La llegada de pagapensiones ha disparado el negocio en Madrid de Liu Dongfei, una empresaria del hospedaje que ofrece comodidades tan básicas que son ilegales
elpais.com
El joven recepcionista mira desde su sillón al cliente que acaba de entrar con una reserva por 120 euros la noche. Tras revisar los datos personales del huésped y el precio que ha pagado, el trabajador tiene un arranque de honestidad: “Para un
hostel, es mucho dinero”. Detrás del pequeño vestíbulo, el albergue contiene cinco habitaciones compartidas con camas inflables montadas sobre literas. A pesar de su austeridad, el negocio está hasta los topes. Por la recepción pasan clientes que entran y salen del local conversando animadamente. La mayoría son hombres extranjeros de aspecto humilde. Han pagado 15, 20 o 25 euros por noche. El truco consiste en reservar con tiempo, antes de que el
algoritmo de Booking dispare los precios por las nubes.
El recepcionista se levanta y se dirige a la zona de habitaciones. Anuncia que va a comprobar algo.
El hostal, ubicado en los bajos de un edificio residencial, se encuentra en una calle tranquila de Chamartín y, desde el exterior, apenas llama la atención. Una hache de metal rodeada por un círculo corona la entrada. A un costado, una plaquita metálica de unos 30 centímetros contiene el nombre:
Hostel Thirty One.
Al poco, el recepcionista vuelve con otra mala noticia.
—Tengo todo lleno acá. Te tendría que mandar a otro de los hoteles, que está cerca, por la zona. ¿Tienes inconveniente que te mande ahí?
—Hombre, he pagado 120. ¿Y dónde me vas a mandar?
—Te mando a otro de los
hostels de nosotros, que está por plaza de Castilla. Es un
hostel igual, compartidas las habitaciones. Te pagaríamos el Uber para ir ahí y todo. O tienes la otra opción de cancelación gratuita, que me imagino que no es lo que quieres.
—Pues si no hay más remedio, pide el Uber.
—Verás. Es raro lo que está pasando ahora. Esto está lleno todo el tiempo. Todo el verano. Todo el invierno. Y eso hace que suba el precio si no reservas con antelación. Es muy loco lo que está pasando acá. Es una crisis habitacional.
Esa “crisis habitacional” ha disparado el negocio del hospedaje de la dueña de Hostel Thirty One, la empresaria de origen asiático Liu Dongfei, alias
Sofía. Sus hostales son la primera parada en Madrid para muchos pagapensiones que buscan suerte en España. El bum migratorio fue la principal razón de que el año pasado Madrid batiera récords por
la subida anual de población de 120.560 habitantes. Los huéspedes en los hostales de Liu van en busca del techo más barato para sus primeros días, semanas o meses en Madrid, hasta que encuentran un alquiler de larga duración.
—El Uber llega en siete minutos.
Durante la espera, el recepcionista explica que Hostel Thirty One pertenece a una cadena de 12 hostales, repartidos por la ciudad en zonas como el centro, el Bernabéu, Oporto o plaza de Castilla. Todos son habitaciones compartidas: para 6, 8, 12, 15 o 20 personas.
Los hostales de Liu usan la misma fórmula: literas con colchones inflables. El cliente paga por un techo. Nada de comodidades. Ni televisión, ni desayuno, ni apenas decoración. Son el extremo opuesto del superlujo del Four Seasons y
los nuevos hotelazos de la capital que han llamado tanto la atención.
El precio de estos albergues suele oscilar entre los 10 y 20 euros diarios, pero se desmadra cuando la demanda es elevada, como fines de semana o días de grandes conciertos. Esto se debe a que sus huéspedes deben reservar en la plataforma Booking, que usa el sistema de precios dinámicos, es decir, que varían automáticamente en función de la oferta y la demanda. Es un mecanismo que se ha hecho común en la reserva de aerolíneas, autobuses, trenes, hoteles, conciertos, eventos deportivos, o tras*porte urbano del tipo Uber.
La “crisis habitacional” en Madrid hace que los huéspedes se resignen a aceptar como normales las condiciones que ofrecen, a pesar de que sean ilegales. Los colchones inflables no están permitidos por
el decreto 65/2013 por el que se regulan las hosterías (hostels), según un portavoz de la Consejería de Turismo de la Comunidad de Madrid. Esa norma permite las habitaciones colectivas, pero habla de “camas-literas”. Además, exige un tamaño mínimo de las habitaciones de 2,5 metros cuadrados por persona que dudosamente se cumple en estos hostales. Algunos también carecen de la reglamentaria taquilla individual.
Liu cuelga una llamada de este periódico. Luego, por mensaje de WhatsApp, niega ser dueña de hostales: “Hola, no tengo ningún negocio, no puedo ayudar”.
La empresaria ha tenido problemas con las autoridades. En 2021, fue noticia porque otro hostal, Casa Sofía, cerca de las Cuatro Torres, fue
desalojado y clausurado por la policía tras una plaga de chinches. Casa Sofía no tenía licencia ni medidas de seguridad. En junio de este año, el Ayuntamiento le cerró Hostel Nápoles, en el este de la ciudad, por carecer de licencia de funcionamiento. Hasta
26 personas dormían en una de sus 12 habitaciones.
Los huéspedes que pasan temporadas en estos hostales han tenido oportunidad de conocer a Liu. Algo fascinados por el personaje, estos pagapensiones con sueños de mejorar sus perspectivas comparten rumores sobre cómo ella empezó en este mercado o sobre cuánta riqueza acumula. La han visto aparcar en la puerta cargando bolsas con sábanas o toallas. Son visitas fugaces, según Azedine Saadane, que pasó seis meses en Hostel Nápoles. Apenas la vio intercambiar palabra con sus empleados o con los huéspedes. “Si le haces una pregunta que no le interesa, te responde que no habla español. Pero realmente sí que lo habla”.
Los anuncios en Booking de los hostales de Liu no precisan que se trata de colchones inflables, pero en los comentarios los antiguos clientes dan la alerta con mensajes como “nadie descansa en esos colchones inflables”, o “las camas son terribles, los colchones de muy mala calidad, quedé muy lastimada”. Otros se quejan de la suciedad, de la mala ventilación, del ruido o del mal trato del personal. Sin embargo, a muchos las molestias les dan igual: “Por el precio no puedes pedir más”.
Los empresarios veteranos del sector dicen que los estándares han caído como nunca antes. Siempre han hablado del tipo de negocio basado en pagar por una “cama caliente” (sin connotación sensual), la mejor opción para viajeros de presupuesto limitado. Pero Hostel Thirty One y los otros hostales similares que están proliferando por Madrid representan un rango inferior dentro del mercado madrileño: el colchón inflable caliente.
EL PAÍS ha identificado 10 negocios que usan colchones inflables por medio de visitas a estos locales o por los comentarios en Booking. Tras revisar una lista con esos nombres, el portavoz de la Consejería de Turismo responde que “se han iniciado distintas actuaciones desde la Dirección General de Turismo con la inspección y su correspondiente expediente sancionador”. Además, cuatro ni siquiera tienen licencia (Hostal Casa 18, Hostel 165, Hostel Oasis y HC Callao).
Booking responde por correo que está investigando de manera urgente estos alojamientos. Para inscribirse, los empresarios deben aceptar los términos y condiciones, así como declarar que cumplen las leyes locales, según el correo. Un equipo especial se dedica a “monitorizar, detectar y bloquear actividades sospechosas las 24 horas del día”. En enero, pusieron en marcha un mecanismo para que las autoridades competentes denuncien a las propiedades infractoras.
Como había prometido el recepcionista de Hostel Thirty One, un Uber recoge al cliente y lo lleva a otro albergue de la empresaria, Casa Sofía. Se trata también de un local discreto, ubicado en el bajo de un edificio de pisos. Al abrir la puerta, el trabajador de la entrada formula una pregunta que resulta ser la misma que hace a todos los nuevos clientes: “¿Sabe que la habitación es compartida con muchas personas?”
Conduce al visitante a una habitación para ocho y le entrega una sábana para el frío. Los residentes son en su mayoría hombres jóvenes con distintos planes para permanecer en Madrid. Un estudiante mexicano de un máster de arquitectura que lleva semanas alojado a la espera de entrar en un piso de alquiler, un jovenlandés que no maneja el español, pero usa una
app de traducción automática para comunicarse, o un brasileño que llegó el día de antes a Barajas con la esperanza de ganarse el pan como limpiador y de encontrar en Idealista una habitación por menos de 300 euros.
A la medianoche se produce un revuelo. Un ladrón se ha colado en una habitación y se ha llevado el ordenador portátil de un joven alemán, el cargador Samsung de un joven venezolano y la riñonera del estudiante mexicano. El recepcionista, acompañado de las víctimas, inicia una búsqueda por las habitaciones. Encienden luces, despiertan a los inquilinos, abren maletas... No sirve de nada. Poco después de una hora, los afectados se retiran cabizbajos al dormitorio.
“Yo creo que ya no duermo”, dice con el susto en el cuerpo un colombiano que se ha librado del hurto. Esta noche lo del colchón inflable es lo de menos.