Vlad_Empalador
Será en Octubre
Dora, empleada de hogar colombiana en A Coruña: «Tengo 38 años y soy abuela, pero no sé cuándo volveré a ver a mi nieta»
LAURA G. DEL VALLE
A CORUÑA CIUDAD
César Quian
Llegó a Lorbé después de recibir amenazas por pedir justicia tras el asesinato de su hermano. Ahora trabaja en la casa de dos mayores de O Castrillón mientras espera que le acepten la solicitud de asilo
24 feb 2023. Actualizado a las 05:00 h.
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La idea inicial era contar la historia de una abuela de 38 años. A su edad muchas mujeres aún no tienen claro si lanzarse al mundo de la maternidad, mientras a ella le pesa la vida por no poder estar con su hija y con su nieta, a las que cree que no volverá a ver, al menos, en tres años. El rumbo de la entrevista fue cambiando conforme Dora hablaba. Su papel como progenitora y abuela era relevante siendo ella tan joven —y tan guapa; esa tez perfecta, sin ojeras ni arrugas que dibujen su historia—, pero más importante es su relato ingrato como viajero. Que merece ser contado.
Dora Agredo estuvo años cuidando de su hija en la zona cafetera del Valle del Cauca, en Colombia, sin apenas conseguir trabajo. El círculo era vicioso: si trabajaba no tenía con quién dejar a la pequeña, a la que había tenido ya soltera con 17 años, y si se quedaba con ella perdía el sustento económico para alimentarla. Finalmente superó la adversidad ni recuerda muy bien cómo, aunque por si acaso le da gracias a Dios. No fue hasta los 23 años que alcanzó un trabajo estable, ya con su hija escolarizada. Fue en una empresa de exportación de piña, donde se dedicaba al empaquetado. La vida parecía, de algún modo, estable.
Todo se torció, y esta expresión es hasta de mal gusto, cuando el hermano de Dora murió. «Me lo mataron un 25 de diciembre y le dimos sepultura el 31, yo estaba muy unida a él y necesité salir. Por alejarme de todo, pero también porque comencé a recibir amenazas, ya que era la única que estaba pidiendo justicia por su asesinato». «Entonces una conocida que tenía en España me pintó pajaritos en el aire y cuando llegué a A Coruña me vi casi con una mano delante y otra detrás, y sin mi familia; me habían contado una historia llena de mentiras». Fue hace nueve meses. Consiguió una remuneración como empleada de hogar en una casa de Lorbé, para acabar donde trabaja ahora, en una vivienda de O Castrillón cuidando a una pareja de mayores y haciendo las tareas de casa.
Se ayudan y se hacen compañía mutuamente, todos ganan. Dora trabaja en esta vivienda unas horas por la mañana y otras por la tarde, pero le gustaría cubrir más huecos porque prácticamente todo el dinero que gana se lo envía su hija, para que puedan mantenerse tanto ella, de 19 años, como su bebé. «Mi hija quiere estudiar Criminalística, pero ya le digo que es imposible porque no tengo el dinero para eso, quizás Farmacia, que está en el distrito donde ella vive, cuando pueda dejar a la niña en una guardería». Vuelve a ser agradecida con el altísimo, en este caso por permitirle vivir en la era de Internet y, de este modo, ver a su hija y a su nieta aunque sea a través de una pantalla. «Tengo que ir poco a poco juntando dinero para que nos podamos reencontrar, pero como tengo que arreglar los papeles y es muy difícil ahorrar, no sé cuando podré volver a ver a mis niñas, como pronto creo que dentro de tres años».
«Una tiene que luchar por sus hijos como sea, yo mandando todo lo que tengo. Lo bueno es que mi hija es muy responsable, y eso es importante en un sitio violento como donde ella vive». Tan violento que lo último que dice es que está esperando que le acepten su solicitd de asilo. Espira. Se apaga la grabadora.
A CORUÑA CIUDAD
César Quian
Llegó a Lorbé después de recibir amenazas por pedir justicia tras el asesinato de su hermano. Ahora trabaja en la casa de dos mayores de O Castrillón mientras espera que le acepten la solicitud de asilo
24 feb 2023. Actualizado a las 05:00 h.
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La idea inicial era contar la historia de una abuela de 38 años. A su edad muchas mujeres aún no tienen claro si lanzarse al mundo de la maternidad, mientras a ella le pesa la vida por no poder estar con su hija y con su nieta, a las que cree que no volverá a ver, al menos, en tres años. El rumbo de la entrevista fue cambiando conforme Dora hablaba. Su papel como progenitora y abuela era relevante siendo ella tan joven —y tan guapa; esa tez perfecta, sin ojeras ni arrugas que dibujen su historia—, pero más importante es su relato ingrato como viajero. Que merece ser contado.
Dora Agredo estuvo años cuidando de su hija en la zona cafetera del Valle del Cauca, en Colombia, sin apenas conseguir trabajo. El círculo era vicioso: si trabajaba no tenía con quién dejar a la pequeña, a la que había tenido ya soltera con 17 años, y si se quedaba con ella perdía el sustento económico para alimentarla. Finalmente superó la adversidad ni recuerda muy bien cómo, aunque por si acaso le da gracias a Dios. No fue hasta los 23 años que alcanzó un trabajo estable, ya con su hija escolarizada. Fue en una empresa de exportación de piña, donde se dedicaba al empaquetado. La vida parecía, de algún modo, estable.
Todo se torció, y esta expresión es hasta de mal gusto, cuando el hermano de Dora murió. «Me lo mataron un 25 de diciembre y le dimos sepultura el 31, yo estaba muy unida a él y necesité salir. Por alejarme de todo, pero también porque comencé a recibir amenazas, ya que era la única que estaba pidiendo justicia por su asesinato». «Entonces una conocida que tenía en España me pintó pajaritos en el aire y cuando llegué a A Coruña me vi casi con una mano delante y otra detrás, y sin mi familia; me habían contado una historia llena de mentiras». Fue hace nueve meses. Consiguió una remuneración como empleada de hogar en una casa de Lorbé, para acabar donde trabaja ahora, en una vivienda de O Castrillón cuidando a una pareja de mayores y haciendo las tareas de casa.
Se ayudan y se hacen compañía mutuamente, todos ganan. Dora trabaja en esta vivienda unas horas por la mañana y otras por la tarde, pero le gustaría cubrir más huecos porque prácticamente todo el dinero que gana se lo envía su hija, para que puedan mantenerse tanto ella, de 19 años, como su bebé. «Mi hija quiere estudiar Criminalística, pero ya le digo que es imposible porque no tengo el dinero para eso, quizás Farmacia, que está en el distrito donde ella vive, cuando pueda dejar a la niña en una guardería». Vuelve a ser agradecida con el altísimo, en este caso por permitirle vivir en la era de Internet y, de este modo, ver a su hija y a su nieta aunque sea a través de una pantalla. «Tengo que ir poco a poco juntando dinero para que nos podamos reencontrar, pero como tengo que arreglar los papeles y es muy difícil ahorrar, no sé cuando podré volver a ver a mis niñas, como pronto creo que dentro de tres años».
«Una tiene que luchar por sus hijos como sea, yo mandando todo lo que tengo. Lo bueno es que mi hija es muy responsable, y eso es importante en un sitio violento como donde ella vive». Tan violento que lo último que dice es que está esperando que le acepten su solicitd de asilo. Espira. Se apaga la grabadora.