El Cid Burbujeador
Pompero
- Desde
- 5 Ago 2019
- Mensajes
- 4
- Reputación
- 1
Una forma de explotación tan horrenda como muchas otras
La tauromaquia (del griego taūros «toro» y máchomai «luchar») es una práctica vehemente y violenta cuyos orígenes se remontan hasta la Edad del Bronce. Según la interpretación sociohistórica, se trata de una alegoría que proclama fortaleza y valentía ante las embestidas del destino y los acontecimientos de nuestra vida. El toro se erige como símbolo de una fuerza impetuosa capaz de condenar a un hombre a la fin y éste, pues, se enfrenta para demostrar la «superioridad humana» frente a las imposiciones de la naturaleza.
Este simbolismo inició su camino al apogeo a partir del siglo XII en España, donde empezaron a realizarse alanceamientos en plazas públicas y otros lugares abiertos para festejar victorias militares, conmemorar acontecimientos o meras trivialidades del vulgo. El interés entre los hispanos medievales hacia tal espectáculo, cargado de misticismo y evocador de una apática diversión, fue en incremento durante los siglos venideros.
Ya en el siglo XV aparecen fiestas populares con sus propios designios y se documenta una mayor extensión y ritualización. El toreo propiamente dicho, en cercados de madera y con la participación de distintos integrantes, adquiere entonces unos matices reservados para la realeza. Esto supuso una vinculación socioeconómica entre los altos estamentos, sus hábitos y aquellos aspectos por emular. Castilla era la metrópolis de la península ibérica y, a causa de ello, sus rasgos culturales se recibían con especial devoción. Algo que, hasta fecha, queda bastante patente en otros aspectos de la vida cotidiana.
En el siglo XIX, la consolidación y apogeo de la ganadería banderilla a lo largo de España conllevó el establecimiento de mataderos en las grandes ciudades para suplir las necesidades de la población. Los fatigosos trabajos relacionados con el manejo de las reses, los cuales precisaban de cierta pericia, suscitaron fascinación en torno a distintas personalidades. Poco tiempo después se asentó la estructura de las corridas que aún persiste hasta nuestros días.
A partir de dicho momento, la tauromaquia fue ganando adeptos por motivos de embeleso o tentativa para salir de las clases humildes. En el primer tercio del siglo XX vivió su era dorada y se ha mantenido en alza hasta las últimas décadas. Ahora, en el siglo XXI, todo apunta a que dejará de existir: organizaciones animalistas al pie de guerra, asiduas manifestaciones en contra, críticas y reproches de índole política, recortes para los festejos, para las academias, para los nuevos ruedos, etc.
Hoy, los defensores de la tauromaquia escriben una verdadera Crónica de una fin anunciada, título que escojo intencionadamente con base en la célebre obra del escritor Gabriel García Márquez, defensor a ultranza del mundillo taurino.
Nadie conoce mejor esta realidad que el propio sector.
Las palabras hablan solas: algo ha cambiado en la mentalidad de este nuevo siglo. Pronto serán ellos una minoría irrisoria y quienes pasen de la tribuna a manifestarse a pie de calle sin parar para preservar su particular barbarie. No se rendirán con facilidad; mas, finalmente, la ética se impone por sí sola.
La paulatina e inexorable aplicación de valores jovenlandesales, consecuencia directa del uso de la lógica como fruto de la generalización y expansión del conocimiento vía informática, está conduciéndonos hacia una de las épocas potencialmente más constructivas de toda la existencia humana. Puesto que los grandes cambios históricos acontecieron gracias a la unión por una causa reconocida, nos ha llegado una oportunidad magistral para asentar las bases del problema y de la solución.
Tras tanto esfuerzo depositado, la abolición de la tauromaquia en todas sus expresiones es, sin lugar a dudas, un fin deseable para la justicia; pero no una meta absoluta ni definitiva. No debemos confundir las ramas de la cosificación jovenlandesal que padecen los animales no humanos con la propia raíz.
¿Son los toros las únicas víctimas de la gestión humana? No.
¿Son los toros los únicos animales que desearían vivir? No.
¿Son los toros los únicos animales que mueren a manos del ser humano? No.
Por tanto, ¿qué distingue a la tauromaquia —una manifestación cultural— del resto de las atrocidades cometidas por nuestra especie que también forman parte de nuestra cultura? Nada.
¿Qué tienen en común la tauromaquia, los zoológicos, los circos, la caza, la peletería, los mataderos y la experimentación animal? No, no es el maltrato (concepto errado en ética); sino el uso con un propósito ajeno al individuo: la explotación animal. La ética únicamente juzga las acciones (el qué), no en modo con estas se produzcan (el cómo). El porqué de la explotación es siempre irrelevante para la jovenlandesal, como lo es para la justicia.
Los Derechos Animales presentan unos sólidos fundamentos basadas en la razón y en los hechos. Si de verdad pretendemos ser coherentes con nosotros mismos, no podemos consentir que unas acciones actúen en detrimento de otras. Adoptar, amar y cuidar a un perro o gato abandonado es una acción loable; mas no justifica éticamente el provocar la explotación de otros animales. No existen animales superiores o inferiores, eso reside solamente en nuestra mente discriminatoria (especismo) y marcada cultura antropocentrista. Para ser justos debemos aplicar el principio de igualdad sin discriminación entre individuos.
Visitad esta pagina para mas info: Inicio - ¡Derechos Animales ya!
La tauromaquia (del griego taūros «toro» y máchomai «luchar») es una práctica vehemente y violenta cuyos orígenes se remontan hasta la Edad del Bronce. Según la interpretación sociohistórica, se trata de una alegoría que proclama fortaleza y valentía ante las embestidas del destino y los acontecimientos de nuestra vida. El toro se erige como símbolo de una fuerza impetuosa capaz de condenar a un hombre a la fin y éste, pues, se enfrenta para demostrar la «superioridad humana» frente a las imposiciones de la naturaleza.
Este simbolismo inició su camino al apogeo a partir del siglo XII en España, donde empezaron a realizarse alanceamientos en plazas públicas y otros lugares abiertos para festejar victorias militares, conmemorar acontecimientos o meras trivialidades del vulgo. El interés entre los hispanos medievales hacia tal espectáculo, cargado de misticismo y evocador de una apática diversión, fue en incremento durante los siglos venideros.
Ya en el siglo XV aparecen fiestas populares con sus propios designios y se documenta una mayor extensión y ritualización. El toreo propiamente dicho, en cercados de madera y con la participación de distintos integrantes, adquiere entonces unos matices reservados para la realeza. Esto supuso una vinculación socioeconómica entre los altos estamentos, sus hábitos y aquellos aspectos por emular. Castilla era la metrópolis de la península ibérica y, a causa de ello, sus rasgos culturales se recibían con especial devoción. Algo que, hasta fecha, queda bastante patente en otros aspectos de la vida cotidiana.
En el siglo XIX, la consolidación y apogeo de la ganadería banderilla a lo largo de España conllevó el establecimiento de mataderos en las grandes ciudades para suplir las necesidades de la población. Los fatigosos trabajos relacionados con el manejo de las reses, los cuales precisaban de cierta pericia, suscitaron fascinación en torno a distintas personalidades. Poco tiempo después se asentó la estructura de las corridas que aún persiste hasta nuestros días.
A partir de dicho momento, la tauromaquia fue ganando adeptos por motivos de embeleso o tentativa para salir de las clases humildes. En el primer tercio del siglo XX vivió su era dorada y se ha mantenido en alza hasta las últimas décadas. Ahora, en el siglo XXI, todo apunta a que dejará de existir: organizaciones animalistas al pie de guerra, asiduas manifestaciones en contra, críticas y reproches de índole política, recortes para los festejos, para las academias, para los nuevos ruedos, etc.
Hoy, los defensores de la tauromaquia escriben una verdadera Crónica de una fin anunciada, título que escojo intencionadamente con base en la célebre obra del escritor Gabriel García Márquez, defensor a ultranza del mundillo taurino.
Nadie conoce mejor esta realidad que el propio sector.
Las palabras hablan solas: algo ha cambiado en la mentalidad de este nuevo siglo. Pronto serán ellos una minoría irrisoria y quienes pasen de la tribuna a manifestarse a pie de calle sin parar para preservar su particular barbarie. No se rendirán con facilidad; mas, finalmente, la ética se impone por sí sola.
La paulatina e inexorable aplicación de valores jovenlandesales, consecuencia directa del uso de la lógica como fruto de la generalización y expansión del conocimiento vía informática, está conduciéndonos hacia una de las épocas potencialmente más constructivas de toda la existencia humana. Puesto que los grandes cambios históricos acontecieron gracias a la unión por una causa reconocida, nos ha llegado una oportunidad magistral para asentar las bases del problema y de la solución.
Tras tanto esfuerzo depositado, la abolición de la tauromaquia en todas sus expresiones es, sin lugar a dudas, un fin deseable para la justicia; pero no una meta absoluta ni definitiva. No debemos confundir las ramas de la cosificación jovenlandesal que padecen los animales no humanos con la propia raíz.
¿Son los toros las únicas víctimas de la gestión humana? No.
¿Son los toros los únicos animales que desearían vivir? No.
¿Son los toros los únicos animales que mueren a manos del ser humano? No.
Por tanto, ¿qué distingue a la tauromaquia —una manifestación cultural— del resto de las atrocidades cometidas por nuestra especie que también forman parte de nuestra cultura? Nada.
¿Qué tienen en común la tauromaquia, los zoológicos, los circos, la caza, la peletería, los mataderos y la experimentación animal? No, no es el maltrato (concepto errado en ética); sino el uso con un propósito ajeno al individuo: la explotación animal. La ética únicamente juzga las acciones (el qué), no en modo con estas se produzcan (el cómo). El porqué de la explotación es siempre irrelevante para la jovenlandesal, como lo es para la justicia.
Los Derechos Animales presentan unos sólidos fundamentos basadas en la razón y en los hechos. Si de verdad pretendemos ser coherentes con nosotros mismos, no podemos consentir que unas acciones actúen en detrimento de otras. Adoptar, amar y cuidar a un perro o gato abandonado es una acción loable; mas no justifica éticamente el provocar la explotación de otros animales. No existen animales superiores o inferiores, eso reside solamente en nuestra mente discriminatoria (especismo) y marcada cultura antropocentrista. Para ser justos debemos aplicar el principio de igualdad sin discriminación entre individuos.
Visitad esta pagina para mas info: Inicio - ¡Derechos Animales ya!