No fue sino hasta finales del siglo XVIII y principios del XIX cuando se establecieron
las investigaciones científicas y pedagógicas que obedecían a una cierta metodología. Se
organizó un movimiento profundo: se trataba de desmembrar la noción imprecisa de
demorado. Se distinguieron los “locos” (que Pinel liberó de sus cadenas, según la leyenda,
instaurando el “tratamiento jovenlandesal”), los criminales, que continuaron encerrándose, y los
“petulantes”, que representaban todavía una población mal definida (demencias severas,
retrasos profundos, estados estuporosos, etc.). Los vocablos petulante, idiocia e idiotismo
adquirieron entonces valor de términos médicos; provenían del griego idios, idiotis, que
significaban la persona que es un “simple particular”, sin conocimiento o educación,
“privado” (en su oposición a “público”).