Monseñor Strickland actúa como uno de esos bienaventurados a quienes persiguen por causa de la justicia divina, que él defiende. La justicia divina es acatar la voluntad de Dios, la ley de Dios tal y como él la estableción. Él sí se está ganando el Cielo y mostrando amor a Cristo. Y amor a los pecadores, evitando que continúen enfangándose en un pecado peor que es comulgar en pecado mortal contumaz y soberbio. Él sí protege a Cristo, que voluntariamente queda inerme en el Sagrario. Y protege las almas de los pecadores diciéndoles que así no pueden pecar y que deben arrepentirse. Lo que ha defendido la Iglesia siempre.