie de puertas correderas que se podían mover –abrir y cerrar– con cierta facilidad desde el interior, pero no así desde el exterior.
En lo referente a la datación y ocupación, se constata una vez más que la ciudad fue habitada de manera ocasional durante muchísimos siglos por distintas culturas, con una especial incidencia en la era bizantina –cuando supuestamente tuvo lugar una ampliación de la ciudad– y prácticamente hasta épocas recientes, llegando a inicios del siglo pasado. Según algunos estudios arqueológicos, las dataciones de los niveles superiores se podrían remontar hasta la época hitita (entre el 1800 a. C. y 1200 a. C. aproximadamente), pasando luego por las diversas civilizaciones posteriores (frigios, griegos, romanos, bizantinos, árabes, otomanos…). Eso sí, no hay datos concluyentes sobre los niveles más profundos, que están pendientes de posteriores estudios.
Dicho esto, debo precisar que en este punto he hallado informaciones dispares, pues según las autoridades culturales turcas, Derinkuyu fue excavada en época frigia (siglos VIII – VII a. C.), aprovechando cavidades naturales existentes, y no hay ningún otro precedente histórico. En todo caso, cabría preguntarse cómo se obtuvieron las dataciones; si fue por tipología de objetos, por dataciones radiométricas de C-14, o por otros métodos. Por lo que he podido rastrear someramente, parece ser que en efecto se encontraron algunos objetos claramente hititas en los túneles y de ahí las estimaciones cronológicas más arcaicas, que se van al segundo milenio a. C. Lamentablemente, las referencias históricas no aportan luz sobre el origen de estas ciudades, pues el primer documento escrito que las cita es la Anábasis, un relato de Jenofonte datado en siglo IV a. C.
Lo que está claro que es que todavía hay mucho trabajo por hacer en esa región de Turquía y que los estudios deben proseguir para podernos hacer un retrato más completo y fiable de estos complejos subterráneos. Por de pronto, en 2014 se identificó otro yacimiento más al norte, bajo la ciudad de Nevsehir, del cual no se tenía ninguna referencia previa. Este complejo, según las prospecciones iniciales, podría ser mucho más grande que Derinkuyu, con túneles de hasta siete kilómetros de longitud. Algunos arqueólogos, tomando en conjunto todo el fenómeno, se han atrevido a sugerir que las estructuras subterráneas de Capadocia podrían albergar a más de un millón de personas, cifra que –para los tiempos antiguos– parece realmente desorbitada. Ahí lo dejamos.
Una vez presentada la cuestión en sus elementos esenciales, vamos a adentrarnos en los dos aspectos más oscuros del tema, que han atraído la atención de las propuestas más variopintas de la arqueología alternativa: 1) el motivo por el cual se construyeron estas ciudades subterráneas, y 2) su contexto histórico, con la polémica específica sobre el origen y datación de las estructuras. Como veremos, todo apunta a que ambos aspectos están muy relacionados, y en esta ocasión la arqueología alternativa presenta una serie de escenarios que poco o nada tienen que ver con las explicaciones oficiales, aunque –en honor a la verdad– hay que reconocer que algunos investigadores ortodoxos ofrecen unas interpretaciones relativamente audaces.
Si nos centramos en la razón por la que se realizaron estas impresionantes obras, el contexto dado por el estamento académico es categórico: estas ciudades fueron construidas como grandes refugios para casos de guerra, en una región que precisamente vivió innumerables conflictos e invasiones desde el mismo principio de la civilización. Así, ante el peligro de que la población fuese saqueada, esclavizada o asesinada, se habrían construido unas fortificaciones subterráneas capaces de mantener a gran cantidad de personas durante cierto tiempo. Esta idea viene reforzada por la discreción de los accesos, la estrechez de los pasadizos y sobre todo por los potentes sistemas de bloqueo que ya hemos citado. Todo esto tiene sentido en una zona devastada por las guerras, con continuos ataques y contrataques de los imperios que se disputaban el dominio del territorio.
Ahora bien, a esta hipótesis razonable le podríamos objetar algunos hechos. Que las ciudades subterráneas sirvieran de refugio temporal a través de diversas épocas no significa necesariamente que fueran creadas con esa finalidad. Es algo similar al clásico problema de las pirámides egipcias; quizá en algún momento de la historia pudieron ejercer de tumbas, pero no hay evidencia fehaciente de que fueran diseñadas y construidas originalmente para tal fin, según se aprecia en los monumentos más antiguos. Después está el factor defensivo. Las ciudades del subsuelo podrían ser útiles en tanto que se mantuvieran en cierto secreto o sigilo. En caso de ser descubiertas, y aunque los invasores no pudieran sortear los bloqueos, sí podrían localizar los canales de ventilación y taponarlos, o bien llenarlos de humo, o incluso arrojar líquidos.
Finalmente, el enorme trabajo de excavar la roca y acondicionar los espacios implica una labor coordinada de mucha gente durante muchos años, y todo ello fue… ¿para construir un mero refugio temporal? Está claro que vivir lejos de la luz solar y el aire libre acarrearía graves problemas, pero todo indica que estas ciudades estaban diseñadas para resistir durante mucho tiempo, no sólo para ocultarse durante unas semanas o meses. En realidad, más bien parece que estas ciudades pretendían replicar la vida normal en superficie en la mayoría de los aspectos, lo cual sí justificaría el enorme esfuerzo realizado. No obstante, en aquellas épocas el sistema de defensa por excelencia era la construcción de fuertes murallas en torno a las ciudades, y tenemos ejemplos de éstas en toda Turquía. A veces resistían y a veces no, pero los defensores ya contaban con ello. En cambio, sobre el posible éxito o eficacia de los hábitats subterráneos poco sabemos, pero ya hemos visto que podían convertirse en ratoneras en caso de ser localizados, lo que tampoco era un panorama muy halagüeño.
En este punto varios autores alternativos empezaron a ver cosas extrañas y se plantearon otros escenarios bien distintos. Nuestro viejo amigo, el inefable Erich Von Däniken, visitó varias veces Derinkuyu y en uno de sus libros (La respuesta de los dioses) especuló sobre el origen de la ciudad. Esta vez el autor suizo no se atrevió a decir que el complejo subterráneo era una obra extraterrestre, pero sí afirmó que había sido creado para refugiarse de unas terribles guerras –con armamentos devastadores– entre alienígenas. En paralelo a esta línea, otros autores como Steiger, Childress y Sitchin han sugerido que en épocas muy antiguas pudieron darse unas terribles guerras atómicas sobre el planeta, y muy concretamente en la zona de Oriente Medio, siendo protagonistas los extraterrestres o unas civilizaciones desaparecidas. En este contexto no sería de extrañar la construcción de grandes refugios subterráneos donde protegerse de los catastróficos efectos de tales guerras, empezando por la radiación. Desde luego, la propuesta de guerras nucleares arcaicas tiene numerosos puntos discutibles –siendo muy generosos– y los académicos la consideran un absoluto disparate. En fin, esta teoría nos conduce a otro escenario muy polémico y complejo de la arqueología alternativa que dejaré para un futuro artículo para no desviarme en exceso del tema principal.
Sin embargo, existe otra línea alternativa que también plantea una situación de gran catástrofe, con dos opciones más o menos interrelacionadas. En este caso, no habría guerras (del tipo que fueren), pero sí un tremendo cambio en el medio ambiente de la superficie terrestre provocado por factores naturales, lo que habría empujado a los habitantes de la región a buscar refugio en el subsuelo durante periodos de tiempo muy extensos. Para los que siguen este blog este asunto ya les resultará familiar y no es otro que el del cataclismo global que asoló la Tierra hace unos 12.000 años y que autores como Graham Hancock defienden a capa y espada, si bien esta idea ya había arrancado con fuerza en los años 60 con Charles Hapgood, e incluso se podría remontar al siglo XIX, en los tiempos de Ignatius Donnelly.
El misterio de las ciudades subterráneas
Las fotos en el enlace original al final del texto.
El misterio de las ciudades subterráneas
Uno de los temas más polémicos presentados por la arqueología alternativa en las últimas décadas ha sido el de las ciudades subterráneas, o por extensión, las antiguas estructuras artificiales halladas en el subsuelo de muchas regiones del planeta. En este asunto, empero, cabe distinguir bien entre lo que es mera ficción o conjetura y los restos observables en el terreno. Así, es evidente que existe una amplia literatura sobre ciudades o reinos intraterrestres de carácter casi mágico como Shambala o Agartha, o incluso una hipotética civilización perdida en la Antártida (relacionada con la “Tierra hueca”). Sobre estos refugios o santuarios de antiguas civilizaciones o de hombres sabios se ha escrito mucho y se ha especulado más, y no suelen faltar los clásicos elementos esotéricos o mitológicos –e incluso ufológicos– que bien poco ayudan a desvelar las incógnitas. Confieso que es un tema apasionante como mero ejercicio de fantasía alternativa, pero no me interesa demasiado desde el punto de vista estrictamente histórico o arqueológico.
Ahora bien, el tema adquiere otro cariz si nos referimos a ciertos restos arqueológicos, más o menos explorados y estudiados. En este ámbito tenemos constancia de diversas estructuras subterráneas –sobre todo en forma de túneles, cuevas, catacumbas, laberintos, hipogeos, etc.– que nos indican que en un momento remoto de la Antigüedad algunas sociedades avanzadas hicieron uso del subsuelo para fines no siempre bien identificados. En algunos casos se aprecia una clara finalidad ritual o funeraria, pero en muchos otros no hay certeza sobre el propósito de las obras, en particular cuando no hay restos materiales in situ que permitan asociar la estructura a una función determinada. En su momento ya dediqué una entrada a la cuestión de la red de túneles que podía existir en América del Sur, que apenas ha sido objeto de investigación y que suscita muchas más preguntas que respuestas. Estamos hablando de una extensa red de kilómetros y kilómetros de terreno excavado a cierta profundidad en un tiempo indefinido, aunque se haya querido asociar tales obras a las antiguas civilizaciones precolombinas.
Por desgracia, hay muy poca información completa y fiable en este tema, así como en otras posibles redes de túneles en otros puntos del planeta (en Europa, Asia, África…), que apuntarían a una interconexión entre territorios muy distantes entre sí. He leído algo sobre estas propuestas, y realmente la imaginación se dispara a partir de pequeños indicios o de rumores, que dan pie a hablar de incluso una civilización subterránea mundial que existió en una época remotísima. En todo caso, quisiera destacar ahora un fenómeno intraterreno que ha sido estudiado en parte por la arqueología académica y reinterpretado a su vez por la arqueología alternativa, sin que ni unos ni otros muestren gran seguridad en sus argumentos y explicaciones. Me voy a referir pues a lo que podríamos llamar “el misterio de las ciudades subterráneas”, y muy en concreto a las ciudades que encontramos en la región de Capadocia (Turquía).
Lo cierto es que la arqueología ortodoxa tiene muchos focos de interés en Turquía y el asunto de estas ciudades subterráneas ha quedado relegado a un segundo o tercer plano, teniendo en cuenta además las propias dificultades y altos costes de emprender intervenciones de este tipo. En este punto, hay que remarcar que no se trata de estructuras que quedaron abandonadas en superficie y luego sepultadas por capas de sedimentos, sino que se trata realmente de hábitats excavados en la roca o subsuelo ya en épocas antiguas, lo que implica un trabajo ingente. Además, no se puede decir que este fenómeno sea algo marginal o de poco alcance, pues hasta la fecha se han identificado en la zona nada menos que unas doscientas poblaciones subterráneas, de las cuales sólo una pequeña parte ha sido abordada por los investigadores. Actualmente son accesibles al público 37 de estas estructuras, si bien dicho acceso está restringido a una porción acondicionada (“turística”) del yacimiento, pues la mayor parte de estos complejos subterráneos aún está siendo documentada por los profesionales o está por explorar. Y de entre todos ellos, hay dos que destacan poderosamente, y más en particular uno llamado Derinkuyu (“pozo profundo”, en idioma turco), del cual hablaremos más extensamente.
Vista de las estructuras de Kaymakli |
Y a unos 12 km. de este enclave tenemos la ciudad subterránea por excelencia, Derinkuyu, que estaba conectada a la anterior por un túnel hoy parcialmente derruido. Cabe señalar que la ciudad había sido abandonada y olvidada, pero en 1963 fue redescubierta fortuitamente y enseguida fue objeto de exploración, hasta ser abierta al público en 1969. Aquí ya hemos de emplear palabras mayores, pues los niveles o pisos identificados hasta la fecha son unos 20 –aunque sólo son visitables los ocho más próximos a la superficie– y se estima que la profundidad alcanzada estaría alrededor de los 85 metros bajo la superficie, con una extensión horizontal de unos 4 km2. Los distintos niveles estaban conectados por pasajes y escaleras talladas en la roca. En este caso, las valoraciones acerca de la capacidad de población se sitúan sobre las 20.000 personas[1], más los animales y otros bienes, como en el caso anterior. En cuanto a la estructura y disposición de los espacios, se repite más o menos lo visto en Kaymakli pero a una escala superior. Así pues, aquí encontramos habitáculos, establos, cocinas, prensas de vino y de aceite, almacenes, graneros, comedores, escuelas, talleres de metalurgia y también una iglesia de tamaño respetable de planta cruciforme. Como dato a destacar, en el segundo nivel se halló una enorme sala cubierta por una bóveda de cañón, que se cree que pudo ser usada como escuela religiosa.
Mapa de la ciudad subterránea de Derinkuyu |
En lo referente a la datación y ocupación, se constata una vez más que la ciudad fue habitada de manera ocasional durante muchísimos siglos por distintas culturas, con una especial incidencia en la era bizantina –cuando supuestamente tuvo lugar una ampliación de la ciudad– y prácticamente hasta épocas recientes, llegando a inicios del siglo pasado. Según algunos estudios arqueológicos, las dataciones de los niveles superiores se podrían remontar hasta la época hitita (entre el 1800 a. C. y 1200 a. C. aproximadamente), pasando luego por las diversas civilizaciones posteriores (frigios, griegos, romanos, bizantinos, árabes, otomanos…). Eso sí, no hay datos concluyentes sobre los niveles más profundos, que están pendientes de posteriores estudios.
Dicho esto, debo precisar que en este punto he hallado informaciones dispares, pues según las autoridades culturales turcas, Derinkuyu fue excavada en época frigia (siglos VIII – VII a. C.), aprovechando cavidades naturales existentes, y no hay ningún otro precedente histórico. En todo caso, cabría preguntarse cómo se obtuvieron las dataciones; si fue por tipología de objetos, por dataciones radiométricas de C-14, o por otros métodos. Por lo que he podido rastrear someramente, parece ser que en efecto se encontraron algunos objetos claramente hititas en los túneles y de ahí las estimaciones cronológicas más arcaicas, que se van al segundo milenio a. C. Lamentablemente, las referencias históricas no aportan luz sobre el origen de estas ciudades, pues el primer documento escrito que las cita es la Anábasis, un relato de Jenofonte datado en siglo IV a. C.
Paisaje de la región de Capadocia |
Una vez presentada la cuestión en sus elementos esenciales, vamos a adentrarnos en los dos aspectos más oscuros del tema, que han atraído la atención de las propuestas más variopintas de la arqueología alternativa: 1) el motivo por el cual se construyeron estas ciudades subterráneas, y 2) su contexto histórico, con la polémica específica sobre el origen y datación de las estructuras. Como veremos, todo apunta a que ambos aspectos están muy relacionados, y en esta ocasión la arqueología alternativa presenta una serie de escenarios que poco o nada tienen que ver con las explicaciones oficiales, aunque –en honor a la verdad– hay que reconocer que algunos investigadores ortodoxos ofrecen unas interpretaciones relativamente audaces.
Si nos centramos en la razón por la que se realizaron estas impresionantes obras, el contexto dado por el estamento académico es categórico: estas ciudades fueron construidas como grandes refugios para casos de guerra, en una región que precisamente vivió innumerables conflictos e invasiones desde el mismo principio de la civilización. Así, ante el peligro de que la población fuese saqueada, esclavizada o asesinada, se habrían construido unas fortificaciones subterráneas capaces de mantener a gran cantidad de personas durante cierto tiempo. Esta idea viene reforzada por la discreción de los accesos, la estrechez de los pasadizos y sobre todo por los potentes sistemas de bloqueo que ya hemos citado. Todo esto tiene sentido en una zona devastada por las guerras, con continuos ataques y contrataques de los imperios que se disputaban el dominio del territorio.
Túnel con sistema de bloqueo mediante una enorme rueda-puerta (Derinkuyu) |
Ahora bien, a esta hipótesis razonable le podríamos objetar algunos hechos. Que las ciudades subterráneas sirvieran de refugio temporal a través de diversas épocas no significa necesariamente que fueran creadas con esa finalidad. Es algo similar al clásico problema de las pirámides egipcias; quizá en algún momento de la historia pudieron ejercer de tumbas, pero no hay evidencia fehaciente de que fueran diseñadas y construidas originalmente para tal fin, según se aprecia en los monumentos más antiguos. Después está el factor defensivo. Las ciudades del subsuelo podrían ser útiles en tanto que se mantuvieran en cierto secreto o sigilo. En caso de ser descubiertas, y aunque los invasores no pudieran sortear los bloqueos, sí podrían localizar los canales de ventilación y taponarlos, o bien llenarlos de humo, o incluso arrojar líquidos.
Finalmente, el enorme trabajo de excavar la roca y acondicionar los espacios implica una labor coordinada de mucha gente durante muchos años, y todo ello fue… ¿para construir un mero refugio temporal? Está claro que vivir lejos de la luz solar y el aire libre acarrearía graves problemas, pero todo indica que estas ciudades estaban diseñadas para resistir durante mucho tiempo, no sólo para ocultarse durante unas semanas o meses. En realidad, más bien parece que estas ciudades pretendían replicar la vida normal en superficie en la mayoría de los aspectos, lo cual sí justificaría el enorme esfuerzo realizado. No obstante, en aquellas épocas el sistema de defensa por excelencia era la construcción de fuertes murallas en torno a las ciudades, y tenemos ejemplos de éstas en toda Turquía. A veces resistían y a veces no, pero los defensores ya contaban con ello. En cambio, sobre el posible éxito o eficacia de los hábitats subterráneos poco sabemos, pero ya hemos visto que podían convertirse en ratoneras en caso de ser localizados, lo que tampoco era un panorama muy halagüeño.
E. Von Däniken |
Sin embargo, existe otra línea alternativa que también plantea una situación de gran catástrofe, con dos opciones más o menos interrelacionadas. En este caso, no habría guerras (del tipo que fueren), pero sí un tremendo cambio en el medio ambiente de la superficie terrestre provocado por factores naturales, lo que habría empujado a los habitantes de la región a buscar refugio en el subsuelo durante periodos de tiempo muy extensos. Para los que siguen este blog este asunto ya les resultará familiar y no es otro que el del cataclismo global que asoló la Tierra hace unos 12.000 años y que autores como Graham Hancock defienden a capa y espada, si bien esta idea ya había arrancado con fuerza en los años 60 con Charles Hapgood, e incluso se podría remontar al siglo XIX, en los tiempos de Ignatius Donnelly.
¿Un desastre natural de gigantescas proporciones? |
El misterio de las ciudades subterráneas