Cristo la prohibió. Porque si fuese permitida, no se podría vivir en el
mundo. Todos nos creeríamos con derecho a vengarnos de alguien.
No: hay que perdonar a los enemigos, y dejar que Dios los castigue en la
otra vida, y la Autoridad Pública en este mundo. Como dice San Pablo, hay
que saber «vencer al mal con el bien».
«Tal vez, la afirmación más radical que hizo Jesús fue: Sed misericordiosos
como vuestro Padre es misericordioso».
»Jesús describe la misericordia de Dios no sólo para mostrarme lo que
Dios siente por mí, o para perdonarme los pecados y ofrecerme una vida
nueva y mucha felicidad, sino para invitarme a ser como Dios, y para que sea
tan misericordioso con los demás como lo es Él conmigo».
«Con frecuencia aquellos que no perdonan a sus semejantes cometen los
mismos pecados que critican».
Es necesario saber perdonar a las personas que nos hayan ofendido.
No sé quién dijo: «Si quieres ser feliz un instante, véngate. Si quieres ser feliz
toda la vida, perdona».
«La experiencia enseña que quien descuida la oportunidad de hacer bien
a su prójimo porque ha sido anteriormente ofendido por él, suele ser
también culpable».
Perdonando podemos salvar al prójimo.
Juan Pablo II fue a visitar a la guandoca, para perdonarlo, a Alí Agca, el turco
que intentó asesinarle. Pues bien, en 2009, Alí ha renegado del Islam y se ha
convertido al catolicismo.
Es, desde luego, indispensable estar dispuestos a conceder el perdón si
nos lo piden ya sea explícitamente o implícitamente con su conducta,
quedándonos satisfechos con una moderada reparación.
Quien niega el perdón a su hermano, es inútil que espere el perdón de
Dios. En el Padrenuestro tiene su sentencia: como él no perdona, tampoco
Dios le perdonará. Lo dijo Jesucristo.
Y no seamos fáciles en echar al otro toda la culpa.
Ordinariamente la culpa hay que repartirla entre los dos.
Uno fue el que empezó, pero el otro contestó con ofensa más grave.
Si los dos están esperando a que sea el otro el que se adelante a pedir
perdón, la cosa no se arreglará nunca.
El que sea más generoso con Dios, es el que debe tomar la iniciativa.
Cristo habla de poner la otra mejilla. Es una fórmula oriental hiperbólica,
para dar a entender que debemos estar dispuestos al perdón; pero no es
para que lo entendamos al pie de la letra.
El mismo Cristo al ser abofeteado no puso la otra mejilla, sino que
respondió con toda energía, verdad y dominio propio: «Si he respondido mal,
muestra en qué; mas si bien, ¿por qué me hieres?».
Si la culpa ha sido nuestra, tenemos obligación de pedir perdón de alguna
manera.
Pero incluso aunque sea claro que toda la culpa es del otro, da una muestra
de virtud el que se adelanta a otorgar el perdón, por ejemplo, dirigiéndole
amablemente la palabra, ofreciendo un servicio, reanudando el saludo, etc.
Durante un tiempo puede manifestarse el disgusto, por ejemplo, con una
actitud más seria y distanciada; pero esto no debe durar indefinidamente.
Salvo en algunos casos excepcionales de ofensas gravísimas, es muy de
aconsejar que al cabo de cierto tiempo se reanuden los saludos ordinarios
entre gente educada.
Negar el saludo no es cristiano. Si el otro no contesta allá él; pero que la
cosa no quede por tu parte.
Cuando han fracasado ya varios intentos de reconciliación, o el otro se
niega obstinadamente a devolver el saludo, o si parece cierto que nuestro
esfuerzo por la reconciliación puede ahondar la mala voluntad del otro, será
mejor esperar otra ocasión.
Pero no abandonar el deseo de reconciliación, ni escudarse en esta
dificultad para no reconciliarse, por no desearlo.
Nuestra voluntad de reconciliación debe ser sincera.
Si el otro no quiere saludarnos o hablarnos, nosotros debemos estar
dispuestos a hablarle cuando él lo desee, y saludar cuando él nos salude.
Adelantarse a reanudar el saludo es una prueba de virtud superior.
A veces puede facilitar la reconciliación la ayuda de una tercera persona.
Eso de «piensa mal y acertarás», aunque a veces dé resultado es poco
cristiano Es mucho mejor eso de «piensa bien mientras no tengas motivos
para pensar mal».
«Si una persona fomenta sospechas poco caritativas, no tardará en
manifestar también con palabras los pensamientos poco amables».
Distingue, con todo, entre el rencor admitido, y un cierto distanciamiento
para evitar el chocar de nuevo. Y también entre el sentimiento de la ofensa y
el resentimiento admitido voluntariamente. Aunque la ofensa recibida nos
duela, no podemos desear mal a nadie.
Esta voluntad de perdonar puede unirse a un sentimiento inevitable de la
ofensa recibida. Muchos se refieren a este sentimiento cuando dicen que no
pueden perdonar. Es posible que la serenidad de espíritu, después de la
ofensa, requiera un tiempo mínimo para sobreponerse al dolor.
Si alguien te da un pisotón, es natural que te duela.
Sentir amor hacia él es imposible.
Pero puedes no responder con otro pisotón y rezar por él. Si rezas por una
persona has vencido la aversión hacia ella.
Una prueba de esta sincera buena voluntad sería orar por el ofensor,
nunca hablar mal de él, y pedir a Dios la gracia de saber perdonar.
Cuando tengas antipatía por una persona, pide por ella.
Y cuando tengas ganas de desearle algo malo, reza por ella un
Padrenuestro. Dice Jesucristo «rogad por los que os persiguen».
«El Señor nos pide que perdonemos, pero jamás nos ha pedido que
deseemos hacerlo. (...) Si esperas que aparezca en ti el instinto natural de
perdonar, esperarás mucho tiempo».
A veces se oye decir: «yo perdono, pero no olvido».
El olvidar puede ser difícil.
No depende de nuestra voluntad.
Uno puede perdonar de corazón y no poder evitar el recuerdo.
Esto no se opone al amor que Jesucristo manda a nuestros enemigos.
Lo que Cristo manda no es un amor sensible, pues esto no se puede
mandar, no depende de nuestra voluntad.
Se trata de un amor de benevolencia, un amor desinteresado, un amor
que devuelve bien por mal, que hace el bien al que nos hace daño,
independientemente de nuestros sentimientos.
Un amor efectivo, no afectivo. Un amor dispuesto a hacer un servicio al
que nos ofendió.
Si el que consideramos nuestro enemigo estuviera en una necesidad
grave, y no pudiera salir de ella, sin nuestro especial auxilio, tenemos
obligación de ayudarle, porque en estos casos hay obligación de atender al
prójimo, aunque sea enemigo.
No es repruebo a una persona reprobar lo que hay de malo en ella, o el mal que
nos causa injustamente a nosotros o a otros.
El amor a nuestros enemigos que pide el Evangelio, no obliga a la amistad
con ellos, sino que prohíbe el repruebo y la venganza, o el desearles algún mal; y
manda tener un deseo de reconciliación.
«El ofendido está obligado siempre a perdonar al ofensor que le pide
perdón, en forma directa o indirecta.
»Si se niega a hacerlo, comete un grave pecado contra la caridad, y
regularmente no podrá ser absuelto mientras continúe en su obstinación».
Por supuesto que es lícito exigir una reparación del daño recibido, pero no
por repruebo ni por venganza, sino por deseo de justicia.