Si os hubieséis leído a Herodoto, como yo, sabríais que el propósito inicial de la oleada turística persa era castigar a Atenas y alguna otra ciudad que no recuerdo, por su apoyo a la rebelión de las ciudades jonias del Asia Menor.
Aunque Herodoto también dijo que existía una enemistad ancestral entre Europa y Asia que se remontaba a la guerra de Troya, según los persas, y al rapto de Io, según los griegos. Y justamente así es como empiezan sus nueve libros de historia:
I. La gente más culta de Persia y mejor instruida
en la historia, pretende que los fenicios fueron los
autores primitivos de todas las discordias que se
suscitaron entro los griegos y las demás naciones.
Habiendo aquellos venido del mar Erithreo5 al
nuestro, se establecieron en la misma región que
hoy ocupan, y se dieron desde luego al comercio en
sus largas navegaciones. Cargadas sus naves de gé-
neros propios del Egipto y de la Asiria, uno de los
muchos y diferentes lugares donde aportaron
traficando fue la ciudad de Argos6, la principal y
más sobresaliente de todas las que tenía entonces
aquella región que ahora llamamos Helada7
.
Los negociantes fenicios, desembarcando sus
mercaderías, las expusieron con orden a pública
venta. Entre las mujeres que en gran número
concurrierona la playa, fue una la joven Io8, hija de
Inacho, rey de Argos, a la cual dan los Persas el
mismo nombre que los Griegos. Al quinto o sexto
día de la llegada de los extranjeros, despachada la
mayor parte de sus géneros y hallándose las mujeres
cercanas a la popa, después de haber comprado cada
una lo que más excitaba sus deseos, concibieron
y ejecutaron los Fenicios el pensamiento de robarlas.
En efecto, exhortándose unos a otros, arremetieron
contra todas ellas, y si bien la mayor parte se
les pudo escapar, no cupo esta suerte a la princesa,
que arrebatada con otras, fue metida en la nave y
llevada después al Egipto, para donde se hicieron
luego a la vela.
II. Así dicen los Persas que lo fue conducida al
Egipto, no como nos lo cuentan los griegos9, y que
este fue el principio de los atentados públicos entre
Asiáticos y Europeos, mas que después ciertos
Griegos (serían a la cuenta los Cretenses, puesto que
no saben decirnos su nombre), habiendo aportado a
Tiro en las costas de Fenicia, arrebataron a aquel
príncipe una hija, por nombre Europa10, pagando a
los Fenicios la injuria recibida con otra equivalente.
Añaden también que no satisfechos los Griegos
con este desafuero, cometieron algunos años después
otro semejante; porque habiendo navegado en
una nave larga11 hasta el río Fasis, llegaron a Ea en
la Colchida, donde después de haber conseguido el
objeto principal de su viaje, robaron al Rey de Colcos
una hija, llamada Medea12. Su padre, por medio
de un heraldo que envió a Grecia, pidió, juntamente
con la satisfacción del rapto, que le fuese restituida
su hija; pero los Griegos contestaron, que ya que los
Asiáticos no se la dieran antes por el robo de Io,
tampoco la darían ellos por el de Medea.
III. Refieren, además, que en la segunda edad13
que siguió a estos agravios, fue cometido otro igual
por Alejandro, uno de los hijos de Príamo. La fama
de los raptos anteriores, que habían quedado
impunes, inspiró a aquel joven el capricho de poseer
también alguna mujer ilustre robada de la Grecia,
creyendo sin duda que no tendría que dar por esta
injuria la menor satisfacción. En efecto, robó a
Helena14, y los griegos acordaron enviar luego
embajadores a pedir su restitución y que se les
pagase la pena del rapto. Los embajadores
declararon la comisión que traían, y se les dio por
respuesta, echándoles en cara el robo de Medea, que
era muy extraño que no habiendo los Griegos por
su parte satisfecho la injuria anterior, ni restituido la
presa, se atreviesen a pretender de nadie la debida
satisfaccion para sí mismos.
IV. Hasta aquí, pues, según dicen los Persas, no
hubo más hostilidades que las de estos raptos mutuos,
siendo los Griegos los que tuvieron la culpa de
que en lo sucesivo se encendiese la discordia, por
haber empezado sus expediciones contra el Asia
primero que pensasen los Persas en hacerlas contra
la Europa. En su opinión, esto de robar las mujeres
es a la verdad una cosa que da repelús a las reglas de la
justicia; pero también es poco conforme a la cultura
y civilización el tomar con tanto empeño la venganza
por ellas, y por el contrario, el no hacer ningún
caso de las arrebatadas, es propio de gente cuerda y
política, porque bien claro está que si ellas no lo
quisiesen de veras nunca hubieran sido robadas.
Por esta razón, añaden los Persas, los pueblos del
Asia miraron siempre con mucha frialdad estos
raptos mujeriles, muy al revés de los Griegos, quienes
por una hembra lacedemonia juntaron un ejército
numerosísimo, y pasando al Asia destruyeron el
reino de Príamo15; época fatal del repruebo con que miraron
ellos después por enemigo perpetuo al nombre
griego. Lo que no tiene duda es que al Asia y a
las naciones bárbaras que la pueblan, las miran los
Persas como cosa propia suya, reputando a toda la
Europa, y con mucha particularidad a la Grecia,
como una región separada de su dominio.
V. Así pasaron las cosas, según refieren los Persas,
los cuales están persuadidos de que el origen del
repruebo y enemistad para con los Griegos les vino de la
toma de Troya. Mas, por lo que hace al robo de Io,
no van con ellos acordes los Fenicios, porque éstos
niegan haberla conducido al Egipto por vía de rapto,
y antes bien, pretenden que la joven griega, de
resultas de un trato nimiamente familiar con el patrón
de la nave; como se viese con el tiempo próxima
a ser progenitora, por el rubor que tuvo de revelará
sus padres su debilidad, prefirió voluntariamente
partirse con los Fenicios, a da de evitar de este modo
su pública deshonra.
Sea de esto lo que se quiera, así nos lo cuentan al
menos los Persas y Fenicios, y no me meteré yo a
decidir entre ellos, inquiriendo si la cosa pasó de
este o del otro modo. Lo que sí haré, puesto que
según noticias he indicado ya quién fue el primero
que injurió a los Griegos, será llevar adelante mi
historia, y discurrir del mismo modo por los sucesos
de los Estados grandes y pequeños, visto que muchos,
que antiguamente fueron grandes, han venido
después a ser bien pequeños, y que, al contrario,
fueron antes pequeños los que se han elevado en
nuestros días a la mayor grandeza. Persuadido, pues,
de la instabilidad del poder humano, y de que las
cosas de los hombres nunca permanecen constantes
en el mismo ser, próspero ni adverso, hará, como
digo, mención igualmente de unos Estados y de
otros, grandes y pequeños.
Nótese que echa la culpa a los fenicios, súbditos de los persas.
Según Toynbee, el imperio persa fue el primer estado universal de la civilización siríaca. Es decir, fue a los pueblos siríacos, arameos, cananeos (incluyendo a los fenicios) y hebreos, lo que el imperio romano fue para la civilización helénica.