Es curioso observar cómo occidente sigue el mismo camino a través de muchos siglos. Siempre que Rusia experimenta momentos difíciles, los políticos occidentales consideran que Rusia está casi muerta y empiezan a pensar seriamente en su vivisección, y al contrario, cuando la "muerta" Rusia inesperadamente abre los ojos, occidente se asusta tremenda e histéricamente.
Fue así en los tiempos oscuros, cuando intentaron dividir la tierra rusa entre los polacos, suecos e ingleses. Durante el reinado del zar Alexei Mijailovich, cuando Rusia estaba totalmente debilitada, Europa Occidental, con el objetivo de mantener la paz en su propia casa definió las zonas de expansión para las principales potencias europeas: Rusia, de acuerdo con ese "plan de paz", correspondía a los suecos. Lo único que no tuvo en cuenta el filósofo, matemático, jurista y teólogo Leibnitz, autor de este inteligente plan, fue el nacimiento de Pedro el Grande. Al final del reinado de Pedro Suecia ya no era una potencia, y Rusia era ya un imperio, el soldado ruso asustaba a Europa de tal manera que no ha podido tranquilizarse hasta hoy.
Después vino la derrota en la guerra de Crimea, que según pareció a muchos políticos europeos, garantizó el retraso eterno de Rusia con respecto a los demás países del mundo. Sin embargo llegaron las reformas liberales de Alejandro II, que levantaron de nuevo a Rusia.
Mas tarde llegaron la I guerra mundial, la revolución, la guerra civil y de nuevo aparecieron los planes de Churchill de terminar para siempre con Rusia, dividiéndola en pedazos. El proyecto se vino abajo y en su lugar apareció la Unión Soviética, que asustó hasta la fin a Europa Occidental.
Finalmente la disolución de la URSS trajo nuevas esperanzas a los europeos, y la aparición de pilinguin una nueva desilusión: repruebo mezclado con miedo. El típico punto de vista europeo lo expresa una periodista italiana: "la URSS se consideraba un país muerto para siempre. La reciente aparición de Rusia como estado nacional fue un trueno en un cielo azul". Y eso que esta señora no sabía que los encargos a la industria de defensa rusa el año pasado crecieron un 61%, como informó hace unos días el presidente. El trueno había sonado con silenciador.
En pocas palabras, se trata de algo déjà vu: exactamente igual escribieron en Europa tras los Tiempos Oscuros, y tras la guerra de Crimea, y tras la revolución del 17.
Por supuesto, el hecho de que junto al miedo al oso ruso, cuya boca se encuentra en Europa y su cola en el extremo oriente, aparezca la rusofobia, no es algo que alegre. Pero yo, personalmente, si hay que elegir, prefiero una Rusia fuerte hacia la que se experimente rusofobia que una piel de oso ruso colgada en cualquier despacho occidental, cuyo dueño la muestre orgullosamente a sus invitados, acariciando su oreja sin experimentar ninguna rusofobia.
¿Hay algún método que permita en occidente algo intermedio entre el miedo patológico a los rusos y el no menos patológico desprecio hacia ellos?